Cultures
Desencuentros en la segunda fase

La primera fase de la ampliación del museo pierde metros y más metros de espacio útil. Foto / Pablo Lorenzana.
La inauguración de la ampliación del Museo de Bellas Artes de Asturias el pasado mes de mayo no solo no resuelve los problemas estructurales de la pinacoteca ovetense sino que incluso los agrava, al condicionar su solución a una segunda fase que es en sí misma inasumible por descabellada y despilfarradora.
Luis Feás Costilla / Periodista y crítico de arte.
La ampliación del Museo de Bellas Artes de Asturias queda todavía como rescoldo de la etapa de grandonismo cultural del expresidente socialista Vicente Álvarez Areces. Su pretensión era aliviar una carencia ya casi crónica en el museo, la falta de espacio, aumentando un 75% el espacio expositivo hasta superar los 4.000 metros cuadrados útiles.
El contrato para la redacción del proyecto y ejecución de las obras se adjudicó a la empresa semipública SEDES el 6 de febrero de 2007 con un presupuesto de 17.440.014 euros, IVA incluido, y un plazo de ejecución de 23 meses. La obra, desde su inicio, sufrió diferentes vicisitudes que obligaron a la tramitación de varios expedientes de modificación contractual y numerosos reajustes de anualidades del contrato. En ocasiones, la falta de financiación fue tan evidente que aún se recuerdan las protestas de los trabajadores de SEDES, que colgaban sus reivindicaciones de los ventanales que dan a la plaza de la Catedral. El resultado fue el incremento de los costes en 10 millones de euros, hasta alcanzar los 27, y, aun así, una demora de seis años en la finalización de los trabajos, inaugurados justo antes de las elecciones, el pasado mes de mayo.
Lo que ha quedado es un edificio disfuncional, mal planteado y exhibicionista, que contrasta vivamente con la ejemplar restauración de los palacios de Velarde y Oviedo-Portal, realizada por los arquitectos asturianos Cosme Cuenca y Jorge Hevia en las sedes históricas del museo. La actuación ya era muy agresiva en lo urbanístico, pues suponía el sacrificio de cinco edificios catalogados y protegidos, entre ellos dos casas-palacio de los siglos XV y XVI, una casa de origen barroco y un noble edificio del siglo XIX, obra de uno de los arquitectos más destacados de la época, Juan Miguel de la Guardia. Era además obvio que, cuando se alzó con el encargo, el arquitecto navarro Patxi Mangado no conocía los edificios sobre los que iba a intervenir más que sobre plano, como demuestra el hecho de que en un primer momento quisiera cargarse también la casa de los Oviedo-Portal y eliminar la escalera principal del Palacio de Velarde, una idea descabellada que afortunadamente pronto se le quitó de la cabeza.
La solución final ha sido vaciar por dentro los cinco edificios mencionados y dejar tan solo las fachadas, haciendo caso omiso de los elementos arquitectónicos de interés que pudiera haber en su interior y sin plantearse otras posibles alternativas, por ser más trabajosas y menos lucidas y espectaculares. En su interior Mangado ha construido un edificio completamente nuevo, hecho en material reciclado semejante al de las mamparas de los cuartos de baño del desarrollismo, que solo de noche tiene el efecto reflectante deseado. Lo de la doble fachada ha sido por no atreverse a tirar directamente los edificios afectados, catalogados y protegidos, y lo que ha quedado es un pastiche futurista, de tabula rasa y estética posbélica, que deja al aire los huecos de puertas y ventanas como cuencas vacías de un rostro cadavérico, rematado por unos picudos lucernarios que la sabiduría popular ha rebautizado como “la montera picona”.
Semejante despropósito, que puede ser cuestión de gustos, sería entendible si al menos hubiera sido bueno para el funcionamiento del museo, pero por desgracia tampoco es así y no cumple siquiera el principal objetivo de la ampliación, como era ganar sitio. Por lo pronto, pierde un montón de espacio en el retranqueo del edificio interior con respecto a la alineación de la calle, dejando un hueco vacío cuyo correcto mantenimiento va a ser además bien complicado. Luego viene una imponente escalera que ocupa todo el frontal y sirve para lucimiento del arquitecto, pero relega a la parte de atrás la exposición de la colección permanente. Y ésta tiene que apretarse como puede pues apenas quedan paredes donde colgar cuadros, al ser todo pasillos estrechos, zonas de paso, puertas, ventanales y un inmenso patio central que atraviesa cuatro plantas del edificio, perdiendo metros y más metros.
