Afondando
El ajuste de cuentas de un ex carrillista
El próximo día 28 las cenizas de Santiago Carrillo serán arrojadas al mar Cantábrico en su Gijón natal, en la culminación de un homenaje póstumo organizado por la asociación “Lázaro Cárdenas” y al que se sumarán el Ayuntamiento y el Gobierno asturiano. No asistirá a esta despedida al histórico dirigente comunista Guillermo Rendueles, aunque nació y vive en Gijón.
El psiquiatra gijonés, autor de numerosos libros y persona muy activa en la izquierda y la cultura asturiana, militó muchos años en el PCE en la clandestinidad y se consideraba carrillista. Abandonó el partido en la crisis de Perlora en 1978, la primera de gran calado entre los comunistas españoles tras la muerte de Franco. Esta es su reflexión, crítica y autocrítica, sobre el ex secretario general del PCE, fallecido en Madrid el pasado 18 de septiembre a los 97 años.
Santiago Carrillo, ¿la contrición del Bolchevique?
Por Guillermo Rendueles / Psiquiatra. Norbert Elias afirma: “La muerte no revela ningún misterio .No abre ninguna puerta, solo cierra una biografía .De la muerte solo sobrevive lo que esa persona ha dado a los demás hombres y permanece en su memoria”. La muerte de Santiago Carillo me hace objetar: ¿cabe también reflexionar sobre lo que esa persona nos ha quitado? Me respondo que sí, que Carrillo destruyó tras la transición una organización, un Nosotros que había sido el contexto con el que algunos españoles habíamos construido nuestro Yo.
Duelo y ajuste de Cuentas
Elaborar la muerte de un dirigente comunista que ha revisado toda su ideología, malbaratado su organización y dejando irrecuperables y desencantados a miles de militantes, requiere un duelo mucho más traumático que el del católico que descubre los pecados del Papa: la Iglesia sigue santa.
El comunista español privado a la vez de sus certezas y su organización debe rehacer tanto su pasado como su futuro ¿Cómo pude fundar y sacrificar partes importantes de mi vida por un sistema de creencias falso, dirigido por un líder que termina de tertuliano en la Ser? ¿Mi obcecación militante que creyó poder cambiar la historia, fue idiotez o narcisismo? ¿Soy recuperable para la acción política?
Desde luego, hay una forma sencilla de clausurar esos dilemas: unirse al panegírico carrillista que salmodian estos dias del Rey al último gacetillero. Especialmente patético por su identificación con el agresor, resulta el incienso de Carlos Alonso Zaldivar, expulsado del PCE en la buena compañía de Azcárate, Pilar Bravo y Julio Segura por el hoy elogiado. Todos ellos se dejaron media vida construyendo esa organización a la que en el argot se llamaba La Familia. Ninguna ruptura sentimental duele tanto como atravesar la calle para marcharse de la sede del partido que un día fue La Casa. Su rememoración le produce al frívolo Zaldivar una pena similar a la que sintió por la disolución de los Beatles.
Tampoco ayuda a elaborar el duelo buscar en lo íntimo del personaje el balance que nos deja su biografía. El coro de los chismosos desea mirar por el ojo de la cerradura de su vida privada intentando descubrir los secretos de nuestra historia. Carrillo no es una excepción a la incoherencia entre biografía e historia .La visión de familiares o vecinos sobre personajes tan monstruosos como Stalin o Eichman coinciden en su bondad doméstica. No en vano Arendt tuvo que borrar la imagen satánica de Eichmann y el nazismo justificar en la banalidad del mal su ajusticiamiento.
¿Cómo fuimos carrillistas?
No creo ser el único para quien Santiago Carrillo fue alguien importante en su vida: “es un carrillista” fue una definición sintética y certera de mi identidad durante más dos décadas. Mis lecturas, mis gustos, mis valores morales se forjaron en la fusión entre mi yo individual y el nosotros comunista. De la cultura carrillista proceden no solo los maestros de psiquiatría-Castilla del Pino- que orientaron mi profesión, sino también mis amores, mis amigos más íntimos, mi ruptura con el proyecto de señoriíto pequeño burgués al que por nacimiento parecía destinado e incluso la educación de mis hijos, a los que pasé la cita para que continuasen lo que yo había continuado.
