Cultures
Gerardo Lombardero: “La política es química, la literatura homeopatía”

El escritor Gerardo Lombardero en una de sus salidas matutinas diarias. Foto / Pablo Lorenzana.
Gerardo Lombardero (Oviedo, 1951) toma todos los días una botella de vino en MaryLuz (Plaza San Miguel de su benemérita e invicta ciudad natal). Lo hace entre 12:30 y 14: 30 horas, en compañía de la tertulia habitual. Allí nos citamos con él. Es animal de rutinas y fiera literaria de las que no conocen el cansancio, el tedio o la renuncia. Lombadero no claudica, una novela tras otra, año tras año, y algo de estilista a lo Valle Inclán (“Despreciar a los demás y no amarse a uno mismo”) rezuma en su martirologio de obseso textual y pacífico vividor sin grandes traumas y con mucha “grandeur”, por eso de dejarse llevar por la vida en sus placeres más pequeños, secretos y refinados.
Diego Medrano / Escritor.
Usted es un escritor de método. De rutinas. Dicen los de Podemos que no hay nada más subversivo en la cultura actual que la rutina. Explíquenos la suya.
Entre siete y siete y media me levanto. Incluso antes, a las seis o por ahí. Tomo un café y fumo varios cigarrillos. Ojeo, a continuación, toda la prensa nacional e internacional. Escribo, invariablemente, de nueve a doce y media de la mañana. Me ducho. Tomos unos vinos hasta las 14:30 horas. Como. Siesta sin concesiones, normalmente hora y media. Leo toda la tarde, nunca salgo. A las ocho me fumo un porro, a las nueve otro y a las diez y media estoy en la cama, “a salvo de mí mismo”, como tanto le escuché al fantástico escritor y personaje llamado Diego Medrano. La noche no tiene nada que ofrecerme. La tarde, mucho menos.
Llaman la atención los encierros. ¿No hay letraherido sin madriguera?
Es todo mucho más prosaico. Desde que no se puede fumar en los bares estar en las terrazas permanentemente es un calvario. Respecto a la noche, me produce hastío, infinito cansancio. Salí durante años todos los días de la semana, mínimo hasta las dos de la madrugada. Si hay que salir, se sale, pero que lleven guitarra para cantar boleros o algo similar. Fueron años muy intensos, salidas intempestivas, pero ya no van conmigo. Unos vinos mateínos y matutinos y a correr…
Podría trazar un itinerario lector actual…
Por las tardes leo mucho bestseller y novela exitosa, pero con mínima calidad. No lo de Pérez Reverte. Lo último de Ken Follett es para tirarlo a la chimenea. Me gusta la novela de acción, de aventuras. Me gusta leer novela embebido por el triunfo ajeno, por el éxito social absurdo. Y luego, lo que es releer, especialmente poesía: Antonio Machado, León Felipe, Juan Ramón Jiménez. Sin moverme de ahí. Esa santa trilogía.
Su formación es histórica. Completó sus estudios en la Commonwealth Open University. ¿Por qué la historia es literatura?
La historia es un sabroso manual de consultas. Recuerdo a mi viejo profesor de Historia Antigua (mi única matrícula en la carrera) que subrayaba el hecho de no perder el tiempo con el nombre de los faraones o de los reyes godos, para eso estaban los manuales. La Historia enseña un modo de pensar. Domino a la perfección las fuentes de mis novelas, procuro estudiar sobre ellas, nada de internet y fenómenos similares. Para saber lo que fue el fascismo del 37 en Italia hay que dominar sociología, economía, religión, arte y cuestión militar. Esos son los puntos fundamentales. Y algo decisivo: no tener ideología ni trasmitirla. Trasmitir fluidez. No aburrir, enganchar.
En su producción hay un antes y un después de Días de Italia, cuya segunda parte, La pista de Edda Mussolini, le ha reparado importantes satisfacciones.
