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Atlántica XXII

Excéntricos, raras y olvidados: Qiu Jin, revolución y poesía

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Excéntricos, raras y olvidados: Qiu Jin, revolución y poesía

A Gloria Yifang Luo, mi alumna inolvidable. In memoriam.

Qiu_jinNatalia Fernández Díaz / Lingüista y traductora. Sabemos poco de China. Apenas unos datos de una historia milenaria. Apenas nada de sus costumbres. Su idioma, un enigma. Sus mujeres, otro enigma. Porque, si bien sabemos algo de algunos hombres chinos -pocos, pero suficientemente emblemáticos a poco que miremos con algo de detenimiento la convulsa historia del siglo XX-, de sus mujeres nuestra ignorancia es absoluta. Valga la pena, pues, este gesto de humildad de situar la realidad de nuestro conocimiento a la altura que le corresponde. Y hecha esa aclaración, concretemos: Qiu Jin, a quien también se conoció con el sobrenombre de Jianhu Nüxia, que significa “Guerrera del lago del espejo”, fue una revolucionaria en un tiempo sin revolución. Su peculiar revolución consistió en una oposición sin precedentes al imperio Qing. Un gesto de rebeldía que le costaría la vida.

Había nacido en Xiamen un 8 de noviembre de 1875 en el seno de una familia aristocrática y, como tal, había sido educada con absoluta exquisitez. De esa época temprana son sus primeros poemas -cantos a la naturaleza- que, poco a poco, evolucionan a la exaltación de las mujeres guerreras que hubo en la historia de China, alabando su belleza, su heroísmo y su fortaleza. Contrajo matrimonio como era preceptivo. Y tuvo dos hijos -la maternidad era tan preceptiva como casarse-. No tenía más que diecinueve años cuando su padre la obligó a unir su vida a la del hijo de un rico mercader. Qiu Jin, obediente y sumisa, accedió. La mujer que se opuso a una dinastía, a un sistema feudal, a la crueldad y al poder… no había sido capaz de oponerse a unas nupcias que la llevarían a una vida infeliz (más tarde ella señalaría que su marido era peor que un animal, que la trataba como si fuera menos que nada…Y que, inevitablemente, al pensar en él le recorría la espalda un miedo cerval).

Aquella seguridad en sí misma cuando escribía poemas de mujeres guerreras empieza a abandonarla. Ya solo le queda el eco de una poesía macilenta, llena de espantos y soledad. Pero esa forma de poesía desangrada fue la excusa precisa para volver a buscar el encanto de las heroínas, el destino de China y de sus mujeres. La semilla de la rebelión germinaba y lo hacía a pasos agigantados: quería servir a su país, quería liberarlo de opresiones. Una misión nada fácil por muchos motivos. El más cercano: su propio matrimonio, una terca cadena que le impedía volar. Y sin embargo…voló. No hay nada como el deseo visceral como para que las alas crezcan espontáneamente. Dejó al marido y a los hijos y se fue a Japón. Hay que reconocer que las circunstancias jugaron providentemente a su favor: en 1903 a su marido lo trasladan a Pekín (Beijing), un nuevo ambiente que le permitió a Qiu Jin sumergirse en escritos feministas e ir tomando posiciones a favor de la liberación de las mujeres. Bien le debieron de aprovechar tales lecturas y muy rápido debió de madurar en ella la certidumbre de haber encontrado un lugar definitivo entre el espectro de penalidades que el destino le ofrecía. A poco de llegar a la capital es cuando emprende el viaje japonés. No debió de ser fácil. Lo consigna su poema:

El sol y la luna no abandonan la luz, la tierra está oscura;

nuestro mundo femenino se hunde profundamente, ¿quién nos puede ayudar?

He vendido mis joyas para pagar este viaje a través de los mares.

Amputando mi familia, dejo mi patria.

Quitándome las vendas de los pies limpio mil años de veneno;

con el corazón efervescente despiertan todos los espíritus femeninos.

Ay, este pañuelo delicado

está mitad manchado de sangre y mitad de lágrimas.

Allí se inició en artes marciales, abrazó ideologías de izquierda y decidió usar vestimenta masculina de tipo occidental. Le gustaba la disciplina militar japonesa. Ambicionaba una legión de mujeres organizadas y luchadoras. En ese tiempo fuera de su país impartía charlas en contra de la extendida práctica china de vendar los pies a las mujeres. Hizo suya toda forma de opresión para combatirla. En Tokio entra en contacto con la agrupación “Tríadas”, partidarias de expulsar a la dinastía Qing y de restaurar el poder de los Han. Cuando en 1905 regresa a Pekín sigue moviéndose en esos círculos chino-japoneses, cuyo máximo y primordial objetivo era la desaparición de los Qing, en la convicción, en su caso particular, de que la dinastía Qing era una limitación para la prosperidad de las mujeres y que había que recuperar un modelo social más cercano a Occidente.

Mártir decapitada

Pero no se conforma con esas actividades políticas de las que dependía un cambio radical y por lo tanto un pulso con las fuerzas de ese destino que tanto le preocupaba, sino que publica con ardor y asiduidad artículos en revistas, en los que, sin ambages ni medianías, hace un llamamiento a las mujeres, para que consoliden su independencia económica, algo que solo es posible, cree ella, estudiando o consagrándose a alguna profesión especializada. Las conmina a resistir a todo: al peso de la tradición, a las peticiones de las familias, a los clamores del Gobierno. Como reza uno de sus escritos: “Con todo mi corazón suplico y pido a mis doscientos millones de compatriotas de sexo femenino que asuman su responsabilidad como ciudadanas. ¡Levantaos! ¡Levantaos! ¡Mujeres chinas, levantaos!”.

Poseída ya por una fiebre imparable y sin vuelta atrás se convierte en una oradora brillante que aboga por los derechos de las mujeres. Junto con la poeta Xu Zihua fundan la primera revista radical feminista, Zhongguo nubao (“El magazine de las mujeres chinas”). Precisamente Xu Zihua la introduce en una escuela femenina, de la que se convierte en preceptora. Allí las pupilas se ejercitaban en artes marciales y entrenamientos militares.

En 1907 las autoridades comienzan una sangrienta represión contra todos aquellos sospechosos de insumisión y de oposición al poder dominante. Primero cae la prima de la propia Qiu Jin y la ejecutan de inmediato. A los pocos días -era un 12 de julio- la detienen a ella, que niega toda implicación en cualquier asomo de alzamiento. Sin embargo varias pruebas escritas se les presentan como irrefutables a los ejecutores. Todas la incriminan. El día 15 la decapitan en lugar público. Su amiga Xu Zihua se ocupa de las exequias. Pronto se extiende la idea de que ha muerto una mártir. No enmudecen ni su poesía ni la esencia de sus pensamientos. Al contrario: gritan y se multiplican. Se cumplía, en su perfección no buscada, la proclama de uno de sus más conocidos poemas:

No me digas que las mujeres

no están hechas de la madera de los héroes,

yo toda sola cabalgué sobre vientos

hacia el Mar del Este durante 300.000 millas.

Mis pensamientos poéticos entonces se extendieron,

como una vela entre el océano y el cielo (…)

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 26, MAYO DE 2013.

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