Pertenecer al colectivo que Santiago Carrillo nos propuso – las fuerzas del trabajo y la cultura- construía un guión vital de proscrito y una dedicación a la conspiración antifranquista. Tareas que llevaban en el mejor de los casos a la marginación profesional en un contexto de miedo continuo a la omnipresente represión y en el peor a las comisarías y las cárceles franquistas. Desde luego que no me refiero al antifranquismo que constituía un deber moral para cualquier persona decente de aquel tiempo, sino a cómo esa voluntad de lucha-no tanto por la democracia como por el socialismo- se configuraba por unos análisis políticos diseñados de forma personal por Santiago Carrillo. Análisis casi siempre erróneos por su triunfalismo y que nos convirtieron en inútiles victimas de la Brigada Social, los jueces de Orden Publico o los milicos, durante los terribles servicios militares de la época. Por ejemplo, un articulo de este autor en Mundo Obrero a finales de los sesenta (“Es hora de salir con las banderas desplegadas” ), afirmando “que el franquismo tiene los días contados y es hora que los comunistas salgamos a la luz”, me llevó, y conmigo a la militancia de mi Universidad, a un activismo que canceló prudencia y normas de clandestinidad de las que resultaron fuertes quebrantos personales, expedientes académicos, encarcelamientos ,cancelación de prologas al servicio militar y nulo desgaste del régimen.
La eficacia preformativa de los textos de San José Maria Escrivá de Balaguer para agrupar élites españolas en ese tiempo apenas necesitan análisis: la estulticia de máximas, como la de “el matrimonio es para la tropa” o “no seas lenguaraz ni ventanero”, se compensaba tanto por el interés de un camino que posibilitaba el ascenso profesional antes que el celestial como por el carisma del personaje.
Por el contrario, lo que necesita explicación es el como miles de estudiantes, intelectuales y obreros a los que considero-con perdón – los mejores de mi generación nos comprometimos a repartir una propaganda y encarnar un discurro que afirmaba lo contrario de lo que percibíamos. O en otros términos, ¿como la evidencia de que el franquismo había creado unas poblaciones satisfechas por el desarrollo y domadas por el miedo permitía guiar nuestra praxis colectiva por un discurso épico y una literatura panfletaria que calificaba al aparato franquista de camarilla y al pueblo español de masas deseosas de revolución?
Disonancia Cognitiva: El Grupo Milenarista
Los análisis posteriores al fracaso en movilizar a la población cada primero de mayo repetía un ritual comunista similar al de los grupos milenaristas respecto al incumplimiento de sus profecías sobre el fin del mundo. Como ellos, cada primavera salmodiábamos: aunque las manifestaciones hayan sido parvas, gracias a nuestras acciones – centenares de detenidos – la Democracia no ha llegado hoy, pero pronto veremos a Franco en el exilio.
La explicación de esa perseverancia en el error de creer año tras año en las proximidad de la huelga general que impondría la democracia antimonopolista anunciada desde París, solo tiene a mi juicio una explicación en las Teorías de la Disonancia Cognitiva que a finales de los cincuenta desarrolló Leo Festinguer, explicando la lógica paradójica de los grupos apocalípticos que fortalecen su fe cuando la evidencia debía destruirla. Como el pastor milenarista que se presenta sin rubor al día siguiente de su predicción del Apocalipsis proclamando su acierto, los comunistas racionalizábamos los fracasos de mayo, afirmando en junio tanto la justeza de nuestros análisis como nuestra voluntad de lucha.
La sangre de los Otros
En la novela de ese titulo Simone de Beauvoir dramatiza los escrúpulos morales de un militante que convence a un amigo indeciso para acudir a una manifestación donde muere víctima de la policía. La liberación – medita Beauvoir- exige junto al sacrificio propio el proselitismo, para que los otros nos sigan. ¿Cuánto podemos insistir sin manipular la libertad del otro? El relato reflejaba un dolor, familiar en las organizaciones comunistas: compañeros que no regresarían de una mili africana, estudiantes que no llegarían a médicos. Dar la noticia a familias de un compañero sobre su detención era arriesgarse a su ira desplazada de los torturadores a los “manipuladores de los otros”. Era indudable que las organizaciones comunistas o los colectivos de presos políticos mantenían su cohesión y resistencia mediante una especie de fusión fraternal que excluía a disidentes o fatigados, etiquetándolos de traidores.
