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Josep Borrell: “El euro ha sido un escudo, no un motor”

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Josep Borrell: “El euro ha sido un escudo, no un motor”

El expresidente del Parlamento Europeo en su reciente intervención en Trento (Italia). Foto / Paolo Pedrotti.

El expresidente del Parlamento Europeo en su reciente intervención en Trento (Italia). Foto / Paolo Pedrotti.

Ministro de Hacienda y Obras Públicas en Gobiernos de Felipe González y expresidente del Parlamento Europeo y del Instituto Universitario Europeo de Florencia, Josep Borrell sigue con su actividad política y forma parte del equipo de confianza del socialista Pedro Sánchez. Su capacidad intelectual tiene sobrado reconocimiento, aunque últimamente le han llovido críticas por su presencia en el Consejo de Administración de Abengoa. Federalista convencido, es autor del prefacio, escrito junto a Enrique Barón y José M. Gil Robles, de la primera traducción en español, realizada por Marcello Belotti, del Manifiesto de Ventotene de Altiero Spinelli y Ernesto Rossi, publicado por Ediciones La Lluvia.

Steven Forti / Historiador e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.

¿No es extraño que la primera traducción en español del Manifiesto de Ventotene aparezca durante la crisis más profunda del proyecto europeo?

Lo que es difícil de creer es que haya tardado tanto en publicarse en español. Spinelli es un gran desconocido. Probablemente porque era un comunista y nunca se le ha relacionado con el relato oficial sobre la construcción europea que empieza con Schumann. Hubo una batalla entre los partidarios de Spinelli y de Monnet sobre si habría que dar el gran salto adelante o hacer una política de pequeños pasos y, al imponerse el método Monnet, el sueño federalista de Spinelli ha quedado olvidado hasta que ahora los acontecimientos lo han vuelto a poner de actualidad.

¿Qué puede enseñarnos un texto escrito hace más de setenta años?

Sorprende por su actualidad. Parece escrito en directa referencia con los problemas de hoy. Y en el fondo pone una cuestión que sigue siendo clave: ¿Europa será una superación de los Estados nacionales, como pretendía Spinelli, o a fin de cuentas no será nada más que una serie de acuerdos intergubernamentales sin que se rebase el nivel del Estado-Nación? En su momento Spinelli dijo que los Estados se habían deslegitimado con la guerra y que era el momento de superarlos radicalmente. Eso finalmente no ocurrió. Ahora, más que por la guerra, los Estados están deslegitimados porque no han sabido proteger a una parte de la población de las consecuencias de la globalización, que es una nueva forma de guerra.

¿Qué debería hacer Europa?

Esto no tiene una respuesta corta ni fácil. Más que Europa se trata de la Zona Euro. Debemos distinguir entre el núcleo de los países que se han integrado muchísimo más a través de la moneda única y los que no lo han hecho. Si alguna solución tiene el problema actual es que la Zona Euro se constituya en una unión política y los que no estén en el euro sean una periferia de buena vecindad, cooperación y paz. Es la Zona Euro la que tiene que dar un salto hacia la integración porque, si no lo da, seguramente seguirá de crisis en crisis hasta que los ciudadanos pierdan la paciencia o los mercados pierdan la confianza.

El europeismo en España, sobre todo entre los jóvenes, tiene poco afecto.

Es un hecho nuevo que algunos españoles se hayan vuelto euro-escépticos. Desde Ortega y su famosa frase “España es el problema, Europa es la solución”, los años de autarquía y el aislamiento franquista nos habían hecho querer ser europeos. Uno de los espectáculos teatrales de más éxito de los ochenta se titulaba Ya somos europeos. Los españoles hemos sido un poco euro-beatos en el sentido de que todo lo que venía de Europa estaba bien. Cuando yo en 1986 como secretario de Estado de Hacienda implanté el IVA, la propaganda que hacíamos era “el IVA es un impuesto europeo”. No creo que a ningún secretario de Hacienda británico se le ocurriera vender un impuesto diciendo que era un impuesto europeo como marca de garantía de calidad. Para los españoles Europa se ha convertido de una hada buena que daba regalos –infraestructuras, subvenciones, credibilidad internacional, respetabilidad– a una especie de madrastra que impone disciplinas. Cuando yo les digo a mis alumnos en la Facultad que los treinta años de España en Europa (1986-2016) han sido los mejores en nuestra historia moderna, reaccionan muy negativamente. Los jóvenes españoles juzgan Europa por la experiencia de los seis últimos años. Cómo era España en 1986 no forma parte de su percepción del mundo.

Varoufakis ha declarado en más de una ocasión que a Europa le falta un plan A.

