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Atlántica XXII

Giner seguiría reclamando un pueblo adulto

Afondando

Giner seguiría reclamando un pueblo adulto

Francisco Giner de los Ríos entre Ricardo Rubio y Manuel Bartolomé Cossío, dos de sus colaboradores más cercanos en la Institución Libre de Enseñanza.

Francisco Giner de los Ríos entre Ricardo Rubio y Manuel Bartolomé Cossío, dos de sus colaboradores
más cercanos en la Institución Libre de Enseñanza.

Rafael Asín Vergara / Historiador  y profesor de la Universidad de Castilla-La Mancha.

Que el centenario este año del fallecimiento de Francisco Giner de los Ríos haya pasado casi desapercibido en España indica paradójicamente la vigencia de su pensamiento y de su ejemplo moral. Su influencia entre los intelectuales y políticos progresistas de los siglos XIX y XX fue enorme, pero muchos de los retos que planteaba para la sociedad española siguen pendientes.

Cien años ya de la muerte de Francisco Giner de los Ríos, el fundador de la Institución Libre de Enseñanza y uno de los representantes de lo mejor de nuestra cultura y nuestra sociedad. Era un 18 de febrero y a la falta de luz del invierno se sumó una gran sensación de desaliento y de tristeza. Se había ido el referente moral más importante del último medio siglo. Antonio Machado lo explicaba en un poema que todos recordamos:

Como se fue el maestro, / la luz de esta mañana / me dijo: Van tres días / que mi hermano Francisco no trabaja. / ¿Murió?… Solo sabemos / que se nos fue por una senda clara, / diciéndonos: Hacedme / un duelo de labores y esperanzas. / …

… / Vivid, la vida sigue, / los muertos mueren y las sombras pasan, / lleva quien deja y vive el que ha vivido. / ¡Yunques, sonad; enmudeced, campanas! / …

Dolor sí pero también impulso para seguir la senda del trabajo iniciado y completarlo. Machado quiere teñir la melancolía de esperanza y elegir para el maestro un cielo laico, un lugar de descanso vigilante en el lugar en el que “un día soñaba un nuevo florecer de España”.

Obligar a pensar

Esa orfandaz dejó un poso profundo en todos los alientos que habían trabajado en aquellos proyectos que Giner impulsaba  y que fueron el germen de lo mejor de nuestra vida colectiva. Tras el entierro dirá Castillejo que “es muy difícil acostumbrarse a carecer del calor de aquella llama viva”. Y sus amigos (Cossío, Azcárate, Rubio, Jiménez Frau), discípulos y miembros de las generaciones del 98 y del 14 (Machado, Unamuno, Azorín, Azaña, Ortega), que habían asistido a su entierro, volvieron cabizbajos y en silencio. Terminaba una etapa donde siempre contaron con su tremenda fuerza, con su serenidad y con su aliento.

Lo que significaba tenerlo en la batalla lo expresa Joaquín Costa en una carta del 11 de enero de 1878: “Usted que posee el don de consejo…”. Ortega confiesa que “ha sido don Francisco Giner el único manantial de entusiasmo que hemos hallado en nuestro camino” y hasta Emilia Pardo Bazán, profundamente creyente, reconocía que aunque sus ideas fuesen muy diferentes “su alegría era la de un franciscano de los primeros tiempos, al cual la desgracia de los nuestros hizo un heterodoxo”. Unamuno, al que Giner definió como un “agitador de espíritus”, lo recordó como el hombre que “inquiría, preguntaba, objetaba, obligándonos a pensar”. Un poco huérfanos, todos ellos comprendieron que construir un país moderno e instruido donde tuvieran su lugar los hombres libres seguía siendo su mejor tarea pendiente.

Actualidad sarcástica

Este hombre singular había nacido en Ronda (Málaga) en 1839 y se mudó a Madrid para hacer el doctorado. Encontró su vocación y sus maestros, Fernando de Castro y Julián Sanz del Rio, y alimentó sus ideales con la influencia krausista con la que supieron impregnarlos: tolerancia, razón, ciencia e integridad moral que condujeron su compromiso social y ciudadano a un liberalismo profundo y a una defensa de la pedagogía como arma para cambiar las cosas.

La oscuridad cultural y política de la época que asfixiaba nuestra Universidad le exigió dos veces renunciar a su cátedra, poner en peligro su futuro y su supervivencia económica para poder defender sus convicciones, la libertad de cátedra, la del pensamiento.

Decepcionado por el fracaso del sexenio revolucionario siente que el compromiso de los llamados a cambiar las cosas se rindió sin luchar, sin dejar huella: “¿Qué hicieron los hombres nuevos? ¿Qué ha hecho la juventud? ¿Qué ha hecho? Respondan por nosotros el desencanto del espíritu público, el indiferente apartamiento de todas las clases, la sorda desesperación de todos los oprimidos, la hostilidad creciente de todos los sentimientos generosos… ha proclamado la libertad y ejercido la tiranía; ha consignado la igualdad y erigido en ley universal el privilegio”.

