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Héctor Braga: “Asistimos a la eliminación del pensamiento crítico”

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Héctor Braga: “Asistimos a la eliminación del pensamiento crítico”

Héctor Braga tocando el arpa en una espicha en Colloto, para los suscriptores de ATLÁNTICA XXII.

Gaitero, violonchelista, zanfonista, cantante, arpista, musicólogo, profesor de secundaria, solista sin complejos, escudero y arreglista de gente como Anabel Santiago, Toli Morilla o Fernando Valle Roso, estudioso del folclore y la tradición, editor de sus propios discos (de los que gestiona sus derechos frente a la todopoderosa SGAE) y entre otras facetas, conversador inquieto en mil direcciones y sin titubeos. Del carácter de Héctor Braga (Llangréu, 1980) se deduce la heterodoxia necesaria para hacer de la música (y de la vida) un camino debidamente ortodoxo.

Rafa Balbuena / Periodista.

Le abordo como profesor de secundaria: ¿cómo ve la música dentro del sistema educativo?

En retroceso, está claro. Cada vez tiene menos horas en los currículos, y yo, que doy clase en secundaria en Cantabria, veo que allí estamos un poco mejor: tenemos más horas lectivas, con la posibilidad de tener un taller en 3º de la ESO, cosa que en Asturias actualmente es imposible… Pero vamos, el retroceso es un hecho. Primero fue la Filosofía, luego el recorte en Literatura, ahora la Música… Es un acoso puro a las Humanidades, todo lo que no sea cuantitativo en resultados se queda progresivamente a un lado en los planes de estudio. Estamos asistiendo a la eliminación, desde la escuela, de todo aquello que lleve al pensamiento crítico, que empieza por el pensamiento creativo.

¿Esto es extrapolable a la enseñanza de música tradicional en Asturias?

Todo lo tradicional en Asturias, sea arquitectónico, lingüístico o musical, está en decadencia, en proceso de desmantelamiento constante. Hasta la gastronomía. La situación no invita al optimismo en lo que rodea a la tradición porque las disciplinas vinculadas a ella están totalmente invertebradas. Hay un fallo en el mecanismo de transmisión, la cadena de enseñanza rompió hace tiempo, y la coyuntura socioeconómica que padecemos no hizo otra cosa que romperla más.

¿De qué forma?

Por ejemplo, cuando a mí me llamaron del Conservatorio para dar la asignatura de gaita, que me propusieron postularme por tener el titulo superior, vi lo que había… y no quise. Entendí que aquel no era mi sitio, y dije que no porque no veía propio meter la gaita sin su mundo: el baile, acompañando la canción popular… En el entorno sinfónico la ponían acompañando madrigales, pero no metían repertorio popular. Siendo así, a la gaita sola no la veo en un Conservatorio, tal como está la enseñanza reglada.

¿Hay entonces una brecha entre el músico profesional, el musicólogo investigador y el profesor de conservatorio?

Sí, por esa falta de vertebración que decíamos. Cuando yo estudiaba grado superior de violonchelo en Oviedo, era un outsider total, yo al menos me veía así. Se suponía que tenía que estar con el repertorio clásico, pero era el bicho raro que tocaba para acompañar otras cosas, canción asturiana, trabajo de campo yendo por los pueblos… Yo creía –y sigo creyendo– que los músicos asturianos tienen que conocer perfectamente la música asturiana. Si vamos atrás, a mediados del XIX, autores como Rufino González Nuevo o Víctor Sáenz, o cualquier otro de entonces, se basaban en conocer, enseñar, redimensionar y repotenciar el hecho musical cultural y autóctono. Todo él, ojo, no solo una parte.

Conservatorios conservadores

¿Pervive la idea del conservatorio como sinónimo de enseñanza “fósil”, de estancamiento en el solfeo y la partitura como principio y fin de la música?

Sí, sí. Está claro. De hecho, gran parte de la mediocridad que existe en los centros de enseñanza de música responde a despreciar en base al conocimiento técnico que tengas. Pero vamos, eso ya se sabía y pasa en otros ámbitos, lo decía Irvine Welsh con “los listillos que te miden en base a cuántas novelas has leído”, gente que se supone que aprecia la belleza por oír un preludio de Bach pero que es incapaz de cuidar una planta o de escandalizarse por un atentado en Qatar, por ejemplo. Los que dicen que aman la música pero que desprecian su esencia como expresión del ser humano.

