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Juan Fueyo: “Hay que desenmascarar a las farmacéuticas”

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Juan Fueyo: “Hay que desenmascarar a las farmacéuticas”

Juan Fueyo nació en Oviedo, vivió en Barcelona y ahora trabaja en Houston. Foto / Imanol Rimada.

Profesor, médico e investigador en neurología y oncología en el M. D. Anderson Center de Houston (EEUU), uno de los centros más prestigiosos del planeta en la lucha contra el cáncer, el ovetense Juan Fueyo Margareto es uno de esos raros ejemplos de científico y humanista. Publicó recientemente la novela Exilios y Odiseas: la historia secreta de Severo Ochoa (Milenio), un libro que indaga en la figura del científico luarqués y arroja luz sobre los rincones oscuros que rodean a los Premios Nobel.

Xuan Fernández / Periodista.

¿Cómo acaba un ovetense del barrio de Vallobín, previo paso por Barcelona, en Houston?

Como todo, lo más importante es tener suerte en la vida. Conocí a un médico en Barcelona, un neurólogo, que acaba de venir de Nueva York, y empecé a hacer investigación con él. En un momento dado me dijo que me fuese a Estados Unidos y mi mujer siempre quiso hacer investigación sobre el cáncer. Ese fue el principal motivo. Siempre es importante conocer a una persona que te enseñe que hay otro mundo al que se puede ir.

También es novelista. ¿Se puede ser escritor y científico a la vez?

La verdad es que he escrito desde pequeño. Empecé en el colegio, cuando mi compañero de pupitre me pedía que le escribiese versos a la chica de la que estaba enamorado, esa fue mi iniciación. Lo que pasa es que nunca he tenido mucho tiempo para escribir, mi trabajo me absorbía de lo demás. Pero ahora, con mucha más gente que trabaja conmigo, tengo más tiempo. Aun así he tardado diez años en escribir este libro sobre Severo Ochoa. La investigación deja poco tiempo libre.

¿Cómo se llevan la ciencia y la novela?

Se llevan muy mal, fatal. El arte y la ciencia se llevan bien, de alguna manera es la misma creatividad. Pero no puedes ser Severo Ochoa y Shakespeare a la vez, es como si hubiera partes del cerebro que trabajan en distinta dirección.

Los genios siempre en distintas facetas.

Sí, exacto. La ciencia se basa en datos muy sólidos y la ficción en soltar todo lo sólido y permitirte volar. Es difícil de compaginar.

¿Cómo es su vida en Estados Unidos? ¿Se valora a los científicos?

La vida es fantástica. Houston tiene el mayor centro médico del mundo, es una ciudad sanitaria de verdad. En Estados Unidos hay un gran interés en la investigación, muy diferente a lo que pasa aquí en España. Estados Unidos ha declarado la guerra al cáncer, lo hizo Richard Nixon. Hace años empezaron a dedicar mucho dinero y montaron el instituto médico para acabar con el cáncer. Creo sinceramente que los científicos se sienten muy valorados en América.

Trump no pudo con la ciencia

¿Ha cambiado la vida laboral de los científicos tras la llegada de Donald Trump?

(Ríe) Es una buena pregunta. Todavía no ha cambiado, pero la verdad es que no puedo encender la televisión. Vivimos en una situación en la que las 24 horas, siete días a la semana, la televisión está centrada en lo que hace el presidente de los Estados Unidos y eso nunca había pasado antes. Cuando te levantas lo primero que ves es el tuit que ha mandado. En ciencia, Trump ha intentado reducir el presupuesto para investigación, pero no le han dejado.

¿Teme entonces por el futuro de la investigación?

De momento no, porque Trump ha ido contra la investigación y ha fracasado. Hay una gran influencia psicológica en el presidente. A Trump no le gusta la ciencia ni la investigación, piensa que es dedicar fondos públicos para cosas que deben estar dedicadas a empresas. Como científico te sientes un poco amenazado, pero de momento no ha hecho ningún cambio.

¿Las enfermedades neuronales son de las que menos sabemos?

Sí, es una verdadera paradoja, porque los neurólogos se piensan que son los más listos. De todos los médicos, los neurocirujanos y los neurólogos piensan que son más listos que los demás. Sin embargo, en el cáncer cerebral es en el que menos hemos progresado; vamos bastante atrasados. El problema es que no puedes prescindir del órgano; si tienes cáncer de hígado te lo quitan, pero en el cerebro no pueden tocar mucho y de ahí viene ese retraso.