Europa tiene un plan A, pero no es explícitamente definido y presentado con trompetas y tambores. Lo que tiene Europa hoy en día es una línea directriz impuesta por el ordoliberalismo alemán, que es lo que ha orientado la salida de la crisis. El plan es rigor, ajustes, competitividad y disciplina presupuestaria. Personalmente no creo que esto despierte ni el entusiasmo de los pueblos ni que sea una solución a la crisis. Por esto necesitamos otro plan y en esto estoy de acuerdo con Varoufakis. Un plan que pasa necesariamente por más democratización y una dimensión social mayor.

¿Cómo se puede realizar?

En Europa hace falta tomar medidas de hondo calado político que implican compartir riesgos y recursos y eso no se puede hacer sin una fuerte legitimidad política supranacional. Uno de los problemas que tenemos en Europa es que los ritmos políticos no están sincronizados. Cuando en Grecia votan acabar con las políticas de austeridad, tienen toda la legitimidad democrática griega, pero es que al mismo tiempo en otros países han votado por lo contrario y tienen una misma legitimidad que la de los griegos. Se debe dar más poder al Parlamento Europeo que desgraciadamente durante la crisis ha demostrado que no es una asamblea que controle efectivamente las políticas de un Gobierno. Es difícil imaginar que se pueda lanzar un plan de choque económico basado en inversiones públicas a escala europea ni que se puedan coordinar las políticas macroeconómicas nacionales sin una fuerte legitimidad política y eso está por construir. La Zona Euro necesita un Parlamento de la Zona Euro.

Hay cada vez más voces que critican la misma existencia del euro.

Y precisamente no son voces anti-europeístas. Ahora hay voces de gente que siempre ha estado a favor del euro que se pregunta si fue una buena idea o si se puede reparar, como por ejemplo Jean Pisany-Ferry, el exdirector del Bruegel, que en absoluto se le puede considerar un anti-europeísta. Si alguien se pregunta si algo se puede reparar, es porque no funciona bien. Y los pueblos se lo preguntan también: ¿para qué sirve el euro? ¿En qué medidas ha cumplido los objetivos para los que lo creamos? Tampoco sabemos qué hubiera pasado si no hubiéramos tenido el euro. ¿Qué le hubiera pasado a las monedas europeas en mitad de las tormentas financieras de los años de la crisis? No sé a cuánto se les hubieran puesto los tipos de interés o los tipos de cambio. El euro ha sido sin duda alguna un escudo. Lo que no ha sido es un motor.

“Deberíamos federarnos”

¿Tiene recorrido la idea de Spinelli de una Europa federal?

Yo soy un federalista europeo en la medida en que me gustaría una unión política entre los viejos Estados europeos, pero siendo realista está claro que nunca seremos una federación como son la República Federal Alemana o Estados Unidos. Tenemos demasiada historia y demasiadas diferencias detrás para que podamos pensar que se puedan suprimir los Estados, pero deberíamos federarnos, en el sentido de unirnos, para poner en común los instrumentos que nos permitan sobrevivir en el mundo globalizado, como la política exterior y de defensa. Soy consciente de que esto es difícil porque para tener la misma política exterior hay que tener la misma visión del mundo. Y no tenemos la misma visión del mundo. España y Polonia, por ejemplo, no la tienen. Un eurodiputado polaco un día me dijo que Polonia debe su libertad al Papa y Estados Unidos. Y probablemente sea cierto. En cambio los españoles debemos cuarenta años de dictadura franquista al Papa y Estados Unidos. Yo no veo a Wojtyla, veo a Franco entrando en las catedrales y a Eisenhower viniendo a Madrid y dándole un gran abrazo al dictador. A pesar de esto necesitamos una misma política exterior si queremos existir en común en el mundo. Esta es una gran tarea de construcción política que necesitaría mayores liderazgos y mayor apoyo por parte de las poblaciones. El problema en el fondo es que los ciudadanos europeos hoy compran más el relato de que Europa ha ido demasiado lejos en la integración que el relato de que nos falta integración.

El federalismo en España está muy poco de moda.

El problema que tiene la palabra federal es que tiene traducciones distintas en los diferentes idiomas. A un alemán no le provoca especial inquietud, a un británico le produce alarma. En España la palabra federal suena muy bien para algunos porque expresa una voluntad de unión de partes y en otros produce el rechazo porque implica el reconocimiento de la existencia de las partes. De todas formas, se ha avanzado un poco: ahora el PSOE asume la idea de una España federal. Federal viene de foederis que significa unir. Pero a mucha gente más que a unión le suena a desunión.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 45, JULIO DE 2016

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