Afondando
25-S: Ahora son ellos los que están cercados
Por Daniel Mari Ripa. Investigador en Psicología Social de la Universidad de Oviedo. Tenía todo lo que se requiere para un evento del siglo XXI. Un lugar simbólico, una fortaleza defendida por más de 1.000 agentes policiales. Un reto sobrehumano, reforzado por las provocaciones del Gobierno. Unos malos y unos buenos. Amplio suspense, como casi todo lo que acompaña al movimiento 15-M: ¿La gente que estaba detrás de los ordenadores aparecería a la hora convenida, desafiando las amenazas? Unos héroes, que volvían al mismo sitio una y otra vez tras las cargas. Y un drama: detenciones, heridos, lesión medular… Todo ello retransmitido en vivo por cadenas de televisión, periódicos online y manifestantes con ‘smartphones’ convertidos en corresponsales ocasionales. Madrid se convertía de nuevo en un gran plató de televisión. Justo cuando nos habíamos acostumbrado a las movilizaciones previsibles de los sindicatos, el 25-S ha vuelto para hacernos retorcer de tensión, de esperanza, de indignación. Serían las declaraciones de De Cospedal, el cinismo de Rajoy, las violaciones múltiples de derechos fundamentales o la necesidad de subir un escalón más en una lucha, pero el 25-S nos ha emocionado y con ello nos ha devuelto a las calles.
Éxito de convocatoria
Muchos miles de manifestantes (100.000 según los convocantes exagerando y 6.000 según la Delegación de Gobierno minimizando) y concentraciones de apoyo en diversos puntos del Estado -incluido un rodeo a la Xunta Xeneral del Principado– secundaban una protesta que quedará para la historia. El 15-M y su entorno habían perdido su primacía tras el verano, absorbidos por sindicatos, ‘mareas’ de funcionarios e izquierda institucional. Un suceso difícil de aceptar para quienes nacían con aspiraciones de ser ‘la voz del Pueblo’. Frente a la pared, como tantas otras veces, el 15-M, a impulsos, ha vuelto a salir por la tangente. Ya sucedió con convocatorias como el 15-O o el 12-15M, que ‘puentearon’ a las propias asambleas de este movimiento. El 25-S rompía, nuevamente, ese estancamiento de la movilización social controlada, la que busca llevar al PSOE al poder. Va un paso más allá. Y ha obligado al 15-M y a parte de la izquierda a seguirle, como un alfiler que tira de un hilo de coser. La izquierda (IU, ICV, CHA, BNG o Compromis-Equo), tras semanas de recelos y muchos titubeos, decidía acudir a la convocatoria y sus diputados abandonaban el hemiciclo para unirse a los manifestantes. Tras la ‘espantada’ de UPyD al 25-S, la izquierda institucional ha empezado a conectar con un movimiento a su medida, sin el fantasma de Rosa Díez y con una mayor politización. Les ha costado pero, al menos, esta izquierda ha decidido de qué lado no estaba, como demuestran los agresivos tuits de Carlos Martínez Gorriarán a Garzón. La vuelta atrás será complicada: Sus compañeros de profesión no les perdonarán fácilmente.
Rajoy fulmina su imagen internacional
Con la marca ‘España’ bajo el brazo y su flamante presentación en la Asamblea General de Naciones Unidas, Rajoy pretendía lavar su figura. Su negativa a solicitar el rescate (y a llamarlo por su nombre) le ha dado la imagen de un presidente ambiguo, poco de fiar, que se esconde a la hora de tomar decisiones. Andalucía –con su petición de 4906 millones-, Catalunya -con la convocatoria de las elecciones más independentistas de su historia-, Euskal Herria -con una huelga general portada del Financial Times tras la agresión policial al parlamentario de Amaiur Sabino Cuadra- y Madrid -con las masivas movilizaciones de indignados- le han hundido sus planes. Hasta la presidenta argentina, Cristina Kirchner, alertando de la represión policial en Madrid en su discurso ante la ONU, se ha cobrado los ataques recibidos por nacionalizar YPF. El gallego habrá tenido que dar muchas explicaciones en Nueva York. ¿Más confianza? Pregunten a la prensa internacional.
