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Atlántica XXII

Afondando

La puta tele

Las televisiones prescinden de sus plantillas, pero no de los programas basura. Foto / Paco Paredes.

Las televisiones prescinden de sus plantillas, pero no de los programas basura. Foto / Paco Paredes.

Por Jaime Rodríguez. Los programas telebasura representan un esperanza para los gestores de los grandes grupos de comunicación, suponen un alivio para sus negativos y deficientes asientos contables. Estas factorías de programas basura que son parte importante de nuestra industria cultural causan efectos de irracionalidad en la sociedad y son importantes agentes de control social, ponen freno al cambio social y vehiculan las posiciones más irracionales de los individuos. La industria cultural fabrica de una manera mecanizada y automatizada productos de muy baja calidad que llegan a reprimir los instintos de sus receptores, llegando incluso a favorecer la construcción de mentalidades rígidas entre su audiencia con el objetivo de promover la perpetuación del sistema capitalista.

La característica más reseñable de este tipo de programas es probablemente la visión irreal del mundo que proyecta hacia su audiencia, aspecto que provoca efectos nocivos sobre la psicología social del receptor. Los efectos de la irracionalidad que muestran los mensajes de este tipo de programas se ve claramente reflejada en nuestra sociedad en la degradación del debate público, la uniformidad de los mensajes, la violencia cotidiana, los comportamientos imitativos de aquellos ciudadanos más sensibles a la manipulación y, sobre todo, en una escasa capacidad de análisis.

El contenido de la información que ofrecen tiene una tendencia cada vez mayor a la espectacularización y a la trivialización de la realidad social. El valor moral dominante que abandera y promueve entre su audiencia es que ser centro de interés y notoriedad, ser merecedor de atención en los medios de comunicación está al alcance de cualquier individuo, no requiere de formación académica alguna, ni méritos intelectuales, laborales o artísticos; es fácil obtener grandes sumas de dinero simplemente aireando la vida íntima del invitado o la de otras personas. Con este modelo de comportamiento social se estigmatiza la cultura del esfuerzo y la superación.

Por otro lado, son un instrumento de alienación que ofrece contenidos de muy baja calidad, con lo que va generando la estandarización del público, impulsando la formación de estereotipos. A su vez, ofrece al telespectador entretenimiento que no estimula la racionalidad, más bien promueve la violencia, la mediocridad, el odio y la inercia, lo que la Escuela de Frankfurt denominaría pseudocultura. La pseudocultura estimula lo instintivo y anula el pensamiento objetivo de la audiencia, en definitiva, la mantiene totalmente alejada de la realidad social y obstaculiza el desarrollo de una opinión pública libre y fundamentada. A los grupos de poder les sigue interesando que se anteponga la manipulación informativa de los productos a su calidad, ya que no conviene tener ciudadanos informados que puedan desarrollar una visión crítica de los diferentes acontecimientos políticos y sociales. Finalmente, para los frankfurtianos, la sociedad se ha creado una falsa ideología por el dominio de los medios de comunicación puesto que la transmisión de sus contenidos está configurada bajo la lógica económica del consumo, por tanto la sociedad vive alienada ideológicamente y los programas telebasura se convierten en útiles vehículos transmisores de estos denostados valores. La puta tele.

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