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La plaga de los turistas

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La plaga de los turistas

En Barcelona una reciente encuesta demuestra que para los vecinos la masificación turística es el principal problema de la ciudad. Foto / Virginia Quiles.

Steven Forti / Historiador e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.

En 1951 Venecia tenía 175.000 habitantes. En 2015 solo 55.000. Con el encarecimiento de los alquileres, la población ha sido expulsada a la cercana Mestre que se ha convertido en una ciudad dormitorio. Los fondos de inversión han ido comprando los pisos para venderlos a italianos y extranjeros que se los podían permitir o para alquilarlos a turistas, los pequeños comercios han cerrado, así como la oficina de Correos y el mismo mercado central, sustituidos por restaurantes y tiendas de souvenirs. Cada año alrededor de 20 millones de turistas pasean por sus calles y los cruceros, con el riesgo de daños irreparables para el patrimonio artístico, llegan hasta la plaza de San Marcos. Venecia se ha convertido ya en una nueva Disneyland. Lo explica dramáticamente bien Andreas Pichler en el reciente documental El síndrome de Venecia.

La ciudad italiana no es un caso aislado, todo lo contrario: es la punta del iceberg de una cuestión que se ha convertido ya en un problema mundial. Todas las grandes ciudades, sobre todo las europeas y las norteamericanas, viven procesos similares que pueden transformarlas más pronto que tarde en ciudades de cartón. Berlín, Nueva York, París, Roma, San Francisco, Praga, Lisboa, Oporto, Barcelona, Madrid y un largo etcétera. Según la Organización Mundial del Turismo, las llegadas de turistas internacionales a escala mundial han pasado de 25 millones en 1950 a 1.186 millones en 2015, más de la mitad de los cuales en Europa, mientras que los ingresos por turismo internacional obtenidos por los destinos de todo el mundo han pasado de 2.000 millones de dólares en 1950 a 1.260.000 millones en 2015. Hablamos de un mercado inmenso.

“En la era de la post-Guerra Fría las ciudades se han convertido en los nudos de las redes de movilidad”, explica Alan Quaglieri Domínguez, investigador especializado en turismo urbano de la Universitat Rovira i Virgili. Con los avances tecnológicos, representados, entre otros, por el fenómeno de las compañías low cost, y con la irrupción de nuevos mercados emisores, como China, las ciudades postfordistas han cambiado radicalmente, poniendo el consumo en el centro de la economía. “La deslocalización económica y la instauración del modelo neoliberal han comportado la creación de un nuevo mito urbano cuyas consecuencias más visibles son los procesos de turistificación y gentrificación y la saturación del espacio público”, apunta Quaglieri Domínguez.

Turistas en el mercado barcelonés de La Boquería. Foto / Virginia Quiles.

Turismofobia y Sindicato de Inquilinos

Junto a Italia y Grecia, España es uno de los destinos preferidos por los turistas internacionales. En 2015 ha recibido más de 75 millones de turistas y Barcelona, en cuyo casco viejo viven poco más de 100.000 personas, es sin duda alguno el centro del huracán con 8,3 millones de turistas registrados solo en los hoteles. Si a estos añadimos los que se alojan en pisos legales e ilegales y los cruceristas podemos triplicar esa cifra, cuando antes de los Juegos Olímpicos de 1992 los turistas que visitaban la ciudad condal rondaban el millón. Lo relata otro documental, Bye Bye Barcelona, que fue viral hace tres años en las redes sociales.

“Para los que han gobernado hasta 2015”, explica Janet Sanz, teniente de alcalde de Ecología, Urbanismo y Movilidad de Barcelona, “todo era mercado. Lo han apostado todo por el turismo, perdiendo la oportunidad de reorientar nuestra estructura económica hacia un modelo productivo ecológico y sostenible”. De hecho, el turismo genera ya el 15% de la riqueza de la capital catalana, un dato que, sobre todo tras el estallido de la crisis económica en 2008, pesa aún más. Como escribió recientemente el periodista barcelonés Sergi Picazo, “Barcelona se ha acabado. Ya no es una ciudad. Se ha convertido en un producto de consumo global que ya no nos pertenece”. Un sentimiento, lamentablemente, compartido por muchos.

