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Atlántica XXII

El ajuste de cuentas de un ex carrillista

Afondando

El ajuste de cuentas de un ex carrillista

Santiago Carrillo. Fotografía de Mario Rojas

Santiago Carrillo. Fotografía de Mario Rojas.

El próximo día 28 las cenizas de Santiago Carrillo serán arrojadas al mar Cantábrico en su Gijón natal, en la culminación de un homenaje póstumo organizado por la asociación “Lázaro Cárdenas” y al que se sumarán el Ayuntamiento y el Gobierno asturiano. No asistirá a esta despedida al histórico dirigente comunista Guillermo Rendueles, aunque nació y vive en Gijón.

El psiquiatra gijonés, autor de numerosos libros y persona muy activa en la izquierda y la cultura asturiana, militó muchos años en el PCE en la clandestinidad y se consideraba carrillista. Abandonó el partido en la crisis de Perlora en 1978, la primera de gran calado entre los comunistas españoles tras la muerte de Franco. Esta es su reflexión, crítica y autocrítica, sobre el ex secretario general del PCE, fallecido en Madrid el pasado 18 de septiembre a los 97 años.

Santiago Carrillo, ¿la contrición del Bolchevique?

Por Guillermo Rendueles / Psiquiatra. Norbert Elias afirma: “La muerte no revela ningún misterio .No abre ninguna puerta, solo cierra una   biografía .De la muerte solo sobrevive lo que esa persona ha dado a los demás hombres y permanece en su memoria”.  La muerte de Santiago Carillo me hace objetar: ¿cabe también reflexionar sobre  lo que esa persona nos ha quitado? Me respondo que sí, que Carrillo destruyó  tras la transición una organización, un Nosotros  que había sido  el contexto con el que algunos españoles habíamos  construido nuestro Yo.

Duelo y ajuste de Cuentas

Elaborar la muerte de un dirigente comunista que ha revisado toda su ideología, malbaratado su organización y dejando irrecuperables y desencantados a miles de militantes, requiere un  duelo  mucho más traumático que  el del católico  que  descubre los pecados del Papa: la Iglesia sigue santa.

El comunista español privado a la vez de sus certezas y su organización  debe rehacer tanto su pasado como su futuro  ¿Cómo pude fundar y sacrificar partes importantes de  mi vida por  un sistema de creencias falso, dirigido por un líder que termina de tertuliano en la Ser? ¿Mi obcecación militante que creyó poder cambiar  la historia,  fue idiotez o narcisismo? ¿Soy recuperable para la acción política?

Desde luego, hay una forma sencilla de clausurar esos dilemas: unirse   al panegírico carrillista  que  salmodian estos dias  del Rey al último gacetillero. Especialmente patético por su identificación con el agresor, resulta  el incienso de Carlos Alonso Zaldivar, expulsado del PCE en la buena compañía de Azcárate, Pilar Bravo y Julio Segura por el hoy elogiado. Todos ellos se dejaron media vida construyendo esa organización  a la que en el argot se llamaba La  Familia. Ninguna ruptura sentimental duele tanto como atravesar la calle para marcharse de la sede del partido que un día fue La Casa. Su rememoración le produce al frívolo Zaldivar   una pena similar a la que sintió por la disolución de los Beatles.

Tampoco ayuda a elaborar el duelo buscar en lo íntimo del personaje el balance que  nos deja su biografía. El coro de los chismosos desea mirar por el ojo de la cerradura  de su vida privada  intentando descubrir los secretos de nuestra  historia. Carrillo no es una excepción  a la incoherencia entre   biografía e  historia  .La visión de familiares o vecinos sobre  personajes tan monstruosos como Stalin o Eichman coinciden  en su bondad doméstica. No en vano Arendt tuvo que borrar la imagen satánica de Eichmann y el nazismo  justificar en la  banalidad del mal su ajusticiamiento.

¿Cómo fuimos carrillistas?

No creo ser el único para quien  Santiago Carrillo fue alguien importante en su vida: “es  un carrillista” fue  una definición sintética y certera de  mi identidad  durante más dos  décadas. Mis lecturas, mis gustos, mis valores morales se forjaron en la fusión entre  mi yo individual y el nosotros comunista.  De  la cultura carrillista  proceden no solo los maestros de psiquiatría-Castilla del Pino-  que orientaron mi profesión, sino también mis amores, mis  amigos más íntimos, mi ruptura con el proyecto de señoriíto  pequeño burgués al que por nacimiento parecía destinado  e incluso la educación de mis hijos, a los que pasé la cita  para que continuasen lo que yo había continuado.

