Cultures
Arte urbano en las paredes de Gijón

Rajoy y los hermanos Marx, de Sr. X, se «asoman» a un portal abandonado de la calle Jacobo Olañeta, con intervención anónima añadida.
En los últimos años han proliferado las muestras de contenido artístico por las calles de Gijón, a menudo de tono rupturista, pero más allá de la simple pintada y en una cantidad sin parangón con el resto de ciudades asturianas.
Texto Rafa Balbuena
Fotos Imanol Rimada
Cualquiera que hoy pasee por Gijón, como por cualquier ciudad del mundo, podrá comprobar sin rebuscar mucho que en las paredes de la villa hay más pintura que la que arquitectos y diseñadores concibieron originalmente para ellas. En pleno siglo XXI, con las contradicciones sociales y económicas echando más leña que nunca al fuego sobre qué es arte y qué es tomadura de pelo, Gijón entero es un verdadero filón a la hora de descubrir las múltiples expresiones creativas que albergan sus muros. No es una observación gratuita: tanto por el eco de figuras que a nivel mundial se han hecho famosas con esta clase de obras (con el enigmático Banksy a la cabeza) como por la cuantía de las multas que los Ayuntamientos imponen a quien se salte a la torera la prohibición de pintar en una pared, lo que se engloba como grafitti, pintada, «street art» o «urban art» -que en términos estrictamente legales, aunque no artísticos, viene a ser todo una misma cosa- está hoy más que nunca en el ojo del huracán.
En un ámbito donde unos centímetros llegan a separar la pieza de museo del acto punible, algunos artistas inquietos han encontrado ahí el terreno ideal para expresarse y estilizar sus propuestas gráficas, dotando a sus obras de una carga extra de protesta, de incomodidad o de polémica. Porque la del espray y la calle es una puerta controvertida por la que a menudo entran o se cuelan otras figuras que, sin tener que ver con la plástica, añaden confusión y excitación al fenómeno del arte urbano. Desde el vándalo que insulta al político de turno y el hooligan que amenaza al adversario amparado por la nocturnidad, al artista más acomodaticio que pide una subvención para decorar un muro de titularidad pública, el espacio en el que operan es resbaladizo y todos ellos lo comparten sin estar necesariamente mezclados. Y aunque ante la ley todo se englobe en una sola cosa, lo cierto es que el denominado «arte callejero» o «street art» tiene tantas variantes y lecturas como personas lo ejercen. Por más que practicarlo conlleve lugares extraños y horarios inhabituales, haciendo que diferenciar creatividad y delincuencia sea una parte sustancial del aparato conceptual del artista.
Sea por ser Gijón la ciudad más poblada de Asturias, la que más suelo edificado contenga o por su condición de polo de atracción de ocio y turismo, lo cierto es que reúne una cantidad de pintadas, pegatinas o intervenciones ex profeso sobre el mobiliario urbano sin parangón con las que existen en Oviedo, Avilés o las cuencas. Y como si emularan a los bohemios de finales del XIX, estos artistas de calle parecen revivir con su práctica aquel deseo de «epatar al burgués», que en cierto modo consiguen. De qué forma si no se puede calificar la obra de gentes que, con evidente formación académica en muchos casos, plasman su creatividad burlando de una tacada tanto a la ley como al delito. Y a menudo jugando con una baza tan resbaladiza como el anonimato, que solo permite la firma con seudónimo y disocia al autor de su cara y del eventual cobro por su trabajo. Aunque esto último siempre será dudoso, y no solo por la dificultad de que alguien pague por encargar una obra de esta clase. Porque llegado el caso ¿qué es más delito? ¿Pintar un trozo de pared o dejar un hueco en la misma para llevarse a casa un grafitti o una intervención sobre el muro? El coleccionismo y su comercio, tan asociado al arte tradicional, también se topa aquí con su escollo.