Por primera vez, en abril de este año los barceloneses que creen que en la ciudad condal no caben más turistas son más de los que quieren atraer a más visitantes. No es casualidad que en las calles de Barcelona se puedan leer pintadas como “Tourists Go Home” o “Fuera de nuestros barrios”. Las manifestaciones que en el verano de 2014 invadieron las calles de la Barceloneta, uno de los barrios más desbordados por el turismo, no fueron un anécdota y desde entonces se extendieron a Ciutat Vella, Poble Sec, Gracia o Poble Nou.

El pasado 10 de junio la plataforma “Barcelona No Està En Venda” organizó otra manifestación, muy concurrida, para “combatir un modelo de ciudad que ha turistificado el entorno urbano”, como anunciaban en la convocatoria. Y han nacido plataformas vecinales en la mayoría de los barrios de Barcelona, que, entre otras iniciativas, han creado un censo de edificios de propiedad vertical en venta para evitar que los compren fondos buitres. Gracias a estas indicaciones el Ayuntamiento de Barcelona ha comprado el mes pasado un edificio entero para evitar que los inquilinos del inmueble fueran expulsados.

El aumento de los precios de la vivienda y la no renovación de los contratos de alquiler son quizá los problemas más acuciantes. Solo en 2016 el alquiler ha subido el 10,7% en toda España y el 24,5% en Barcelona, donde el coste de arrendar un piso ha superado ya los niveles máximos de 2008. Estamos viviendo una nueva burbuja, la de los alquileres. No es casualidad que el pasado mes de mayo se haya creado en Barcelona y en Madrid el primer Sindicato de Inquilinos, una experiencia ya consolidada en otros países, con el objetivo de reducir el precio de la renta, facilitar el acceso a colectivos excluidos y mejorar las condiciones habitacionales de los pisos.

Más que de gentrificación, de todos modos, es un problema de modelo de ciudad o, como apunta Enric Bárcena, activista de la plataforma vecinal Fem Sant Antoni de Barcelona, “de modelo de país y de modelo económico que ve la vivienda como un activo financiero y no como un derecho. Las Administraciones y los partidos políticos tienen la obligación de proteger la vivienda de la especulación, respetando el artículo 47 de la Constitución Española”. Según Bárcena, “se está generando un precariado laboral y habitacional. Estamos a las puertas de una emergencia. En Barcelona hay más de 140.000 contratos de alquiler que se deben renovar en los próximos tres años. Si no se soluciona, esto es una bomba”.

La gentrificación ha provocado movilizaciones en Barcelona. Foto / Virginia Quiles.

Pensar otro modelo de ciudad

Más de lo mismo pasa en Lisboa, que en los últimos años está viviendo unos procesos de turistificación y gentrificación extremadamente rápidos, como muestra otro documental, Terremotourism: instrucciones de emergencia en caso de transformación urbana producida por seísmo turístico, realizado por el colectivo artístico Left Hand Rotation. Según Paula Marques, concejala de Vivienda y Desarrollo Local del Ayuntamiento de la capital lusa, “el turismo fue fundamental por la recuperación económica, pero ahora se está convirtiendo en un problema. La ciudad tiene que ser un lugar democrático donde haya espacio para toda la gente, tanto los que la visitan como los que viven en ella. Es necesario, pues, reglamentar el turismo, sobre todo en cuanto a los desequilibrios en los centros históricos, limitando, por ejemplo, la concentración de los pisos turísticos”.

¿Cuáles pueden ser las soluciones prácticas, pues? Al respecto desde hace tiempo se está reflexionando tanto en ámbito académico como en los ámbitos político y social. Quaglieri Domínguez se considera bastante pesimista: “Se pueden poner parches, pero no se resuelve el problema. Se debe auspiciar un mayor protagonismo del Estado y de los gobiernos locales dentro del mercado y descongestionar las zonas más saturadas. Pero es necesaria también más pedagogía: no podemos discriminar al turista porque es un actor como otro. Se debe convivir con él”.

