Cultures
Cuevas falsas: cuando la burla se convierte en arte
Impostores cuya destreza ha hecho historia, manchas naturales interpretadas como figuras animales, zarpazos de oso que se confunden con grabados e, incluso, simples obras de vandalismo. Asturias es un buen ejemplo de cómo las falsificaciones rupestres han sido una constante en el mundo de la arqueología, poniendo en evidencia a la comunidad científica.
Blanca M. García / Periodista.
La historia de este reportaje comenzó, como no podía ser de otra forma, con una modesta impostura. Un licenciado en Historia del Arte que prefiere no hacer público su nombre le trasladó a un miembro del equipo de ATLÁNTICA XXII sus sospechas sobre dos pinturas que había localizado en la cueva de La Trapa (Puerto, Oviedo) en una de sus visitas en busca de quijadas y otros restos que pudieran servirle para hacer trabajos de artesanía. En medio de un montón de firmas y dibujos modernos de todo tipo, le habían llamado la atención una mancha ocre cuya forma se asemejaba a la figura de una ballena y otra negra que parecía representar un macho cabrío.
Las citadas pinturas fueron fotografiadas y enviadas al prehistoriador, exdecano de la Facultad de Historia de la Universidad de Oviedo y director general de Patrimonio Cultural del Gobierno del Principado, Adolfo Rodríguez Asensio, quien, aunque se decantaba más por la idea de que no tuvieran un origen paleolítico, prefirió visitar la citada caverna para descartar que pudieran aparecer restos prehistóricos. Rodríguez Asensio atribuyó de forma automática la mancha ocre a una forma natural de la propia roca pero, observando únicamente las fotografías de la pintura del macho cabrío, creyó distinguir “un primer momento donde pintaron la panza y las patas, y un segundo donde fueron dibujadas la cola y una cabeza con cuernos”. “Es una figura chocante. No encaja con las representaciones habituales prehistóricas”, había explicado el entonces director de Patrimonio en funciones. “Habría que verlo”.
Una vez en la cueva, Rodríguez Asensio no encontró, a priori, ningún resto de arte parietal ni mobiliar –lascas, huesos tallados, etcétera– que le indicara que ésta pudiera haber sido habitada por el hombre paleolítico, aunque le llamó la atención un bloque de roca con líneas grabadas y dispuestas en varias direcciones situado en la entrada. “Podrían ser elementos naturales, pero no tengo una certeza absoluta”, dijo el profesor, quien prefirió tomar fotografías de los grabados para estudiarlos con detenimiento y descartar un origen “histórico o prehistórico” de los mismos.
Entonces, ¿le resulta sencillo a un experto identificar la autenticidad de una pintura? “Es algo que se consigue con el oficio”, opina Rodríguez Asensio. Algunas de las pistas que los arqueólogos utilizan para determinar si una pintura puede ser obra de nuestros ancestros primitivos se basan en buscar los restos del yacimiento, es decir, las herramientas y materiales que utilizaban para su vida diaria o para realizar el arte mural. “Sería algo así como encontrar el basurero”, apunta. La mayoría de los investigadores acostumbran a dar por válidas aquellas representaciones que se corresponden con el repertorio clásico del arte rupestre. Sin embargo, ¿quiere eso decir que es imposible que hubiera hombres primitivos que utilizaran un estilo distinto? La arqueóloga asturiana Gema Adán considera que nunca se puede estar del todo seguro.
El abandono de Lledías
Algo así fue lo que ocurrió en la cueva de Cuetu Lledías (Posada, Llanes), probablemente el mejor ejemplo asturiano de cómo las falsificaciones han salpicado de polémica la arqueología. “Posee muchas figuras de animales realizadas en un estilo que no se parece en nada al arte rupestre”, opina la arqueóloga María Noval, que visitó la gruta hace unos años.
Las pinturas de Lledías fueron descubiertas en 1936 por Cesáreo Cardín, prospector, ayudante del pionero de la arqueología asturiana conocido como el Conde de la Vega del Sella –Ricardo Duque de Estrada y Martínez de Morentín– y autor de importantes hallazgos como la cueva del Buxu (Cangas de Onís) y la del Conde (Santo Adriano), mientras excavaba un terreno de su propiedad para habilitar una conejera. La cueva está situada a unos metros de la que era la vivienda de Cardín, localizadas ambas –gruta y casa– en una curiosa finca de una hectárea de superficie donde abundan las terrazas construidas a modo de jardines colgantes y más de una treintena de esculturas de animales realizadas por el propio ayudante del conde en cemento armado, piedra y madera.
