Cultures
La Biblioteca de Mujeres de Madrid

Marisa Mediavilla, fundadora de la Biblioteca de Mujeres de Madrid. Foto / Elena Plaza.
“Una mujer debe tener dinero y una habitación propia para poder escribir novelas”, reclamaba la escritora británica Virginia Woolf en su obra Una habitación propia. Si establecemos un paralelismo, esto mismo es lo que reclama la Biblioteca de Mujeres de Madrid, uno de los recursos más importantes en genealogía de mujeres que procede de la iniciativa privada y totalmente invisibilizada y maltratada. Una Biblioteca que, pese a haber sido donada al Instituto de la Mujer, languidecería de no ser por el inconmensurable trabajo de su fundadora, Marisa Mediavilla, y el apoyo de un colectivo que reivindica un espacio propio.
Elena Plaza / Periodista.
“No me enteré de quién era Clara Campoamor hasta que tuve 30 años. No sabía nada de todas aquellas mujeres del primer tercio del siglo XX”. Se podría decir que ésa es la razón que llevó a la bibliotecaria Marisa Mediavilla, hoy jubilada, a crear la Biblioteca de Mujeres de Madrid. En su intención no se hallaba realmente crear una biblioteca como tal, sino abundar en la genealogía de mujeres. Para ello partió de la base fundamental de “querer saber”, igual que aquellas mujeres que se vieron beneficiadas con la Institución Libre de Enseñanza de la España republicana, para la que la enseñanza era un pilar básico.
A modo de ratón de biblioteca Mediavilla comenzó a investigar, a estudiar sobre aquellas mujeres, y fue descubriendo esa parte de la historia silenciada que pertenecía a la mitad de la población: la femenina. Es la llamada herstoria (un juego de palabras entre el posesivo femenino en inglés her e historia). “¿Por qué las mujeres no reivindicamos una biblioteca de mujeres? Vemos tan natural que todo se refiera a los hombres…”, pensó.
En su afán por buscar y conocer descubrió figuras brillantes como Carmen de Burgos, ‘Colombine’, periodista, Isabel Oyarzábal, representante de España en los países nórdicos, traductoras como María Martínez Sierra, quien publicaba con el nombre de su marido, o la cantidad de científicas pioneras en aquellos albores del nuevo siglo. También encontró una Ley del Divorcio de 1906, la Ley catalana del aborto o textos abolicionistas de la prostitución y su regulación, temas que aún hoy siguen candentes.
“Para que aquellas mujeres hayan hablado de eso han debido de tener una base, teniendo en cuenta quiénes podían estudiar en una época en la que el analfabetismo de las mujeres era muy superior al de los hombres y que una vez que consiguen ir a la Universidad no se les permite ejercer”, señala. La base de todo se encuentra en el querer saber y reivindicar un espacio propio, de tal manera que hubo mujeres que, a pesar de la prohibición de asistir a la Universidad, se hacían pasar por hombres para burlarla. Es el caso de Concepción Arenal.
Perderse entre los 25.000 y 30.000 libros que componen el fondo de la Biblioteca de Mujeres de Madrid es un viaje a través del tiempo, de la historia y de la sociedad. Aquí pueden encontrarse desde libros de teoría feminista, literatura criminal, novela rosa, cartelería,.. e incluso literatura misógina. Sí, misógina. Textos detractores de la mujer y de su condición.
“Ésta es una biblioteca de mujeres porque siempre me ha interesado. Y surge, más que por la historia de las mujeres, por mi propia necesidad. Es una biblioteca especializada en mujeres y es feminista. Y en ella tiene que estar también la literatura misógina. Si no existiese el patriarcado, no existiría la misoginia y no tendríamos que luchar por nuestros derechos”, relata esta palentina afincada en Madrid, activista del movimiento feminista madrileño. “Con el franquismo la educación de las mujeres sufre un retroceso a la Prehistoria. Y eso hay que mostrarlo. En 1936 teníamos derechos y los perdimos en el 39. La Biblioteca es un testimonio de la historia de las mujeres”.
