
Armonía Martínez en su casa de Gijón con los recuerdos de su padre. Foto / Francisco Álvarez.
Fue la menor de los cinco hijos de Amparo y José María, la única mujer y la única de los cinco que sobrevive. En apenas un par de años de revolución y guerra perdió a su padre y a dos de sus hermanos, Enrique y Acracio, y vio cómo los otros dos, Armando y Ovidio, sufrieron la represión de los vencidos. Todos los varones de su familia lucharon, vivieron y en algún caso murieron bajo los ideales del anarcosindicalismo. Ella simplemente se define como «la fía de José, orgullosa de serlo». Armonía Martínez Prieto, con 92 años ya cumplidos, nos recibe en su casa de Gijón, en un edificio casi centenario a pocos metros de El Solarón, para evocar la figura de su padre, José María Martínez Sánchez (1884-1934), secretario del Comité Regional de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) y uno de los nombres más representativos del anarquismo asturiano en tiempos del atraco al Banco de España. Su posible relación con tales hechos y las circunstancias de su muerte, durante la Revolución de 1934, siguen siendo a día de hoy dos asuntos con inciertas respuestas.
Francisco Álvarez.
¿Cómo era su padre?
Mi madre se cansaba de decirle que hacía más vida en el sindicato que en casa. Y él respondía: «Pero Amparo, ¿no ves que yo estoy luchando también por nosotros, para que nuestros fíos tengan una vida mejor que la tuya y la mía?». No había manera, la CNT era su vida. Con David Roces, el padre de Jesús Roces Antuña, que fue el primer presidente de Alianza Popular en Gijón, tenía una gran amistad, era un hombre de posición acomodada y le dio dinero a mi padre para comprarse aquel coche que conocían como el canario por su color amarillo. Cuando ya tuvo automóvil le contrataron de la Azucarera de Veriña para llevar y traer al trabajo a los ingenieros, y ahí dispuso de un sueldo. Mi padre no gastó botas hasta que mis dos hermanos mayores empezaron a trabajar, porque antes no alcanzaba el dinero. Y un día llegó a casa calzando unas alpargatas, porque le había regalado las botas a un compañero del sindicato que no tenía calzado.
Para entonces ya había vivido el exilio a resultas de su actividad sindical.
Había tenido que refugiarse en Argentina y, años más tarde, en Portugal. Mi madre estaba aburrida de esa vida, porque cuando no estaba preso tenía que marchar o se pasaba el día en la Casa del Pueblo. Una vez tuvo que salir de Gijón con una lanchina desde cerca de La Providencia para coger un barco en altamar.
Se dice que José María Martínez era un buen orador, pero también un hombre de acción.
Sí. Un día uno de los compañeros llegó ante una de las mesas de cotización de la CNT, en la que estaba él, y le dijo: «Oye, José, a mí me parece que estoy dando demasiadas perronas al sindicato y no sé dónde van a parar». Mi padre le contestó que había que afrontar gastos de libretas, lápices, la luz del local y muchas otras cosas que se necesitaban. El mismo hombre volvió unas semanas más tarde porque no había quedado conforme con la explicación, había echado cuentas y le parecía demasiado gasto para lápices y libretas. Y entonces mi padre le enseñó el arma que tenía allí guardada diciéndole: «Oye, ¿pero tú qué crees, que esto lo regalan?». Y el compañero ya lo entendió.
Durruti y Ascaso llegaron a dormir en alguna ocasión en casa de su familia. ¿Tiene usted algún recuerdo de aquello?
Vivíamos en la calle Aguado, en una casa grande del número 17, frente al chigre de Víctor El Rey. Venían compañeros de Barcelona y Zaragoza, especialmente, y se quedaban a dormir en casa. Durruti y Ascaso pasaron una noche allí, tendría yo ocho o nueve años. Se fueron pronto.
¿Cree usted que su padre colaboró de alguna forma con Los Solidarios en la preparación del atraco bancario de Gijón?
Yo no había nacido aún. Mi madre me contó cosas de lo que pasó en aquellos años, pero mi padre no le informaba de esos asuntos. Y no recuerdo que ella se hubiera acercado ni una sola vez a la Casa del Pueblo a ver a mi padre, bastante tenía ella con sacar adelante a cinco hijos.
Pero José María Martínez tenía una estrecha relación con Durruti en aquellos años, ¿no es cierto?
Sí, sin duda. Con Durruti y con Ascaso, entre otros.
Su familia vivió su bienio negro entre 1934 y 1936. ¿Qué recuerda de aquellos años?
Recuerdo, cuando ganó el Frente Popular, la salida de los presos de la cárcel de El Coto, aquello fue una fiesta en Gijón. Pero dura poco la alegría en casa del pobre, y luego vino lo del 34. Mi padre murió en la Revolución y mi hermano mayor, Enrique, al año siguiente, al estrellarse contra un árbol la camioneta en la que él y otros compañeros transportaban armas desde Valencia a Zaragoza. Acracio perdió la vida en la guerra al alcanzar un obús el camión en el que iba. Fue el 7 de septiembre de 1936, esa fecha la tengo muy presente porque era mi cumpleaños. Ovidio, que era al que estaba más unido yo, pasó hambre y otras penalidades cuando lo llevaron preso a Galicia, pero lo que más le dolió de aquella experiencia, y siempre nos emocionábamos los dos cuando lo recordaba, es que al desembarcarlos en un puerto gallego una mujer le escupió. Él decía que si aquello se lo hubiera hecho un chiquillo hubiera pensado simplemente que se trataba de un crío maleducado, pero que una persona adulta le hubiera escupido cuando él no había hecho en su vida otra cosa que trabajar… Me da rabia que la gente joven no se interese por estas cosas que pasaron.
La extraña muerte de Martínez
El cadáver de su padre apareció, en octubre de 1934, en los alrededores de Gijón, en Sotiellu, por un disparo de bala. ¿Qué hacía allí aquel día?
Otro sindicalista, Aquilino Fernández Roces, tenía una carbonería y trajo armas que habían llegado a El Musel en un carro, camufladas bajo sacos de carbón. Mi padre salió de La Felguera, solo, en dirección a Sotiellu, porque Aquilino era el marido de la maestra de Sotiellu y tenía allí casa. Y al salir de aquella casa apareció muerto. A Aquilino lo mataron los nacionales cuando entraron en la ciudad.
José María Martínez llevaba consigo una suma de dinero importante del Comité Revolucionario, pero ese dinero nunca apareció.
Solo le encontraron una lata de sardinas que tenía para comer, el dinero no. Pensé muchas veces en qué es lo que pudo haber ocurrido, porque había gente que no quería que mi padre siguiera viviendo. Y nunca se llegó a aclarar su muerte.
Su padre y todos sus hermanos fueron anarquistas. ¿Usted también lo es?
Yo soy fía de José. Estoy orgullosa de serlo.
Su nombre ‘delata’ esa tradición familiar ácrata.
Fui la última de los cinco hijos. Cuando nací, mi padre le pidió a mi madre que escogiera para mí como nombre entre Libertad, Covadonga o Armonía.
¿Por qué Covadonga?
Porque él era de Parres y le caía cerca Covadonga. Entre esos tres me quedó el de Armonía. Y me bautizaron, en la parroquia de Jove. A mi padre le parecía una vergüenza y no fue al bautizo.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 47, NOVIEMBRE DE 2016
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