Cultures
Arte Sonoro en Asturias

Las antiguas grabadoras analógicas de bobina permitieron manipular el sonido más allá de su simple captación.
Según el musicólogo y compositor Manuel Rocha, “Arte Sonoro es un concepto artificial que surge para definir toda creación acústica que no consiste en música propiamente dicha”. Es decir, lo que desde hace unos veinte o treinta años llamamos Arte Sonoro son composiciones de audio que no se ciñen al patrón “melodía-armonía-ritmo-tonalidad”, que es el que ha definido durante siglos nuestra idea de música.
Rafa Balbuena / Periodista e historiador.
Muy superficialmente, sin ánimo de dar una definición cerrada y menos aún de establecer juicios de valor, el Arte Sonoro se hace combinando simples (o no tan simples) sonidos del mundo real, tanto de la ciudad como de la naturaleza, o haciendo lo propio con otros generados electrónicamente. La idea es transmitir sensaciones usando material audible y para ello vale cualquier fuente sonora: voces humanas, trino de pájaros, maquinaria pesada, fragmentos “cazados” de la radio, ruido de olas o de viento… Además, el carácter aperturista de esta disciplina lo apuntala que muchas creaciones de este “estilo” se mezclan, se solapan y se combinan con música “de toda la vida”. Gracias a la obra de compositores renombrados como John Cage, Karl H. Stockhausen, Pierre Schaeffer, Iannis Xenakis, Murray Schafer o el español Luis de Pablo, las composiciones de Arte Sonoro suelen ser aceptadas y reconocidas sin problema en el ámbito académico.

Los gijoneses Mu, ensayando en 1989. Foto / Archivo Rafa Balbuena.
De Crack a Mu
En Asturias, a lo largo de las últimas décadas, han ido apareciendo continuas muestras de esta disciplina, si bien su introducción no llegó a través de los conservatorios sino de la música popular por excelencia del siglo XX: el rock. Es a finales de los años setenta cuando dos grupos de Gijón, Crack y Asturcón, elaboran piezas complejas dentro de sus canciones utilizando lo que entonces se resumía como “efectos de sonido”. Crack, en su LP Si todo hiciera crack (1979), recrean a base de sintetizadores imágenes de riachuelos y atmósferas de placidez campestre, y Asturcón, meses después, hacen lo propio con los sonidos del amanecer en una braña asturiana en la extensa “Mayu” de su LP homónimo de 1980. El musicólogo Eduardo G. Salueña ha consignado que estas son las primeras obras de rock en Asturias donde el concepto de “paisaje sonoro”, un pilar dentro del sound art, se manifiesta de modo evidente, dando así carta de naturaleza discográfica a la música experimental (otra catalogación entonces habitual del término) de carácter autóctono.
Mento Hevia, líder de Crack, enarboló durante la década de 1980 la vanguardia “popular” de estas músicas que mezclaban el rock con la electroacústica y los experimentos de musique concrète a base de cintas, con grupos como Yola o Misión Duende. A partir de 1984, Mieres se convierte en un núcleo de repercusión nacional, surgiendo colectivos como Equipo Estético Étika Makinal (3EM), dedicados a la creación multimedia (otra etiqueta que hizo fortuna), grupos como Somnium, artistas como El Habitante o la activísima editora de cintas Fusión d.e. Producciones, cuyo catálogo, en apenas seis años, reunió más de un centenar de referencias de vanguardia sonora de todo el mundo. Los componentes del grupo Fasenuova, referencia indiscutible en la actual electrónica española, dieron sus primeros pasos en este pequeño pero hiperactivo grupo de agitadores sonoros.

