Afondando
La Primavera de Praga según Delibes

Jóvenes checos celebran la llegada de la Primavera de Praga.
Leticia Sánchez Ruiz / Periodista y escritora.
Cuando tenía 16 años me obsesioné con la Primavera de Praga. En aquel tiempo leí y vi sobre el tema todo lo que pude, de tal forma que me quedó para siempre la impresión de que aquel movimiento no ocurrió en 1968 sino a mitad de los años noventa, es decir, que ocurrió durante mi adolescencia. Ahora me doy cuenta de que tiene cierta lógica. Porque la adolescencia es esa parte de la vida en la que en que uno ha dejado la niñez, es consciente de que va a llegar a otro sitio y se resiste a ello porque sabe que hay un compromiso con cosas que no le gustan; que hay una pérdida, una renuncia, una traición a sí mismo.
Eso fue, aproximadamente, lo que pasó en Praga en 1968. En el caso de la adolescencia la lucha es contra la madurez, y en de los checos fue contra el totalitarismo soviético. “Los acontecimientos históricos se imitan, por lo general, con escaso talento unos a otros, pero me parece que en Bohemia la historia puso en escena un experimento fuera de lo corriente. Allí no se levantó, siguiendo las viejas recetas, un grupo de personas (una clase, una nación) contra otro, sino que unas personas (una generación de hombres y mujeres) se levantaron contra su propia juventud”, escribió Milan Kundera en El libro de la risa y el olvido. “Se esforzaron por dar caza y domar a sus propios actos. (…) Los guardianes del idilio tuvieron que desmontar los micrófonos de las casas particulares, las fronteras se abrieron y las notas se escaparon de la partitura de la gran fuga de Bach, cantando cada una por su cuenta. ¡Fue una alegría increíble, fue un carnaval!”.
Pero el 21 de agosto de 1968, Rusia, “que no podía permitir que en algún sitio se le escapasen las notas”, mandó a Bohemia medio millón de soldados. A pesar de que los checoslovacos no ofrecieron resistencia armada, hubo 72 muertos y más de 700 heridos. Inmediatamente abandonaron el país unos 120.000 checos y, de los que se quedaron, unos 500.000 tuvieron que irse de sus trabajos a talleres perdidos en medio del campo, a las cadenas de producción de las fábricas del interior, a los volantes de los camiones… es decir, a sitios en los que ya nunca nadie oyera su voz.
A nadie le sorprenderá que en la primera parte de mi vida mi escritor de referencia sobre la Primavera de Praga fue Milan Kundera, pero tal vez sí que durante la segunda parte fue Miguel Delibes. En 1968 las Universidades de Praga y Brno invitaron a Delibes a pronunciar unas conferencias sobre novela española. El autor de Los santos inocentes aprovechó su visita para ver por sí mismo lo que estaba ocurriendo en aquel país, hablar con la gente, consultar fuentes y dejarlo todo por escrito para la revista Triunfo.
Me parece lo más apropiado conocer la Primavera de Praga a través de escritores, mucho más que a través de historiadores o políticos, ya que fueron ellos los que empezaron esta revolución: los escritores. Porque lo cierto es que hasta el congreso de escritores checos (entre ellos el propio Kundera y el futuro presidente Václav Havel) en 1967, nadie en Checoslovaquia había osado a hacer frente a la autoridad monolítica del Partido.
En aquella reunión se lanzaron acusaciones contra la política de Novotny (el presidente de la República desde hacía dos décadas), la represión y la violencia; se clamó por la libertad y la dignidad y, en consecuencia, se exigió que la actuación del Partido fuese sometida a crítica. El Partido, por supuesto, reaccionó ante esto. Lo que se le ocurrió para hundir en una mazmorra a lo más representativo de la cultura del país fue despojar a los escritores de su revista Gaceta Literaria, que pasó a ser controlada directamente por el Estado.
Ante un hecho así, los escritores decidieron, unánimemente, negar su colaboración. La revista recurrió a colaboraciones improvisadas, pero el gesto de los escritores no tardó en encontrar eco: los subscriptores, en masa, se dieron de baja. Por primera vez en veinte años, la opinión pública se manifestó en Checoslovaquia; en la alternativa de secundar a los escritores o achicarse ante la omnipotencia del Partido, el pueblo se decidió claramente por lo primero. Aquello fue el principio de todo.
“Aumenta la luz de día en día”
Si, por una parte, los acontecimientos que tuvieron lugar en Checoslovaquia en el 68 fueron muy complejos política, social y económicamente, por otra fueron tan simples que pueden resumirse en una sola palabra: apertura.
Miguel Delibes, quien afirmó que su visita al país fue “un motivo de honda meditación”, encontraba muy acertado que a “aquella inteligente evolución” se la conociera como la Primavera de Praga. “No hay frase más exacta porque en Checoslovaquia aumenta la luz de día en día y el aire es cada vez más tónico y reconfortante. Y que eso es así se lo dirá a usted cualquier checo que se tope por la calle, porque la primera manifestación de la apertura ha sido la desaparición del miedo. Se habla en la calle de la negrura del túnel pasado y de la esperanzada incertidumbre del porvenir”, escribió Delibes.