El dinero y las farmacéuticas

¿Qué papel tienen las farmacéuticas en la lucha contra el cáncer? Parece que siempre están rodeadas de polémicas.

Hay que desenmascarar a las farmacéuticas. Actualmente se ha inventado un nuevo tratamiento para el cáncer que se basa en la manipulación de linfocitos y la dosis cuesta medio millón de dólares. ¡Medio millón de dólares para que te pongan una dosis si tienes cáncer! No hay gente que pueda pagar esto. Lo que dicen las compañías farmacéuticas es que a ellas ya les cuesta 750.000 dólares y que por tanto ya han rebajado el coste. En realidad, esto se podría hacer más barato. No todas, pero hay una gran mayoría de farmacéuticas que lo que les importa verdaderamente es el negocio y existe un choque directo con el médico o investigador.

¿Cómo es esa relación entre médico o investigador y compañías farmacéuticas?

Hay veces que los científicos reciben dinero de las compañías y les ayudan a mantener los laboratorios, en esa situación es difícil mantener la independencia. Pero en general la cuestión va así: si consigues hacer un experimento con poco dinero ellos lo absorben y hacen mucho dinero.

¿Un investigador nota presiones de la industria farmacéutica?

La competición con ellos es muy dura. Una vez que ellos se apoderan de un producto es muy difícil competir porque cuentan con muchísimos medios.

Siempre se ha hablado de los problemas de los científicos para comunicar sus avances. ¿Cumplen los medios de comunicación su labor divulgativa con la ciencia?

Siempre ha habido periodistas interesados en divulgación, pero ahora hay una explosión debido a los blogs especializados. “Materia”, en El País, por ejemplo, es un portal muy interesante. Ahora, con el desarrollo de Internet, hay más espacio para las noticias científicas y eso es algo muy positivo.

¿La sociedad tiene verdadero interés en la ciencia?

Sí, yo creo que a la ciudadanía le interesa mucho. Sobre todo temas como el cáncer. Además, los sitios oficiales siempre tienen un lugar de información para el paciente que no tiene una formación básica, eso es algo a destacar.

¿Pero han superado los científicos la barrera de comprensión con la sociedad?

Es muy difícil. Es un problema que no se puede superar de forma total. Había un físico, Richard Feynman, que cuando ganó el Premio Nobel le pidieron que explicase en palabras sencillas los motivos por los que se lo habían dado. Feynman respondió que si fuera en palabras sencillas nunca lo hubiese ganado. Cuando hablas de divulgación te quedas en la superficie de las cosas o resumes mucho el concepto. Es muy difícil hablar de ciencia real con alguien que no esté entrenado.

Juan Fueyo en el Hotel de la Reconquista de Oviedo junto al cartel del Salón Severo Ochoa. Escribió un libro sobre el Nobel. Foto / Imanol Rimada.

Severo Ochoa y los Nobel

Hablemos de su libro. Desvela usted un gran secreto.

En España no se sabe qué ha hecho Severo Ochoa, solo que le han dado el Premio Nobel, pero no los motivos. Una de las cosas que cuento en el libro es que le dan el premio por error. Sus experimentos estaban equivocados, eso es un gran secreto que se ha guardado y no se ha divulgado. Incluso la Academia Sueca lo ha mantenido debajo de la alfombra. En general, los Premios Nobel tienen muchos errores, aunque la Academia Sueca no ha rectificado casi nunca.

¿Qué destacaría de su novela?

Lo primero que quiero decir es que me llevé un chasco tremendo. Yo quería escribir un libro alabando la figura de Severo Ochoa: esa persona de Luarca que triunfa en el mundo y es el rey de Nueva York. Mientras lo escribía traté de imaginarme cómo se había sentido él después de saber que le habían dado el Nobel por error. Además, hay algo muy curioso en este tema, y es que las biografías de Severo Ochoa acaban todas cuando le dan el Nobel.

¿La figura de Severo Ochoa es incontestable pese a ese error? ¿En que lugar quedan los Nobel?

