
Mina y contramina en la portada de las cuevas de Cabo Blanco, en el concejo de El Franco.
El geólogo asturiano Pedro Fandos sostiene desde hace once años la hipótesis científica de que las cuevas del litoral asturiano, las que más ha estudiado, no son consecuencia de la acción marina milenaria sino que en ellas “hay claras huellas de la intervención del hombre”. Según afirma, estas cavernas son restos geológicos de minas “que ya estaban hechas antes del hombre de Neandertal, con más de 500.000 años de antigüedad”, construidas, según dice, “por una humanidad anterior a la que conocemos”.
Aladino F. Pachón / Periodista.
Su campo de investigación a lo largo de este tiempo ha sido y es el estudio geológico pormenorizado de más de un millar de cuevas a lo largo de unos 150 kilómetros en la costa asturiana, que tiene 200, y otras en el interior, como en la provincia de Cáceres, obteniendo claras pruebas de su creación humana y de su explotación como minas. Los resultados de sus investigaciones los ha ido dando a conocer en diversos congresos geológicos españoles. Son cerca de 30 ponencias que conforman un “corpus doctrinal” que él ha bautizado como “Teoría de las caverminas”.
Explica el geólogo Fandos que la primera vez que empleó el neologismo “caverminas” fue en el año 2008 en un congreso internacional de defensa del patrimonio geológico y minero celebrado en Puertollano (Ciudad Real). “Hubo allí una revolución muy grande en mi contra”, explica. “Me lo cuestionaron mucho. De hecho, me dieron para atrás unos trabajos por usar ese neologismo, porque decían que si existían cuevas y minas, entonces que dijese ‘cuevamina’. Pero no es lo mismo. Lo que yo quiero mostrar es algo más allá, más remoto”. Cuando en ese congreso presentó una comunicación sobre su “Teoría de las caverminas y sus derivadas”, confiesa que “yo ya sabía en la que me estaba metiendo”. Así que no le extrañó “que me ridiculizaran y no publicaran mi ponencia en las actas”.
Pero Pedro Fandos no cayó en Puertollano como un extravagante paracaidista planeando asido a una volátil y estrambótica propuesta científica. Ya llevaba en la mochila de combate tres años de arduas investigaciones, desde el año 2005, cuando se prejubiló de la empresa estatal minera Hunosa, en donde, tras licenciarse en la Universidad de Oviedo, trabajó 25 años como geólogo de interior. Un cuarto de siglo en la mina le dio unos conocimientos geológicos prácticos y nuevos que le mostraron día a día “que las cosas no eran como me las habían enseñado aquellos catedráticos en los que tanto confié, que no valían para la mina; así que me bajé del pedestal de geólogo universitario al que me habían subido y empecé a pensar por mí mismo”.
Ya con suficientes conocimientos de geólogo minero adquiridos motu proprio (“25 años de contacto con la piedra me han dado mucho información”, señala) cayeron en sus manos unas láminas a todo color publicadas por el diario ovetense La Nueva España en las que, entre otros paisajes, aparecían imágenes de la costa astur. Y en esas fotos había cuevas del litoral. Pandos lo vio muy claro: “Esas cuevas me parecen minas, me dije entonces, y yo quiero verlas”.
Así que, prejubilado en 2005, se dedica a recorrer las cuevas que hay en la costa asturiana, “ya con mi experiencia del contacto con la geología minera”. Escoge el litoral porque “es que donde mejor aflora la piedra en Asturias, que es una región llena de vegetación, un problema para el geólogo. En los acantilados está la roca sin tapar. Y ahí es donde veo las cuevas. Me meto en ellas y empiezo a ver que no responden a criterio alguno conocido ni a nada de lo que me habían enseñado”.
Los mineros antiguos de Plinio

En la cueva de Mencía, en la playa de La Franca, hay este pseudo-menhir como resto de una ‘cavermina’.
En la primera cueva en la que entra en la playa de Barayo, tras recorrerla, el geólogo Fandos encuentra “una lógica muy coherente, un sistema de distribución de avance en transversal, perpendicular a los estratos, y en dirección de los estratos, que es exactamente lo que se hace en las minas”. Y además empieza a ver cómo muchas portadas, las que se ven en el exterior, “van de dos en dos: mina y contramina para ventilar, por seguridad, para meter y sacar cosas; la mina y la contramina siempre existió”. Y ve también vetas minerales, sobre todo de hierro, “que las seguían” aquellos mineros antiguos. Agrega que “todo lo que veo es demasiado inteligente como para que el mar Cantábrico lo hubiese hecho”.
A esos mineros que Plinio llamó “los antiguos” y que, según Fandos, “extraían lo que hubiese: plomo, hierro, oro; les valía todo, molían la montaña entera”, el autor de la “Teoría de las caverminas” se atreve a situarlos en un tiempo anterior al neandertal: “Hablamos de 500.000 años para atrás”, afirma. Y añade que “esta hipótesis revienta todo lo conocido”, por lo que “habría que revisar toda la cronología”.
En su opinión, “habría que revisar toda la historia de la humanidad”, en especial “una cuestión fundamental sobre la que descansa todo (la astrofísica, la astronomía actual, la arqueología…) que es el tiempo geológico, que cuando hablas de millones de años nadie tenemos esa cifra en la cabeza; los romanos son 2.000 años, y de ahí vienen los godos, los visigodos, y los astures, los islamistas y tal y cual. Y, bueno, llegas hasta hoy y dices todo esto ocupa 2.000 años. Esas cifras las manejamos, el doble 4.000, 5.000, 10.000. Pero ¿un millón? Eso nos rompe los esquemas”.
Pedro Fandos asegura que su hipótesis “no es gratuita”. Agrega que su teoría “está muy pensada, meditada y contrastada”. Afirma, además, que si bien le cuesta mucho trabajo decirlo, por pudor, “lo que yo traigo entre manos es superior a lo de Altamira”. Y que el soporte de las cuevas pintadas ya estaba hecho antes, porque primero fueron minas. Unas minas, por cierto, “hechas con un control topográfico perfecto, superior al actual: más preciso que el que usamos hoy”.
Como complemento a la hipótesis de Pedro Fandos y de acuerdo a los últimos planteamientos de científicos independientes, si bien el primer homínido hallado data de hace 4 millones de años, la primera civilización humana como tal, la sumeria, está fechada hacia el año 3.500 a.C. Esto quiere decir que desde que el hombre apareció hasta que creó su primera civilización pasaron 3.996.500 años, un tiempo que albergaría más de 727 veces una civilización como la nuestra.
Incluso, yendo más lejos, si el hombre lleva 4 millones de años en la Tierra y los primates con los que está emparentado están en el planeta desde hace 65 millones de años, habría un hueco en el tiempo que pudo albergar 14 veces consecutivas la evolución del hombre y daría cabida a más de 10.000 veces la historia de la civilización humana. Por tanto, en cifras, no es disparatado pensar que pudo existir una humanidad antes de la que conocemos.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 49, MARZO DE 2017
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