Una técnica mixta en el entorno de Capua.
Arte y nombres
Dejando a un lado la pintada típica, de discurso político, vulgar, intrascendente, obsceno o humorístico y sin pretensión artística, Gijón está lleno de estas expresiones, especialmente en barrios como Cimadevilla, El Llano, El Carmen o La Calzada. Y entre sus categorías, la más evidente comienza por los grafittis, propios de la cultura hip-hop.
A Gijón «llegó hacia 1987», heredada de una forma primigenia surgida en Brooklyn a principios de los años setenta «que en origen se llamó y se sigue llamando ‘escritura’, aunque hay consenso en que la palabra «grafitti» para englobar toda aquella estética callejera surgió en los ochenta en la redacción del New York Times«, asegura Dani Stylo, pionero del hip hop en Asturias y gran conocedor de la materia. Es, por así decirlo, el mural clásico contemporáneo que usa «letras de grafía redondeada, a modo de firma grande o motivo central, acompañada de otros elementos del gusto o del entorno en que se mueve el artista». Stylo y Bandit, ambos avilesinos, fueron pioneros a finales de esa década en variantes como el «taggeado» y, en la década siguiente, sus trabajos de grafitti clásico alcanzaron un carácter bien definido que, cada uno por distintas razones, no siguieron desarrollando. «Si ahora volviera a pintar, tendría que replantearme muchas cuestiones, no solo estéticas sino de cómo, dónde y en qué circunstancias abordaría una pintura», señala Stylo.
Porque los tiempos han cambiado, y mucho. Toda disciplina artística en desarrollo va a ir tomando caminos imprevisibles en el plano estético y técnico, y la proliferación de adeptos ha motivado que esos cambios se aceleren mucho en el street art. Por eso, después de la pintura «a partir de cero» usando espray o pinceles, se han extendido técnicas más rápidas como el «stencil» o estarcido (aplicar espray sobre una plantilla troquelada y luego retirarla) o las intervenciones sobre elementos ya existentes, aprovechando los recovecos que ofrecen objetos como señales de tráfico, papeleras, contadores eléctricos o contenedores. O el cada vez más extendido empleo del «sticker» o pegatina con mensaje, variante más difícil de descubrir, en la que el autor pega sobre cualquier superficie un adhesivo con una figura, una caricatura o un personaje real, sea en posición extraña o chocante, o con un mensaje contundente o críptico, a menudo rozando la contrapublicidad. Subvirtiendo, en suma, lo que en principio podría pasar por la travesura de un niño. Basta con fijarse con cuidado para llevarse alguna sorpresa. El del sticker es otro sutil juego entre apariencia y realidad.

Detalle de la obra de «Stairway to heaven» entre las calles Olavarría y Claudio Alvargonzález.
El misterio de Moly
De todas formas, en street art la frontera más señalada la marca la cuestión legal, que hace que una obra pase de elemento decorativo a transgresivo. «Yo creo que ahí está la clave que separa el urban art, más o menos permitido, de lo que llamamos grafitti, que va por otro camino», matiza Stylo. De hecho, otra palabra clásica en el argot del hip hop americano era llamar «crime» (delito) al hecho de pintar en la calle. Bordeando uno y otro, Gijón tiene en sus muros firmas de renombre como Sr. X, cuya obra está presente en ciudades de toda Europa. Precavido pero concienzudo, este artista ha concedido algunas entrevistas sin romper su anonimato, prefiriendo que sea su trabajo (imágenes figurativas, trampantojos y variaciones de estampas icónicas) lo que predomine sobre su palabra. Otros creadores, como Eroica, dan la cara abiertamente en los medios y piden sin ambages la total normalización de esta actividad. Y el punto medio está en propuestas anuales que, desde el Ayuntamiento, fomentan concursos ex profeso de pintura mural en rincones autorizados para ello.
Todas estas variantes han empujado la creación de interesantes proyectos como Gijón Street Art, que desde la web cataloga y actualiza con criterio la aparición en la ciudad de nuevas obras, legales o no. Con todo, el perfil oculto lo encarna como pocos la figura de «Moly», a cuya autoría nadie pone nombre, apellidos ni DNI, al menos públicamente. Tal vez sea lo mejor: el reglamento municipal estipula que la multa por una pintada, al margen de su finalidad, puede llegar a los 3.000 euros, y aunque no todas tendrían esa carga, la suma final del trabajo de «Moly» quitaría el hipo a cualquiera. Y a pesar de su anonimato quien más quien menos conoce ese dibujo de una cara que, tocada con un sombrero, guiña el ojo y saca la lengua al viandante de cualquier punto de Gijón, desde Contrueces o El Arbeyal hasta el mismísimo paseo de Begoña.
Con los años su autor ha evolucionado la gráfica, desplazando la «M» inicial y aparentando ser «Oly». Quizá sea simple casualidad, pero ese detalle dificulta enormemente su rastreo por Internet, algo que cualquiera puede comprobar. Casual o no, tal sutileza añade un plus de rupturismo a esa estampa que puebla paredes, barandillas, escaparates vacíos, puertas de garajes, canalones y hasta baldosas del suelo gijonés. Para colmo, otros adeptos han aprovechado su abundancia para a su vez pintar sobre ellos. Una suerte de colaboración tácita que, aparte de duplicar o triplicar el anonimato de la obra, la difumina, la subvierte, la realza o la ridiculiza, pero la hace avanzar. El «détournement» o descontextualización del arte, llevado un paso más lejos.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 54, ENERO DE 2018

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