Afondando
Corbyn no es un trotskista

Jeremy Corbyn en un mitin. Foto / Rita Álvarez Tudela.
Rita Álvarez Tudela / Periodista (Londres).
El laborismo británico estrena nuevo líder, Jeremy Corbyn, pero, lejos de encauzar a un partido que obtuvo en mayo el peor resultado electoral en las últimas tres décadas, parece que este experimentando político genera demasiado debate y fisuras dentro de la afiliación y muchos lo acusan de pretender un giro excesivo a la izquierda. Lo paradójico de la situación es que toma el testigo de Ed Miliband, un político que fue acusado precisamente de lo contrario, de ser demasiado centrista y próximo a los conservadores, provocando que el tradicional electorado laborista le diese la espalda, mientras que los más jóvenes dijeron que no se sentían identificados con sus políticas y pedían un nuevo líder a gritos.
A partir de este punto, las paradojas continúan en un partido en el que la sombra del bautizado como nuevo laborismo por Tony Blair es demasiado alargada. Entre las controversias de su legado, “el apoyo incondicional a Bush, la agria polémica sobre las armas de destrucción masiva de Sadam Husein, el suicidio del profesor David Kelly y el enfrentamiento con la BBC, las multitudinarias manifestaciones en la calle contra la guerra, los informes Butler y Hutton, el propio desarrollo catastrófico de la guerra y de la posguerra”, todas ellas citadas por Rosa Massagué, ex corresponsal en Londres de El Periódico de Barcelona, en su libro El legado político de Blair (Libros de la Catarata, 2007).
Blair es ahora un político desaparecido desde la victoria de Corbyn, al que considera promotor del “aniquilamiento” del laborismo, así como “un peligro mortal”; mientras asegura sin tapujos que su liderazgo impedirá al partido ganar las próximas elecciones generales, que se celebrarán dentro de cinco años. El ex líder laborista, en el poder desde 1997 a 2007, no es el único entre los pesimistas sobre el futuro de los socialdemócratas británicos, a los que muchos ven regresando al pasado, como en la época del que fuera líder del ala izquierda Michael Foot, quien provocó la escisión del partido en 1980.
Otro político que juega un papel clave en la actualidad en el partido laborista es su número dos, Tom Watson, quien defiende que Corbyn “no es un trotskista”. Watson no dudó en instar a los diputados que se negaron a seguir con Corbyn a que dejen de hacer declaraciones “públicas y por la espalda” y a entender que “nadie quiere un Gobierno conservador”.
Corbynmanía
Pero las críticas internas no amainan y llegan de dirigentes como el “ministro a la sombra” (lo sería en su hipotético Gobierno laborista) John McDonnell, quien no duda en llamar a Corbyn “incompetente” y le acusa de “perder el control”, pronosticando que será “inevitable” que los miembros de su equipo le abandonen. “No tiene ningún control sobre su partido, pero a él no parece importarle. Es solo cuestión de tiempo que haya una renuncia”, dijo McDonnell, para quien el líder laborista y su equipo no están pensando para el futuro en tema alguno. “Esto no es solo acerca de la política, se trata de su competencia”, quiso dejar claro.
Entre las cuestiones polémicas que dividen al laborismo se encuentran la votación sobre el programa nuclear conocido como ‘Tridente’ y también los ataques aéreos sobre Siria, por lo que muchos creen que Corbyn permitirá un voto libre de los parlamentarios laboristas para evitar una rebelión en masa. En total, se sabe que un total de 21 diputados ya le desafiaron directamente, entre ellos los también “ministros a la sombra” Tristram Hunt, Liz Kendall y Chris Leslie, pues se negaron a votar en contra de las nuevas medidas económicas del Gobierno conservador.
Pero, aunque Corbyn no tenga credibilidad entre los pesos pesados de su partido ni apoyo de ninguno de los últimos primeros ministros laboristas, y además siembra dudas entre las acomodadas “vacas sagradas” del partido, lo cierto es que desde su elección se ha puesto en marcha un auténtico fenómeno fan llamado Corbynmanía. También ha despertado muchas ilusiones en sectores de la izquierda europea que apoyan nuevos proyectos como el de Syriza en Grecia y el de Podemos en España.
La candidatura de Corbyn, quien desde 1983 es diputado por el distrito del norte de Islington en Londres, provocó 250.000 afiliaciones nuevas y, en el primer mes desde que fuese proclamado líder, otros 50.000 británicos se han unido a su causa motivados por su discurso.
Pero, frente a las dificultades, Corbyn no dudó en defender en el congreso anual laborista en la ciudad costera de Brighton un programa de “cambio” para acabar con la austeridad económica en el Reino Unido y hacer un llamamiento para invertir en “infraestructuras, trabajos cualificados y educación”. Corbyn rechaza de forma contundente la política económica conservadora, defendiendo que quiere “una política más amable y una sociedad más comprometida”. Para este político vegetariano, que le gusta moverse por las calles de la ciudad en bicicleta, éstos son los verdaderos valores laboristas, y su principal reto no es otro que volver a ponerlos “de nuevo en el corazón de la política en nuestro país”.