La prensa se sentía sin mordaza por primera vez en veinte años. El tono general era de execración de la dictadura monolítica del partido y de la ruda represión. Por una parte, los checos habían perdido el miedo, y por otra deseaban aprovechar todo lo que el socialismo tenía de aprovechable.
Deseaban quedarse con la educación igual para todos, la reforma agraria, la seguridad y la eliminación de los grupos de presión, entre otras cosas. Con lo que querían acabar para siempre era con el terror, la tortura y el dogmatismo. La idea, básicamente, era combinar socialismo y democracia. Es decir, hacer una revolución dentro de la revolución. Así, el Comité Central del Partido Comunista Checo aprobó en abril del 68 el denominado Programa de Acción que sintetizaba los principios en los que se debía basar este socialismo democrático.
Junto a una relativa liberalización económica, se planteó un amplio programa reformista en el terreno político (libre creación de partidos siempre que aceptaran el modelo socialista, igualdad nacional entre checos y eslovacos, liberación de presos políticos) y social (derecho de huelga, sindicatos independientes, libertad religiosa).
Delibes, entusiasmado con este movimiento al que consideraba que la prensa internacional no le estaba haciendo demasiado caso, lo calificó de “acontecimiento histórico”. “Pocos piensan que este pequeño y gran país está interpretando posiblemente un acontecimiento histórico de alcances imprevisibles. Esto es, cabe en lo posible que Praga esté alumbrando en estos momentos, nada más y nada menos, la fórmula de convivencia del mundo futuro”, escribió el autor vallisoletano. “Pocas veces una evolución tan densa y compleja ha sido puesta en práctica con semejante serenidad. La Primavera de Praga está siendo un modelo de asepsia. Los hombres que la dirigen tienen la cabeza fría y el corazón caliente. Y, de entrada, han desistido a responder a la violencia con la violencia; es decir, no hay tortura para los torturadores”.
La despensa vacía y las aulas frías
Pero volvamos atrás un momento. ¿Cuál fue el principal motivo de la histórica reunión de los escritores checoslovacos en julio del 67? Glodstücker, el presidente de la Unión de Escritores, lo dejó bien claro: “Los graves problemas económicos que el país tiene planteados son la causa de la actual revisión”. El fracaso económico del sistema, junto al riesgo de deshumanización que él mismo entrañaba, fue el espaldarazo de la revolución, la gota que colmó el vaso. Checoslovaquia estaba en plena recesión económica; los métodos comunistas no acaban de funcionar allí y, tras veinte años, parecían seguir en fase experimental.
Se quejaban de la inflexibilidad, de la excesiva burocratización (hasta la orden de sembrar patatas en una hectárea de Eslovaquia tenía que emanar de la cúspide), de las colas interminables ante las tiendas o ante los surtidores de gasolina… La despensa de los checos, que había sido tan abundante, cada vez estaba más vacía.
“Desde luego, la economía checa no va. Éste es un hecho que salta a la vista”, apuntó Delibes. “Yo me preguntaba en Praga: ¿Y dónde van los beneficios de una economía próspera aunque esté enervada por una serie de circunstancias? Al fin me decidí a lanzar la pregunta a la calle; en uno y otro lado las respuestas fueron coincidentes: se los lleva la burocracia”.
Y si los escritores y la crisis económica fueron los que protagonizaron el Verano de Praga y encendieron la llama, el Otoño de esta Primavera lo armaron los estudiantes y avivaron en fuego. Porque tras la reunión de escritores en julio, el curso universitario no comenzó normalmente. Los estudiantes habían tomado partido, clamaban mejoras y, sobre todo, denunciaban la falta de libertad. Las peticiones de justicia y libertad no cesaron y las convocatorias de consejos y reuniones fueron constantes.
Si bien se demostró, en cuanto se dejó hablar a la opinión pública, que los checos habían dejado de creer por completo en sus viejos políticos, en el caso de los estudiantes esta falta de creencia resultaba flagrante; era un total y absoluto rechazo, tanto a los políticos, como a los dogmas y los símbolos. “Los que creen que los regímenes comunistas de Europa central son exclusivamente producto de seres criminales, se les escapa una cuestión esencial: los que crearon estos regímenes criminales no fueron los criminales, sino los entusiastas, convencidos de que habían descubierto el único camino que conduce al Paraíso”, escribió Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, probablemente la novela más famosa sobre la Primavera de Praga.