Sí, la figura de Severo Ochoa es incontestable, eso lo tengo muy claro. Lo que pasa es que cuando ves todo esto te das cuenta de todo el politiqueo y los tejemanejes que hay alrededor de los Premios Nobel y la Academia Sueca. Una anécdota: una vez me invitaron a dar una charla sobre virus y conocí a un médico alemán que ganó el Nobel por los trabajos con el papiloma virus. El caso es que hay una compañía farmacéutica, Astrazeneca, que se sabe que dio dinero a miembros del Comité Nobel, el que otorgó ese premio. Ver todo esto me llamó mucho la atención y es la parte de denuncia que está en el libro. Pero sobre todo lo que me interesaba era el personaje de Severo Ochoa y su arco de vida, en el que triunfa, cae y se levanta. Hay que decir que Severo Ochoa intenta ganar un segundo Nobel que sí se merecía y nunca se lo llegaron a dar. En el libro cuento que no se lo dan por la pifia del primero y es ficción, pero te puedes imaginar que podría haber pasado. También pretendía tratar de destruir el papel de los premios y mantenerte en el lugar de la persona.

¿Hay mucha vanidad en el mundo científico?

Comparado con la mayoría de los otros mundos hay muy poca. Los científicos normales son muy sencillos. No se puede comparar a un científico con un cirujano (ríe). Los cirujanos suelen tener mucho ego. El científico es una persona humilde. Ahí se ve el contraste con el Premio Nobel. Lo reciben vestidos de frac, de manos de un rey. En el baile, Severo Ochoa bailó con la Princesa Margarita de Suecia. Por un día se convierten en una especie de caballeros de la ciencia, de aristócratas, y eso es una idea equivocada. El científico siempre ha sido una persona trabajadora, que casi no puede pagar la luz en un laboratorio oscuro, y que en cambio hace un descubrimiento que es crucial para la humanidad.

Usted sostiene que si no existiesen los Nobel tampoco pasaría nada. ¿Qué opinión tiene de los premios Princesa de Asturias?

En general cualquier tipo de premio es bueno porque estimula a la gente a hacer cosas, tienen un papel que motiva. El problema aparece cuando el premio se convierte en el máximo galardón, como pasa con el Nobel. Es decir, cuando te dan un premio y te dicen que tú eres el mejor científico del año, eso no es verdad. La ciencia es un esfuerzo colectivo, hay mucha gente colaborando y escoger una sola persona es muy injusto. El caso de los Premios Princesa es distinto, porque no se dan con la idea de que nadie más podría haberlo ganado. Es una distinción que se da a una persona, pero no excluyen a los demás.

¿Qué papel tiene la mujer en la ciencia?

Estamos atrasados, aunque se está empezando a corregir. Pero no solo en la ciencia, en la política también. En Estados Unidos, cuando se debatían los problemas de salud, no había mujeres en los comités, ni siquiera en los asuntos de los anticonceptivos o las bajas de maternidad. Eso no es aceptable y está muy mal. Si hubiera habido mujeres las leyes serían distintas. Que haya mujeres aumenta la creatividad, está demostrado. Hoy por hoy la mujer todavía está por detrás y eso es algo por lo que lamentarse.

Vayamos a lo local, ¿cómo ve a Asturias?

Creo que tenemos el síndrome de la aldea perdida. Siempre estamos pensando que están destruyendo Asturias. Yo me fui pensando que Asturias se iba a acabar en tres días, pero siempre que vengo veo evolución y mejorías. Asturias tiene más relevancia en España y en el mundo. Me parece que los que estáis aquí lo estáis haciendo verdaderamente bien.

¿Y en el ámbito científico? Parece que los investigadores asturianos están condenados a emigrar.

Todo va oscilando. Además de emigrar tienen que establecer colaboraciones. Como Carlos Otín, que, aunque nació en Huesca, es el mejor científico asturiano. Él estableció una relación con Elías Campo, que es un patólogo del clínico de Barcelona, y juntos hacen el Proyecto Genoma para la leucemia. Ese es el camino. Hoy día es fácil establecer conexiones, no es como antes. Me gustaría que en Asturias hubiera más competencia y que las Universidades luchasen por tener a los mejores.

¿La investigación debe ser siempre aplicada?

Yo apuesto por la investigación cien por cien aplicada. Pero yo soy médico y a mí lo que me interesa son los tratamientos.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 54, ENERO DE 2018

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