Afondando
La revolución, ¿será feminista o no será?
La llamada Ley Gallardón, la del aborto, ha devuelto a las calles un movimiento que en los últimos años amenazaba con desaparecer o reinventarse, una marea violeta en la que se mezclan activistas de toda la vida con jóvenes recién llegadas a la protesta. Hoy la palabra “feminismo” provoca reacciones dispares. ¿Aún es necesario luchar por la igualdad de las mujeres o hemos superado las discriminaciones?
Claudia Lorenzo / Periodista (Madrid).
Si uno busca en el Diccionario de la Real Academia el significado de “feminismo”, la primera acepción que se encuentra es “doctrina social favorable a la mujer, a quien concede capacidad y derechos antes reservados a los hombres”. La segunda, más escueta, indica que es un “movimiento que exige para las mujeres iguales derechos que para los hombres”. La palabra “machismo”, por el contrario, se define como la “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”. Con un simple análisis léxico se puede observar, tras ambas consultas, que estas dos palabras no son antónimas, sino que se han percibido como tales tras años de malinterpretación de un movimiento que busca la igualdad de oportunidades entre sexos.
“No me considero feminista, no me han educado en ello” o “no soy feminista, no creo en el ensalzamiento de la mujer por encima del hombre” son algunas de las reacciones que la palabra “feminismo” provoca en las mujeres consultadas por esta revista. Es cierto que a día de hoy, la mayoría pueden acceder a la educación y al mundo laboral de la misma forma que sus compañeros y, a primera vista, no existen leyes que arropen al hombre más que a la mujer.
Sigue la desigualdad
Sin embargo, lo que ante la Ley es igual, no lo es tanto socialmente. Según un estudio publicado por la Comisión Europea en diciembre de 2013 sobre datos de 2011, las mujeres en España aún cobran un 16,7% menos que los hombres que desempeñan el mismo puesto. Aunque el porcentaje ha bajado desde 2008, también se ha estancado. Las cifras indican que las mujeres trabajan “gratuitamente” 59 días más que los hombres. Igualmente, su representación en los medios de comunicación, en cúpulas directivas, en política o en cultura es minoritaria. Si la desigualdad sigue patente, se podría decir que el feminismo sigue siendo necesario hoy en día. Sin embargo, ¿qué pasa con la palabra?
Profesora de Estudios Literarios y de Género en la Universidad de George Fox (Oregón, Estados Unidos), además de periodista, Abigail Rine se preguntaba en un artículo para el diario Atlantic en mayo de 2013 sobre los pros y los contras de abandonar la palabra “feminismo”. “Es agotador introducir cada conversación que versa sobre cómo combatir la misoginia con anécdotas adorables y cautivadoras sobre cómo, de hecho, a mí me gustan los hombres -¡incluso lo suficiente como para haberme casado con uno!- y cómo, de hecho, no he quemado ningún sujetador (y probablemente nunca lo haga, porque son demasiado caros)”. Para ella, aquellos que están fuera de los círculos feministas se ponen a la defensiva cuando escuchan la palabra, y aquellos dentro del círculo no necesitan que se la expliquen. Por lo tanto tal vez lo mejor sea desterrar el nombre a costa de seguir defendiendo el concepto.
También Marissa Mayer, actual presidenta de Yahoo y primera mujer ingeniera que trabajó para Google, declaró ante las cámaras del documental de la PBS Makers: Women who make America (Las mujeres que hacen América) que, pese a ser una firme creyente en la igualdad entre sexos y de aceptar que las mujeres son capaces de hacer las mismas cosas que los hombres, no se considera feminista. “El feminismo se ha convertido en una palabra negativa. Hay muchas oportunidades ahí fuera para las mujeres y creo que salen mejores cosas a partir de la energía positiva que de la negativa”, añade. La opinión de Mayer no es única. Entre las famosas y poderosas, muchísimas rechazan la etiqueta a pesar de defender la igualdad: Belén Rueda, Katy Perry, Taylor Swift o Carla Bruni son algunos ejemplos.
Por contra, en diciembre Octavio Salazar defendía en el blog ‘Mujeres’ del El País digital que “el feminismo ha sido y es clave en los procesos de consolidación democrática y en la definición más completa y justa del Estado de Derecho”. Por ello, debería tratarse “como materia obligatoria sin la que es imposible educar a una ciudadanía capaz de ejercer sus derechos y obligaciones en condiciones de paridad”. Caitlin Morgan, británica y autora del superventas Cómo ser mujer, uno de los últimos libros que analizan el feminismo del siglo XXI, dice que “necesitamos recuperar la palabra ‘feminismo’. Necesitamos que la palabra ‘feminismo’ vuelva de forma urgente. Cuando llegaban estadísticas que decían que solo el 29% de las mujeres americanas se describen a sí mismas como feministas -y solo el 42% de las británicas- solía pensar: ¿Qué creéis que el feminismo ES, señoras? ¿Qué parte de la ‘liberación de las mujeres’ no va con vosotras? ¿La libertad de voto? ¿El derecho a no ser propiedad del hombre con el que te cases? ¿Las campañas para un salario igualitario? ¿’Vogue’, de Madonna? ¿Los vaqueros? ¿Acaso toda esa mierda OS PONE NERVIOSAS? ¿O acaso ESTABAIS BORRACHAS EN EL MOMENTO DE LA ENCUESTA? Ahora, sin embargo, estoy más calmada; me he dado cuenta de que es técnicamente imposible que una mujer argumente en contra del feminismo. Sin feminismo, no podría haber un debate sobre el papel de la mujer en la sociedad”.