Pertenecer al colectivo que Santiago Carrillo nos propuso – las fuerzas del trabajo y la cultura-  construía un guión vital  de proscrito y  una dedicación a la conspiración antifranquista. Tareas que  llevaban en el mejor de los casos a  la marginación profesional en un contexto de miedo continuo a la omnipresente represión  y en el peor a las comisarías  y las cárceles franquistas. Desde luego que no me refiero al antifranquismo  que constituía un deber moral para cualquier persona decente de aquel tiempo, sino a cómo esa voluntad de lucha-no tanto por la democracia como por el socialismo- se configuraba por  unos análisis políticos  diseñados de forma personal por Santiago Carrillo. Análisis  casi  siempre erróneos por su triunfalismo y que nos convirtieron  en inútiles victimas de la Brigada Social, los jueces de Orden Publico o los milicos, durante los terribles servicios militares de la época. Por ejemplo,  un articulo de este autor en Mundo Obrero a finales de los sesenta (“Es hora de salir con las banderas desplegadas” ), afirmando  “que el franquismo tiene los días contados y es hora que los comunistas salgamos a la luz”, me llevó, y conmigo a la militancia de mi  Universidad,  a  un activismo  que  canceló prudencia y  normas de  clandestinidad  de las que resultaron  fuertes quebrantos personales, expedientes académicos, encarcelamientos ,cancelación de prologas al servicio militar y nulo desgaste del régimen.

La eficacia preformativa de los textos de San José Maria Escrivá   de Balaguer para agrupar élites españolas en ese tiempo apenas necesitan análisis: la estulticia de máximas, como la de “el matrimonio es para la tropa” o  “no seas lenguaraz ni ventanero”, se compensaba tanto por el interés  de  un camino que posibilitaba el ascenso profesional antes que el celestial como por  el  carisma del personaje.

Por el contrario, lo que necesita explicación  es el como miles de estudiantes, intelectuales y obreros a los que considero-con perdón – los mejores de mi generación nos comprometimos a repartir una propaganda y encarnar un discurro  que afirmaba lo contrario de lo que percibíamos.  O en otros términos, ¿como la evidencia de que el franquismo había creado unas poblaciones satisfechas por el desarrollo y domadas por el miedo permitía guiar nuestra praxis colectiva por  un discurso épico y una literatura panfletaria  que calificaba al aparato franquista de camarilla y al pueblo español de masas  deseosas de revolución?

Disonancia Cognitiva: El Grupo Milenarista

Los análisis posteriores al fracaso en movilizar a la población cada primero de mayo repetía un ritual comunista similar al de los grupos milenaristas respecto al incumplimiento de sus profecías sobre el fin del mundo. Como ellos, cada primavera salmodiábamos: aunque las manifestaciones hayan sido parvas, gracias a nuestras acciones –  centenares de detenidos – la Democracia no ha llegado hoy, pero pronto veremos a Franco en el  exilio.

La explicación de esa perseverancia en el error de creer año tras año en  las proximidad  de  la huelga general  que impondría la democracia antimonopolista anunciada desde París, solo tiene a mi juicio una explicación en las Teorías de la Disonancia Cognitiva que  a finales de los cincuenta desarrolló Leo Festinguer,  explicando  la lógica paradójica de los  grupos apocalípticos que  fortalecen su fe cuando  la evidencia  debía destruirla. Como el pastor milenarista que se presenta sin rubor  al día siguiente de su predicción del Apocalipsis proclamando su acierto, los comunistas racionalizábamos los fracasos de mayo, afirmando en junio  tanto la justeza de nuestros  análisis como nuestra voluntad de lucha.