La primera novela parte de una huida no de una guerra sino de un país en guerra, por mucho que trabajase el protagonista en la Delegación de Propaganda del Gobierno de Franco. La política es siempre un componente interesante: nunca necesitas comulgar con él. Mis personajes principales no son crueles ni mundanos sino gente que piensa. Gente que cree en el progreso y aprende muy pronto a ganar dinero. La segunda parte es una orgía de aventura y delito: conocí bien la Cuba de los años veinte que describo, a través de varios familiares, gente canalla que tenía dinero en el City Bank de Nueva York. La corrupción era de tal calibre que resultaba muy grato mover los maletines cargados de fajos. Ese terreno movedizo de la corrupción generalizada, no solo de mandos…
La izquierda y la cultura
Su tío Manolo Lombardero, directivo de Planeta, sostiene que Bobes es su gran obra…
Un ingeniero que para mucho por aquí [MaryLuz] me dijo hace poco que era una maravilla cómo describía Los Llanos de Venezuela. Pero no quiero más novelas sobre grandes personajes: hay multitud de zonas oscuras que los segmentan. Bolívar, por poner un ejemplo, no fue el gran virtuoso de la independencia que nos pintan… Murió en casa de un español que tuvo a bien recogerle de tuberculosis. El general Riego: vivió toda su vida falseando e intentando recuperar su fallida carrera militar. No falseo la historia, a los grandes personajes no puedes ni tocarlos. Resulta un trabajo extenuante con los grandes nombres…
Mucha gente sostiene que usted es nazi. Lo he oído en el Inframundo.
No soy escritor ni de derechas ni de izquierdas. En el Inframundo, sí, que hablen “de mis antiguas proezas en los burdeles”, como el padre de los Panero. Sosa Wagner, el exeurodiputado, dijo de La vida de Leon Kramer que era una proeza cómo reflejaba la vida de un comandante de las SS con su amigo íntimo anarquista. Mi visión histórica es la de Umbral en Leyenda del César Visionario: ese arranque de Franco firmando sentencias de muerte mientras merienda tazones de chocolate. Galdós me aburre: ambienta muy bien pero aburre. Todas mis novelas tienen un índice cronológico y yo recomendaría empezar por Aquellos años serenos: el Oviedo de los años cincuenta, un ambiente selecto al mismo tiempo que corrompido, donde comienzan fenómenos curiosos como el de la drogadicción, los primeros morfinómanos…
Se alaban, no sé si también en los burdeles, sus dotes militares.
Eso es importantísimo. En El capitán carlista la cuestión militar es de primera índole. Lean lo que ponen anónimos en internet. La táctica militar exige conocer el sitio, saber cómo se mueven y el armamento de la época. Es crucial ponerse en el lugar de los personajes. En arte no hay progreso, ¿no decías tú eso un día?, nos enamoramos y batallamos como hace siglos, milenios. La literatura tiene mucho de eso, vivida como yo lo hago: hoy no me levanto de aquí hasta haber escrito tres horas. La literatura es una tirana: te maltrata, te pega, te humilla y, a pesar de todo ello, no puedes dejarla. La novela es oficio, no hay más cuento, la poesía no me preocupa, siempre está ahí. Soy el niño que prefería estar leyendo en el suelo de la cocina de mi casa antes que por ahí andando en bicicleta.
Publica sin descanso y trabaja, como recomendaba Cela, en varias carpetas abiertas.
Cierto, trabajo en varios libros por temporadas. Estoy ahora con una novela introspectiva, absolutamente biográfica, que puede estar muy bien. Algo muy cruel, como mandarme cortar tablones con un serrucho toda una mañana, por eso lo dejo con frecuencia. Quiero culminar también mi investigación sobre Porfirio Rubirosa, un playboy de los años cuarenta, para la tercera parte de Días de Italia. Incluso tengo novelas escritas hace cuarenta años que ni se me ocurriría reescribir. La literatura es cocina: hay que dejar que la sopa se haga. El periodismo, mis artículos en El Comercio, es puro presente, pero la literatura exige que la actualidad repose. Te pueden traicionar los acontecimientos si no lo haces. A no ser que lo hayas vivido: si fuiste prisionero del DAESH y te escapaste…
Mucha sátira infernal ardía en La víbora durmiente, una novela con la que destinarse de la pompa literaria provinciana y sus héroes de gominola…
Se trata de una sátira en clave. La más feroz que pude. Fue un texto que hice voluntariamente para pasarlo pipa, sin otra intención. Quería hacerme eco del mundo falso, rencoroso, mezquino, de la ambición cultural en provincias y sus personajillos. Los nazis son más malos que la quina. Una paradoja: la maldad está más en los personajes a los aludidos que a los que les han hecho putadas mil. La corrupción en la cultura es algo de lo que no se habla: ahí tienes a Cela. Se ofreció de delator y censor. Una vez que le pidieron un texto gratis para una revista que no pagaba lo acompañó de las siguientes líneas: “Vale, lo hago. Los escritores, como las putas y los toreros, a veces trabajamos gratis”. Ahí tienes toda una declaración de intenciones.
