Afondando
Gobierno de izquierdas “a la portuguesa”

Antonio Costa (izquierda) en la negociación que sirvió para derribar al Gobierno conservador de Pedro Passos Coelho.
Steven Forti / Historiador e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
Como suele pasar habitualmente, de Portugal se habla poco. Desde España se le da la espalda, mientras que en Berlín y París casi se olvida que el país luso es parte de Europa, aparte de cuando Bruselas impone medidas de austeridad o cuando, como este año, la Selecção das Quinas gana la Eurocopa. Y, sin embargo, de Portugal se debería hablar mucho más. También de su situación política que, tras la capitulación de Syriza del verano pasado, es probablemente el único ejemplo de un Gobierno de izquierdas que aplica políticas redistributivas.
Tras una legislatura marcada por la intervención de la Troika y las políticas de austeridad impuestas por el Gobierno de centro-derecha de Pedro Passos Coelho, el pasado 26 de noviembre el dirigente socialista y exalcalde de Lisboa António Costa conseguía ser investido presidente gracias a un pacto con el Bloco de Esquerda (BE), el Partido Comunista Português (PCP) y los Verdes. Se trata de un caso singular para la socialdemocracia europea de este principio de siglo XXI, escorada hacia las grandes coaliciones con la derecha y anclada a una agenda neoliberal, y de una absoluta novedad para las izquierdas portuguesas ya que jamás, ni en los tiempos dorados de la revolución de los claveles, los comunistas habían apoyado al Partido Socialista (PS). Un hecho que choca aún más al mirarlo desde una España instalada en una interminable interinidad política donde el PSOE se niega a llegar a acuerdos de gobierno con Podemos.
Revertir los recortes
Pues, ¿qué ha conseguido hacer António Costa en estos primeros nueve meses en el Gobierno? Según Goffredo Adinolfi, investigador en Ciencias Sociales del Instituto Universitario de Lisboa y corresponsal del periódico italiano Il manifesto, la de Costa es una política que se puede definir de “austeridad redistributiva”. Las primeras medidas del Ejecutivo socialista –el BE, el PCP y los Verdes no han entrado en el Gobierno–, reforzadas con la aprobación en enero de los Presupuestos de 2016, se han centrado efectivamente en revertir los recortes aplicados por Passos Coelho entre 2011 y 2015 –algunos de los cuales fueron tildados de inconstitucionales por el Alto Tribunal luso– y en disminuir las desigualdades sociales que han aumentado exponencialmente en el último trienio, sin buscar el choque de trenes con las instituciones europeas.
Así, se ha subido el salario mínimo, se han reducido los impuestos directos, se han restablecido las condiciones salariales y laborales en el sector público y se ha aumentado el apoyo social a familias y pensionistas. Asimismo, se ha aprobado la recuperación de cuatro días festivos –eliminados en 2013 por la Troika–, la implantación de las 35 horas laborables semanales para funcionarios, la prohibición de que los bancos cobren comisiones por el mantenimiento de la primera cuenta corriente o la prohibición de la pignoración de la vivienda familiar para deudas fiscales o con la Seguridad Social.
Pero también se han retirado un conjunto de medidas discriminatorias que aún existían, permitiendo así la adopción de niños por parejas del mismo sexo, cuando el matrimonio homosexual había sido aprobado ya en 2010. Y en los meses siguientes, mientras la Comisión Europea se planteaba castigar a Portugal por no haber respetado el techo de déficit acordado, el Gobierno de Costa seguía en la senda de unas políticas progresistas, anulando la financiación favorable a la escuela privada aprobada por el anterior Ejecutivo. Medidas que en muchos países europeos de hoy en día parecen casi utópicas y que explican el nivel de satisfacción con el Gobierno por parte de la población portuguesa y de los sindicatos. Por un lado, la Confederação Geral dos Trabalhadores Portugueses (CGTP) organizó una manifestación en apoyo al Gobierno por la ley de las 35 horas, mientras, por otro lado, en una encuesta de Eurosondagem del mes de junio, tan solo el 20% de los encuestados expresa un juicio negativo hacia el Ejecutivo frentista. Dos fenómenos impensables en la Grecia de la Syriza 2.0, en la Francia de Hollande y Valls o en la Italia de Renzi.
Las presiones de Bruselas
La tarea que ha emprendido Costa es extremadamente compleja. Según Adinolfi, “aunque la opinión pública apoye al Ejecutivo, las medidas aún no se perciben mucho entre la población. Los márgenes para llevar adelante unos presupuestos expansivos son estrechos y Bruselas amenaza con sanciones y con el congelamiento de los fondos europeos. Además, los medios de comunicación y la derecha han lanzado desde el primer día una campaña de prensa muy dura contra Costa”.
Aunque intenta evitar cualquier choque con las instituciones europeas, el presidente socialista vive entre la espada y la pared, continuamente presionado por Bruselas. Así, en febrero, Costa tuvo que aceptar, a cambio de la luz verde de Bruselas a los Presupuestos, unos “ajustes adicionales” de 900 millones de euros, que se han convertido en una subida de impuestos sobre combustible, alcohol y tabaco. Y, a finales de julio, tras la concesión por parte de la Comisión Europea de mayor flexibilidad en cuanto a los límites de déficit, le ha tocado acatar unas aún imprecisas “medidas más eficaces” que se deberían convertir en unos futuros recortes de 450 millones de euros.