La sangre de los Otros

En la novela de ese titulo Simone de Beauvoir  dramatiza  los escrúpulos  morales de un militante que convence a un amigo indeciso para  acudir a una manifestación donde muere víctima de la policía. La liberación – medita Beauvoir-  exige junto al sacrificio propio el proselitismo, para que los otros nos sigan. ¿Cuánto podemos insistir   sin manipular la libertad del otro? El relato reflejaba un  dolor, familiar en las organizaciones comunistas: compañeros que no regresarían de una mili africana, estudiantes que no llegarían a médicos. Dar la noticia a  familias de un compañero sobre su detención era arriesgarse a su ira desplazada  de los torturadores a los “manipuladores de los otros”. Era indudable que las organizaciones comunistas o los colectivos de presos políticos  mantenían su  cohesión y resistencia   mediante  una especie de fusión fraternal  que  excluía a disidentes o fatigados,  etiquetándolos de traidores.

¿Sufrió en alguna ocasión esos dilemas morales Santiago Carrillo? Una apresurada  lectura de los editoriales del Mundo Obrero y de las cartas que, como San Pablo, enviaba a sus fieles, me permite contestar con un no rotundo Desde mediados de los 60  todos los escritos carrillistas son urgencias a la acción  desde análisis políticos descabellados por su optimismo, cuando no directamente mentirosos y fanfarrones sobre las propias fuerzas del partido, sus alianzas y su penetración en el ejército, que alentaban el activismo imprudente mientras el dolor de los presos se enmarcaba en la  metáfora atroz  del progreso.

Manifestación por la amnistía en Gijón en 1976. Foto de Nebot cedida
por la Fundación Juan Muñiz Zapico.

Autohagiografias

Como si de una enfermedad senil se tratase, cuatro eurocomunistas  octogenarios-   Santiago Carrillo , Pietro Ingrao[1] , Rossana Rossanda y Miguel Nuñez[2] –   han editado sus  autobiografías  en los últimos años. En ellas narran  sus contribuciones al naufragio comunista  desde una retórica  que les absuelve de cualquier error.  Quienes se coaligaron para la condena a la damnatio memoriae  de  tantos disidentes, manipulando fotos y documentación histórica,  se tornan autoindulgentes y recuperan recuerdos selectivos para construir unos relatos en clave del   “yo no lamento  nada”.

Las memorias de Carrillo son  el epítome de ese proceso  de auto-embellecimiento, ajeno a cualquier autocrítica o  dilema trágico. El discurso pro domo  es tan burdo, que aburre e indigna  por sus continuas rupturas del pacto de veracidad que debe presidir la escritura autobiográfíca , mediante mecanismos de elusión, escisión  y panegírico reflejo. Elude la perspectiva que da interés a cualquier  autobiografía: el autor estuvo allí donde  transcurre la acción  y por eso puede contarlo sin pretender ser el ojo de dios o de la historia.

Cuando Carrillo hablaba en su tertulia  sobre  la memoria histórica, la pregunta previa  que debía haber respondido para legitimarse era sencilla:  ¿dónde está Andreu Nin?  Para responderse que  desde luego ni en Salamanca ni en Berlín, como repitió públicamente miles  de veces a sabiendas de su tortura y  asesinato  en Guadalajara. Cuando clamaba contra los muertos sin sepultura, desvelar  y reparar las cuentas con la izquierda comunista fue  una tarea  no cumplida por nuestro autor, que le deslegitima para exigir la confesión de los verdugos franquistas.

No menos tramposa es en la autobiografía carrillista  la escisión de  la narración de sus  actuaciones políticas  en dos bloques. Unas  acciones  -estalinismo, purgas, Paracuellos – son  acontecimientos  no intencionales, narrados en clave  impersonal  y determinadas  por un deux ex maquina de   fuerzas históricas  que convierten al autor en un  actor  irresponsable a nivel moral. Por el contrario, en otras  actuaciones, Carrillo se afirma como sujeto  y agente moral  de sus actos . Unos actos que naturalmente coinciden  con  la resistencia al fascismo, la reconciliación nacional , la renuncia a sus ilusiones comunistas, la forja de una generación de políticos demócratas . El elogio de  Dolores Ibarruri  y de otros dirigentes comunistas (que por obvia  proximidad engrandecen al autor), culmina el deslizamiento a la hagiografía  que borra  los conflictos conspirativos que presidieron tanto  la relación Ibarruri-Carrillo, como  las purgas previas   mediante las  que Pasionaria se hace con la secretaria del PCE y las posteriores del autor contra  Claudín  y Semprún.

