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Atlántica XXII

Creyentes y arribistas en los partidos políticos

Afondando

Creyentes y arribistas en los partidos políticos

Ilustración / Alberto Cimadevilla.

Luis Aurelio González Prieto / Historiador, escritor y profesor de Enseñanzas Medias.

La sociología, desde sus inicios, estableció una distinción entre los partidos políticos por sus orígenes, ya hubiesen sido creados por los propios cargos o por iniciativas populares completamente al margen de ellos, que se organizaban con la intención de que sus reivindicaciones fuesen atendidas por el Estado. En este sentido, Max Weber, primero, pero sobre todo Maurice Duverger concretaron una clasificación de los partidos según su nacimiento que se convirtió en clásica: Partidos de notables o cuadros y Partidos de masas.

Partidos de notables o cuadros eran aquellas agrupaciones políticas en las que personas notables por distintos motivos, financieros, políticos, empresariales, etc., se unían con la intención de crear una máquina electoral capaz de conseguir los votos deseados que les llevasen al poder. No se trataba de organizaciones con una férrea estructura y su actividad política decaía o hibernaba una vez se celebraban las elecciones hasta la siguiente cita electoral. En estos Partidos de cuadros la sufragación de los gastos electorales la hacían los propios candidatos, ya de su propio pecunio o de las donaciones que conseguían de los grupos sociales dominantes, por lo que no necesitaban tener un gran número de miembros. Se trataba de partidos que se articulaban a través de comités muy descentralizados y débilmente articulados. Estos fueron durante mucho tiempo las organizaciones políticas propias de la derecha.

A finales del siglo XIX, con la aparición del sufragio universal masculino, irrumpieron en el panorama político un nuevo tipo de organizaciones políticas que pretendían defender los intereses de las clases proletarias por una sociedad más justa. La necesidad de conseguir recursos humanos y financieros para poder presentar sus candidatos a las elecciones hacia imprescindible el reclutamiento y afiliación de un gran número de miembros para que, mediante pequeñas cuotas y trabajo desinteresado, aupar a sus candidatos a los parlamentos. Su armazón estructural estaba basado en secciones territoriales, fuertemente articuladas y con un grado importante de centralización. Ni que decir tiene que esta fue la forma de organización de todos los partidos de izquierdas.

Estas dos formas de estructuración orgánica determinaban el acceso a los cargos de representación y dirección política, es decir, a la carrera política. En el caso de los partidos de derecha, era la reputación o notoriedad social (empresarios, profesiones liberales, altos funcionarios, etc.) lo que determinaba el capital político necesario para poder ser candidato a algún cargo, por lo que ser miembro de un partido de derechas no era conditio sine qua non para el desarrollo de una carrera política. En cambio, en los partidos de masas o de izquierdas la carrera política exigía una afiliación al Partido, además de una militancia activa, participando en todas las actividades programadas por éste: reuniones, congresos, manifestaciones, mítines, propagandas electorales, etc.

La financiación pública

En la actualidad, en Europa Occidental, los Partidos con representación parlamentaria necesitan un buen armazón institucional fuertemente centralizado y una implantación en gran parte del territorio electoral, por lo que apenas existe una diferencia entre las estructuras partidarias de derechas o de izquierdas, la clásica distinción ha sido superada. Esto se ha producido, entre otras cosas, debido a la eficiencia electoral que se conseguía con los partidos fuertemente centralizados, organizados y disciplinados.

Además, se produjo una circunstancia determinante que ha llevado a la homogeneización de los Partidos: la aparición de la financiación pública de los que tienen representación política. Un fenómeno cuyo inicio es fijado por algunos en las ayudas estatales que recibieron los partidos políticos italianos en 1947. Será la Ley de Partidos de Alemania, de 24 de julio de 1967, la que consagre el principio de la financiación pública de los partidos políticos. En años posteriores el sistema de financiación pública de los partidos se fue extendiendo al resto de países y en nuestro país es en 1987 cuando ve la luz la primera ley que garantiza ese derecho para los que alcanzan representación parlamentaria.

Esto condujo -como afirman, entre otros, Phillippe Garuad, Daniel Gaxie, Stéphanie Dechezelles o Lucie Bargel- a que, tanto en los partidos de izquierdas como en los de derechas, la militancia política se convirtiese en la vía imprescindible para realizar una carrera política, entendida como sinónimo de carrera profesional.

Este conjunto de circunstancias es lo que ha llevado a una buena parte de la moderna sociología política, con Mancur Olsen a la cabeza, en su obra The logic in collective action, a defender que los móviles que llevan a algunos individuos a la militancia no siempre son de carácter ideológico.

Ni que decir tiene que hay mucha gente con ambiciones políticas personales de uno u otro tipo, y a ellas los partidos pueden proporcionarles la oportunidad de obtener beneficios no solo colectivos, sino personales, como los cargos políticos. Esto es lo que lleva a Olsen a decir: “Las máquinas políticas son capaces de desarrollar estructuras organizadoras bien articuladas… porque luchan principalmente por bienes que benefician a individuos particulares, más bien que por el interés común de cualquier grupo amplio”.

Reunión de dirigentes del PP de Asturias. Foto / Mario Rojas.