Además, aunque la situación macroeconómica portuguesa ha mejorado levemente en los últimos meses, los datos siguen preocupando a las instituciones europeas y a los inversores internacionales. El desempleo ha bajado efectivamente hasta el 12%, pero Portugal es el país de la OCDE con mayor emigración: en los últimos cinco años han sido más de 500.000 los portugueses, sobre todo jóvenes licenciados, que emigraron. Asimismo, la deuda pública es la tercera más alta de toda la UE tras Grecia e Italia (129%), el déficit está por encima de lo que se había acordado (el 4,4% del PIB, en vez del 2,5%) y el crecimiento económico es todavía débil (las previsiones para 2016 hablan del 1,3%).
Por más inri, la situación de los bancos portugueses es problemática. Una de las primeras medidas del Gobierno Costa, que creó fuertes tensiones con sus socios de Gobierno, fue el rescate del banco BANIF –luego vendido al Santander–, mientras en los próximos meses se deberá encarar el agujero negro abierto hace dos años por el Banco Espíritu Santo (BES) –rescatado en 2014 con 4.900 millones de euros– con la necesidad de la complicada venta del Novo Banco –una entidad que se quedó con los activos del BES–, la difícil gestión de la OPA de Caixabank sobre el 100% del Banco Português de Investimento (BPI) y los posibles problemas del mayor banco público luso, la Caixa Geral de Depositos (CGD).
Una alianza de gobierno estable
De todos modos, no se prevén problemas de estabilidad para el Ejecutivo frentista en los próximos meses. Goffredo Adinolfi apunta que “las relaciones entre el Partido Socialista y sus socios de Gobierno son cordiales. Tanto el Bloco de Esquerda como el Partido Comunista Portugués y los Verdes defienden al Ejecutivo, más allá de algunas divergencias concretas. Todos son conscientes de que la alianza nació porque el centro-derecha tenía el proyecto de desmantelar por completo el Estado del Bienestar y saben que si cae el Gobierno este proyecto seguirá adelante”. Según José Reis Santos, investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidad Nova de Lisboa, “Costa tiene todas las condiciones para seguir en el Gobierno gracias al fuerte apoyo parlamentario de que dispone y a la no beligerancia del nuevo presidente de la República [el profesor y exdirigente de la derecha Marcelo Rebelo de Sousa]. Además, tras haber perdido el Gobierno, la derecha está errática y fragmentada. Los primeros problemas podrían darse con el debate de los próximos Presupuestos y, luego, con las elecciones municipales de otoño de 2017”.
Sobre la alianza frentista, que ha pasado ya a denominarse “a la portuguesa”, Reis Santos señala que para ello “contribuyó mucho el pasado de socialización común de muchos de los actuales actores políticos, sobre todo del PS y del BE, en los tiempos del Movimento Jovens pelo Sim de 2007 y del Movimiento pela Igualdade de 2008”. Además, “todos comprendieron que el espacio político de izquierda se encontraba suficientemente madurado para que existiese una posibilidad de gobierno como esta que consagra una geometría variable entre socios, en el sentido de que no vincula a cada partido en cada medida gubernamental, permitiendo que todos mantengan su identidad y su especifidad programática”.
Parece, pues, que los mayores problemas para el Gobierno de Costa se encuentren fuera de las fronteras portuguesas. Es en Bruselas y en Berlín donde el ejecutivo frentista deberá lidiar con sus más acérrimos adversarios. A nivel europeo, Costa “está prácticamente aislado, como ha demostrado la votación de julio del Eurogrupo donde todos los Gobiernos europeos aprobaron nuevas medidas de austeridad para la península ibérica”, apunta Reis Santos. “Esto –añade– permite apreciar la lenta muerte de parte de la socialdemocracia europea, poco interesada en defender alternativas a la austeridad impuesta por Bruselas con la convenencia activa de muchos partidos socialistas europeos, más preocupados de agradar a la señora Merkel, los mercados y las fantasías del señor Schaüble que de defender alternativas que pongan las personas y los problemas reales en el centro de las políticas públicas”.
Dándole la vuelta a la famosa frase del escritor italiano Ennio Flaiano, podríamos decir que en Portugal “la situación es seria, pero no es grave”. Lo que es grave, en cambio, es la situación europea, y, aún más, la de la socialdemocracia del Viejo Continente. La aún breve experiencia del Gobierno frentista de António Costa en el país luso nos permite tener, otra vez, un poco de esperanza para que, tras casi una década de austeridad impuesta a machamartillo, cambie el rumbo de las cosas. No es fácil, todo lo contrario. El riesgo es que Costa se quede solo en Europa y que su experiencia acabe, de una forma u otra, como la de Tsipras. Sin embargo, cambiar el rumbo es posible. Esto es lo que nos muestran las políticas aplicadas por el Gobierno portugués en estos primeros diez meses.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 46, SEPTIEMBRE DE 2016

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