Pablo Canalís con algunos de sus instrumentos exóticos. Foto / Manuel D. García.
Gijón fue el otro puntal asturiano del momento, gracias a grupos multidisciplinares (teatro, escenografía, música, poesía de acción) de una mini escena que agrupó talentos como Guzmán Argüello, Rubén Figaredo o Anthony Blake, el mediático mentalista que debutó dentro del grupo Raíl Real. Después de algún “trasvase” de componentes, Raíl Real alcanzó su contrapunto en los más formalistas Mu. Ambos proyectos se encuadraron en lo que entonces se denominaba genéricamente “otras músicas”. Queda claro que ante tanta variedad en una misma propuesta estética, como es el caso, surge la necesidad de “asegurar” y fijar el concepto agrupándolo mediante etiquetas. A veces afortunadas, otras discutibles, a menudo absurdas y casi siempre rechazadas por sus ejecutantes, hoy parece haberse llegado a un acuerdo tácito admitiendo sin mayores discusiones el término “Arte Sonoro” como marchamo común.
De los noventa hasta hoy
El abaratamiento de los sintetizadores y los equipos de grabación casera va a ser una constante desde 1987, y lo demuestra la popularización de la música electrónica a nivel global desde ese momento. Ese espíritu del “hazlo tu mismo” se empapa de un componente lúdico y en ocasiones abiertamente gamberro que, en lo que nos ocupa, dará frutos inclasificables como los del ovetense Eladio Verde. Nieto del escritor costumbrista del mismo nombre, Eladio es hoy mas conocido por su seudónimo Fela Borbone y por su labor de “luthier” utilizando objetos de desecho. Sus primeras grabaciones bajo el apodo de Madame Sifón consistían en collages paródicos de regusto punk, mezclando discursos del papa, melodías de teclado de juguete, canturreos burlescos, ruidos de cañerías, la sintonía del telediario o diálogos de series infantiles. Eladio/Fela crearía después proyectos como Los Hipohuracanados, Royal Canin o Ulan Bator Trío, y lograría una fugaz popularidad en 2008 al intentar presentarse a un concurso para representar a España en el Festival de Eurovisión (!).

Concierto de música experimental en la Mina de Arnao (Castrillón). Foto / Canal Youtube Ernesto Paredano.
Igual de lúdicos y deslavazados, pero con algo más de aparato conceptual, el Equipo de Acción Sonora (EAS) fue otro colectivo de improvisación libre radicado en Oviedo hasta su separación, fechada en 1997. EAS logró cierta repercusión entre la prensa especializada con una propuesta que unía atonalidad y greguería. Piezas como “Cangas de Shangai”, “El habilitado de clases pasivas” o “Favelas y fabadas” sirven (o no) para hacerse una idea de su carácter. El escritor Ernesto Colsa, colaborador de ATLÁNTICA XXII, fue uno de sus integrantes.
Mucho más serios, y también con una musicalidad innegable, fueron los gijoneses Mus. El dúo formado por Mónica Vacas y Fran Gayo llegó a ser clave dentro de la música independiente española desde el año 2000, practicando una suerte de folk moderno y reflexivo. Sin embargo, sus comienzos fueron radicalmente distintos, usando exclusivamente collages electrónicos, fragmentos de discos ajenos y grabaciones de ambiente, dando frutos de enorme belleza, complejidad y lirismo. Grabaciones como “Príi”, “Sé(gun)”, “Zuna” o “Pigaz”, entre 1995 y 1998, merecen ser valoradas como lo que son: gemas de una música tan experimental como emotiva.

El dúo Mind Revolution capturando material sonoro en el Alto Nalón. Foto / Enma Bi.
Poema Sinfónico del Nalón
A partir de la década de 2000, la irrupción de Internet y la generalización del ordenador como instrumento estándar de producción van a contribuir a una multiplicación de propuestas que van a expandirse en todas direcciones. Nombres como Daniel Romero (Dot Tape Dot), Juanjo Palacios (Mapa Sonoru), David von Rivers (Duga III), Pedro Menchaca (Men Chak), LCC (Ana Quiroga y Uge Pañeda) o Pablo Canalís (Folclores Imaginarios) van a concebir y plasmar grabaciones y discos donde la imaginación compositiva y la manipulación sonora se dan la mano, con resultados sorprendentes que van de lo delicado hasta lo brutal. Sus trabajos abarcan desde la revisión de instrumentos étnicos a la descontextualización de cualquier sonido para transformarlo, pasando por la radiografía sonora del paisaje asturiano o la manipulación de una guitarra hasta extremos que, para el profano, pueden sonar a cualquier cosa imaginable.
El último aldabonazo hasta la fecha, y uno de los mejores ejemplos de toda esta historia –necesariamente abreviada– ha sido El Nalón, un viaje sonoro a base de grabaciones de campo desde Tarna a San Esteban, siguiendo el curso del río, obra del dúo Mind Revolution. Empleando exclusivamente grabadoras, micros y un editor de audio, Eugenia Tejón y Ángel González han compuesto una suerte de poema sinfónico donde, a base de guiños constantes, uno puede reconocer gratamente y de oído una quincena de lugares de Asturias. Basta con escuchar el disco y dejarse llevar, sin moverse del sillón.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 46, SEPTIEMBRE DE 2016

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