“Lo defendieron valerosamente y para eso ejecutaron a mucha gente. Más tarde se llegó a la conclusión generalizada de que no existía Paraíso alguno; de modo que los entusiastas resultaron ser asesinos”. “Por culpa de vuestro desconocimiento”, continúa el célebre escritor checo, “este país ha perdido quizá por siglos su libertad, ¿ y vosotros gritáis que os sentís inocentes? ¿Cómo sois capaces de seguir presenciándolo? ¿Cómo es que no estáis aterrados?”. Estas palabras de Kundera, que tan activamente participó en la Primavera de Praga, pueden ser un buen resumen del pensamiento de los jóvenes checos en aquella época.

El intento de crear un socialismo democrático fue aplastado por los tanques soviéticos.
¿Cómo eran los checos de 1968?
En la Checoslovaquia de 1968, las mujeres optaban a los mimos puestos de trabajo que los hombres, los matrimonios podían divorciarse, y adquirir un automóvil era algo utópico para la mayoría de los ciudadanos. El sueldo mensual de un médico era de 2.000 koronas, 600 el de un barrendero, y 2.000 el de un obrero especializado. Con 10 koronas se podía comprar un kilo de limones, con 20 una entrada para la ópera, y con 250 koronas se podía pagar al mes el alquiler de un piso del Estado, generalmente de dos habitaciones y excepcionalmente, y como máximo, de tres.
Un libro medio costaba en Checoslovaquia 20 koronas, lo que lo hacía bastante asequible. Las librerías eran numerosas en las ciudades checas, y una tirada de unos 50.000 ejemplares de una obra no era inusual. Radio Praga abría cada día su emisión con los trinos de un pájaro (mirlo, ruiseñor, jilguero…), la ciudad de Brno contaba con un teatro de 1.500 butacas repartidas en dos pisos al que acudían compañías de ópera y ballet de gran calidad, y el Coro de Maestros Moravos era toda una celebridad en el país,
Para Delibes, la solidaridad era la nota definidora del carácter checo. “¿Son los checoslovacos solidarios de siempre -pese a la defenestración de Praga-, lo son en virtud del socialismo, o han sido, por el contrario, la incertidumbre del futuro y el sentimiento personal de inseguridad los que han originado y fomentado esta actitud vital, incontestable en nuestros días?”, se preguntaba el autor de Las ratas. “Yo no podría responder. La única afirmación que puedo formular con absoluta certeza es que el checo actual ve en el vecino a un prójimo, esto es, que es un ente que aún cree que de la unión nace no sé si la fuerza pero sí, al menos, el consuelo”.
Una anécdota bastante ilustrativa de la visita de Delibes a la Checoslovaquia fue que, de todos los museos en los que estuvo, el único que encontró vacío fue el Museo de la Revolución. “Nadie se interesa por el fusil que manejó fulano o por el casco que cubrió la cabeza de mengano en la lucha contra la opresión. Por otro lado, no deja de ser significativo que todo el aparato montado por el partido durante veinte años se viniera abajo, literalmente se derrumbara, una vez enfrentados dogmáticos y progresistas, sin más que dejar hablar a la opinión pública”.
La tentativa
En Praga los principales temas de los artículos periodísticos giraban en torno a los dramáticos años pasados, las purgas, las penas de prisión y las torturas. La mordaza había caído; los checos ya no tenían miedo. La esperanza estaba en la calle.
Y no solo la esperanza. Además de la liberalización de la prensa de la censura previa, se empezaron a producir en Checoslovaquia una serie de novedades. Por ejemplo, la creación de una organización de presos políticos de los años 1948-68 para velar por su rehabilitación. También empezaron a ser frecuentes los contactos entre los cuatro obispos checoslovacos y las nuevas autoridades y la liberación de aquéllos del control directo del Partido. Además, por primera vez en veinte años, se declararon varias huelgas obreras. Otra de las medidas fue la espontánea constitución, por parte de los trabajadores, de Comités en las fábricas que salvaguardaran la libertad de palabra contra todo intento de sofocación.
“Los acontecimientos de Checoslovaquia” declaró Goldstücker “constituyen la primera tentativa mundial por crear un socialismo democrático”. Y eso fue: una tentativa. La Primavera de Praga murió en verano.
Dedicatoria
Miguel Delibes, a su vuelta a España, acabó de escribir sobre la Primavera de Praga en junio de 1968, para convertirla en libro con Alianza Editorial. Cuando la obra ya estaba en imprenta, en agosto, las tropas rusas y sus aliados del Pacto de Varsovia (excepto Rumanía, que no quiso intervenir) invadieron Checoslovaquia.
Consternado por la situación, Delibes no quiso cambiar ni una coma de lo que había escrito en el libro, ni siquiera las esperanzas que había puesto en el futuro (ya truncado) de esta Primavera, aunque sí decidió añadir al inicio una nota para el lector, explicando que esa obra intentaba ser un esbozo del “pecado checoslovaco” que motivó la irrupción de los tanques rusos en Praga. “Vayan, pues, estas páginas en homenaje al sufrido y heroico pueblo checoslovaco y a cuantos pueblos, a lo largo de la Historia, vieron sus voces sofocadas por el inhumano argumento de la fuerza”.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 56, MAYO DE 2018

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