El sextremismo de Femen
En 2008 se creó en Ucrania el movimiento Femen con tres pilares ideológicos esenciales: el ateísmo, el feminismo y el sextremismo. Este último se refiere a cómo sus integrantes se manifiestan medio desnudas, utilizando sus propios pechos como pizarras donde pintar eslóganes, reapropiándose del uso que la sociedad hace del cuerpo femenino. En una de las últimas acciones de Femen en nuestro país en defensa del derecho al aborto, las activistas le lanzaron bragas manchadas de rojo al presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio Rouco Varela. Para Lara Alcázar, asturiana y cabeza del movimiento nacional, “el feminismo desempeña una función elemental: la lucha de las mujeres por su libertad y los derechos que le corresponden como ser humano igual a cualquier otro. La única herramienta que puede hacer posible que la mujer sea totalmente libre es el feminismo, pero no solo el teórico, también el práctico. Es necesario que salgamos a la calle, que no cesemos en el empeño de tomar los espacios que nos han sido negados a lo largo de los siglos con nuestra voz y nuestros cuerpos”.
Además de casos de amenaza directa a la igualdad como la “Ley Gallardón”, el feminismo de hoy en día llama la atención sobre los detalles diarios de carácter sexista que hacen que las mujeres se debatan entre la intuición de que acaban de ser testigos de algo injusto y el miedo a saltar y ser definidas como exageradas. Así, en el siglo XXI no se discute el derecho de voto en el mundo occidental, pero sí el peso de la apariencia física en las mujeres, o cómo la mayoría de las tareas domésticas siguen recayendo sobre ellas, o las facilidades que tienen para la conciliación laboral y familiar… A la hora de saber cómo reaccionar ante una actitud machista, o definir simplemente si lo es, Caitlin Morgan propone en su libro dos preguntas. La primera, ¿lo que pasa le ocurre también a los hombres? La segunda, ¿lo que ocurre es de buena educación? Si solo una o ninguna de las preguntas se contestan con un sí, la mujer está ante una situación de sexismo.
A propósito del feminismo, el mundo masculino ha sufrido una serie de terremotos en este último siglo. La nueva mujer establece un nuevo hombre, alguien que debe dejar que también ellas tomen el mando en la arena pública pero que ahora tiene derecho a conquistar ambientes domésticos antes ignorados. Jennifer Siebel Newsom co-dirigió en 2011 el documental Miss Escaparate, en el que estudiaba qué imagen femenina vendían los medios de comunicación norteamericanos. A raíz de esa película surgió su nuevo proyecto, The mask you live in, un documental en el que analiza cómo el modelo de masculinidad que hemos asimilado en el mundo occidental acaba dañando a los propios hombres a los que intenta definir.
Lara Alcázar comenta que los hombres tienen que empezar por reconocer que “nazcan donde nazcan, crezcan donde crezcan, ricos o pobres, siempre estarán en una posición de privilegio mayor que las mujeres en cualquier tipo de situación. Una vez comiencen a darse cuenta de las diferencias reales que atraviesan ellos y las que atravesamos nosotras, quizás ahí puedan empezar a entender qué es el feminismo”. Sin embargo, uno de los chicos a los que encuestamos, Jorge, de 22 años, muestra una tendencia diferente: “Por supuesto que soy feminista, no tendría mucho sentido no serlo, ¿acaso no hemos salido todos de una mujer? El feminismo es una lucha necesaria; un mundo con desigualdades de raza o género es un mundo injusto, y yo no quiero vivir en un mundo injusto”.
El 20 de diciembre de 2013 el Consejo de Ministros aprobó la reforma de la Ley del Aborto. La interrupción del embarazo, derecho desde 2010, volvía a ser delito y solo podría realizarse bajo dos supuestos: violación o grave riesgo para la salud física o psíquica de la madre. Aunque el anteproyecto de ley ha de definirse y debatirse antes de entrar en vigor, la ciudadanía ya ha interiorizado un retroceso social de más de treinta años.
El 1 de febrero se celebró en Madrid la manifestación feminista más concurrida de la historia de España. Decenas de miles de ciudadanos recibieron a las activistas venidas desde Asturias en el llamado Tren de la Libertad y marcharon junto a ellas. Aunque las mujeres eran mayoría, miles de hombres de todas las edades caminaban a su lado. Eladio, alicantino recién licenciado en Ciencias Políticas, justificaba su asistencia diciendo que “el Gobierno, dejándose llevar por su sector más conservador, está creando una serie de restricciones a la libertad de los individuos y en especial a las mujeres, para que retomen su papel en la casa y vuelvan a estar subordinadas al marido”.
Aida Corte, miembro de la Asociación de mujeres Fontana de Blimea, estaba en la cena en la que se gestó la idea del Tren de la Libertad. Milita por los derechos de la mujer desde hace décadas, pero también dice que “los derechos hay que cuidarlos y luchar por ellos toda la vida.” Las antiguas luchadoras feministas han vuelto a salir a la calle para pasarles la antorcha a las jóvenes. “Sí, tenemos la sensación de estar luchando por algo por lo que ya luchamos”, comenta Corte, “pero también hay algo que trasciende la lucha puntual por el aborto: el derecho a decidir. Estamos luchando por algo como la libertad. Estamos diciendo ‘basta, hasta aquí llegamos y no aguantamos más’”.
Las protestas, que no tienen visos de parar de momento, cantan “la revolución será feminista o no será”. La pregunta ahora es: ¿se reconquistará el término?
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 31, MARZO DE 2014

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