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El futbolista asturiano que leía en la bañera
- El barrio ovetense de Ciudad Naranco rinde homenaje a Chuso, el fallecido jugador del Real Oviedo, lector empedernido y escritor, al que una lesión apartó del Real Madrid. En este artículo reproducimos un tramo de sus memorias
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Redacción
La pasión lectora le impide conciliar el sueño y prefiere meter la cabeza entre las páginas de un libro que apoyarla en la almohada. Pero la hora le disuade de encender una luz, que perturbaría el sueño de su compañero de cuarto. Aún así, como las ganas de seguir con la historia superan a las de dormir, se tumba en la bañera para seguir con la trama iluminado por la bombilla del baño.
La escena no es muy común. Pero el impacto de esta historia no pasaría de lo anecdótico si los dos protagonistas no fuesen futbolistas profesionales. Tampoco tendría tanto alcance si no se tratase de los primeros años de la década de los setenta del siglo pasado, cuando el sueño era la herramienta principal de descanso en un deporte sin tantos tratamientos ni profesionales médicos a su alrededor. Y aunque por aquel entonces ir desde Oviedo a Galicia para jugar un partido podría llevar más de doce horas, al jugador tirado en la bañera le compensa cambiar el descanso por la lectura. Porque es un amante empedernido de la cultura y no solo tiene talento para el balón. Es también un gran escritor. Lo era.
Jesús José Benito Rodríguez López, Chuso, un histórico del Real Oviedo y todo un ejemplo para los amantes del fútbol más puro, falleció el pasado noviembre a los 69 años de edad. Esta semana sus amigos, excompañeros, familiares y vecinos se reunieron en el centro social de Ciudad Naranco, en Oviedo, convocados la asociación de vecinos del barrio La Centralilla. Un escenario en el que brotaron las anécdotas de un futbolista muy alejado de los actuales estándares y de un deporte en el que el marketing ha tomado el mando.
INFANCIA EN UN OVIEDO RURAL
Sería difícil encontrar en el panorama actual un jugador de primer nivel, como lo fue Chuso, que se afanase en escribir sus memorias con una pluma tan fina como sus habilidades con la pelota. Un relato biográfico que el propio autor fechó en abril de 1996 y tituló Vetusteando. Su hija Jimena les puso voz en el homenaje que el jugador recibió en su barrio, tras agradecer a los asistentes y organizadores que hubiesen hecho posible un acto que emocionó a todos los presentes.
“La casa de mis abuelos, en Ciudad Naranco, estaba rodeada de prados con bálagos y varas de hierba, sembrados de alcacer, vallico, nabos, maíz y remolacha”, recitó Jimena, para transportar a un abarrotado local a la década de los setenta. Esas líneas forman parte de unas memorias que la familia ha permitido reproducir a ATLÁNTICA XXII. En ellas se incluyen pasajes como este que dejamos a continuación, en el que Chuso cuenta como se preparaba, alejado de su familia y su ciudad natal, para convertirse en un profesional del deporte mientras en mundo cambiaba a su alrededor:
«Cuando veo hoy a los deportistas de las ciudades correr rodeados por el tráfico ruidoso y enervante, aspirando el aire contaminado, echo de menos aquella luz intensa, el aire limpio y la quietud aparente de la naturaleza.
Todo iba bien, notaba en mi cuerpo que el esfuerzo merecía la pena, hasta que llegó la noche en que el hombre pisó la luna. Fue mi noche de Walpurgis. Selene estaba llena, enorme y blanca, iluminando el mar de pinos que rodeaba el pueblo. (…) Contemplaba aquella instantánea mágica, sentado solo, en lo más alto de las cuesta bajo una parra que sombreaba la fachada de la tienda mixta de aquel pueblo perdido de la Asturias occidental. El dueño y su familia se habían retirado hacia horas al piso superior de la casa, dejándome las llaves para que pudiese ver, en el único televisor del pueblo, la llegada del hombre a la luna.
Para los lugareños, que, acostumbrados a su mundo inmutable, no habían dejado atrás las consecuencias de la guerra civil, el hambre y la miseria, tal empresa les resultaba increíble y pensaban que todo era un montaje de los americanos. Hoy creo que me dejaron solo para no tener que pensar en un acontecimiento que superaba su ordenada, monótona y laboriosa vida.