¿Y la aparición constante de escuelas de música, o que haya cada vez más bandas de gaitas, no repercute en un avance en la investigación de la música tradicional?

Hay un avance, si queremos ver una lectura positiva, y es que se accede con más facilidad a aprender a tocar una gaita, aunque sea de una manera sesgada, porque los gaiteros nuevos que salen ahora ni perciben la funcionalidad social de la gaita, que era el ciclo vital entero: tocar desde un bautizo a un funeral. Ahora está muy bien en lo cuantitativo, pero en lo cualitativo se pierden cosas. Ser gaitero a día de hoy significa estar en una banda, desfilar, ir a tocar a los premios Princesa, donde tu integridad, por cierto, corre serio peligro (risas)… y se reduce a eso, las fotos y poco más. Es bueno para que la gaita no se pierda, pero en lo cualitativo cae en picado.

¿Qué sintió al tocar una zanfona por vez primera?

Me cayó en las manos gracias a gente que aún la tocaba aquí en Asturias, gente con gusto por la música barroca, caso de Alfonso Fernández o Celia González. Había tocado en la noche celta de Porcía con mi grupo de entonces y fue ella quien me la puso en las manos. Me enganchó al momento. Era muy interesante a la hora de poder tocar y cantar a la vez. En el Conservatorio parecía algo pintoresco… y despreciable, claro, porque solo le veían interés como parte de la historia de la música, una cosa muerta, de grabado medieval. Hice un trabajo en la asignatura con el cuadro de Luis Menéndez Pidal Guiñol en la aldea, con audiciones de Béla Bartók tocando la zanfona… Intenté sensibilizarlos un poco, pero no lo conseguí (ríe).

Héctor Braga es músico, cantante y musicólogo. Foto / Sergio López.

Y esa actitud purista, tan pegada al canon, ¿impide avanzar tanto hacia delante como hacia atrás?

Pongo un ejemplo: de los titulados superiores de piano que hay hoy en España, un 80 % no podría leer una partitura americana, las piezas del “Real book” americano, que ya son estándares desde hace solo 70 años. Hasta la música de vanguardia tiene un canon y ya es en gran medida conservadora, nada más hay que ver con qué fidelidad se interpreta a Berio o a John Cage.

¿Clásicos discutidos en su día como Stravinsky o Mozart tendrían opción a alcanzar su actual estatus?

¡Los Mozart tienen hoy mucha cabida, sobre todo en las multinacionales: están llenas de gente que te hace sonatas como churros, todas iguales! (ríe). Yo, cuando hace años fui al casting de “La Voz” –bueno, más bien me llamaron y accedí a ir (sonríe burlón)–, en una reunión pregunté qué canciones mías tenía que ir preparando, y me dijeron que no me preocupase, que ya tenían ellos un montón donde elegir… luego me dejaron claro que había que ceder las autorías y hasta el control de las redes sociales… así que dije “fuera, a otra cosa”. En las multinacionales o las televisiones el “modelo Mozart” triunfa. En ese ambiente, quien investigue o rompa moldes va a ser rechazado, siempre. Y aunque sea una semilla que crezca y haya sectores pequeños que lo apoyen, esa semilla va teniendo cada vez menos espacio para desarrollarse. El pensamiento crítico, ya dije antes, está siendo eliminado. Por arriba y por abajo.

Antes mencionó “La Voz”, el programa, pero ¿qué hay de “la voz” como instrumento musical en la actualidad?

En términos de enseñanza, la voz probablemente sea el caso actual más claro de estancamiento. Un tío de barrio como Caruso, que hace ochenta años se hizo a sí mismo multimillonario cantando, hoy sería inconcebible. Hoy no puedes ir más allá de los cinco minutos que te den en “Factor X” o similares, y luego si hay suerte sigues, pero sin controlar tu carrera. Hoy, o cantas como Pavarotti o Domingo, o no vas a ninguna parte…

El mismo inmovilismo que Camarón y el flamenco…

Pero fíjate que Camarón tuvo amenazas de muerte por cantar como cantaba, en la época de La leyenda del tiempo. Y cuando todo el mundo quería cantar como Camarón, él ya estaba en declive. Es algo universal, le pasó a María Callas también, y a Pavarotti no… pero de milagro.

