
Conseguir un bien común exige cooperación en las empresas. Foto / María Arce.
Por Andrés Huergo. Conforme la crisis avanza y se recrudece, llevándose por delante todos los derechos sociales y económicos y buena parte de las libertades individuales que, más mal que bien, había conseguido amparar el llamado “Estado de bienestar”, la necesidad de encontrar una alternativa al sistema capitalista se hace cada vez más perentoria. Pero quienes denuncian los fallos y errores del capitalismo, si no quieren ser acusados de ejercer una crítica fácil, se han de enfrentar a un desafío nada desdeñable: ¿qué podemos proponer como alternativa al capitalismo?
Una de las propuestas que se vienen haciendo en los últimos tiempos está cobrando una importancia especial. Se trata de la “Economía del Bien Común”. Este modelo de economía ha sido formulado por el austriaco Christian Felber. Felber, filólogo y profesor de Economía de la Universidad de Viena, miembro fundador de Attac en Austria y promotor de la banca democrática, esbozó por primera vez las líneas maestras de su modelo en su libro de 2008 Nuevos valores para la economía, aunque no dio una forma más definida a su teoría hasta dos años después, en su obra La economía del bien común.
La Economía del Bien Común es presentada por Felber como un modelo económico completo capaz de superar la vieja dicotomía entre capitalismo y comunismo.
Felber parte de una tesis central: toda actividad económica debe estar subordinada al bienestar general de la sociedad. A juicio del austriaco, los dos principios fundamentales que rigen el funcionamiento de la economía en el capitalismo –el afán de lucro y la competitividad– están en contradicción con los principios plasmados en la mayor parte de las constituciones democráticas –la dignidad, la justicia social, la solidaridad, la sostenibilidad ecológica, la participación– e impiden, además, la realización de aquellos valores que son necesarios para el florecimiento de las relaciones humanas y la felicidad: la confianza, la honestidad, la responsabilidad, la generosidad, la compasión…
En la EBC el afán de lucro y la competencia son sustituidos por la cooperación y la contribución al bien común. Felber propone medir el éxito económico de una nueva forma: este éxito ya no será fijado con indicadores monetarios como el beneficio o el PIB, que nada nos dicen acerca del reparto equitativo de la riqueza, la igualdad salarial entre los sexos o el respeto al medio ambiente,sino con el balance del bien común (en el caso de las empresas) y el producto del bien común (en el caso del sistema).
A nivel microeconómico, la idea es que todas las empresas realicen un balance del bien común. El balance del bien común es una matriz que permite obtener una puntuación final entre 0 y 1.000, tomando en cuenta todos los aspectos relacionados con la interacción de valores constitucionales y éticos, por un lado, y grupos de contacto (proveedores, financiadores, trabajadores, clientes, entorno) por otro, además de los criterios negativos, que restan puntos. Cada producto tendría un color en su código de barras según su puntuación en el balance del bien común fuera mayor o menor. El consumidor, disponiendo de esta información, podría decidir qué producto le interesa más.

Cooperativa textil formada por mujeres en Nava (Asturias). Foto / Alfredo Menéndez.
Como de todas formas el mercado permite que algunas empresas con prácticas poco éticas puedan ofrecer sus productos a precios más bajos y resulten, por tanto, más competitivas, Felber aboga por que el Estado otorgue ventajas legales y fiscales (tales como reducción de impuestos y tasas aduaneras, créditos de interés reducido, prioridad en la contratación pública y cooperación con la investigación universitaria) a aquellas empresas que obtengan mejores resultados en su balance del bien común.
Casi mil empresas de todo el mundo
Este balance sería realizado inicialmente por las propias empresas de forma voluntaria, pero el objetivo es que, a largo plazo, todas las empresas estén obligadas a hacerlo, sometiéndose para ello a auditorías externas imparciales.
El balance financiero pasaría entonces a un segundo plano. Aunque Felber insiste en la necesidad de someter todas estas medidas a referendos, apunta cuatro usos de los excedentes monetarios que, en su opinión, deberían estar prohibidos: las inversiones financieras especulativas, la absorción hostil de otras empresas, la distribución de beneficios a personas que no trabajan en la empresa y las donaciones a partidos políticos. De este modo, el crecimiento dejaría de ser un fin en sí mismo y las empresas podrían elegir su tamaño óptimo sin preocuparse por luchar entre sí, por lo que podrían cooperar con mayor facilidad.
A nivel macroeconómico, la EBC propone conocer anualmente, a través de encuestas y asambleas comunales, el nivel de bienestar de la población evaluando una pluralidad de factores (entre diez y veinte) sobre la calidad de vida.
Además de todo esto, Felber considera necesario establecer un límite legal entre el salario mínimo y el máximo, de modo que los ingresos máximos no superen, por ejemplo, 20 veces el salario mínimo. Felber plantea asimismo restricciones al patrimonio privado y a la herencia. La EBC se completa definitivamente con una serie de medidas como son, entre otras, la propiedad mixta de las grandes empresas (que pasarían parcialmente a manos de los trabajadores y los ciudadanos), la creación de una banca democrática (no controlada por el Gobierno sino por la propia sociedad), la creación de instituciones públicas para la gestión de los “bienes democráticos” (la educación, la sanidad, el transporte, la energía o la comunicación), la reducción de la jornada laboral a 30 horas y la implantación de una democracia directa y participativa.
El movimiento de la EBC se concibe a sí mismo como un proceso abierto, integrador y local pero con un alcance global, que busca sinergias con otros procesos similares como la economía social o el comercio justo. No quiere presentarse como si fuera el final de la historia o el mejor de todos los sistemas posibles, sino simplemente servir como un paso más en la secuencia de pasos hacia la consecución de un mundo más justo y más decente. Se trata de construir el modelo de abajo hacia arriba, desarrollando el proyecto y concretándolo en asambleas comunitarias para, posteriormente, pasar a una asamblea económica cuyas decisiones deberían ser refrendadas por parte de todos los ciudadanos.
Actualmente, 980 empresas en todo el mundo apoyan ya la EBC y los “campos de energía” (grupos de apoyo local) se extienden por Austria, Alemania, Italia, Suiza, España, Argentina y Honduras. El pueblo de Muro de Alcoy, en Alicante, se ha convertido en el primer Ayuntamiento español en aprobar el balance para aplicar este modelo.
JULIETA
domingo, 7 abril (2013) at 21:06
Algo así tendrá que llegar, pero pasarán dos o tres generaciones. Habrá que ir alimentando estas semillas.
luisel
lunes, 8 abril (2013) at 07:55
En la web La Bolsa y la Vida de Paco Álvarez se ha comentado sobre éste y otros temas que buscan un modelo alternativo de abjo a arriba
http://www.labolsaylavida.org/