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Corrupción política (II): El franquismo sociológico

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Corrupción política (II): El franquismo sociológico

Retirada de un medallón de Franco en Oviedo el año pasado. Foto / Iván Martínez.

Retirada de un medallón de Franco en Oviedo el año pasado. Foto / Iván Martínez.

Xuan Cándano / Director de ATLÁNTICA XXII.

Para explicar la incidencia de la corrupción en España al factor religioso hay que añadir también el histórico, que suele ser la clave de todos los acontecimientos, porque el pasado ilumina siempre el presente. Y para ello no hace falta remontarse muy atrás, basta repasar la historia contemporánea. España es un país primerizo en el ejercicio de la democracia. No es ciertamente aleccionador, pero la primera experiencia democrática en la historia de España, o de las Españas, en acertada acepción de Américo Castro que comparto abiertamente, tuvo que esperar al siglo XX. Y no llegó a seis años, de 1931 a 1936, los de la II República española, un intento de modernización y de democratización de la sociedad que acabó con el baño de sangre de la Guerra Civil precedida por el golpe de Estado de Franco y los suyos.

La segunda experiencia democrática española la vivimos ahora, desde la muerte de Franco en 1975, o más bien desde las elecciones generales de 1977. Y precisamente la falta de tradición democrática de la sociedad española y las cesiones de la Transición –que fue un pacto por las alturas sin participación popular entre los reformistas franquistas y la débil izquierda salida de la clandestinidad– son la causa del déficit democrático que arrastramos, lo que algunos denominan, creo que acertadamente, el “Régimen del 78” en alusión a la Constitución aprobada ese año.

En España padecimos durante 40 años una dictadura fascista, militar, implacable en sus primeros años, y más blanda al final, y el dictador murió en la cama porque la resistencia antifranquista era minoritaria y débil, excepto en algunos lugares concretos, como en estas cuencas mineras asturianas.

Toda dictadura es corrupta por naturaleza y la franquista lo fue con desmesura. El propio régimen robó y expropió a ciudadanos condenados a la represión, la cárcel o el exilio, sus políticos y sus familias se enriquecieron en infinidad de casos a costa del erario público y el propio Francisco Franco amasó una fortuna no precisamente con el sudor de su frente sino apropiándose del dinero de todos los españoles a los que tanto decía reverenciar, como han puesto en evidencia recientes investigaciones del historiador Ángel Viñas, que asegura que entró en la guerra sin un euro y salió de ella con 388 millones, aunque de aquella contaba sus comisiones en pesetas.

Tras una larga agonía, en la que no hubo movilización ciudadana alguna, al igual que cuando se conoció su fallecimiento, Franco murió en el Hospital de La Paz –qué ironía para aquel guerrero que derramó la sangre inocente de tantos españoles– y los españoles estrenamos una democracia que no habíamos conquistado, sino que nos habían otorgado los herederos del dictador.

Y como es lógico, los hábitos del franquismo no se difuminaron con la democracia, sino que pervivieron con ella, al igual que muchos franquistas siguieron ascendiendo en sus carreras políticas pese al cambio de régimen, entre ellos el piloto de la Transición, Adolfo Suárez, ese referente político para Pedro Sánchez, que provenía del Movimiento Nacional.

No diré que todo quedó atado y bien atado, como decía Franco en su testamento, pero lo cierto es que con el franquismo no se fueron sus hábitos, que heredó la democracia. El autoritarismo, la falta de participación ciudadana, el caciquismo, la opacidad y la falta de transparencia son algunos de ellos. Pero también la corrupción, no menos relacionada con la falta de una cultura democrática.

Si bien es cierto que se destapó de forma generalizada en los últimos años, con la hegemonía del bipartidismo, la corrupción política estuvo presente en la Transición, aunque la injustificada mitificación que tuvo este periodo hasta hace bien poco la ocultase deliberadamente. Tanto, que el otro conductor de la Transición, de la mano de Adolfo Suárez, fue el rey Juan Carlos I, que no es precisamente un ejemplo de sobriedad ni de ejemplaridad en el desempeño de sus funciones. Obsesionado por el dinero desde que era Príncipe y sufría los desprecios del franquismo y su Corte, el enriquecimiento de Juan Carlos I, una de las mayores fortunas del mundo, no es ajeno a negocios y comisiones, como han documentado algunos autores valientes, que no gozan precisamente del aprecio de los grandes medios, aunque sí de merecida credibilidad.

Uno de ellos, el periodista y escritor asturiano Gregorio Morán, uno de los mayores expertos en la Transición española y autor de varios libros imprescindibles para conocer esa época, considera al rey emérito un corrupto y así lo manifiesta sin problema en público, recientemente en Asturias. Para Morán Juan Carlos I fue el mayor comisionista de España y su corrupción fue descarada, contando con la ayuda en esas misiones de su amigo Diego Prado Colón de Carvajal.

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