Panorama de letras

Junto a la música ¿cómo pinta la letra en la canción asturiana?

En la asturianada ahora es inamovible. Antes era un canto de tradición oral, de préstamo continuo, algo común en el que tu deber era conservarlo, enriquecerlo y aportar algo, al menos en letras. Desde los años cuarenta, acabada la Guerra Civil, se extienden los concursos bajo un mecanismo de control, que decide qué se canta y quién lo canta. Y se canta lo que ya cantan otros, para no tener problemas. El ejemplo de Ramón Gutiérrez, que grabó en La Habana varias piezas con gaita, con esta letra: “Era de peral el santu, / que lo dijo el carpinteru / y por eso pesa tantu / el grandísimu borregu”… eso era imposible que se grabara en España. Hubo un repunte adecuado más adelante, con Novo Mier y “Coyí d’un artu una flor”… El nueu canciu astur ya no recoge el testigo de aquella música. Es distinto, otros ritmos, estructuras de canción totalmente diferentes… Las letras, sí, te tocaban de cerca, aquí en la cuenca es fácil identificarse con las de Camaretá o Mánfer de la Llera. Pero musicalmente ya no remite a lo anterior, y con el folk, lo mismo: puedes ponerte un disco de cualquier grupo de ahora, o de los noventa incluso, que es cuando hubo más, y los paralelismos que vas a encontrar son casi todos con la música sajona, sobre todo, pero no con la canción tradicional.

¿Cabe imaginar hoy asturianadas, por ejemplo, sobre la alta velocidad que no llega o la cuenca sin minas, en vez de tópicos tipo “Mio vaca pinta” o “Vaqueiros que vais pa la braña”?

Es perfectamente posible. Hasta los años veinte lo normal es que la canción asturiana fuese de ámbito rural, se hablase de los bueyes, la siega, pero ya a partir de entonces se daban casos de letras sobre el tren, el pozu Fondón, la gente minera… Aquí el cisma… el punto de ruptura, mejor dicho, es la Guerra Civil. Ahí se rompe el mecanismo de transmisión. Cuando se recupera es de modo fortuito, gente joven que escucha cantar al abuelo, les surge el interés y a partir de ahí ya se tira de los hilos que van quedando.

¿Qué hay de gente joven como Lorena Álvarez o Rodrigo Cuevas, dando la vuelta a una tradición que mamaron desde pequeños?

Pues me parece que enriquecen la escena musical. Podrán gustar o no, pero ofrecen algo nuevo en Asturias. Artistas folclóricos como Quim Barreiros ya se desnudaban en las portadas de sus discos en los años setenta, pero eso aquí no se había hecho. Lorena hace lo que quiere, y Rodrigo capta la atención de la prensa, y tienen el interés de empresas de promoción artística, algo que yo no he conseguido en mi vida. Me alegro y espero que lo aprovechen, este trabajo es duro y cualquiera que se suba al escenario y consiga un público fiel merece el máximo respeto.

Contra los derechos de gestión de la SGAE

Son conocidas sus reticencias ante la SGAE. ¿La última operación policial le da la razón?

Que hacienda haya intervenido a través de la Fiscalía era cuestión de tiempo. Parece que la «recaudación» asciende millones de euros del presupuesto público. Ser una sociedad privada y cobrar a los ciudadanos porque tus miembros registren «versiones» de música de dominio público es escandaloso. Para gestionar lo público, la SGAE debería ser una entidad estatal, integrada en el Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM), por ejemplo. Si no, debería limitarse a gestionar el repertorio privado inscrito por sus socios. Esta es la raíz del problema (en mi opinión) y la razón de que abandonase hace años esta entidad de gestión. No se a qué esperamos a modificar la Ley de Propiedad Intelectual en este punto: la música tradicional, 70 años tras la muerte del autor, debería ser declarada patrimonio público inalienable, y quien la versione, si quiere cobrar por los arreglos, que antes pague al “común” por el grueso del tema que está usando.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 51, JULIO DE 2017

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