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Atlántica XXII

El compromiso ético y estético de Hugo O’Donnell

Cultures

El compromiso ético y estético de Hugo O’Donnell

Cuatro retratos de mujeres pioneras fue la contribución de Hugo O’Donnell al número 48 de ATLÁNTICA XXII.

Cuatro retratos de la serie «Matar a un ruiseñor» fue la contribución del pintor Hugo O’Donnell a la portada de la sección Cultures del número 48 de ATLÁNTICA XXII, publicado en enero de este año. Son los de cuatro mujeres valientes y pioneras, la cosmonauta rusa Valentina Tereshkova, la resistente francesa Simone Segouin, la activista afroamericana Angela Davis y la feminista japonesa Shidzue Kato, defensora en su país del control de natalidad. El de la penúltima de ellas figuró en la exposición-subasta en apoyo a ATLÁNTICA XXII celebrada a finales del año pasado en el Manglar de Oviedo.

La serie, titulada como la novela de la escritora estadounidense Harper Lee en la que se basó la película protagonizada por Gregory Peck, sirvió para inaugurar la Feria de Vegadeo el verano de 2016 y supone para Hugo O’Donnell (Madrid, 1953) una vuelta a la figuración, tras muchos años de militancia abstracta. Miembro fundador del grupo Abra, siempre tuvo como rasgo distintivo de su pintura, una vez superado definitivamente el primer tanteo expresionista, una rigurosidad abstracta limpia y clara que se arraigó en 1992, año en que realizó una serie de geometrías soñadas con la que buscó la síntesis entre el purismo racionalista y el poder sugeridor de lo específicamente pictórico.

Desde entonces, la geometría ha ido cambiando, desde compartimentos triangulares o cuadrados y rectángulos perfectos hasta las posteriores bandas verticales y horizontales, pero lo que ha subsistido en todo momento es la intención de conservar la vibración propia del pigmento aplicado, el gesto de la pincelada, la porosidad de la mancha que vela el soporte.

La fría fragmentación del cuadro en secciones cromáticas bien valoradas debiera ser ubicada dentro de la abstracción postpictórica, en un registro menos intenso. Pero desde que se encontró consigo mismo todo vuelve a cobrar sentido, y la poesía se mezcla con la mejor pintura ya sin estridencias, en alusiones tan atractivas como eficaces.

En los últimos años ha venido desarrollando junto a María Jesús Rodríguez un camino paralelo en el que lo fundamental es una apreciación subjetiva y sublimada de la naturaleza asturiana –con la que conviven diariamente en su casa y taller al pie del Monsacro– y un compromiso ético y estético con el arte de su tiempo.

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