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Atlántica XXII

Cuando papá apoya la lucha armada, pero no sabe darte el biberón

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Cuando papá apoya la lucha armada, pero no sabe darte el biberón

En Hija de revolucionarios, Laurence Debray describe de forma descarnada su infancia junto a unos padres intelectuales, de izquierdas y de prestigio internacional, pero lejanos dentro de casa

 

Laurence Debray | Foto de Gentiuno.com

 

David Sánchez Piñeiro | Filósofo

@sanchezp–david

 

El populismo es uno de los temas de nuestro tiempo. Hegel decía que la filosofía de su contemporáneo Fichte había hecho época porque había irrumpido con fuerza en el panorama intelectual de finales del siglo XVIII y principios del XIX y había obligado al resto de escuelas filosóficas a posicionarse respecto a ella. Algo similar ocurre con el populismo, ese Objeto Político No Identificado (OPNI) que no deja de generar controversias.

A algunos nos gustaría que La razón populista de Ernesto Laclau tuviese, para bien o para mal, más protagonismo en este debate, pero la tendencia viene siendo la contraria: la mayor parte de los autores preocupados por el populismo echan mano de otros referentes intelectuales. Un ejemplo es Carlos Fernández Liria, que estructura su libro En defensa del populismo (2014) a partir de la Crítica de la razón política (1981) de Régis Debray. En realidad, para decepción de unos y para alivio de otros, no he venido aquí a hablar sobre populismo sino sobre Régis Debray. O más bien sobre su familia.

Régis Debray es un personaje poco conocido en España. Quizás algunos recuerden Mañana España, el libro de conversaciones con Carrillo que escribió junto a Max Gallo. Sin embargo, en Francia es –o al menos fue durante mucho tiempo– una verdadera estrella mediática. ¿Por su condición de filósofo, que es la que le interesa a Fernández Liria? No; por haber sido confidente de Fidel Castro en La Habana, compañero del Che Guevara en la guerrilla boliviana y asesor de política internacional del presidente Mitterrand en París. Ahora, tras varias décadas relegada a un segundo plano, su figura ha sido devuelta al centro del debate mediático francés a raíz de la publicación de un libro: Hija de revolucionarios.

 

Régis Debray

 

Laurence Debray es la primogénita de Régis Debray y de Elizabeth Burgos y escribe Hija de revolucionarios en primera persona. El libro es un testimonio íntimo acerca de la experiencia de haber sido criada por dos intelectuales comprometidos de prestigio internacional. Laurence es relativamente benevolente con su madre, pero la imagen que transmite de Régis, como padre y también como persona, no deja al pensador francés precisamente en un buen lugar, por mucho que Laurence trate de minimizar la severidad de sus juicios con la frase de El misántropo de Molière que encabeza el libro: «Cuanto más se ama a alguien menos debe adulársele; el verdadero amor es el que nada perdona».

Laurence describe a su padre como un «negado para la vida». Al fin y al cabo, «garantizar el biberón por la noche y cambiar pañales no formaban parte de la panoplia del intelectual comprometido». Régis Debray era un hombre obsesionado con su producción intelectual, que dedicaba horas y horas a escribir y a corregir sus textos ensimismado en su escritorio y que se preocupaba de cuidar con mimo sus relaciones personales con figuras de renombre artístico o intelectual (en la infinita lista de amistades o de personas que frecuentaban a la familia aparecen desde Julio Cortázar hasta Jane Fonda, pasando por Pablo Neruda o Louis Althusser). Sin embargo, Régis no podía o no quería -o ninguna de las dos cosas- responsabilizarse de que su hija disfrutase de una infancia y de una juventud similares a las del resto de las niñas de su generación. Laurence asegura que tenía permanentemente la sensación de ser un estorbo para su padre.

Cuando tenía 10 años (sic) su padre llegó a la conclusión de que ya era lo suficientemente mayor como para posicionarse políticamente. La envió entonces a dos campamentos de verano: uno en Cuba y otro en Estados Unidos. Laurence supo apreciar en el país caribeño «los valores de la amistad y la fraternidad» y experimentó en territorio norteamericano un «conformismo ligero, alegre y púdico», pero llegó a la conclusión de que ella prefería una tercera alternativa: «La vieja Europa, bastante moderada y confortable: se come bien, se lee bien, se duerme bien».

La descripción de la vida familiar de los Débray Burgos es fascinante y por sí sola justifica la lectura de Hija de revolucionarios. Sin embargo, el libro ofrece  también una excelente excusa para pensar el siglo XX y la política revolucionaria. Régis Debray pasó 44 meses encerrado en una prisión de un pequeño pueblo de Bolivia tras ser capturado mientras ejercía labores de enlace entre Fidel Castro y el Che Guevara. Inicialmente le habían condenado a treinta años de cárcel pero las mediaciones del gobierno francés (con una campaña en la que se involucraron entre otros Sartre, el Papa y De Gaulle) y los cambios políticos en Bolivia aceleraron su excarcelación.