¿Sufrió en alguna ocasión esos dilemas morales Santiago Carrillo? Una apresurada lectura de los editoriales del Mundo Obrero y de las cartas que, como San Pablo, enviaba a sus fieles, me permite contestar con un no rotundo Desde mediados de los 60 todos los escritos carrillistas son urgencias a la acción desde análisis políticos descabellados por su optimismo, cuando no directamente mentirosos y fanfarrones sobre las propias fuerzas del partido, sus alianzas y su penetración en el ejército, que alentaban el activismo imprudente mientras el dolor de los presos se enmarcaba en la metáfora atroz del progreso.

Manifestación por la amnistía en Gijón en 1976. Foto de Nebot cedida
por la Fundación Juan Muñiz Zapico.
Autohagiografias
Como si de una enfermedad senil se tratase, cuatro eurocomunistas octogenarios- Santiago Carrillo , Pietro Ingrao[1] , Rossana Rossanda y Miguel Nuñez[2] – han editado sus autobiografías en los últimos años. En ellas narran sus contribuciones al naufragio comunista desde una retórica que les absuelve de cualquier error. Quienes se coaligaron para la condena a la damnatio memoriae de tantos disidentes, manipulando fotos y documentación histórica, se tornan autoindulgentes y recuperan recuerdos selectivos para construir unos relatos en clave del “yo no lamento nada”.
Las memorias de Carrillo son el epítome de ese proceso de auto-embellecimiento, ajeno a cualquier autocrítica o dilema trágico. El discurso pro domo es tan burdo, que aburre e indigna por sus continuas rupturas del pacto de veracidad que debe presidir la escritura autobiográfíca , mediante mecanismos de elusión, escisión y panegírico reflejo. Elude la perspectiva que da interés a cualquier autobiografía: el autor estuvo allí donde transcurre la acción y por eso puede contarlo sin pretender ser el ojo de dios o de la historia.
Cuando Carrillo hablaba en su tertulia sobre la memoria histórica, la pregunta previa que debía haber respondido para legitimarse era sencilla: ¿dónde está Andreu Nin? Para responderse que desde luego ni en Salamanca ni en Berlín, como repitió públicamente miles de veces a sabiendas de su tortura y asesinato en Guadalajara. Cuando clamaba contra los muertos sin sepultura, desvelar y reparar las cuentas con la izquierda comunista fue una tarea no cumplida por nuestro autor, que le deslegitima para exigir la confesión de los verdugos franquistas.
No menos tramposa es en la autobiografía carrillista la escisión de la narración de sus actuaciones políticas en dos bloques. Unas acciones -estalinismo, purgas, Paracuellos – son acontecimientos no intencionales, narrados en clave impersonal y determinadas por un deux ex maquina de fuerzas históricas que convierten al autor en un actor irresponsable a nivel moral. Por el contrario, en otras actuaciones, Carrillo se afirma como sujeto y agente moral de sus actos . Unos actos que naturalmente coinciden con la resistencia al fascismo, la reconciliación nacional , la renuncia a sus ilusiones comunistas, la forja de una generación de políticos demócratas . El elogio de Dolores Ibarruri y de otros dirigentes comunistas (que por obvia proximidad engrandecen al autor), culmina el deslizamiento a la hagiografía que borra los conflictos conspirativos que presidieron tanto la relación Ibarruri-Carrillo, como las purgas previas mediante las que Pasionaria se hace con la secretaria del PCE y las posteriores del autor contra Claudín y Semprún.
