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La gran urbe asturiana ya existe

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La gran urbe asturiana ya existe

El Área Metropolitana de Asturias es una realidad cotidiana para miles de ciudadanos. Son los gobiernos locales los que la torpedean movidos por el cortoplacismo, imposibilitando así una visión global de Asturias

Artículo publicado en el número 58 (septiembre de 2018)

Texto: David Rivas / Economista

Periódicamente asoma uno de los cuélebres patrios que más tinta y palabras comen sin producir nada de provecho, tras largas discusiones estériles y dejando un halo de frustración: el Área metropolitana asturiana. Casi nadie duda de la virtualidad de ese proyecto, entre otras cosas, porque hay consciencia de que ya existe y que lo que hace falta es darle forma. Se trataría de resolver las carencias del entorno vivencial de unas 800.000 personas, es decir, ocho de cada diez de los habitantes de Asturias. ¿Hacen su vida cotidiana como si vivieran todas ellas en una misma ciudad pluricéntrica? La verdad es que sí.

Es en el transporte donde podemos observar el fenómeno. Recorramos las autovías, por ejemplo, y veremos cómo, a cualquier hora del día, el tráfico en todos los sentidos es intenso, es decir, ninguna localidad hace en exclusiva de residencia, ni de prestadora de servicios, ni de centro comercial, ni de empleo industrial. Por eso el transporte es una de las cuestiones más importantes porque, no sólo presta un servicio, sino que modela el espacio, por lo que ha de unirse a un planeamiento del urbanismo y, en general, del territorio. A este respecto, el eje Gijón-Oviedo-Avilés tiene hoy seis empresas de transporte de viajeros: dos ferroviarias y cuatro de carretera (la interurbana y las tres urbanas). Eso dista mucho de ser efi ciente, a lo que hay que unir la inexistencia de estaciones intermodales.

El eje Gijón-Oviedo-Avilés tiene hoy seis empresas de transporte de viajeros: dos ferroviarias y cuatro de carretera

La figura del área metropolitana no es nueva, sino que comienza en 1964, con la creación de la de Madrid, que agrupaba a 23 municipios, y que en 1983 se modificó bajo los criterios del nuevo régimen autonómico, tras su fracaso. Se corroboraba una vez más la teoría económica que dice que sin democracia y participación ninguna política industrial tiene éxito a largo plazo. Las áreas de Barcelona y de Bilbao, por ser más recientes y por la diferente estructura industrial y empresarial con respecto a Madrid, tuvieron mejores resultados.

Pero hay una enorme diferencia entre la concepción de los años sesenta y la que hoy necesita Asturias y que, por desgracia, no siempre se tiene en cuenta en esa especie de grial buscado desde la mesa redonda del Campo San Francisco. Las áreas metropolitanas fueron pensadas, fundamentalmente, desde el punto de vista de la industria clásica, siendo prácticamente asimilables a los distritos industriales. Hoy se asimilan más a las industrias tecnológicas y limpias y, sobre todo al uso residencial, de ocio y educación y de servicios en general. Un parque tecnológico puede convivir con un área residencial, un centro educativo o unas instalaciones deportivas. Es más, si se hacen bien las cosas, aparecen sinergias positivas y se crean círculos virtuosos.

Históricamente, la puesta en marcha del área metropolitana asturiana, siempre acaba empantanada en la discusión sobre las competencias. Para que un área sea eficaz y eficiente ha de ser una entidad jurídica propia, y no una especie de sala de reuniones. El hecho de que la ubicación de un simple grado universitario en Mieres, Gijón u Oviedo haya hecho saltar cualquier consenso, dice bastante. Hablamos de un grado que tal vez ni siquiera llegue, como ya pasó otras veces, entre otras cosas por las peleas entre ciudades, cosa nada recomendable para el necesario sosiego de la labor investigadora y docente. En vez de dejar a la universidad que decidiera con criterios académicos, que es su deber y para lo que tiene capacidad, se rompió la baraja del área metropolitana. Lo mismo está sucediendo con el asunto del AVE.