Resumiendo, lo que defiende una buena parte de la sociología política contemporánea, siguiendo las tesis de Angelo Panebianco, es que en los partidos políticos nos encontramos con dos tipos de militantes: los creyentes y los arribistas. Los primeros no suelen ambicionar el poder y si por casualidad acceden no permanecen en él, suelen recordar a los líderes los objetivos finales de organización cuando estos se apartan ostensiblemente de ellos. Por otra parte, se encuentran los arribistas cuyo interés es alcanzar los incentivos selectivos, es decir, el poder. No tienen ningún problema en dejar a un lado la ideología fundacional de partido con tal de conseguir alguna alianza que los mantenga en el poder.

Este tipo de militantes suelen acumular cargos orgánicos, así como políticos, que ha conquistado el partido. Suelen cambiar de cargos, pero su presencia es perenne, se mantiene a lo largo de toda su vida. Por lo general, se encuadran en fracciones informales que siempre niegan su existencia para protegerse y repartir entre ellos los escasos cargos orgánicos o políticos. Los militantes arribistas suelen ser los más activos y están dispuestos a invertir enormes cantidades de su tiempo y trabajo en beneficio del partido, siempre que a su vez se perciba la posibilidad real de obtener un beneficio personal económico o social, en forma de carrera política. Así las cosas, es frecuente que las élites del partido que detentan poder no siempre persigan un fin colectivo, en consonancia con su discurso ideológico, sino que, por encima de todo, pretendan compensar su inversión.

Botín de guerra

Este fenómeno ha sido muy estudiado por Gaxie en dos singulares trabajos: Economie des partis et retributions du militantisme y Retributions du militantisme et paradoxes de l´action collective. Este autor señala que existe un importante número de cargos en los aparatos administrativos, reservados a los miembros más influyentes del partido: puestos en las cámaras de representantes, Ministerios, secretarias de Estado, direcciones generales, cargos de libre disposición, alcaldías, concejalías o cargos de dirección en empresas públicas. Algunos incluso llegan a decir que es el botín de guerra con el que son retribuidos aquellos que más han aportado a la victoria electoral.

Estos cargos políticos son repartidos en función de las responsabilidades jerárquicas que los militantes ocupan en la estructura de poder del Partido. Esta especie de reparto de botín es lo que lleva a los partidos políticos a convertirse en unas estructuras oligárquicas, como señalan Robert Michels (sobre Michels ahondé en “Los partidos no tienen remedio”, en el número 9 de ATLÁNTICA XXII) y M. Ostrogorski, explicando cómo los dirigentes intentan por todos los medios asegurarse los resortes del poder. Estos militantes que han conseguido acceder a lo que Duverger denomina los círculos interiores del poder se blindan para no ser destituidos e intentan que la forma natural de acceso se produzca mediante un proceso de cooptación de los nuevos militantes, eso sí, siempre revestido de una apariencia muy democrática. Militantes dóciles que trabajen y esperen su turno para alcanzar los cargos a los que aspiran y su correlativa retribución con un puesto en los aparatos políticos-administrativos controlados por éste.

Mientras los partidos aumentan sus victorias electorales y van ocupando cada vez más cuotas de poder, las retribuciones a los militantes con más peso, en los diferentes escalones de la pirámide jerárquica, se pueden realizar con normalidad, ya que el partido cuenta con muchos puestos políticos-administrativos con los que remunerar los servicios prestados. No obstante, los puestos de retribución siempre son menos que los candidatos a ellos; por consiguiente, según señala Gaxie, cuando los costes de oportunidad de los militantes son superiores a su retribución hace que éstos pierdan rápidamente su compromiso. Por eso, los militantes más comprometidos suelen hacer proselitismo para conseguir votos para su Partido, pero no tanto para que se adhieran a él nuevos militantes que puedan competir por los cargos. El problema se presenta cuando los partidos pierden elecciones y paralelamente cargos con los que poder retribuir a un buen número de sus militantes. Es entonces cuando surgen voces discrepantes organizadas que acusan a los dirigentes de falta de ortodoxia ideológica.

Derecha e izquierda

Evidentemente, los partidos no pueden mostrarse al público como enormes maquinarias en las que una buena parte de sus miembros y, en concreto los dirigentes, buscan denodadamente desarrollar su carrera política, por lo que en su discurso debe obviarse completamente el ansia por hacer carrera política, es decir, por conseguir retribución, pues la búsqueda de retribuciones dentro del partido es algo censurado y, por supuesto, mal visto.

En este aspecto, existe una diferencia sustancial entre los partidos de derechas e izquierdas. En los de derechas, la competitividad por los cargos y la consecución de remuneraciones económicas, al encontrarse presentes en su discurso ideológico, no se ven tan reprobadas, siempre que la carrera política y la búsqueda de retribuciones se realice dentro del orden establecido. Mientras que, en los partidos de izquierda, el militante debe desprenderse de todo comportamiento que pudiera parecer egoísta, para adoptar una apariencia de vida cuasi santifical, orientada solamente a trabajar por los fines ideológicos del partido: la consecución de beneficios colectivos.

Esto produce, según Gaxie, un discurso político scotomizado1 o hipócrita, en opinión de Judith Shklar, es decir políticamente correcto, privado de todo componente egoísta y, por lo tanto, humano. Esta gran disfunción entre la realidad que se percibe en el día a día de la política y su discurso es el que puede estar produciendo una desafección de los electores hacia sus partidos tradicionales.

1 Termino utilizado por psicoanálisis que hace referencia al mecanismo de ceguera inconsciente, mediante el cual hace desaparecer los hechos desagradable de su conciencia.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 48, ENERO DE 2017

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