Cultures
Cincuenta años de la muerte de Fernando Vela

Fernando Vela.
Se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Fernando Vela, una de las mentes más preclaras que ha dado Asturias a España. Su última partida de ajedrez con la muerte la jugó el 6 de septiembre de 1966 en el Café Pinín de Llanes y desde entonces su familia ha luchado para preservar la memoria de esta figura fundamental en la historia intelectual de nuestro país, como las jornadas en torno a su vida y obra que se celebraron en la Universidad de Oviedo a finales de 2010 y dieron pie al artículo que reproducimos a continuación.
Fernando Vela y el arte al cubo
Luis Feás Costilla / Periodista.
En su famoso artículo del mismo título, publicado en Revista de Occidente en abril de 1927 y dedicado sobre todo a la música, el periodista Fernando Vela definía “el arte al cubo” de la siguiente manera: “El arte nunca ha sido ingenuo, aunque a veces lo pareciese. El deleite estético nace siempre de la conciencia de una duplicidad, es decir, de una actitud irónica. Tomemos el ejemplo más sencillo: la metáfora. No existe más que cuando el sujeto posee la conciencia de que los dos objetos comparados son esencialmente distintos y que su identificación es capciosa. Ha de lanzar los ojos en dos direcciones opuestas para traer a coincidencia en su visión dos cosas incongruentes. Si creyera en su identidad real, la fruición desaparecería instantáneamente. No; el arte nunca es ingenuidad, sino ironía. Pero a veces esta duplicidad primera recibe nuevos dobleces: el arte al cubo”.
Es decir, un arte circense que busca el más difícil todavía, la cuadratura del círculo, como era, a su entender, el de muchos de los pintores, escultores y poetas que venían practicando lo que por entonces se llamaba “el arte nuevo”. Fiel amigo y seguidor del filósofo y periodista madrileño José Ortega y Gasset, aunque más moderno que él, su interés por el nuevo arte, si bien sincero, tuvo en todo momento un cierto sesgo conservador, que le llevó a apoyar entre otras cosas la insidiosa distinción entre quienes lo entienden y la “masa” o el “vulgo” que no lo entiende, utilizada por Ortega para ejemplificar su maniqueísmo elitista. A Vela, en el fondo, el cubismo y la Sinfonietta de Ernesto Halffter le parecen “pirueta y broma”, igual que a su maestro y jefe. Incluso se imagina a los once solistas que interpretaban la pieza musical como Les Musiciens del cuadro de Picasso, tocando de “buen humor”, sin que el público percibiera “la formidable burla latente”.
Publicista del arte deshumanizado, pero sin caer en el vértigo de su vacío, Fernando Vela se movió siempre dentro de los límites de lo clásico, de lo canónicamente aceptable, aquello que Lessing estableciera entre el realismo de los pintores holandeses y la expresividad de un Laocoonte que pudiera gritar. Su defensa moderada de una poesía y una prosa “bastante pura” (Jorge Guillén), es decir, lo suficientemente ensimismada, analítica e intelectualizada, recogida de las ideas de Ortega sobre la novela, hizo que por ejemplo rechazara el surrealismo, al que dedicó un artículo crítico pionero (El suprarrealismo, en Revista de Occidente, diciembre de 1924). La apuesta por una literatura racional y consciente le impediría aceptar un movimiento “extremista” que, según él, se sustrae a la lógica y se hunde en “el oscuro y profundo territorio del inconsciente”. Más adelante, acusará a Freud de tener “alma de pocero” y revolcarse en el “mayor cenagal”, para a continuación proclamar que lo que el alma “ha reprimido bien reprimido está, y allá en el inconsciente debe quedar”.
De todas estas cuestiones se han ocupado convenientemente, entre otros, Azucena López Cobo y Celsa Díaz en las íntimas y emotivas Jornadas sobre Fernando Vela que se celebraron a principios de diciembre del año pasado en la Universidad de Oviedo, organizadas por Luis Arias y dedicadas a este influyente y hoy un tanto olvidado “intelectual del siglo XX”, nacido en Oviedo en 1888, técnico de aduanas, redactor del diario El Noroeste y secretario general del Ateneo Obrero de Gijón, masón, reformista y regionalista, corresponsal en Asturias del semanario España, reclutado por Ortega como redactor y más tarde director del diario madrileño El Sol, secretario de la fundamental Revista de Occidente, traductor, director de la colección de novela Nova Novorum, colaborador del diario España en el exilio de Tánger y periodista hasta su muerte, acaecida en Llanes en 1966, once años después del fallecimiento de su mentor.