La sobre identificación con el rol militante ciega el relato carrillista para la empatía. Su Carta al Padre ejemplifica como el fanatismo ya preside su Ethos en 1939, bloqueando su mundo afectivo: como los familiares de los procesados en Moscú, renegar del disidente como traidor- aunque sea su padre- no parece crear a Carrillo ambivalencia o desasosiego. Rasgos de la memoria carrillista que contrastan con la de algunos de sus camaradas del interior que, como Miguel Núñez , nos acerca a los dilemas trágicos del militar comunista.
Núñez cuenta como él y su familia reciben un trato de apestados-se les niega cualquier apoyo y aún la palabra -cuando estando en la cárcel disiente de una campaña de huelgas de hambre ordenada a los presos políticos desde la dirección comunista. La vivencia de apóstata hace rememorar a Núñez la terrible historia de Irene Falcón cuando tuvo que admitir tanto que su compañero Geminder era un comunista- traidor al servicio de la CIA que merecía ser ahorcado ( como así lo fue) – como que su relación la excluía del partido. Fernando Claudín fue el encargado de despedir a Irene de su trabajo en Radio Pirenaica añadiendo una “piadosa” coletilla: “Irene, entérate bien, a él no le gustabas. Se acercó a ti solo para infiltrarse en el partido”.
La educación sentimental comunista
Carrillo se define alguna vez como alguien con vocación periodística al que las urgencias de la historia exige renunciar y transformarse en un revolucionario profesional. Esa decisión de renuncia a vocación y vida privada es común al militante comunista del siglo XX, constituyéndose en centro de la educación sentimental de mi generación, para la que fue dogma el verso de” tomar partido hasta mancharse” .
Como escribe Steiner “en el siglo XX no es fácil para un hombre honrado dedicarse a la vida profesional sin ser un cerdo que mira hacía otro lado de la historia ; hay cosas más urgentes que la literatura o la ciencia que reclaman su atención”. Pero superar esa mala fe mediante la solución comunista exige lo que de nuevo Steiner llama un Pacto con el Diablo; militando en el Partido, la vida forma parte de la Política y todo acto se convierte en una táctica ajena a cualquier criterio de verdad o bien. Si la militancia comunista rompe la miopía banal de la moral burguesa lo hace a costa a costa de obedecer e interiorizar los versos de Bertol Brecht que llaman a abdicar de la razón:
Un solo hombre tiene dos ojos
El partido tiene miles de ojos
Un solo hombre tiene una sola hora
El partido tiene muchas horas
Los versos nos aproximan al psiquismo colectivo de esa amplia capa de intelectuales comunistas en los que existía una extraña mezcla de bondad—maldad , inteligencia /idiotez, lucidez/sectarismo – difícil de entender fuera del contexto de guerra fría que las forjó. Inteligencias y virtudes que nacen del horror y la voluntad de cambio por una dictadura de la economía sobre la vida, que lleva al eterno retorno de la servidumbre: “¿Cómo soportar que la mayoría de las personas que nacen no tengan siquiera la posibilidad de pensar quienes son, que harán con sus vidas, que hayan perdido la aventura humana antes de empezar el viaje por el simple hecho de nacer entre los de abajo?”.
Maldad e idiotez de intentar romper esas cadenas, imponiéndose camisas de fuerza organizativas presididas por el centralismo democrático que suponía un pensamiento escolástico en que había que esperar el dictado de Stalin para ahormar la razón a la línea correcta. Fanatismo que llega al extremo de autocegarse para no ver la realidad de las tiranías comunistas y propagar a la URSS bajo el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas.
¿Como no nos ayudasteis?
Carrillo vive años los países del Este y los visita docenas de veces. Como Rossanda y el resto de dirigentes eurocomunistas circulan y veranean con toda inocencia en esa sociedad atroz a la que Rossanda describe así: “Cada vez que íbamos al Este aquello parecía brillar . No se veía policía , las ciudades estaban en pleno trajín , pocos coches, tiendas que no estaban vacías, todo sin alegría pero aparentemente sin terror”. Carrillo describe al déspota Causescu como un gran estadista amigo del pueblo español al que homenajear cada cumpleaños desde el Mundo Obrero.
