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Atlántica XXII

La última nigromante

Afondando

La última nigromante

Un retrato de A Bruxa de Brañavara, nacida hace cien años y una de las últimas personas dedicadas a la magia en Asturias. Su recuerdo es el final de una época.

Amparo López, A Bruxa de Brañavara

Artículo publicado en el número 61 de nuestra edición de papel (marzo de 2019)

José Alberto Álvarez López / Diseñador industrial y agitador cultural.

El escritor asturiano Jaime Izquierdo considera la parroquia campesina como heredera de la tribu o clan neolítico. Es la unidad mínima social, capaz de gestionar un territorio de forma autónoma. Las parroquias funcionan como un sistema aislado de modo celular, donde personas asentadas en aldeas desarrollan las tareas necesarias para el aprovechamiento del territorio de una forma casi autosuficiente.

Frecuentemente se valoran las habilidades de cada vecín, siempre por el bien común. En mi pueblo de 30 casas, donde el ambulatorio más cercano era un barbero a un par de horas de distancia, una vecina hacía las veces de enfermera y ponía las inyecciones al resto de vecinos. Así fue hasta que alguien vio a mi güelo ponérsela a mi güela con aparente cuidado y buena maña. A partir de ese momento, quedó mi güelo nombrado como curiosu de por vida en el noble arte de las curas, vendajes e inyecciones a cualquiera que lo necesitara a cualquier hora del día, sin esperar más que las gracias o alguna que otra ayuda en la yerba si se consideraba oportuno.

Este orden social que repartía tareas incluía la figura que sacramentaba los actos de la vida, los días de fiesta y demás ritos. Es decir, los párrocos, o guardianes espirituales de la parroquia. Algunas veces les salían rivales descendientes de las creencias más antiguas, que se pierden en la Historia, como videntes, sanadores y brujas, en un tiempo en el que mucha gente aún creía ver las ánimas en la Santa Compaña o Güestia, y asustarse de espíritus que se cruzaban por esas caleyas pre-electricidad de brumas, sombras y largas noches invernales.

Estos comunicadores con el universo oculto ofrecían todo tipo de servicios, y frecuentemente eran tan apreciados como respetados en la comunidad. Amparo López, más conocida como A
Bruxa de Brañavara, fue una de las últimas personas dedicadas en un tiempo anacrónico a la magia, que había decaído en el paso del siglo XIX al XX. Amparo todavía guardaba la capacidad de hablar con esas supuestas almas en tránsito que, desesperadas, pedían ayuda a sus familiares.

Nacida en 1917 en la aldea más alta de Boal, hija de una mujer soltera, Amparo sintió pronto presencias poco comunes. Vivía con su ganadería de dos vacas y ocho ovejas, cuyo provecho complementaba haciendo y vendiendo en mercados escalpinos blancos típicos de la zona. Y ahí empezó su fama. Los vecinos le comentaban sus grandes e inexplicables desgracias y ella se las llevaba consigo. En las noches que pasaba en su humilde casa, o en sus paseos también nocturnos por la sierra, escuchaba a los prisioneros entre dos mundos, que intentaban dejar por completo el ámbito de los vivos y para lo cual necesitaban pasaportes en forma de misas gregorianas, o simplemente decir unas últimas voluntades a sus seres queridos.

Además de hablar con fallecidos, a Bruxa realizaba otras actividades del tipo adivinatorio, y mandaba temidos mensajes o recados por otros vecinos cuando veía el mal cerca de alguien. Y había que hacerle caso, no fuera a ser que cayeran sobre esas familias terribles desgracias, como la muerte repentina de animales o incluso de parientes.

Amparo es considerada por muchos como la última de la tradición nigromante, extendida en el siglo XIX con numerosos ejemplos tanto en Asturias como en Galicia. De aquella se decía que las nigromantes adquirían su poder siendo bautizadas con una estola negra o si nacían en Viernes Santo. Los vecinos veían a menudo a Amparo durante sus caminatas nocturnas por la sierra de Gumio con una vela que nunca se apagaba pese al viento o la lluvia. Algunos decían que caminaba extensiones imposibles o que le seguían manadas de lobos y otros muchos poderes sobrenaturales.

Lo que sí es indiscutible es que muchas personas dicen haberse sentido impactadas por el conocimiento que tenía de familiares muertos, sin aparente relación con su entorno. Sus clientes venían de toda Asturias, León y Galicia, incluso de Madrid y del extranjero, mediante el boca boca de los vecinos emigrados y sobre todo tras el artículo publicado en el periódico Triunfo de tirada nacional. Muchos visitantes se quedaban impresionados. Tanto, que era habitual que repitiesen para recibir consejos.

Apenas escolarizada, Amparo no sabía leer ni escribir. Usaba a dos aprendices para mandar mensajes a los vecinos y dar recados, aprendices que sin embargo nunca llegaron a continuar su labor. Sobre su trato con la iglesia, varios fueron los curas que se negaban a dar misas por un difunto si sospechaban que estaba detrás a Bruxa, y en muchas homilías de aquella época se habló del peligro demoníaco de tales actividades.

Pero su fama fue en aumento, llegando a ser independiente creer en el Más Allá para no dejar de hacer lo que decía a Bruxa. Sin ritos mágicos conocidos, amuletos u objetos poderosos, pedía a los visitantes que esperasen al día siguiente para recomendarles una solución a su problema. Sin pedir nada a cambio, muchos le pagaban con azúcar, café, útiles de la casa o cualquier otro pago en especie, dando cada cual en función de cuán útil consideraban el consejo. Esta ayuda fue en los últimos años su sustento principal, sobre todo después de la muerte de su madre, cuando aumentó su actividad nocturna y el tiempo que le dedicaba al trasmundo.

A los casi 70 años, A Bruxa de Brañavara dejó este otro mundo. Muy pocos vecinos fueron a su entierro, atemorizados por el poder que tuvo en vida. Gracias al trabajo de Fredo Carbexe, quien hizo una extensa labor de campo con decenas de entrevistas, tenemos el libro Parzemique en Brañavara, editado en castellano y en fala occidental, un documento de otra época que trata de distinguir entre el poderoso mito y la mujer que realmente fue Amparo López Fernández.

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