En fin, allí me encontraba bajo la parra, en un silencio roto por los metálicos chasquidos y las voces guturales que salían del interior de la tienda, producidos por la cápsula americana y los controladores de Cabo Cañaveral. Veía en la semiluz cambiante del televisor un conjunto de artículos, un caótico amasijo compuesto por mangos de madera para todo tipo de herramientas, garabatos, cestos de duela de castaño, collarones y arreos de caballerías, sacos de patatas y azúcar, labores de tabacos, cadenas, cuerdas, latas de formas y tamaños diferentes, ristras de cebollas y ajos, sulfatadoras de latón, jamones y hojas de tocino, telas, camisas guadañas colgadas de manera inquietante, productos químicos y, destacándose en medio del mostrador, una rueda de arenques en la que estos hacían de radios vivientes a pesar de su rigidez y de sus ojos inmóviles.
De un lado, la mayor aventura jamás emprendida por la humanidad y, por el otro lado, lo prosaico de la existencia, la aventura y el tocino.
La contemplación del plenilunio entre las hojas de la parra y los saltos sobre la luna del primer astronauta en el televisor simultáneamente.
Lo grandioso del momento que había vivido y la absoluta soledad en que estaba, me hicieron sentir una sensación de pequeñez tan grande que pensé que todo mi entrenamiento, todo mi esfuerzo era fútil y baldío y jugar en el Vetusta carecía de la menor importancia».
UNA LESIÓN ACABÓ CON TODO
Como demuestra en sus memorias, Chuso tenía talento para mucho más que jugar al fútbol. “Era un gran narrador”, destacó su hermano Milio´l del Nido, cuentacuentos y actor, antes de recordar al futbolista con una serie de anécdotas que deleitaron a los asistentes al homenaje que le rindió Ciudad Naranco con gaita y tambor. Una facilidad para la narrativa elogiada para quienes se dedican a contar historias y una figura que en los terrenos de juego chocó de frente con una lesión de rodilla que destrozó carrera. Un contratiempo que le obligó a retirarse muy joven. Sin mutua o seguro que le hiciese de red tras haberse pasado en el mundo del fútbol desde los 13 años.
Una lesión obligó a Chuso, que tenía apalabrado fichar por el Real Madrid, a retirarse
Vivió un suplicio que representaba la cojera que se le quedó para toda la vida tras varias operaciones quirúrgicas fuera de Asturias. Una etapa que la familia del oviedista, que llegó a ser internacional olímpico, recuerda como “muy difícil y muy triste”. Aunque también con orgullo. Porque Chuso supo salir adelante con el tiempo después de dejar atrás un fútbol muy diferente al actual. Y al que puede mirarse, como quien observa por una mirilla, a través de las descripciones que incluye Vetusteando:
“A pesar de la competencia que existe en el mundo del deporte, no recuerdo durante los casi dos años en el Vetusta –equipo filial del Real Oviedo– situaciones de enfrentamiento, ni malas artes por hacerse con puesto en el equipo: creo que éramos buena gente y como tal nos comportábamos siempre, a pesar de la diferencia de procedencia y educación”.
AMOR DE CANTERANO POR EL REAL OVIEDO
De la lectura del relato de su vida deportiva se desprende también el amor del protagonista por el juego en su sentido más puro. Un deporte alejado de la excesiva táctica y de los tediosos partidos –cada vez más repetidos– que denotan un excesivo estudio del rival. Y por unos colores: los de un Real Oviedo en el que los jugadores de la cantera que destacaban pasaban primero al primer equipo y después a la historia del club.
En una época anterior a los grandes contratos televisivos y publicitarios o los flamantes fichajes llegados del extranjero. Una época en la que Chuso destacó sobre el campo y que supo plasmar con maestría sobre el papel. Todo ello haciendo gala de una personalidad y bonhomía que no olvidan los vecinos de Ciudad Naranco y la afición del Real Oviedo:
“El fútbol era para nosotros más aventura que profesión. Más juego que trabajo. Éramos un grupo anárquico, al que no era fácil inculcar disciplina en los entrenamientos y partidos. Esto, unido a que Campanal (entrenador por aquel entonces) no era lo que se dice un sargento de hierro, hacía las cosas más difíciles. Por eso fue una sorpresa para muchos que, a la hora de la verdad, formásemos un equipo fuerte, que hacía fútbol que emocionaba a los pocos espectadores de principio de temporada y terminásemos ésta con el campo semilleno siguiendo al filial con pasión comparable despertada por el primer equipo, pasado jugadores a este de la talla de Uría, Javier y yo mismo”.
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