Qué enorme sarcasmo la actualidad de estas palabras todavía. Se pone a trabajar cuando ha perdido por voluntad propia su trabajo y, convencido de que solo la dignidad que puede conseguir la formación traerá cambios profundos, en cada día a día y cada esfuerzo, abandona todas aquellas actitudes que otros eligen para cambiar las cosas. Su mejor esperanza está en la escuela y a mejorar su país consagra esa esperanza de conseguir un hombre libre a partir de la educación interior.

No ceja en este empeño ni en los momentos en que todos dudan. Su optimismo contenido con la firmeza de una serenidad indestructible le obliga a disentir de todos los atormentados por el desastre del 98 y proponer su solución frente a las  que vienen impulsadas por el desaliento. “En los días críticos… es más cómodo para muchos pedir alborotados a gritos ‘una revolución’ ‘un Gobierno’, ‘un hombre’, cualquier cosa antes que dar en voz baja el alma entera para contribuir a crear lo único que nos hace falta. Un pueblo adulto”.

Una fotografía de Francisco Giner de los Ríos en sus años finales.

Una fotografía de Francisco Giner de los Ríos en sus años finales.

El paradigma del pecado

Y por ello creó la Institución Libre de Enseñanza, para empezar a desterrar las creencias que solo sirven para acentuar las diferencias entre seres humanos, para enseñar a pensar activamente, para buscar tan solo aquella  verdad que utilizase la curiosidad, el pensamiento y la ciencia , para educar en profundas convicciones de comprensión y convivencia, para ofrecer a cada ciudadano todas las oportunidades que merece, para que nadie sea discriminado por su sexo, su color o su religión o sus ideas..

Intentó con el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza que se acercara la posibilidad de conocer y dialogar, que todos los que estaban aportando algo para el desarrollo de la humanidad tuvieran también entre nosotros su lugar, impulsó la Residencia de Estudiantes, la Residencia de Señoritas, el Instituto Escuela, la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. De todo queda huella física y ética.

Estas convicciones en las que hoy todos podemos reflejarnos fueron terriblemente perseguidas. Al acabar la Guerra Civil se convierte a la ILE en el gran paradigma del pecado. Todos aquellos asesinos de sueños, los enemigos de la libertad, convirtieron un proyecto de justicia y de diálogo en un enemigo que debía ser destruido. Pasaron demasiados inviernos hasta que conseguimos componer  la más ambiciosa construcción de proyecto común. También tuvimos que reencontrarnos y que reconocer en nuestro origen lo mejor de lo que habíamos sabido componer. Y así fuimos recuperando muchas cosas, maestros olvidados y proyectos que esperaban a ser recuperados. También recuperamos a Giner y a su obra aunque no sé si a su espíritu del todo.

Ruidos sin ideas

Hoy, cien años después, cuando tantas cosas son nimias y efímeras, podemos constatar que permanece la vigencia de todo lo que representó y también de que, a pesar de congresos, artículos y reediciones, no está la sociedad interesada en ese sueño del florecer de España.

Nuestra crisis no es solo económica y coyuntural, porque tiene mucho de derrota moral. Giner no nos permitiría el abandono ni el amargo sabor de la derrota. A cada error debe seguir un nuevo intento de construir aquella sociedad que pueda poseer un pueblo adulto.

La educación sigue siendo esa aventura que convierta en orquesta todos los instrumentos distintos que somos cada uno. Poca cosa sonar por separado, ruidos, a veces bellos, dentro de muchos otros. Ruidos que pugnan por imponerse. Una pelea a viva voz pero sin debate crítico, sin ideas. El proyecto de mejorar al hombre, que nunca estará falto de conflicto, nos exige otra cosa.

Para Giner esa actitud era importante, la atención a lo nuevo y lo valioso. Solo dos meses antes de morir, en la Navidad de 1914, regalo a los hijos de sus amigos y de sus colaboradores y discípulos la primera edición de un libro nuevo, recién editado, que había escrito Juan Ramón Jiménez y que se llamaba Platero y yo.  El poeta, conmovido, escribió pocos días después de su muerte: “Parece que hubiese ido encarnando cuanto hay de tierno y de agudo en la vida: la flor, la llama, el pájaro, la cima, el niño… Ahora tendido en su lecho cual rio helado que le corriera por dentro, es el camino claro para el recorrido sin fin”.

Un hombre muy querido para mí y, uno de los mejores alumnos de Giner, Rafael Altamira, evocaba en sus últimos años su figura y su influjo mientras escuchaba la pieza musical que ambos preferían, La Pasión según San Mateo de Bach. Desanimado por las circunstancias de la guerra y el exilio se ha dejado vencer por el desaliento momentáneamente, como nos explica en Confesión de un vencido, pero decide renovar su compromiso con el futuro y con la convivencia al recordar todo lo aprendido y los ideales con los que Giner alimentó todas sus clases y paseos, los proyectos que forjaron juntos.

El mejor homenaje para un hombre que caminó por delante de la Historia sería conjurarnos para recuperar aquella fe maravillosa que hemos utilizado y luego abandonado tantas veces, que señala el camino hacia ese mito viejo pero nunca alcanzado de Libertad, Igualdad, Fraternidad. Tendremos que coserle las costuras, abandonar sus primitivos signos de violencia, pero educar y educarnos hasta conseguirlo.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 38, MAYO DE 2015

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