A Corbyn lo apoyan las bases laboristas y los jóvenes. Foto / Rita Álvarez Tudela.
También es partidario de acabar con la desigualdad, de proteger a los trabajadores, de aumentar la inversión pública, de defender los derechos humanos y la libertad de un ciudadano británico preso en Guantánamo y de reconocer el acuerdo nuclear con Irán. Todas ellas parecen posiciones naturales en un programa electoral de un partido de izquierdas; por ello, frente los que parecen dispuestos a tirarse los platos a la cabeza dentro de su partido, Corbyn responde ni corto ni perezoso con un simple “creo firmemente que liderazgo significa escuchar”.
Conservadores y liberales
Mientras, al otro lado de la barrera política, los conservadores liderados por David Cameron con mayoría absoluta intentan girar hacia el centro con la llegada de Corbyn y trasladan a la opinión pública que son el verdadero partido de los trabajadores. En esa línea, el ministro de Economía, George Osborne, aludió en la cita anual tory en Manchester a los conservadores como “los constructores”, mientras que llamó a los socialdemócratas “los destructores”, defendiendo que su partido cree “en una defensa fuerte, la economía de mercado y en vivir dentro de las posibilidades”.
Para el comentarista político británico Owen Jones, este cambio de estrategia de los tories para pasar a ser partido obrero es “una mentira descarada”. Esta firma habitual del diario The Guardian no duda en tirar de la historia para remontarse a la fundación del Partido Laborista, hace más de un siglo, cuando surgió un conflicto entre los trabajadores que deseaban una vida mejor y los empresarios que estaban más interesados en sus beneficios. “La estrategia tory es letal porque desvía la ira legítima de la gente con sus problemas lejos de los poderosos, mientras que sus bolsillos se vacían sigilosamente”, dice Orwen, haciendo un llamamiento para que “la farsa de la operación de cambio de marca de los tories sea expuesta”.
En la misma línea de reconstrucción que los laboristas se encuentran los liberal-demócratas, quienes perdieron en las pasadas elecciones de mayo todo el terreno ganado por Nick Clegg en las del año 2000. Tras su fracaso electoral y posterior dimisión, Clegg concede ahora entrevistas en las que dice que su “mayor error” durante el Gobierno de coalición fue haberse sentado en el Parlamento británico junto a Cameron. Cuando se le preguntó sobre lo que habría hecho de forma diferente en su etapa en el cargo, el ex viceprimer ministro se negó a nombrar cualquiera de las decisiones tomadas por su partido cuando compartía el poder.
Clegg no mencionó ni de pasada políticas que sí que sabe perfectamente que causaron el enfado entre sus votantes, como el apoyo de la subida de las tasas universitarias a más de 10.000 euros anuales, casi el triple de lo que costaban hasta 2012. Paddy Ashdown, responsable de campaña de los liberal-demócratas, calificó el resultado de Clegg en mayo como “humillante, aleccionador y doloroso más allá de nuestra imaginación” y no dudó en calificar el número de escaños perdidos como “una dolorosa puñalada en mi corazón”.
Escocia, del laborismo al nacionalismo
Dos partidos nacionalistas parecen beneficiarse de la crisis del laborismo en Gran Bretaña. Uno es el Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP), liderado por el siempre polémico y tildado de xenófobo Nigel Farage, y el otro el Partido Nacionalista Escocés (SNP), liderado por Nicola Sturgeon.
El caso de Escocia es el que mejor expresa la crisis del laborismo británico. En concreto el caso de la ciudad de Glasgow, que, con sus 1,1 millones de habitantes, pasó de ser un bastión del laborismo y la clase obrera a apostar por la independencia y el partido de Sturgeon, que parece preocuparse más por los escoceses que otros partidos con sede en Londres. “Siempre apoyé al laborismo, pero no lo hice así en mayo. No me sentía representado por el discurso de Miliband y no sé qué ocurrirá en las próximas elecciones con Corbyn. Al menos él parece tener experiencia y dice cosas con mucho sentido”, explica la ciudadana de Glasgow Anna Kane.
La persona que tendrá que hacer frente al reto laborista en Escocia es Kazia Dugdale, parlamentaria autonómica desde 2011, quien se presenta como una política de una nueva generación: “Estamos cambiando. Vengo sin el fardo del pasado”, explicó en sus primeros pasos, con la mirada puesta en las elecciones autonómicas que tendrán lugar en mayo de 2016, donde su postura contraria a la independencia puede hacer que los partidarios de Sturgeon no quieran ni oír hablar de cambiar su voto.
Por delante quedan meses en los que se verá si Corbyn conseguirá el giro hacia la izquierda que tanto anhela, o si su asiento en el Parlamento de Westminster y las presiones internas le harán cambiar de opinión y tirar más hacia el centro. Lo cierto es que el laborismo británico parece tener mucho trabajo por delante si quiere remontar el vuelo y salir bien parado de este nuevo liderazgo.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 41, NOVIEMBRE DE 2015

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