La sobre identificación con el rol militante ciega el relato carrillista  para la empatía. Su  Carta al Padre ejemplifica como el fanatismo  ya  preside su Ethos en 1939, bloqueando su mundo afectivo: como los familiares de los procesados en Moscú, renegar del disidente como traidor- aunque sea su padre-  no parece crear a Carrillo ambivalencia o  desasosiego. Rasgos de la memoria carrillista que contrastan con la de algunos de sus camaradas del interior que, como Miguel Núñez ,  nos acerca a los dilemas trágicos del militar comunista.

Núñez cuenta como él y su familia reciben un trato de apestados-se les niega cualquier apoyo  y aún la palabra -cuando estando en la cárcel disiente de una campaña de huelgas de hambre ordenada a  los presos políticos desde la dirección comunista. La vivencia de apóstata hace rememorar a  Núñez  la terrible  historia de Irene Falcón cuando  tuvo que admitir tanto que su compañero  Geminder era un comunista- traidor al servicio de la CIA que merecía ser ahorcado ( como  así lo fue) – como  que  su relación  la excluía del partido.  Fernando Claudín fue el encargado de despedir a Irene de su trabajo en Radio Pirenaica añadiendo una “piadosa” coletilla: “Irene, entérate  bien, a  él  no le gustabas. Se  acercó a ti  solo para infiltrarse en el partido”.

La educación sentimental comunista

Carrillo se define alguna vez como alguien con vocación periodística al que las urgencias de la historia  exige renunciar y transformarse en un revolucionario profesional. Esa decisión de renuncia a vocación y vida privada es común al militante comunista del siglo XX, constituyéndose en  centro de la educación sentimental de mi generación, para la que fue dogma el verso de” tomar partido hasta mancharse” .

Como escribe Steiner  “en el siglo XX  no es fácil para un hombre honrado   dedicarse a la vida profesional  sin ser un cerdo que mira hacía otro lado de  la historia ; hay cosas más urgentes que la literatura o la ciencia que reclaman su atención”. Pero  superar esa  mala fe   mediante  la solución comunista exige  lo que de nuevo Steiner llama un Pacto con el Diablo; militando en el Partido, la vida   forma parte de la Política y todo acto se convierte en una táctica ajena a cualquier criterio de verdad o bien. Si la militancia comunista  rompe la miopía banal  de la moral burguesa  lo hace a costa  a costa de obedecer e interiorizar  los versos  de Bertol Brecht  que llaman a abdicar de la razón:

Un solo hombre tiene dos ojos

El  partido tiene  miles de ojos

Un solo hombre tiene una sola hora

El partido tiene muchas horas

Los versos nos aproximan al  psiquismo colectivo de esa amplia capa de  intelectuales comunistas en los que existía una extraña mezcla de  bondad—maldad , inteligencia /idiotez, lucidez/sectarismo – difícil de entender  fuera del contexto de guerra fría que las forjó.  Inteligencias y virtudes que nacen del horror y la voluntad de cambio por una dictadura de la economía sobre la  vida, que lleva al eterno retorno de la servidumbre: “¿Cómo soportar que la mayoría de las personas que nacen no tengan siquiera la posibilidad de pensar quienes son, que harán con sus vidas, que hayan perdido la aventura humana antes de empezar el viaje por el simple hecho de nacer entre los de abajo?”.

Maldad e idiotez de intentar romper esas cadenas,  imponiéndose camisas de fuerza organizativas presididas por el centralismo democrático que suponía  un pensamiento escolástico en que había que esperar el dictado de Stalin para ahormar la razón a la línea correcta. Fanatismo que llega al extremo de autocegarse para no ver la realidad de las tiranías  comunistas y propagar a la URSS bajo el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas.

¿Como no nos ayudasteis?

Carrillo vive años  los  países del Este  y los visita  docenas de veces. Como Rossanda y el resto de dirigentes eurocomunistas circulan y veranean  con toda inocencia  en  esa sociedad atroz  a la que Rossanda  describe así:  “Cada vez que íbamos al  Este aquello  parecía brillar . No se veía policía , las ciudades estaban en pleno trajín , pocos coches, tiendas que no estaban vacías,  todo sin alegría pero aparentemente sin terror”. Carrillo describe al déspota Causescu  como un gran estadista amigo del pueblo español al que homenajear cada cumpleaños desde el Mundo Obrero.