Paradójicamente, los mayores atractivos de la ampliación son sus principales defectos. Por ejemplo, la luz, que entra a raudales por todos los rincones alegrando la visita, pero no puede ser regulada, poniendo en peligro todo lo que allí se expone, sin ir más lejos la salita dedicada al pintor Luis Fernández, compuesta en su mayor parte de materiales delicados. Por otro lado, las rejillas de calefacción recorren los zócalos del edificio entero, justo debajo de los cuadros, poniendo también en riesgo su conservación. La ampliación debería haber servido para ganar metros cuadrados, paredes útiles y espacios holgados bajo control lumínico y de climatización, pero no proporciona ninguno de estos requisitos. Si a eso se añade una exposición inaugural lineal, sin discurso y mal montada, la impresión no puede ser más negativa, según empieza a trascender en ambientes especializados, sobre todo de fuera de Asturias.

Las cubiertas picudas de Patxi Mangado sobresaldrían por detrás de la iglesia prerrománica de San Tirso.
Alegoría de Asturias
Nada que no pudiera vislumbrarse desde el mismo inicio de la ampliación, que hubiera puesto en pie de guerra a cualquier ciudad medianamente consciente de su historia. Pero lo más curioso es que en la Asturias oficial no ha habido apenas oposición al proyecto de Álvarez Areces, secundado por los sucesivos Gobiernos autonómicos de Francisco Álvarez-Cascos y Javier Fernández, así como todos los municipales. Recientemente, en julio, representantes de todos los partidos que forman parte del nuevo Ayuntamiento de Oviedo, encabezados por el alcalde, el socialista Wenceslao López, la vicealcaldesa Ana Taboada, de Somos, y el concejal de Cultura, Roberto Sánchez Ramos ‘Rivi’, de IU, respaldaron públicamente la ampliación del museo, haciendo una visita y posando juntos ante el cuadro Alegoría de Asturias, de Andrés Vidau, colgado en el vestíbulo. No puede encontrarse mejor título para lo que allí se está dramatizando.
Porque entre las muchas cosas en las que no se incide demasiado está que los almacenes, ubicados en el sótano segundo del nuevo edificio, por fin atienden a las necesidades del museo, pero el arquitecto ha tenido la habilidad de condicionar su viabilidad a la ejecución de la segunda fase de la ampliación. Hasta que no se acometa esa fase, no serán operativos, y los cuadros permanecerán almacenados en locales alquilados en los alrededores. El anteproyecto plantea un muelle de carga con frente a la calle Santa Ana, así como la excavación de sótanos a las mismas cotas de las del edificio de la primera fase. Pero para ello habría que demoler el edificio anexo al Palacio de Velarde y sustituirlo por un nuevo edificio de estética semejante al de la calle Rúa.
Estas obras complementarias supondrían una inversión inicial de 3.488.002 euros, que probablemente llegarán a los 7 millones por sobrecostes, y un plazo de ejecución de 20 meses mínimo que, visto lo visto, durará al menos cuatro años. El edificio anexo de la calle Santa Ana, del arquitecto Luis Menéndez-Pidal, rehabilitado en 1995 y perfectamente funcional, está bien integrado en su entorno urbanístico y no tiene ningún sentido sustituirlo por un edificio nuevo de material reflectante y cubiertas sobresalientes situado justo detrás de la iglesia de San Tirso, de origen prerrománico. Y que además… tendría los mismos servicios que el edificio derruido, es decir, oficinas, salón de actos y taller de restauración, al tiempo que repetiría similares errores a los de la primera fase y parecida estética posnuclear. A Patxi Mangado no se lo dejarían hacer en Pamplona.
Por eso resulta inconcebible que el presidente Javier Fernández se haya apresurado a prometerle al alcalde Wenceslao López acometer en breve esta segunda fase de la ampliación del Museo de Bellas Artes, cuando tiene que haber soluciones mucho menos costosas, algunas de las cuales ya se han planteado aunque sea de forma provisional. No es posible iniciarla sin abrir antes un amplio debate ciudadano y profesional, aunque para ello habría que emprender primero urgentes reformas en su funcionamiento interno, como es la apertura de sus órganos de gobierno, para que no estén en ellos solo representantes de los partidos políticos, sino también personas físicas o jurídicas que pudieran favorecer los fines del museo y además servir para extremar los controles.
