Afondando
El colaboracionismo del SOMA con la dictadura de Primo de Rivera

Llaneza y Primo de Rivera pactaron y se reunieron varias veces, pero no dejaron constancia gráfica de ello.
Nunca se corroboró por escrito, pero el SOMA y la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) sostuvieron un pacto por el que el sindicato garantizaba la paz social en las minas a cambio del mantenimiento de la organización y de las conquistas sociales logradas hasta entonces, en especial la jornada laboral. El fundador del sindicato minero Manuel Llaneza y el dictador mantuvieron numerosas reuniones y UGT estuvo presente en el Consejo de Estado de Primo de Rivera, aunque la colaboración acabó en ruptura. Este episodio, poco conocido e incómodo en la historia del socialismo asturiano, fue estudiado por los historiadores Manuel Jesús Álvarez García y Luis Arias González, que son profesores de Instituto. Su trabajo sobre este asunto ganó recientemente el XVII Premio de Investigación Rosario Acuña. Ambos lo resumen en este artículo.
Históricamente, la vinculación del socialismo con otras fuerzas, en España y por tanto en Asturias, ha dado lugar, casi siempre, a consecuencias diferentes a las pretendidas por quienes las propusieron. Consecuencias que se han traducido, no pocas veces, en un evidente debilitamiento del apoyo de sus bases o en una radicalización extrema llegando, en ocasiones, a solaparse ambas derivadas.
En la década de los años veinte del siglo XX, en Asturias se dirimió una decisiva partida histórica para el conjunto del movimiento obrero español. En aquella coyuntura, existían las circunstancias propicias para alumbrar un sindicalismo moderno de corte reformista, muy similar al del laborismo británico o belga; un sindicalismo vinculado al omnipresente Sindicato de los Obreros Mineros de Asturias –Sindicato Minero o SOMA– y al de su egregio y clarividente líder Manuel Llaneza, lo que hubiera colocado a la tierra asturiana en un lugar fundamental en la adquisición y puesta en práctica de los derechos sociales y laborales en Europa. Sin embargo, aquel esperanzador experimento se fue al traste por la confluencia de distintos elementos cuya interrelación constituye una trama compleja, reflejo del choque de las diferentes mentalidades en pugna, anticipando el gran desastre histórico que supondría, en la década siguiente, la Guerra Civil.
El pronunciamiento de Primo de Rivera en septiembre de 1923 coincidió con el final de los “años horribles” del sindicalismo socialista astur: un SOMA exhausto y fracturado tras la larga huelga –80 días– del verano de 1922; un Sindicato Metalúrgico inane que perdía además a su principal dinamizador –Wenceslao Carrillo–; una exangüe presencia en Gijón tras el asesinato del dirigente ugetista León Meana a manos de los anarquistas; una sustancial pérdida de afiliados ugetistas –casi dos tercios de los 35.000 que integraban la organización en 1920–; finalmente, la agria disputa con los comunistas escindidos. Este desolador panorama había empezado a revertir justo en el momento en que los militares, con la complicidad de Alfonso XIII, asumían el poder, con hechos como el incremento salarial conseguido por el SOMA y el repunte de su afiliación; la pujanza del Sindicato de Agricultores Asturianos de Santiago Álvarez; las gestiones encaminadas a crear la Federación Provincial de la UGT asturiana; y, de forma muy significativa, la elección, en la primavera de 1923, de Llaneza como diputado por Oviedo, aunque solo ejerciese cuatro meses, al clausurar Primo las Cámaras.