No tengo la menor duda de haber participado  en ese dejar de pensar  a favor de la dogmática partidista.. Bien es cierto que el sectarismo del comunismo español no alcanzo el nivel de PCF. La  revista Realidad, dirigida por Manuel Sacristán, jamás ejerció el terror intelectual de  Althusser  cuando llevó al suicidio a un  militante de la Escuela Normal,  desgarrado entre  su lealtad a la verdad científica de la genética y el asentimiento al disparate lisenkista imprescindible para no ser expulsado del partido. Encantado de no haber sido militante comunista en Francia, hoy  no puedo releer sin sonrojo mi apoyo al panfleto de Lenin contra Ernest Mach y menos  la aprobación de las atrocidades soviéticas.

Las diferencias entre la falsa conciencia y el cinismo se evidencian en que  Carrillo nunca padeciera las crisis depresiva de Sacristán , ni la vergüenza de  Rossana Rossanda  cuando Ana Ajmanotova -a la que admira –  le tiende la mano con  una bella sonrisa … que  retira con horror  cuando el intérprete traduce los cargos comunistas de Rossanda  murmurando  ¿como no nos ayudasteis?

Devotos de Leteo. Discípulos de  Maquiavelo

Santiago Carrillo en su texto programático mas elaborado, «Después de Franco ¿Qué?”, anticipó los rasgos que debía tener el estado postfranquista para ser aceptado por los comunistas: una democracia avanzada, antimonopolista, precedida de una ruptura democrática que depurase la administración pública de elementos franquistas  La transición fue la dejación y el olvido de esos principios. Carrillo  supo beber y hacernos beber esas aguas de Leteo que, según el mito, permitían olvidar y adquirir  nueva identidad.

El  cambió de  la bandera republicana por la bicolor visualiza la eficacia de la medicina. Carrillo presenta al comité central de su partido la propuesta del cambio sin que figure en el orden del día, con la prensa esperando a la puerta y exigiendo una votación sin tiempo de debate: una tarde de sábado fue suficiente para la contrarrevolución simbólica. El adiós a la organización en células o al leninismo siguió idéntica liquidación.

El  PCE dejó de ser el intelectual colectivo de sus miembros que se descubrieron invitados de piedra en el juego politiquero de los  aspirantes al Maquiavelo nacional que fueron Suárez y Carrillo. En lugar de estimular el pensar colectivo, Carrillo mandaba callar y olvidar. Olvidar los viejos gritos contra los perros de presa del régimen -“Social, social recuerda Portugal”- para ver cómo prosperaban. Callar ante la foto del magistrado del TOP subiendo las escaleras  del Supremo. Desesperanzados por ese juego, los militantes dejaron  de pagar cuotas o asistir a unas agrupaciones donde solo se organizaban rifas o  pegadas de carteles.

Los supervivientes al desencanto de esta Purga de Leteo fueron despreciados por la nueva praxis que guió la transición: la devoción  por Maquiavelo. Para ese ethos que presidió el discurso de Carrillo, solo el éxito en conseguir poder separa el bien del mal : perdedor es sinónimo de malo. Maquiavelo no tuvo piedad cuando sus compañeros de gobierno en Florencia iban a ser ahorcados, solo desprecio por su falta de astucia. Carrillo tampoco y, tras cada derrota en las urnas, prescindió de  la militancia para dar paso a políticos escalafonados según su eficacia electoral. Su maquiavelismo le desbordó cuando quiso seguir mandando por boca de Gerardo Iglesias y tuvo que buscar acomodo en nuevos pesebres.

Pero esa adaptación al maquiavelismo resultó imposible a la militancia comunista porque carecía de la educación y el carácter -la personalidad maquiavélica- que la sustentaba. La desesperanza para rehacer la utopía  los redujo al nihilismo y la privacidad  Unos versos de Brech sintetizan  las diferencias entre Carrillo y los carrillistas. Dicen así:

¿Qué bajeza no cometeríais

Para exterminar la bajeza?

Húndete en el lodo.

Abraza al carnicero.

Pero cambia el mundo: lo necesita.

Practicar las bajezas políticas  sin proyecto de cambiar el mundo fue algo imposible para los que  soñamos un porvenir radicalmente otro. Carrillo no dudó en instalarse para tratar de triunfar en ese mercado-mundo.


[1] Pedía la luna  Península  2008

[2] lLa revolución y el deseo Península Barcelona 2008

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