Y así lo demuestran buena parte de sus volúmenes, podría decirse que de lo más variopintos, pero tan testimoniales de lo vivido en cada momento de la historia del país. Así relata una muestra realizada en la que en una vitrina se recogían volúmenes de 1934 sobre sexualidad en los que se hablaba de cómo recomponer la virginidad, el uso de preservativos, el aborto, la masturbación, y en otra una colección del franquismo en la que se ensalzaba la castidad y el recato. “La gente alucinaba casi más con los temas tratados en 1934”, recuerda Mediavilla.
Un recorrido accidentado
“Unas dos o tres veces al año compraba libros como quien va al supermercado. Algunos no los leía y era absurdo tenerlos para mí”. Así comenzó en los años setenta para acabar fundando en 1985 la Biblioteca de Mujeres en el marco del movimiento feminista de Madrid y con la colaboración de Lola Herreros. Algunos de sus libros hoy ya no se encuentran en el mercado. Algunos son ejemplares únicos, que no existen en ninguna otra biblioteca en el mundo o a lo sumo en otras dos. El ritmo de adquisición en algunos momentos fue de unos 1.000 libros al año.
“Al principio compraba mucha teoría y algo de narrativa. También me interesaba recopilar obras de escritoras españolas, ya no tanto por una cuestión de calidad”, y señala con curiosidad “qué cantidad de mujeres escribían novela rosa en la época de Franco, sobre todo en el franquismo duro. Esto siempre me ha intrigado. Por ejemplo Corín Tellado, o la madre de Lidia Falcón, que escribía con seudónimo. Para escribir se necesita saber y conocer. Y todo eso como historia hay que guardarlo, si no se produce el anonimato de las mujeres, que se cree que no dejan nada detrás”, reflexiona.
“Al principio también rechazaba todo tipo de libros sobre virginidad y temas así, casi todos escritos por frailes y similar o médicos”, pero eso también forma parte de la genealogía de las mujeres, también es historia. Mediavilla fue ampliando criterios, influida también por lo que “venían a pedirte. Como biblioteca independiente tenemos la ventaja de no ser dirigidas, la desventaja es la inseguridad”.
En aquel año de 1985 la Biblioteca estaba ubicada en la calle Barquillo 44, donde se reunían diferentes asociaciones del movimiento feminista madrileño, entre ellas Mujeres Feministas Independientes de Madrid, a la que pertenecía. El espacio se quedó pequeño y de ahí pasaron en 1997 a la calle Villaamil, donde se ubicaba el Consejo de la Mujer de Madrid, hasta que se trasladó a un espacio más pequeño nueve años más tarde.
Es entonces cuando comienzan los problemas: la Comunidad de Madrid les exige que abandonen esta ubicación y nadie quiere hacerse cargo de la Biblioteca o donar un espacio. Comienzan las reuniones y negociaciones hasta que en 2006 el Instituto de la Mujer acepta la donación de Marisa. La Biblioteca agotaría el plazo para abandonar el edificio de Villaamil, donde incluso atendían consultas con un farol una vez que la luz eléctrica ya había sido cortada y un guardia de seguridad controlaba sus idas y venidas.
En marzo de 2007 el Instituto de la Mujer recibe los fondos, unos 9.000 sin catalogar aún. Mediavilla sigue trabajando en ellos con ayuda de Ricarda Folla, con quien sigue completando el tesauro de la Biblioteca, ahora en Bravo Murillo 4, entre otras labores. Y también sigue aportando nuevos volúmenes con su propia economía. A pesar de que en el convenio se acordaran tres puntos: que no se expurgue la colección, que no se preste y que se actualice, se entiende que por parte de la institución.
Pero la donación al Instituto de la Mujer no supone un empuje para la Biblioteca, sino que continúa sumergida en una situación de lo más rocambolesca. Ubicada en el Museo del Traje, funciona como biblioteca de depósito con un sistema un tanto complicado y poco ágil en su funcionamiento. Es decir, los libros son de consulta y la solicitud tiene que ser previa a la visita. Una vez localizado el libro, algunos en cajas, se le comunica a la persona solicitante. Todo esto contribuye a la invisibilización de uno de los recursos existentes más importante en lo que a esta materia especializada se refiere, algunos de cuyos fondos ni siquiera se encuentran en la Biblioteca Nacional.