Acorralado, ante los ojos del mundo, el presidente del Gobierno quería lanzar un mensaje de dureza: “Nadie va a impedir la puesta en marcha de los recortes sociales”. Siguió el guión: desproporcionada presencia policial e identificaciones previas. Amenazas y provocaciones a los manifestantes, con comparaciones con el 23-F (Dolores de Cospedal), acusaciones de neonazis (Cristina Cifuentes, delegada del Gobierno en Madrid) o peculiares recetas ante los ‘indignados’: “Leña y punto” (José Manuel Sánchez Fornet, Secretario General del Sindicato Unificado de Policía). Si hubieran sido presidentes de un equipo de fútbol, la Comisión Antiviolencia les habría juzgado por ‘calentar el ambiente’. ¿El resultado? Cargas policiales, decenas de heridos y detenidos y un Estado policial que nos retrotrae a las cloacas de la historia de España. Pero era esperable. Pasó en Argentina, Bolivia o Grecia, donde conforme crecían las protestas sus Gobiernos trasladaban a Defensa e Interior el presupuesto de Educación o Sanidad. El 25-S nos deja una certeza: La pobreza y el desempleo aumentan, así como la desesperación. La lucha contra los recortes se ha recrudecido y el movimiento 15-M es más un parachoques que un incitador. No hay vuelta atrás.
El Congreso se da un golpe a sí mismo
Decía Emilio León (Corriente Sindical de Izquierdas) que la pugna “no es sólo por la represión sino por la depresión, por no ver salida”, ante el horizonte de la movilización sin fin. Por ello, Rajoy, instalado en su mayoría absoluta, sabe que el tiempo juega a su favor. Conoce que una protesta continuada que no alcanza sus objetivos, desgasta. El gallego, así, repite una y otra vez que ‘no va a ceder’ porque ‘salir a la calle no sirve para nada’.
El 25-S ha intentado replicar ese mensaje, desafiando la prohibición de acercarse al Congreso. Pese a la controversia, era obvio que NO se iba a ocupar el hemiciclo. Lo que estaba en juego era la capacidad de respuesta ante Rajoy. No era la primera vez que sucedía. El 21 de Mayo de 2011, la petición de desalojo de las plazas en la jornada de reflexión por la Junta Electoral Central era desoída por cientos de miles de personas. La noche del 12 de Mayo de 2012, una masiva vuelta a la Puerta del Sol era la contestación a la amenaza de intervención de la Delegación del Gobierno. Aun así, este reto era diferente. Diversas manifestaciones (enero de 2011, contra el pacto de las pensiones entre los sindicatos y el gobierno de Zapatero; junio de 2011, del 15-M de Madrid; julio de 2012, contra el recorte de salario de funcionarios) habían intentado alcanzar la Cámara Baja. Todas habían sido repelidas. Las Cortes se mantenían como inexpugnables, defendidas por vallas y fuerzas policiales. Pero quien crea que es la fuerza física lo que defendía al Congreso, estará muy equivocado. No era la falta de fuerza, sino una barrera simbólica, mental. El Congreso no solo representa el núcleo de poder sino también nuestros miedos de perder una democracia que costó décadas conseguir. Ante el miedo a la vuelta al pasado, a Franco, el Congreso emerge tras el golpe de Estado militar del 23-F como un lugar a defender, como un símbolo de la incipiente democracia española. La versión oficial alude a que la unión de los ‘demócratas’, junto a una intervención decisiva del Rey, estabilizó una democracia modélica. Un relato que ha calado a derecha e izquierda del arco político.
La ocupación de las inmediaciones del Congreso (que no el Congreso en sí) rompía este falso consenso, buscaba ‘ajustar cuentas con el relato oficial de la Transición’. No nos engañemos: La Transición no fue modélica. El 25-S quería reflejar que no dejamos completamente atrás la dictadura, que nos gobiernan muchos de los hijos de los dirigentes franquistas, que la democracia es de baja intensidad, o que la clase gobernante y las oligarquías económicas son parte de un mismo entramado donde la presencia en los Consejos de Administración de multinacionales es el paso natural tras dejar la política y los indultos a banqueros abundan más que las investigaciones por fraude fiscal. Y es que un dicho popular dice que es más atractiva una ropa que ‘sugiere’ que otra que exhibe. Por eso nos atrae a veces más un traje o vestido que un bañador. El 25-S ha jugado con esa idea. Su potencia no ha sido enseñar –ocupar el Congreso, sino ‘sugerir’, explicarnos que acercarse a la Cámara Baja no romperá la Democracia –como una parte de la izquierda aún teme-. Buscaba conseguir ‘que el miedo cambie de bando’, parafraseando un vídeo de IU. Ese era el valor simbólico de acercarse al Congreso: decir al PP y PSOE que la población podía llegar allí cuando lo deseara. Que es útil movilizarse y que no pueden detenerlos. El 25-S no ha acabado, no ha rodeado el Congreso (aunque el 29-S lo volverán a intentar). Pero ya ha triunfado: ha dividido a la sociedad en dos. Los que están a un lado de la valla policial y los que se han quedado al otro. Lo recordaba un tuitero: “El Congreso se da un golpe de Estado a sí mismo”. Porque siguen sin escucharnos. Pero ahora son ellos los que están cercados.

1 Comment
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Joaquin del Rio
jueves, 27 septiembre (2012) at 19:16
Interesantísimo análisis. Me lo he leído casi sin pestañear.