‘Charlot y las pajaritas’, obra de 1928 de Nicanor Piñole. Vela apreció la modernidad del pintor asturiano y ambos coincidían en su afición por el cine mudo y Charlot. Colección Victorino Fernández Ferreiro.
El cine, la nueva dramaturgia
Sin embargo, entre el intelectual asturiano y el surrealismo, por mencionar una sola de las vanguardias, podría haber muchos más puntos en común de lo que pudiera creerse. Por un lado, su compartido rechazo al realismo decimonónico, que hizo reclamar a André Breton la necesidad de “instruir proceso a la actitud realista” y al estilo “pura y simplemente informativo” (Manifiesto del Surrealismo, 1924). Por otro, su común afición al cine mudo y a Charlot. Fernando Vela será uno de los primeros pensadores españoles en tratar sobre la estética del cine (Desde la ribera oscura, en Revista de Occidente, mayo de 1925) y en considerar este arte como una “nueva dramaturgia” capaz de superar los condicionantes imitativos de la realidad, precisamente. Por eso mismo, no mostrará demasiado interés por mimetismos técnicos como el color o el sonido y considerará “antipelículas” todos aquellos filmes que se limitan a reflejar “la vida vulgar”. En este sentido, hay que señalar que donde han quedado mejor reflejadas sus ideas artísticas será en un ensayo ajeno, aunque traducido por él, dedicado al postexpresionismo y titulado Realismo mágico, de Franz Roh, publicado en español en 1927 y fundamental para la difusión en nuestro país de los valores plásticos italianos y la nueva objetividad alemana.
Pero si de lo que se trata es de buscar las raíces modernas de las ideas estéticas de Fernando Vela habrá que remontarse necesariamente a los artículos que publicó en el diario gijonés El Noroeste, desde los firmados con su nombre y dedicados a la crítica del realismo en 1915 hasta los escritos en 1920, el mismo año de su traslado a Madrid. También los publicados bajo la inicial F. (que Teófilo Rodríguez Neira atribuye a Vela) y dedicados a la Exposición de Bellas Artes de Oviedo de 1916, primer hito de la renovación plástica en Asturias. El escritor asturiano supo apreciar por ejemplo la modernidad intrínseca de los pintores Evaristo Valle (Gijón, 1873-1951) y Nicanor Piñole (Gijón, 1878-1978), que él estimó como modelos de la nueva actitud sintética, al juntar los elementos formales y los cromáticos, integrando la línea con la mancha.
En las obras de Evaristo Valle, de quien destaca sobre todo las carnavaladas, señala la armonía de colores y “la tonalidad general de sus sentimientos”, de los que “las figuras no son más que concreciones”. En las de Nicanor Piñole, sobre todo los paisajes, la luz, las relaciones espaciales y cromáticas que definen cada lugar son universos singulares con un tratamiento propio. Uno y otro resaltan por su peculiar humorismo, más expresivo en Valle, más “delicado y blando” en Piñole, que se tornará en el caricaturista Alfredo Truán (Gijón, 1895-1964) en toda una “fantasía de lo feo” que no despierta “horror” sino “el agrado de todo lo fantástico expresado con ironía”, muy del gusto de Vela, lo que podría explicar que el dibujante gijonés acabara colaborando en el diario madrileño El Sol.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 13, MARZO DE 2011

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