Desde algunos sectores se lanzó la acusación (que fue recogida en la página de Wikipedia del propio Debray) de que el filósofo francés había revelado a sus captores el paradero del Che, que fue fusilado poco tiempo después. Según Laurence Debray, sin embargo, sus propias investigaciones –realizadas con motivo de la preparación del libro– le permiten desmentir esta acusación: su padre no había sido el delator del revolucionario más famoso de todos los tiempos.

 

Ernesto Che Guevara

 

Laurence Debray confiesa que no es capaz de comprender el compromiso político radical de sus padres, un compromiso que les llevó hasta el extremo de involucrarse en la lucha armada de las guerrillas sudamericanas. El hilo que subyace a su rechazo tiene que ver, simple y llanamente, con una forma diferente de concebir la muerte. Al reconstruir la biografía política de sus padres, Laurence llega a la conclusión de que la muerte era para ellos «una realidad más trivial que hoy en día». Regis llegó a escribir en uno de sus textos que «la vida no es el bien supremo del revolucionario», una afirmación que resulta difícil de asimilar para una mentalidad del siglo XXI. Laurence admite que en el tema de la muerte, como en casi todos, su posición es antagónica a la de sus padres: «Siempre me he sentido indignada con la muerte y siempre me ha dado miedo». De ahí su rechazo de la lucha armada, una actividad que según ella supone una ‘fascinación por la violencia y una valorización de la muerte’.

Laurence da cuenta de los excesos del radicalismo de su padre. Describe, por ejemplo, el episodio en el que Régis Debray intenta convencer a Salvador Allende de las bondades de la lucha armada y de las limitaciones transformadoras de la vía electoral. Una cosa es resignarse a la lucha armada allí donde un gobierno dictatorial suprime toda posibilidad de intervención política democrática y otra muy diferente hacer apología de ella como mejor estrategia para la izquierda mundial. Laurence señala con una agudeza hiriente que a su padre nunca se le habría ocurrido levantarse en armas contra el gobierno republicano en su propio país. Algunas de las críticas políticas que Laurence Debray le lanza a su padre son del todo razonables. Sin embargo, el libro tiene un sesgo conservador que sorprende al lector –especialmente al lector español– prácticamente desde la primera página.

Nuestro país ocupa un lugar privilegiado en la trayectoria vital de Laurence Debray. Cuando era joven vivió en Sevilla con sus padres durante dos años y su primer libro publicado no fue otro que una biografía del rey Juan Carlos I. Hay un pasaje en Hija de revolucionarios en el que Laurence establece una comparación entre el presidente francés Mitterrand y el monarca emérito español que podría hacer sonrojar hasta al lector más desapasionado. Pensábamos que Javier Lambán y Juan Luis Cebrián habían alcanzado el summun del surrealismo al afirmar que la monarquía es la institución que mejor defiende los valores republicanos pero Laurence Debray ya se les había adelantado en el tiempo: «El Rey era el más republicano de todos los soberanos». Por su parte, Mitterrand encabezaba una «monarquía contrariada». El mundo al revés.

Una de las obsesiones políticas de Laurence Debray es su antichavismo radical. En Hija de revolucionarios define a Chávez como un “populista de elocuencia enardecida”. A finales de 2017 Laurence tuvo la oportunidad de interpelar a Jean-Luc Mélenchon a propósito de Venezuela en un programa televisivo francés de máxima audiencia. Sus preguntas, formuladas con un tono suave y relajado, acabaron desquiciando al líder de La Francia Insumisa, cuya estrategia comunicativa parecía antes la de un tertuliano chillón de tercera fila que la de un verdadero candidato presidencial.

 

 

Hacia el final de Hija de revolucionarios Laurence Debray dice sobre su padre que “pasa de un hombre de influencia, que tomó las armas antes de recorrer los pasillos de los palacios de la República, entre tres ensayos, dos amantes y cien cómplices, a Pitufo gruñón que redacta panfletos entre tres árboles, dos caballos y cien cortesanos”. En 2016 Régis Debray presentó en la Feria del Libro de Madrid, acompañado por Alfonso Guerra, su nuevo libro: En defensa de las fronteras. Ya lo advirtió Ignacio Sánchez-Cuenca en La desfachatez intelectual: “Algunos de los más egregios intelectuales de nuestro tiempo han pasado por el marxismo-leninismo, la socialdemocracia y el liberalismo, para acabar recalando en posiciones que solo cabe calificar de reaccionarias”.

 

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