El Noroeste, dirigido por Antonio Oliveros, que fue muy crítico con Manuel Llaneza y su colaboracionismo con la dictadura, recogió la noticia del encuentro entre ambos dirigentes.
La respuesta de aquí al Golpe de Estado fue similar a la del resto de España: cautela, expectación, cierta complacencia y alejamiento de oposición activa alguna tal y como, apenas diez días después, ejemplificaba una comunicación del socialista langreano Enrique Jardón Celaya: “El nuevo régimen no produjo extrañeza, en virtud del estado de descomposición e inmoralidad de los partidos burgueses […] El Directorio que dirige los destinos del país dispone de los elementos de fuerza y no cabe duda que podría implantar, si los intereses creados no lo impiden, normas de economía y de buena administración como reclamamos los socialistas desde hace más de veinte años”.
Entrevistas y pactos con Llaneza
En los primeros días de octubre de 1923, Llaneza se entrevistaba, en dos ocasiones, con Primo de Rivera en un calculado gesto. No fue una mera casualidad que fuese el líder del SOMA el primer interlocutor escogido debido a su incuestionable prestigio dentro del movimiento obrero y a su contrastado pragmatismo, amén de la indudable importancia estratégica del sector minero en el conjunto de la economía nacional. Llaneza mantendría en los años siguientes, hasta 1927, una relación muy fluida con el general, con quien se entrevistaría en diversas ocasiones. En aquella reunión, se empezaría a fraguar las bases del pragmático pacto de no agresión que ligó al socialismo asturiano –regido por el hegemónico y omnipresente Sindicato Minero– con los militares: paz social en las minas a cambio del mantenimiento de la organización y la salvaguarda de las conquistas sociales alcanzadas hasta entonces –especialmente la jornada laboral–.
Finalizando 1924, la UGT aceptaba encantada la vocalía obrera en el Consejo de Estado –asumida por Largo Caballero– a la que se unía la presencia de ediles socialistas en las distintas corporaciones municipales; el colaboracionismo estaba servido. No es extraño, por tanto, que, en una circular del ministro de Gobernación Severiano Martínez Anido dirigida a los gobernadores, el principal responsable del Orden Público en el Directorio insistiese en que “no deben crearse dificultades a las corporaciones o asociaciones de carácter socialista, teniendo en cuenta que la política del Directorio no ha sido de ningún modo la de perseguirles o impedir su funcionamiento y el ejercicio de sus derechos”.
La mina San Vicente
Finalmente, sería la explotación autogestionaria de la mina San Vicente en el concejo de San Martín del Rey Aurelio, lograda gracias a las ayudas directas del Gobierno dictatorial –entre otras: un préstamo muy ventajoso de 150.000 pesetas– la que ejemplificaría el éxito del pacto, nunca escrito, entre Primo de Rivera y el SOMA –y, por ende, el socialismo asturiano–. Si examinamos la nómina de sus responsables –Consejo de Administración: Manuel Llaneza, José María Suárez y Ramón González Peña– y sus cargos directivos –Amador Fernández, administrador; Belarmino Tomás, vigilante general; y José Iglesias, vigilante de interior–, tendremos una idea muy exacta de su trascendencia como vivero de cuadros y creación de líderes que tendrán un asumido protagonismo posterior tanto en los sucesos de octubre de 1934 como en la Guerra Civil.
Sin embargo, esta alianza comenzaría a resquebrajarse en 1928. Las causas fueron múltiples, variadas desde la vuelta a los conflictos con la Patronal Minera hasta la pretensión de Primo de Rivera de perpetuarse en el poder. La tensión en el seno del socialismo se hizo manifiesta en el XII Congreso del PSOE –verano de 1928– y ello pese a que en sus debates siguió dominando la línea mayoritaria colaboracionista representada por Largo Caballero, Julián Besteiro, Andrés Saborit y Manuel Llaneza –y con él la cúpula del socialismo asturiano–, enfrentada a la de Indalecio Prieto, Gabriel Morón y el asturiano Teodomiro Menéndez. En clave más local se produjo un áspero enfrentamiento entre Teodomiro Menéndez, por un lado, y Manuel Llaneza y Amador Fernández, por el otro. En esta agria disputa –que se hacía visible en este momento, pero que hundía sus raíces tiempo atrás, desde la asonada de los militares– Menéndez no dudó en acusar a la dirección regional de colaboracionismo y pasividad ante la dictadura mientras que, por su parte, Llaneza y Fernández le reprocharon el no haber sido leal con el mandato recibido en el congreso previo de la FSA, así como el de “estar desaparecido” de la vida societaria en Asturias. El enfrentamiento entre estas dos tendencias no hacía sino ejemplificar las arraigadas diferencias entre un socialismo con base sindical –cuyo objetivo pasaba por la conquista inmediata de mejoras para los trabajadores convirtiéndose la colaboración con la dictadura en “un necesario mal menor”– y un socialismo con base política –no se podía acompañar a un régimen dictatorial que cercenaba las más elementales libertades–.
Ruptura y radicalización
Como ya se ha señalado, las bases del acuerdo –paz social en las explotaciones mineras a cambio del mantenimiento de la organización y de las conquistas sociales obtenidas– se cuarteó cuando, en el otoño de 1927, el Gobierno accedía a la petición de la Patronal Minera de incrementar en una hora la jornada laboral en las minas. Pese a esta ruptura, a la que un exánime SOMA no supo responder, la organización socialista asturiana, ya restablecida, logró arrancar al Gobierno, en 1929, dos de sus reivindicaciones más emblemáticas: el establecimiento del siempre ambicionado Orfanato Minero y la constitución de un Comité Paritario Minero en Oviedo. Todo un “canto del cisne” en el colaboracionismo pues sería en aquella coyuntura cuando se dio el rechazo a los puestos ofrecidos a la UGT en la Asamblea Nacional Consultiva por parte de un debilitado Primo de Rivera, suponiendo la ruptura escenificada y teatral de las organizaciones socialistas con la dictadura.
Tras la marcha del dictador al exilio parisino a principios de 1930, las organizaciones afectas al sindicalismo socialista en la región continuaron el impulso que las había caracterizado en el año anterior. Pero el socialismo asturiano ya no era el mismo: las prolongadas ausencias de Llaneza, cada vez más debilitado por su enfermedad –moriría en enero de 1931–; el incremento sustantivo de la conflictividad social; y las prisas por quitarse de encima el sambenito de “colaboracionismo” llevarían a incorporar a toda una nueva generación a la dirección del SOMA y a una paulatina radicalización de sus bases muy alejadas ya del modelo reformador, pragmático y posibilista que se había intentado construir solo unos años antes.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 40, SEPTIEMBRE DE 2015

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