Afondando
Gratis total, periodismo fatal

Ilustración / Alberto Cimadevilla.
El periodismo vive tiempos convulsos. Una de las cuestiones que se debate es el acceso gratuito a los contenidos en la red. Es importante estudiar las posiciones adoptadas por diferentes sectores sociales, los intereses en torno a ellas y -lo más importante- sus consecuencias en los contenidos. Por Pascual Serrano / Periodista y escritor, autor del libro La comunicación jibarizada (Península).
Como las grandes empresas estaban molestas e inquietas porque se veían obligadas a ofrecer sus contenidos gratuitos en Internet si querían que se leyeran y la población lograba a través de la red barra libre para leer todos los periódicos y revistas, la izquierda llegó a la conclusión que eso era bueno, de que estábamos ante un avance en la democratización de la información y el acceso libre a la cultura. Esa postura era también apoyada por otro sector social que desde una absoluta ausencia de ideología se sumó a las tesis de la izquierda porque esgrimían una coartada a favor de la gratuidad. Olvidan algunos detalles:
-Que la información que se adquiere aparentemente gratis en Internet no lo es del todo. Hay que pagar un equipo informático que va desde el ordenador al iPad, la tablet, el smartphone, la PDA y una lista interminable de artilugios con sus correspondientes gastos en software, antivirus, etc. A ello hay que añadir el coste de la conexión a Internet, vía ADSL, módem USB…
-Que al no pagar los contenidos informativos, su valor procede de la intencionalidad oculta de esos contenidos y no de la información que nos proporcionan. De esta forma, son las fuentes interesadas las que ocupan el lugar del profesional que cobraba por su trabajo. Un ejemplo es el caso del Huffington Post, donde los columnistas no cobran, según argumenta el medio, porque escribir les proporciona una visibilidad que les resulta beneficiosa. Esa “visibilidad” no es otra cosa que la promoción de una determinada ideología, imagen o interés. De ahí que el columnista del Huffington Post sea el político que promueve su partido o iniciativa, el escritor que promociona su libro o el activista que hace apología de una causa. Por supuesto es lícito que lo hagan, pero el valor informativo y la profesionalidad periodística desaparecen, no se puede calificar ese fenómeno de libre circulación de la información.
-Que algunos sectores empresariales se están haciendo ricos con esta nueva forma de “información gratuita”: empresas de telecomunicaciones, de informática, de software (Microsoft), buscadores de Internet, las empresas de las redes sociales, puesto que desde ellas los usuarios vinculan las informaciones…
-Que muchas Administraciones están desviando presupuestos y gasto público hacia estas nuevas tecnologías en detrimento de los soportes culturales tradicionales que también proporcionaban un acceso gratuito a la información: suscripciones a periódicos y revistas en las bibliotecas públicas o programación de obras de teatro, por ejemplo.
Publicidad y contenidos
La idea de una información gratuita no implica un concepto social progresista como sucede con la de una sanidad o una educación públicas. Estos últimos servicios no son gratis, son financiados por la comunidad en lugar de por el individuo, los paga el Estado para evitar que los sectores menos pudientes se vean discriminados. Su prestación pública no supone que dejen de llegar fondos económicos a esos campos para que funcionen de forma adecuada y se remunere adecuadamente a sus profesionales, al contrario, se les garantiza una mayor estabilidad laboral e independencia profesional.
Para que el periodismo y la información existan solo puede haber tres vías de financiación: los usuarios, el Estado o los anunciantes (directos o diferidos), no hay otras. Con el modelo gratuito en auge, y con el aplauso de los sectores de izquierda, se renuncia a la primera vía -la del público- y a la del Estado, casi nadie pide más presupuesto público para apoyar a la prensa no comercial o desarrollar los medios estatales, la mayoría de los partidos y la ciudadanía lo interpreta como gasto en propaganda política gubernamental. De modo que solo nos queda la tercera opción: los anunciantes o la inyección de fondos procedentes de sectores empresariales que estén dispuestos a perder dinero a cambio de lograr influencia ideológica. Noam Chomsky y Edward S. Herman recuerdan en su obra Los guardianes de la libertad que la incorporación de la publicidad en el siglo XIX actuó como “un poderoso mecanismo debilitador de la prensa de la clase obrera” en la medida en que los periódicos de la derecha lograron un mayor acceso a los anunciantes empresariales por su sintonía ideológica, lo que permitió bajar el precio de los ejemplares, aumentar la tirada y los beneficios y destinar más recursos a las mejores tecnológicas y la difusión. Si los periódicos actuales consiguen la mitad de sus ingresos de la publicidad, con la difusión gratuita por Internet ya todo el ingreso procede de las empresas que se publicitan, lo que convierte a estas compañías en los árbitros que deciden quién sobrevivirá y quién no, y qué deben publicar para seguir logrando el favor de esos anunciantes.