No tengo la menor duda de haber participado en ese dejar de pensar a favor de la dogmática partidista.. Bien es cierto que el sectarismo del comunismo español no alcanzo el nivel de PCF. La revista Realidad, dirigida por Manuel Sacristán, jamás ejerció el terror intelectual de Althusser cuando llevó al suicidio a un militante de la Escuela Normal, desgarrado entre su lealtad a la verdad científica de la genética y el asentimiento al disparate lisenkista imprescindible para no ser expulsado del partido. Encantado de no haber sido militante comunista en Francia, hoy no puedo releer sin sonrojo mi apoyo al panfleto de Lenin contra Ernest Mach y menos la aprobación de las atrocidades soviéticas.
Las diferencias entre la falsa conciencia y el cinismo se evidencian en que Carrillo nunca padeciera las crisis depresiva de Sacristán , ni la vergüenza de Rossana Rossanda cuando Ana Ajmanotova -a la que admira – le tiende la mano con una bella sonrisa … que retira con horror cuando el intérprete traduce los cargos comunistas de Rossanda murmurando ¿como no nos ayudasteis?
Devotos de Leteo. Discípulos de Maquiavelo
Santiago Carrillo en su texto programático mas elaborado, «Después de Franco ¿Qué?”, anticipó los rasgos que debía tener el estado postfranquista para ser aceptado por los comunistas: una democracia avanzada, antimonopolista, precedida de una ruptura democrática que depurase la administración pública de elementos franquistas La transición fue la dejación y el olvido de esos principios. Carrillo supo beber y hacernos beber esas aguas de Leteo que, según el mito, permitían olvidar y adquirir nueva identidad.
El cambió de la bandera republicana por la bicolor visualiza la eficacia de la medicina. Carrillo presenta al comité central de su partido la propuesta del cambio sin que figure en el orden del día, con la prensa esperando a la puerta y exigiendo una votación sin tiempo de debate: una tarde de sábado fue suficiente para la contrarrevolución simbólica. El adiós a la organización en células o al leninismo siguió idéntica liquidación.
El PCE dejó de ser el intelectual colectivo de sus miembros que se descubrieron invitados de piedra en el juego politiquero de los aspirantes al Maquiavelo nacional que fueron Suárez y Carrillo. En lugar de estimular el pensar colectivo, Carrillo mandaba callar y olvidar. Olvidar los viejos gritos contra los perros de presa del régimen -“Social, social recuerda Portugal”- para ver cómo prosperaban. Callar ante la foto del magistrado del TOP subiendo las escaleras del Supremo. Desesperanzados por ese juego, los militantes dejaron de pagar cuotas o asistir a unas agrupaciones donde solo se organizaban rifas o pegadas de carteles.
Los supervivientes al desencanto de esta Purga de Leteo fueron despreciados por la nueva praxis que guió la transición: la devoción por Maquiavelo. Para ese ethos que presidió el discurso de Carrillo, solo el éxito en conseguir poder separa el bien del mal : perdedor es sinónimo de malo. Maquiavelo no tuvo piedad cuando sus compañeros de gobierno en Florencia iban a ser ahorcados, solo desprecio por su falta de astucia. Carrillo tampoco y, tras cada derrota en las urnas, prescindió de la militancia para dar paso a políticos escalafonados según su eficacia electoral. Su maquiavelismo le desbordó cuando quiso seguir mandando por boca de Gerardo Iglesias y tuvo que buscar acomodo en nuevos pesebres.
Pero esa adaptación al maquiavelismo resultó imposible a la militancia comunista porque carecía de la educación y el carácter -la personalidad maquiavélica- que la sustentaba. La desesperanza para rehacer la utopía los redujo al nihilismo y la privacidad Unos versos de Brech sintetizan las diferencias entre Carrillo y los carrillistas. Dicen así:
¿Qué bajeza no cometeríais
Para exterminar la bajeza?
Húndete en el lodo.
Abraza al carnicero.
Pero cambia el mundo: lo necesita.
Practicar las bajezas políticas sin proyecto de cambiar el mundo fue algo imposible para los que soñamos un porvenir radicalmente otro. Carrillo no dudó en instalarse para tratar de triunfar en ese mercado-mundo.

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