Además existen dos catálogos, el del Instituto de la Mujer y el que Marisa Mediavilla sigue actualizando, y que Michelle Reñé sube de manera desinteresada a la página web mujerpalabra.net, más completo que el primero.
Hubo un momento en el que la Biblioteca fue de préstamo, pero “nos costaba tanto la devolución que dejamos de prestar. Recuerdo con gran enfado lo que me costó recuperar El derecho positivo de la mujer, de 1901. Así que el proyecto utópico es que sea biblioteca de conservación, y de préstamo los libros duplicados, que también podrían servir para trueque. De hecho a veces no hace falta ni comprar libros, sino que se pueden adquirir de los expurgos de las bibliotecas públicas. Las paredes no se estiran y se deshacen de lo que menos se va consultando”, explica.
El proyecto originario pretendía también ser un espacio abierto y “de fácil acceso a las mujeres para que no les dé apuro”, explica su fundadora. “Las bibliotecas siempre aparecen como lugares de culto y quería romper con eso. Quería también realizar conferencias, talleres…”. En resumidas cuentas un espacio de intercambio, enriquecedor y que permita tejer redes entre mujeres de barrio, investigadoras universitarias y todas aquellas personas interesadas. Es decir, se reclama un espacio propio.
Por un espacio propio
Pero un espacio propio no es solo un espacio físico digno para acoger la colección de Marisa Mediavilla y unos recursos. Un espacio propio reclama un lugar que acoja también inquietudes, personas, colectivos, un espacio enriquecedor y enriquecido con los ires y venires que aportan aquellas personas que quieran compartir saberes, experiencias… Un espacio propio es también aquel en el que al frente se coloque un equipo de profesionales con perspectiva de género, con formación feminista y conocedora del fondo que acoge para poder asesorar a las usuarias, no alguien de profesión bibliotecaria sin más. En eso consiste también el intercambio que Mediavilla lleva buscando todos estos años: si las personas que están al frente tienen esa sensibilización y ese conocimiento la prestación del servicio será mucho más enriquecedora.
#PorUnEspacioPropio es también un movimiento promovido por las Amigas de la Biblioteca de Mujeres que acoge a personas y colectivos feministas y a todas aquellas que quieran sumarse y apoyar esta antigua reivindicación. “Esta biblioteca no es solo de Marisa, sino de la genealogía de las mujeres. Con el cambio político en el poder quedó todo paralizado, y hace dos años, cuando se le entregó el premio Leyenda del Gremio de Libreros de Madrid, se le da más visibilización a esta petición”, que ya comenzara en aquel lejano 2006, explica Miren Elorduy Cádiz, miembro de este movimiento y socia de la librería Mujeres y Compañía, que propuso a Mediavilla para este reconocimiento.
Desde entonces no han parado de trabajar por hacer visible la Biblioteca, su propuesta y su situación actual. Se han reunido con diferentes cargos políticos, con instituciones, se mueven en redes sociales, han organizado diferentes performances reivindicativas y hasta han ofrecido un edificio al Instituto de la Mujer. Pero nada ha fructificado. “No hay interés político. Y eso que nos hemos reunido con mujeres con cargos en el PSOE, PP o Podemos, pero las mujeres que están en política ahora están muy dedicadas al partido”.
Si durante siglos a las mujeres se les prohibió leer y estudiar, parece que aún sigue incomodando que éstas tengan inquietudes, que desarrollen la conciencia crítica, que abunden en el saber y que pongan encima de la mesa temas que molestan al patriarcado. “La Biblioteca tiene que ser la memoria de las mujeres. Es la memoria histórica de las mujeres en España. Ésa es la finalidad y la visibilidad”, concluye Marisa Mediavilla rotunda.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 56, MAYO DE 2018

You must be logged in to post a comment Login