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Atlántica XXII

La Eritaña, la Capilla Sixtina de la Canción Asturiana

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La Eritaña, la Capilla Sixtina de la Canción Asturiana

Todos los lunes en La Eritaña de Avilés se canta en solitario, a dúo o toda la parroquia al unísono. Foto / Fotográfica Oviedo.

INSTITUTO ASTURIANO DEL CHIGRE (I)

Texto: José Alberto Álvarez.

Muchas cosas han cambiado en Avilés. Del trasiego de la industria al otro lado de la ría pasamos al Niemeyer unido al centro por ese puente guapo y ferruñoso llamado La Grapa. Sin embargo quedan sitios como La Eritaña, a dos pasos del Ayuntamiento, que más bien son un ancla que los une a un pasado que sigue vivo de esta villa marinera e industrial.

Todo parece normal subiendo por la calle Ruiz Gómez, pero al entrar en el portal 13 de esta cuesta pintoresca entramos en una burbuja del tiempo. Abarrotado de paisanos y paisanas, algo roxos y sonrientes, nos invitan con la mirada a participar en el local de una comunión de tradición. Todos los lunes, a eso de la una y media, La Eritaña se convierte en la Capilla Sixtina de la Canción Asturiana. Se nota en el ambiente que hay expectación y una contención que no puede durar muchas más pintas de vino. Salta la chispa y empieza un roncón, el de Celso Patri. Cantan Laura, Serrano y Marcelo.

Van alternando los gaiteros y Julio Tablizo se pone a ello. Canción asturiana, alguna vaqueirada y hasta boleros si hace falta. Y se canta en solitario, a dúo, hay algún duelo o toda la parroquia al unísono cuando se empieza a calentar el ambiente, que suele ser bastante rápido.

Hay demasiada gente y el comedor es grande, pero aun así vamos a asegurarnos la comida. Preguntamos a Tita, la dueña, y nos dice que de momento no hay nada, todo está completo, así que seguimos oyendo los cánticos y rezando para que las reservas den para dar de comer a todo el mundo.

Celso el Gaitero nos anima: “No os preocupéis, que coméis en el segundo turno con los músicos, aquí hay comida de sobra”.

Así, ya con unas cuantas pintas de vino, vamos a por el menú de 8 euros. Tita dice lo que queda: ensaladilla rusa, rollo de bonito y postre casero. El comedor sigue a reventar.

Además de comida, Tita ofrece conversación: “Antes a los curas y los guardias había que tenerles algo de miedo, pero ahora ni gota… Oye, deja, eso no lo escribas (risas)… ¿Pa qué revista ye? Ya me traerás una”.

Llena la panza con comida de toda la vida y el espíritu con vinos y cánticos, abandonamos sonrientes el bar por una terraza con un emparrado imponente que ya es difícil de ver en cualquier ciudad.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 46, SEPTIEMBRE DE 2016

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