En el interior de la gruta, de unos 42 metros de recorrido, fueron descubiertas en distintas localizaciones pinturas –unas pocas de ellas grabadas a su vez siguiendo el contorno de las figuras– que imitaban las tinturas y técnicas magdalenienses. Éstas representan, aproximadamente, una treintena de animales en diversas actitudes, la mayoría bisontes, ciervos y cabras. Junto a ellas, la excavación realizada en el interior en su momento sacó a la luz un importante yacimiento, la mayor parte piezas óseas que en la actualidad se conservan en los almacenes del Museo Arqueológico de Asturias y que durante años permanecieron expuestas en el mismo como auténticas.
“Creo recordar que vi cerca de una veintena de piezas de asta de ciervo; casi todas azagayas y arpones con decoraciones. Se notaba a la legua que los cortes eran muy recientes y que no pertenecían al Paleolítico. Parecía una imitación realizada por un niño con una navaja de metal”, explica el arqueólogo y profesor de la UNED Eduardo García Sánchez, que tuvo ocasión de verlas en el almacén del Arqueológico hace unos años, aunque no llegó a estudiarlas. “Era todo muy obvio”, recuerda. Al parecer, para hacer más creíble su hallazgo, Cardín había mezclado piezas auténticas que había recuperado de las excavaciones a las que había asistido con otras hechas por él mismo.
Cesáreo Cardín logró con su hallazgo engañar tanto al conde como a prestigiosos investigadores de la época, hasta el punto de llegar a publicarse libros en 1944 y 1954 que daban por buenas sus pinturas. En el informe Intervenciones arqueológicas de la Comisión de Monumentos Históricos Artísticos de Oviedo (1844-1978), editado por la Universidad de León, Gema Adán explica que los investigadores Llopis Lladó y Jordá Cerdá tuvieron sobre los años cincuenta una intervención clave en la confirmación de la falsedad tanto de las piezas arqueológicas como de las pinturas.
“El conde debía de tener mucha fe en Cardín, confiaba en él, porque era quien se metía a prospectar las cuevas y quien encontraba las pinturas. Aquella era una época en la que todavía no se conocían bien los hallazgos de hoy en día, y cada vez que aparecía algo nuevo, tenían que encajarlo”, sostiene Eduardo García, y añade: “A los arqueólogos del momento probablemente no les sorprendió que los descubrimientos no encajaran del todo con el repertorio habitual”. Según cree, “el ayudante debía de estar un poco harto del conde y quiso burlarse de él. Cardín era quien descubría las cuevas, pero quien se llevaba los honores era el conde”.
Los terrenos, que incluyen la cueva, la casona y la finca, fueron adquiridos en el año 2001 por 120.000 euros por el Ayuntamiento de Llanes, que durante algún tiempo promocionó las visitas a la gruta. De hecho, en el interior de la vivienda, que se encuentra totalmente abandonada y llena de escombros de todo tipo, aún se conserva un manojo de entradas antiguo para las visitas turísticas, cuya tarifa normal era de 1,30 euros. El por entonces alcalde de Llanes y ahora diputado en el Congreso, Antonio Trevín, dice que la idea original era crear un aula de interpretación que permitiera a los visitantes conocer cómo habían sido las reproducciones del arte rupestre en el siglo XX. “La cueva se iba a utilizar como un complemento del desarrollo turístico del concejo”, indica.
Sin embargo, nada de eso se hizo mientras el PSOE estuvo al frente del Consistorio llanisco, cuyo mandato finalizó en las pasadas elecciones municipales de este 2015. Todo el conjunto se encuentra en la actualidad sumido en un profundo abandono, hasta el punto de que en el propio edificio del Ayuntamiento ni siquiera se encontraba la llave del candado de la puerta que da acceso a la cueva hasta el momento de realizar este reportaje. Un funcionario fue el encargado de romper el anterior candado y reemplazarlo por uno nuevo hace apenas unos días.
El actual concejal de Turismo de Llanes, Manuel Amalio Martín (Foro Asturias), denunció durante su visita a la gruta con motivo de la publicación de esta información la política de despilfarro del anterior Ejecutivo local. “Durante los casi treinta años que duró el Gobierno socialista, ésta fue la política habitual de compra de equipamientos que nunca se llegaron a utilizar. Nuestra postura es de indignación”. El edil ve injustificada la citada inversión: “Nuestra intención es realizar una auditoría para conocer cuántos equipamientos así se adquirieron y qué es aquello a lo que realmente se le está dando un uso”. Manuel Amalio Martín dice mostrarse contrario a acometer ningún tipo de proyecto que permita acondicionar o explotar el conjunto en un futuro.
La de Lledías, también conocida como cueva de Cardín, bien pudo haber servido de precedente para un engaño similar que llevaría a cabo, en 1991, un estudiante de Historia y espeleólogo llamado Serafín Ruiz en otra Comunidad próxima. En concreto, el citado estudiante fue el descubridor, falsificador y quien cobró la recompensa –12,5 millones de las antiguas pesetas– por haber hallado la gruta de Zubialde (Álava), que pasó de ser considerada como “la Capilla Sixtina del arte rupestre” a la mejor muestra de cómo un simple estropajo puede ser la herramienta perfecta para dar vida a un verdadero monumento a la falsificación del período Magdaleniense.