Según Paula Marques, “la única manera de luchar contra este desequilibrio entre un uso habitacional y no habitacional de la ciudad es cambiar la legislación de arrendamiento urbano, construir más vivienda social, modificar la política fiscal y aumentar la inversión pública. Y todo esto no lo pueden hacer solo los Ayuntamientos, que tienen capacidades financieras y de recursos humanos limitadas”.

Coincide con ella Enric Bárcena, mostrando una vez más que, como apuntaba Benjamin Barber, los alcaldes deberían gobernar el mundo, ya que los problemas que afrontan, se encuentren en Montreal, Johannesburg, Londres o Atenas, son muy similares. En España, según este activista barcelonés, “es necesario un pacto nacional por la vivienda con unas acciones colegiadas entre todos para dar respuesta a un problema tan complejo”.

El problema con los excesos del turismo se nota en muchas grandes ciudades como Oviedo. Foto / Mario Rojas.

Más allá de la “marca Barcelona”

Pero no todas son malas noticias. “Cuando hemos llegado al gobierno de Barcelona nos encontramos con 75.000 camas hoteleras y otras 15.000 en proyecto y los pisos turísticos habían pasado en solo cinco años de 2.000 a 9.600”, explica Janet Sanz. “Una de las primeras cosas que hicimos fue centrarnos en la burbuja turística, repensando al mismo tiempo el modelo de ciudad”.

De hecho, el gobierno municipal de Ada Colau, que fue portavoz de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y que en 2015 ganó las elecciones también por proponer un nuevo modelo de ciudad, ha aprobado a principios de este año el Plan Especial Urbanístico de Alojamientos Turísticos (PEUAT) que limita y regula la apertura de nuevos hoteles en toda la ciudad. “Hemos pasado de la libertad absoluta y de la sustitución acelerada de pisos con alojamientos turísticos al control público y a la conservación del derecho a la vivienda”, añade Sanz.

Asimismo, se ha trabajado en un Plan Estratégico de Turismo para los próximos cuatro años que propone, entre 90 medidas, las de crear un IBI turístico y de subir la tasa de estancia turística. Según Quaglieri Domínguez, el plan “está bien hecho y ha involucrado a los actores sociales de la ciudad que hasta ahora habían estado ninguneados. La participación de los vecinos es un tema central”.

Lo que es más problemático es el fenómeno de AirBnb, una empresa valorada en más de 30.000 millones de euros que sigue anunciando pisos ilegales. “Tiene un poder mediático y de lobby asombroso y se niega a cumplir las normas”, avisa el investigador de la Universitat Rovira i Virgili. Muchas ciudades han llegado a acuerdos aceptando la lógica de la plataforma que “ha alimentado la compraventa de pisos por pequeños inversores”. Otras lo han multado –en el caso de Barcelona con 600.000 euros–, pero no tienen competencias para cerrarlo. Se calcula que los pisos ilegales en la ciudad condal rondan los 10.000. “Hemos identificado a 2.000 y conseguido cerrar unos 700, aumentando los controles”, comenta Sanz.

No todo es fácil por las pocas herramientas y el poco presupuesto de que disponen los Ayuntamientos en España y por la ley de Racionalización y Sostenibilidad de la Administración Local, mejor conocida como Ley Montoro, que impide a los consistorios gastar el superávit en políticas sociales.

En el caso del parque público de vivienda, estancado actualmente al 2% del total, el gobierno de Barcelona en Comú ha aprobado la construcción de 18.500 nuevos pisos en los próximos nueve años, ha multado a los bancos que no ponían en el mercado los pisos vacíos y ha destinado 46 millones de euros a un programa de ayudas para la rehabilitación de los pisos, favoreciendo a los inquilinos en situación de vulnerabilidad e incluyendo cláusulas antigentrificación que comprometen al propietario a mantener el mismo precio de alquiler dos años. Estas medidas, quizás, puedan parecer una gota de agua en un océano como el de las ciudades que sufren rápidos procesos de gentrificación y turistificación, pero son, sin duda alguna, un soplo de aire fresco que nos demuestra que las alternativas existen.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 51, JULIO DE 2017

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