Dejando a un lado el hecho de que la alta velocidad es ruinosa económicamente, letal ambientalmente e injusto socialmente, si es que llega un día, debería hacerlo con una buena y única planificación. No puede cada ciudad exigir una estación: quédese el AVE en el concejo de Lena, vía de entrada por el sur al área metropolitana y planifíquese el servicio con lanzaderas hacia la costa. La inercia de tiempos pasados, los de la negociación política con dinero de otros y empleado clientelarmente en muchos casos, imposibilita cualquier decisión coherente. Esa inercia, la de un campus en cada concejo, un centro comercial en cada villa, un museo en cada pueblo, llevó a la Asturias fractal a la crisis, a la ruina y, de paso, a la corrupción.

Dejando a un lado el hecho de que la alta velocidad es ruinosa económicamente, letal ambientalmente e injusto socialmente, si es que llega un día, debería hacerlo con una buena y única planificación

No obstante, la universidad, que con la empresa deberían ser dirigentes de primer orden del plan, también tiene su culpa en este fracaso y, sobre todo, por su escasa credibilidad en cualquier negociación. En el español ranking CYD (Conocimiento y Desarrollo) del último año, entre las 69 instituciones de docencia e investigación, la Universidad de Oviedo se sitúa en el puesto 15 en cuanto a resultados en transferencia del conocimiento, siendo su posición más alta entre todos los aspectos evaluados. Aunque no sea una situación óptima, no es una mala clasificación. Sin embargo, en el indicador que señala cuál es el retorno directo e indirecto en su territorio circundante, se sitúa en el puesto 57 de aquellas 69.

Teniendo en cuenta que la Universidad de Oviedo es la única de Asturias y que, por tanto, no compite contra ningún otro centro, el asunto es digno de tenerse en cuenta. En otras palabras, la universidad asturiana podría estar ubicada en cualquier otro punto del planeta y su incidencia en el tejido socioeconómico asturiano sería parecido. Sin embargo, la labor de la universidad sería de vital importancia. El hecho de que la Asturias central sea una región policéntrica tiene ventajas, siempre y cuando se estudien cuáles deben ser las especializaciones más competitivas de cada núcleo, actividad que correspondería a la universidad.

El área metropolitana tiene que responder a una visión a largo plazo, cosa que choca con los localismos pero también con la inercia de todos los gobiernos que Asturias ha tenido. Si los regidores locales deben saber que ceder competencias beneficia a sus vecinos, ese esfuerzo de poco vale si los gobiernos siguen anclados en el cortoplacismo que, simultáneamente, ha reforzado el localismo, ha imposibilitado una visión global de Asturias y ha reforzado la dependencia con respecto al gobierno central. En mayo, decía en Salas Geoffrey J. Hewings, de la Universidad de Illinois, que Asturias debía romper con su dependencia psicológica, aprovechar su enorme potencial y empezar a pensar qué quiere ser. Y añadía que el área metropolitana no era una opción, sino que no había otra.

La Universidad de Oviedo podría estar ubicada en cualquier otro punto del planeta y su incidencia en el tejido socioeconómico asturiano sería parecido.

Un último asunto es que los ciudadanos se sienten confundidos ante propuestas que se solapan. El toque a rebato de campanario de aldea se ve reforzado por las propuestas de reducir el número de concejos, alguna realizada por verdaderos iluminados. Deberían dejar claro la Administración, los técnicos y la universidad que nada tiene que ver una cosa con la otra. Pero es imposible que estas operaciones irresponsables, coincidentes en el tiempo, no pongan en alerta a más de uno.

Y, atendiendo a la historia, se entiende la alerta pero no hay razones. El área metropolitana de Madrid acabó con la anexión de diez municipios a la capital, pero no sucedió lo mismo ni en Bilbao ni en Barcelona, donde las poblaciones mantuvieron su independencia. El área metropolitana es necesaria y no quita poder a los concejos, mientras que la reducción del número de concejos no se sostiene y menos desde un punto económico, que es lo que siempre se aduce. Ahora, eso sí, que no la llamen Área Central o Ciudad Astur que, como bromeaba recientemente Leopoldo Tolivar, parece que hablamos de un centro comercial o de una urbe romana. A veces las palabras técnicas son las más comprensibles.

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