La ‘prueba de la costra’
Quizás tanto la de Cesáreo Cardín como la de Serafín Ruiz nunca hubieran pasado por buenas si se hubieran sometido a la que podríamos denominar la prueba de la costra, otra de las pistas que sirve para determinar la antigüedad de un hallazgo de estas características. Con el paso de los años, la roca va absorbiendo la pintura, creando a su vez una especie de película protectora encima de la misma. Es decir, si el arte mural de la gruta conserva sus condiciones de temperatura, humedad y composición del aire, tocar una pintura de estas características suavemente con el dedo no haría que éste se manchase de color, ni tampoco causaría deterioro en ella. “Se va formando una costra calcítica dura. Es el mismo proceso de creación que seguiría una estalactita o una estalacmita”, indica María Noval. Adolfo Rodríguez Asensio cree que quizás el mejor ejemplo de este proceso se puede observar en la cueva de La Covaciella (Las Estazadas, Cabrales), donde “existe un bisonte que parece, incluso, que tiene un cristal colocado por encima”.
Lo que en la mayoría de los casos no funciona es la prueba del carbono 14, válido, según el prehistoriador, para materia orgánica como el carbón, pero inútil en pigmentos naturales.
Un enigma por descubrir
Tres años antes del descubrimiento de Lledías, en 1933, el historiador Fernando Carrera Díaz exploró otra gruta asturiana donde apareció un curioso conjunto de pinturas atribuidas al Neolítico cuya autenticidad siempre fue objeto de discusión. Se trataba de la cueva de Pico de Socampo (Nueva, Llanes), que habían encontrado tres vecinos de Nueva el 20 de marzo de ese año. El informe La prehistoria asturiana, publicado por el Instituto de Estudios Asturianos en 1951, relata cómo estas tres personas se habían acercado a la gruta después de que uno de ellos hubiera oído un rumor de un antepasado suyo que decía que bajo la misma había agua. Para poder acceder a su interior, el informe indica que tuvieron que romper las estalactitas que bloqueaban la entrada. Carrera Díaz, uno de los máximos defensores de la autenticidad de las pinturas de Socampo, dejó constancia del descubrimiento reproduciendo los extraños dibujos, que aparecen en el informe aludido. Prehistóricas o no, el origen de estas representaciones sigue siendo un enigma, ya que desaparecieron después de que uno de los vecinos de la localidad llanisca las recubriera, en 1947, con pintura roja.
Pendiente de “ser estudiada con metodología moderna y nuevas técnicas” –en opinión del equipo que estudió la caverna de Candamo– queda también una “mancha roja” que en su momento fue interpretada como la figura de un bisonte y que fue localizada en el interior de la cueva Oscura de Ania (Las Regueras), excavada en 1977. Gema Adán, que estudió los restos arqueológicos de la gruta entre los años 2000 y 2001, fue probablemente la primera persona en advertir que la figura podría tener un origen natural. “Es necesario hacer un análisis geológico para comprobarlo. Puede que el hierro de la caliza provenga de la propia roca”, sostiene.
Más habitual que el caso de Las Regueras es el de la multitud de grutas repartidas por todo el territorio asturiano donde nunca falta un ciervo, un caballo, una cabra o un bisonte dibujados recientemente para engañar a los crédulos. Ejemplo de ello es la especie de mamut aparecido en La Huelga (Nieda, Cangas de Onís) hace poco. “Recibí una llamada de una persona del Ayuntamiento para que fuera a verlo. Se notaba claramente que era una pintura reciente”, explica Eduardo García. En ocasiones, también los zarpazos que dejan los osos en las cuevas cuando se desperezan al terminar su periodo de hibernación han sido confundidos con grabados paleolíticos.
A ello se suman enigmas aún por resolver como el de la cueva de La Magdalena (Vidiago, Llanes), donde en 2008 el geólogo ahora retirado y ex catedrático de Ingeniería del Terreno de la Escuela de Caminos de Santander Alberto Foyo halló los restos de lo que podría haber sido un depósito de ocre. Pendiente de una puesta al día y de datación, todo parece indicar que la gruta pudo haberse utilizado como el almacén del que salían las pinturas que se utilizaron para pintar cavernas como El Pindal y Tito Bustillo. “Se hizo un informe con todos los datos de análisis hechos de la gruta, y ahí quedó. Había digitaciones (rayas de color) en la cueva que posiblemente sean auténticas”, asegura Alberto Foyo.
En la actualidad, existen 52 cuevas registradas en Asturias con arte paleolítico auténtico, aunque ningún experto descarta que pueda ser descubierta alguna nueva. Quizás, con el paso del tiempo, también salgan a la luz pinturas o grabados considerados originales y que en realidad solo sean otro monumento a la falsificación.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 40, SEPTIEMBRE DE 2015

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