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Atlántica XXII

Insomnio de una noche de verano

Opinión

Insomnio de una noche de verano

La revolución tecnológica no debería suponer pérdida de empleo. Foto / Vicente Díaz Peñas.

Artículo publicado en el número 58 de ATLÁNTICA XXII (septiembre de 2018)

Santiago Alba Rico

@SantiagoAlbaR

 

 

Nada hay más irritante y sospechoso para el sentido común general que las figuras del ayunante y del insomne; y por la misma razón. El que por propia voluntad se aparta de la mesa compartida y el que sobrevive despierto mientras la ciudad duerme se excluyen de la humanidad; el que se excluye de la humanidad lo hace siempre para distinguirse o para conspirar. Hay que ser muy rico, decía Chesterton, para despreciar la carne que los pobres desean y no pueden comer; y hay que ser muy malo para no sucumbir a la ley natural que impone a todos por igual entre seis y ocho horas de sueño cada noche; Macbeth, tras asesinar al rey, ya para siempre en vela, escucha voces que marcan la singularidad de su destino: «Macbeth, no dormirás más, has asesinado el sueño».

Si se piensa bien, enseguida se comprende la centralidad civilizacional del sueño humano. Estamos condenados por nuestro cuerpo a dedicar la tercera parte de nuestra vida a esta cosa absurda y peligrosa de reponer fuerzas con los ojos cerrados en un rincón. La historia consiste en esta doble lucha paradójica y sin final: luchamos para conquistar un sueño tranquilo, luchamos para vencer el sueño que expone al desnudo nuestra vulnerabilidad. Hubo un tiempo, antes del fuego, en que la noche podía ser mortal. Nadie dormía, pues la oscuridad estaba poblada de bestias acechantes que aguardaban sigilosas ese momento de debilidad natural. Así que el descubrimiento del fuego, que se asocia al despegue de la humanidad como especie tecnológica, permitió en realidad vincular por primera vez la noche al sueño reparador. Alrededor de la hoguera encendida los humanos podían rendirse por fin y descansar sin temor con la seguridad de que la inconsciencia no los convertía en alimento de los depredadores.

Es posible –se me ocurre– que la religión nazca de esta conquista inesperada del descanso nocturno. Porque a fin de que todos pudieran dormir tranquilos al menos un miembro de la comunidad tenía que permanecer despierto alimentando el fuego. Mantener el fuego encendido es una tarea al mismo tiempo sagrada y sacrificada y tanto la idea de Dios –que vela por el mundo– como la del sacrificio deben estar asociadas en el origen a esta figura de excepción: la del que, apartado de la comunidad, renuncia al sueño para asegurar el de los demás. Esta conjunción de sacralidad y sacrificio –esta altísima responsabilidad desvelada en medio de la noche– es la que ha asegurado de hecho la supervivencia de la humanidad durante siglos: la madre, el soldado, el médico, el recogedor de basura, el poeta. Para los creyentes la idea de Dios reúne de alguna manera todos estos oficios.

Estamos condenados por nuestro cuerpo a dedicar la tercera parte de nuestra vida a esta cosa absurda y peligrosa de reponer fuerzas con los ojos cerrados en un rincón

Ahora bien, lo contrario del vigilante o del velante no es el durmiente sino el insomne, y ello de tal manera que puede decirse que el que vela el sueño de sus compañeros humanos al lado de la hoguera está luchando en realidad contra los insomnes. ¿Quiénes son los insomnes? Digamos que están los que luchan contra el sueño y los que luchan insomnes contra los durmientes: es decir, la bestias salvajes, el enemigo en la sombra, el conspirador amarillo, los maldecidos, como Macbeth, por la sangre clamorosa del otro. La cuestión es: el poder, ¿es velante o insomne? ¿Protege o amenaza nuestro sueño? Todos los trabajos de la política tienen que ver con este dilema: el de si es posible combatir el poder insomne, elitista y depredador, y construir a cambio un poder velante, hoguera alimentada en común, que permita dormir y velar a todos por igual.

¿Y la tecnología? ¿Es velante o insomne? La tecnología, que nace con el fuego al mismo tiempo que la noche reparadora, es asimismo una victoria sobre el sueño. El hombre duerme, el fuego vela. Desde muy pronto, en efecto, es la continuidad del fuego, espejo y promesa de la eternidad, la que permite emancipar la idea de humanidad de los cuerpos concretos de los hombres dormidos: el Hombre duerme, el Hombre vela, ahora en forma de red informática, de robot fabril y de logaritmo financiero. ¿La tecnología vela por nosotros o permanece insomne para amenazar o al menos culpabilizar nuestro sueño? Mucho me temo que, más allá de su uso, la tecnología misma ha dejado atrás el cuerpo en general, y sobre todo el cuerpo dormido, como a un lagarto viejo y cansado incompatible con el insomnio acelerado del mundo.

¿La tecnología vela por nosotros o permanece insomne para amenazar o al menos culpabilizar nuestro sueño?

Y entre tanto, ¿qué hacen los ricos? En un reciente artículo el profesor Douglass Rushkoff nos cuenta que los hombres más poderosos del planeta dan por perdida la vida en la tierra y están pensando un plan para abandonar el barco. En la vieja doctrina liberal los más ricos y poderosos tenían derecho a gozar de sus bienes pero debían velar a cambio por el bien general. En la realidad el liberalismo no funciona o funciona igual que el mundo primitivo de la guerra natural hobsiana. Poder insomne más tecnología insomne más dinero insomne: he ahí la combinación terrible que, tras dañar de manera quizás irreversible la naturaleza y la democracia, ahora prepara la fuga selectiva de los máximos responsables. Los ricos se mantienen insomnes; los demás dormimos. Nadie vela por nosotros. Si ellos preparan la fuga, ¿no deberíamos dormir menos y elaborar un plan urgente de supervivencia? Como antes del fuego, la noche se ha llenado de nuevo de asaltos y sobresaltos.

 

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