¿Y la politización de la cultura?
Está muy claro el panorama. La derecha cree que la cultura es un adorno: lo cuelga y lo descuelga del perchero según las ocasiones. A la izquierda, sí, la verdadera cultura le produce vergüenza. Confunden lo popular con lo populachero o las ordinarieces: ahí tienes en la TPA ese bodrio, “De folixa en folixa”. La cultura debería ser el verdadero transformador de la sociedad y de sus individuos. Tenemos lo que nos merecemos. Al Gobierno de turno se la bufa. ¿Cuántos años lleva Asturias sin Cronista Oficial? Conclusión, un cronista no sirve para nada. Ahora se enteran de que la educación es una aberración y quieren estudios para los profesores de siete años…
El primer Angelín
La poesía le salva de todos los asedios. La poesía le cura.
La poesía es un arma cargada de presente (no de futuro, como dijo el clásico). La novela tiene que ser invasiva, contundente: la novela es una navaja. La poesía es otro terreno. Ahí tienes a León Felipe, siempre enorme, alma desgarrada por la obviedad del pueblo y los asuntos que nunca cambian. Él sí que quería que todo diese la vuelta. No hay más poesía que la social: testimonio demoledor de lo que está pasando y merece cura. El primer Ángel González es el bueno, no el que después estuvo moldeado por Alarcos… aunque, si lo comparo con Gil de Biedma, Angelín se queda en nada, no me llega.
¿Qué diferencia un escritor de un narrador?
Lo peor que se le puede ocurrir a un escritor es pensar que tiene lectores. Se debe escribir pensando en uno mismo. Y si te aburres, estás muy jodido. La meta: hacer un rato agradable a quien te pueda leer. Narradores eran los apóstoles del Evangelio, Cristo era el verdadero escritor y quien les dio la novela. Yo jamás cuento mi historia, sino la de otros. La vida siempre está en el amor, en el desamor, en la calle, en los amigos, en la pobreza o porvenir, fuera del cuarto de la plancha donde yo junto mis letras. La vida siempre va antes que la literatura, y eso los narradores no lo saben. Mi vecina, con cuatro elementos vividos o sobados, puede contar una historia oral, pero eso no es ser escritor.
Finalmente, usted perteneció a una generación muy politizada. Política y cultura eran lo mismo. Presente y libertad, también.
Eran los años setenta. Para mí gloriosos: militaba en el partido de Tierno Galván y escribía poemas. La política era una actividad muy simple, muy rudimentaria, para cambiar la sociedad. Era acción civil. La literatura es siempre más lenta: la cambia igual, pero a otro ritmo. Entras en una farmacia: la política es la química, la literatura la homeopatía. En cualquier caso, la vida siempre va por delante de ambas.
Lombardero me deja ver una de sus libretas secretas, encuadernadas en piel, donde se leen versos al hachís, a la sonrisa de los mendigos, al vino tinto como lenitivo del estrés y de las dudas. Es un esteta: su paz no entiende de exigencias. Solo ha querido ser escritor y punto. Su meta: no escribir más sino mejor. Esa modestia de andar por casa le ha hecho un genio y creador admirables. “Lombard”, como le llamamos popularmente algunos insensatos, sabe que no hay escritura producto de la magia o del azar sino de la perseverancia. Los folios diarios como único futuro y, una vez acabados, a otra cosa mariposa.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 43, MARZO DE 2016

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