El Museo de Bellas Artes de Asturias padece los mismos males que perjudican a todo nuestro sistema de convivencia, como son la intromisión de los partidos políticos, la falta de transparencia y una nula voluntad de participación. De ahí que estuviera más de un año sin director por culpa de un tortuoso proceso de selección en el que se mezclaron intereses políticos y personales, con la herencia del anterior director y luego consejero de Cultura del Principado de Foro Asturias, Emilio Marcos Vallaure, por medio. Aún no se han explicado suficientemente las razones por las que se impuso el candidato previsto, Alfonso Palacio, joven profesor sin apenas experiencia, discípulo predilecto de Javier Barón, miembro de la Junta de Gobierno del museo por Foro Asturias y jefe del Departamento de Pintura del Siglo XIX del Museo del Prado, cuyo director, Miguel Zugaza, presidió el comité de selección.
El Museo de Bellas Artes de Asturias, en el que Alfonso Palacio publicó su tesis doctoral, dirigida por Javier Barón, y recibió el encargo de varias exposiciones y catálogos razonados, siempre ha bordeado las malas prácticas museísticas. De hecho, el de Asturias se encuentra entre los museos españoles más opacos en su gestión, según un informe reciente de la Fundación Compromiso y Transparencia. De los veinticuatro indicadores establecidos en el estudio, el Museo de Bellas Artes de Asturias solo cumple de forma adecuada con uno, la información sobre actividades educativas. Suspende en todo lo referido a Misión, Plan estratégico, Gestión de fondos, Estructura organizativa, Políticas, Órganos de gobierno, Información económica y Resultados.

El nuevo Ayuntamiento de Oviedo en pleno respaldó la ampliación del Museo de Bellas Artes. Foto / Ayuntamiento de Oviedo.
Gravísimas deficiencias
Por ese motivo llama poderosamente la atención que una de las pocas voces críticas contra la nueva situación del museo sea precisamente la de otra persona que asimismo creció a su sombra, el estudioso Francisco Crabiffosse Cuesta, exdirector de la Agencia de Museos y Acción Cultural en el Gobierno de Francisco Álvarez-Cascos, representante de Foro Asturias en la Junta de Gobierno del museo y miembro de la comisión de especialistas nombrada por Emilio Marcos Vallaure para asesorar sobre la ampliación del Bellas Artes de Asturias, en la que también figuraron Javier Barón y Alfonso Palacio, al que le sirvió como mérito para su elección como director en 2013.
Crabiffosse cuestiona “las gravísimas deficiencias, ya conocidas, del acceso a los almacenes y la comunicación normalizada con el resto de los edificios del museo”, así como el “caudal lumínico que parece incontrolado, con un potencial agresivo e innecesario que dificulta la adecuada visión de las obras y su conservación”. También es muy duro con Alfonso Palacio, al que critica por la “ausencia de museografía”, la “acumulación indiscriminada” de las obras en el nuevo edificio, la selección “desigual y poco rigurosa” del arte contemporáneo y la fotografía y el mal tratamiento (“asesinato”, dice) dado a la escultura en el montaje inaugural, que se asemeja más “a una exposición temporal colectiva mal seleccionada y peor articulada” que a la colección permanente de un museo.
Sobre la segunda fase de la ampliación, opina que, como la primera, es un auténtico “dislate”, que atribuye a un órgano, la Junta de Gobierno, al que él mismo pertenecía hasta hace poco y que califica de “estrafalario”, puesto que las decisiones se toman en un sentido “político y no técnico”. Recuerda que él fue el único que se opuso a las imposiciones de Patxi Mangado, del que dice que “no engañó a nadie”, y denuncia el “colaboracionismo” del Ayuntamiento de Oviedo con respecto al Principado, que es “quien realmente gobierna el museo”.
Efectivamente, el Centro Regional de Bellas Artes funciona como un organismo autónomo dependiente del Principado de Asturias pero vinculado también al Ayuntamiento de Oviedo, que aporta un tercio del presupuesto y se encuentra representado en su Junta de Gobierno. Le corresponde la vicepresidencia, que ocupa el concejal de Cultura, Roberto Sánchez Ramos ‘Rivi’, para quien todavía es “prematuro” hacer una valoración oficial del proyecto, aunque es consciente de que habrá que “revisarlo”, puesto que en su tramitación “no ha habido participación alguna”.
Por su parte, el director del museo, Alfonso Palacio, que no niega las deficiencias percibidas en la primera fase de la ampliación, considera “inevitable” que la segunda fase se haga, con independencia de las opiniones, debido entre otras cuestiones al “pie forzado” introducido por el arquitecto, que de otra manera impediría dar salida a los almacenes y tener un salón de actos en condiciones, aunque lo que le parece más urgente es solucionar otra carencia crónica de la institución que dirige, la falta de personal y las contrataciones en precario.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 40, SEPTIEMBRE DE 2015

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