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Atlántica XXII

Afondando

El Daglas

Cuento e ilustraciones extraídos del libro Los niños de humo, de la editorial Pez de Plata, y cedidos por los autores para su publicación

Artículo publicado en el número 60 de nuestra edición de papel (enero de 2019) como parte del monográfico sobre el éxodo juvenil

Aitana Castaño | Periodista
@Sairutsa
Alfonso Zapico | Ilustración
@zapigram

Sufría por verle desnudo, cubierto de una pátina de carbón, mientras el resto de compañeros hacía bromas en las duchas. Quería besarle y limpiarle, con delicadeza, la línea negra que le quedaba en los ojos porque nunca tenía tiempo para detenerse a quitarla. Ernesto, que algún día pensó en ser cura –«Dios no lo quiera», decían en casa–, dejó el seminario y entró en la mina para estar al lado de Joaquín, que era también «El Ruso» por parte de madre y «El Daglas» por su parecido con el actor. Y así estuvo, cinco, diez, quince años… Fue el padrino de su boda, aguantó estoicamente la temporada que al otro le dio por ir de burdeles. «Ernestín, cagondiós, ven conmigo, que no se entera nadie»; y lo abrazó fuerte la tarde que, en el embarque, les sorprendió una ración de grisú que casi no lo cuentan. «¿Qué se te perdió a ti en Alemania, Ernestín? ¡No me jodas!», le replicó pocas horas después en la barra de Casa Cosmen. «En Alemania nada, pero como siga aquí mirándote a los ojos acabaré perdiendo la cabeza», pensó mientras bebía la última caciplá a su lado. No hubo más palabras. Un billete de autobús le dejó en la Zentraler Omnibusbahnhof. Lo primero que vio fue el cartel del último estreno cinematográfico: «There was a Crooked Man…», protagonizado por Henry Fonda y Kirk Douglas.

 

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