Periodistas en una rueda de prensa. Foto / Mario Rojas.
Como resultado de todo lo anterior lo valioso ya no es la información, sino las audiencias. Lo que se cotiza no es la calidad de la información, sino las cifras de lectores o espectadores que tiene un medio. Si nos fijamos bien, comprobaremos que lo que venden los medios no es buen contenido informativo, ellos venden audiencias, nos venden a nosotros a las agencias de prensa. Una cadena de televisión ofrece anuncios de 20 segundos más caros que otra porque la primera pone como principal valor tres millones de espectadores frente al millón de la otra. Creemos que ellas nos ofrecen contenidos a nosotros y lo que ofrecen son espectadores a las empresas anunciantes, el objeto somos nosotros. Por eso una revista semanal regala unas chanclas de verano que valen más que la revista, porque así consigue unas altas cifras de tirada con las que ofrecerse -ofrecernos- a los anunciantes. Ponga su publicidad aquí que yo tengo a cien mil personas a las que coloco esta miserable revista.
La gratuidad de la información con la llegada de Internet ha supuesto que en el sector privado, junto con la vía publicitaria como principal fuente de ingreso y de servidumbre editorial, se reduzcan los costes mediante la disminución de la calidad. Para ello se recurre a las noticias de fuentes interesadas que ya llegan elaboradas a las redacciones, el corta y pega de las informaciones procedentes de agencia, la precarización del periodista. Casi ningún medio se puede permitir dedicar un periodista una semana a investigar un buen reportaje. La elaboración de noticias a un coste casi cero ya se impone como un dogma, de modo que si un medio estatal dedica los recursos necesarios a un buen trabajo será acusado de despilfarro de dinero público.
El público de Público
En cuanto a los medios alternativos, el panorama es mucho más preocupante porque ellos difícilmente van a acceder a la publicidad, no disponen de buenos departamentos comerciales que capten clientes y las empresas tampoco tienen interés en financiar contenidos críticos contra el libre mercado. El resultado será con demasiada frecuencia textos y documentos voluntaristas, sin investigación ni rigor, publicando lo de cualquiera que parece que se ajusta a la línea editorial, sin contrastar noticias, sin poder pagar a traductores ni colaboradores, desemboca en una mala calidad del periodismo alternativo, a veces todavía peor que el comercial. La gratuidad a la que se ven obligados los medios alternativos, y que defienden -erróneamente en mi opinión- como valor progresista que garantiza el libre acceso a la información, les lleva a anunciar en sus páginas web la venta de productos de merchandising del tipo de camisetas y gorras para sufragar sus gastos de funcionamiento, es decir, que unos deben comprar una camiseta para que otros lean un periódico gratis. El problema es que con el modelo de pago, si los lectores no compraban el periódico, éste dejaba de existir; y ahora, si los militantes del periódico no compran la camiseta, también dejará de existir. ¿De verdad eso supone un avance en el libre acceso a la información?
En España, en febrero de 2012, cerró el diario Público. Un medio que adoptaba una línea progresista en asuntos como la memoria histórica o las críticas a la monarquía y contaba con algunas firmas de izquierda impensables en el resto de la prensa. Detrás de este diario se encontraba un empresario millonario, supuestamente de izquierdas, pero que también miraba las cuentas. El diario incluía todos sus contenidos gratuitamente en Internet, regalaba o incluía a precios mínimos durante el fin de semana películas o libros. Muchos ciudadanos se lamentaron de su desaparición, se trataba de una izquierda que había disfrutado de información gratis, reportajes gratis y periodismo gratis y luego comprobó con tristeza que la iniciativa terminó arruinada. Si observamos el panorama de medios de prensa verdaderamente de izquierda que hay en el mundo, ninguno se mantiene gracias a un millonario. Detrás hay lectores que creen en el proyecto y lo pagan: Le Monde Diplomatique, Il Manifesto… U organizaciones que asumen las pérdidas, en el caso de Mundo Obrero con el Partido Comunista de España o Brasil de Fato con Vía Campesina. Pueden tener algunos textos gratuitos en Internet pero ninguno se encuentra íntegramente en la red. Es curioso, El País, ABC o La Gaceta sí están completos en la red. ¿Acaso alguien cree que están más preocupados por la “socialización de la información”? ¿No será que ellos tienen ya a El Corte Inglés, Repsol, BBVA o Telefónica para sobrevivir y no necesitan lectores que paguen? Detrás de proyectos alternativos escritos que funcionan como The Nation en Estados Unidos o New Left Review en el Reino Unido hay unos lectores convencidos de la necesidad de mantenerlos y financiarlos. Il Manifesto periódicamente se ve obligado a sacar un ejemplar por cincuenta euros para tapar sus frecuentes agujeros económicos, La Jornada de México logró fondos subastando cuadros y The Nation cuenta con 30.000 socios solidarios que pagan por encima del precio de la suscripción. Nosotros, en cambio, queremos que esté gratis en Internet y comprarlo los domingos cuando nos regala un DVD.
Podemos estar asistiendo a la destrucción del buen periodismo y seguir tan tranquilos mientras lo que haya -financiado y promovido por anunciantes- siga siendo gratis, sin exigir a los poderes públicos que garanticen una sociedad informada.
Es verdad que la aparición de Internet debe suponer cambios. El hecho de que ahora, a diferencia de hace veinte años, la multiplicación del producto comercializado tenga un coste cercano a cero debería suponer un avance y un ahorro económico, pero no por ello desentendernos de que la información, la buena información, la que no tiene detrás intereses de grupos económicos ni está dispuesta a empobrecerse en forma y contenido para lograr audiencias a toda costa, cuesta dinero. Y la responsabilidad de una sociedad que quiere seguir contando con esa buena información porque sabe que es imprescindible en un sistema democrático, implica que hay que buscar la forma de cubrir sus costes.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 26, MAYO DE 2013.

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