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Atlántica XXII

Laura Alfonseca Giner de los Ríos: “Usan nuestro apellido como una marca”

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Laura Alfonseca Giner de los Ríos: “Usan nuestro apellido como una marca”

Laura Alfonseca Giner de los Ríos en una visita a Oviedo. Foto / Iván Martínez.

Laura Alfonseca Giner de los Ríos en una visita a Oviedo. Foto / Iván Martínez.

Luis Feás Costilla / Periodista.

Laura Alfonseca procede de los Giner de los Ríos, pero no de don Francisco, que como santo laico que era murió sin descendencia, sino de su hermano Hermenegildo (1847-1923), traductor de la Estética de Hegel, autor de manuales de teoría de las artes y de la literatura destinados a la docencia y también fundador de la Institución Libre de Enseñanza. Es nieta de su hijo Bernardo Giner de los Ríos (1888-1970), ingeniero, arquitecto y ministro de Comunicaciones y Transportes del Gobierno legítimo durante la Guerra Civil española, al término de la cual tuvo que exiliarse, primero en la República Dominicana y luego en México.

En la capital de este último país americano, en 1944, nacería Laura, fruto del matrimonio formado por Elisa Giner de los Ríos, hija de Bernardo, y el dominicano Juan Augusto Alfonseca, procedente también de una familia de marcado carácter democrático, opositora contra la dictadura de Trujillo. Laura Alfonseca Giner de los Ríos es consciente de que la suya es una herencia cargada de responsabilidades, pues ya cuando estudiaba primaria en el Colegio Madrid, recién fundado en Ciudad de México por el Gobierno de la Segunda República Española en el exilio, sus profesores le recordaban, al pasar lista con cada inicio de curso, que “tenía que llevar con orgullo el apellido”, algo que le chocaba a una niña que prefería pasar desapercibida pero a la que, eso sí, le caía bien “ese viejito” que aparecía “con ojos tristes” en las fotografías familiares.

Ya después, analizándolo, se dio cuenta de que había sido educada “de acuerdo a las ideas” de Giner de los Ríos, lo que marcó su forma de ser y de desenvolverse en el mundo. “A mí me impresionaba que todas nuestras casas, las de mis tíos, la de mamá, eran iguales en un cierto gusto estético, no recargadas, modestas, con mucha ventilación, muchas flores, mucha música, y todas con la foto de don Francisco en el salón”. Incluso en asuntos como la comida, la cuestión era “no excederse”. “Todo era muy austero, manteníamos la idea de contención en todos los aspectos. Sobre todo nos recomendaban no hacer alardes, y eso creo que es muy bueno. Teníamos nuestros libros, hacíamos teatro, siempre nos mantenían con la mente ocupada y siendo creativos. Eso hizo que estuviéramos abiertos a otras maneras de pensar, a otras culturas”, rememora esta carismática mujer, que por el trabajo del padre pasó su infancia en lugares como Ecuador, Washington, Venezuela o Santo Domingo, aunque siempre con base en México.

De esa manera pudo conocer a personas relevantes del exilio como el pintor surrealista Eugenio Fernández Granell o el poeta León Felipe, al que recuerda como “muy simpático” con los niños. El interés por viajar que le inculcaron sus padres lo ha mantenido a lo largo de toda su vida, hasta el punto de que dejó sus estudios de Químicas por la carrera diplomática, a pesar de que en los exámenes confundió la palabra “políglotas” con “trogloditas”, tal y como cuenta ella misma con gracia. Y, como se había criado “en contra de todo lo que fuera fascismo y dictadura de derechas”, participó en el movimiento estudiantil de la Universidad de México, masacrado en la Plaza de las Tres Culturas en 1968. “Para mí, militares y curas siempre han sido los malos de la película”.

La reforma del edificio histórico de la Institución Libre de Enseñanza respeta muy poco el espíritu original.

La reforma del edificio histórico de la Institución Libre de Enseñanza respeta muy poco el espíritu original.

Caravana con sombrero ajeno

Por eso, no entiende que desde ciertos sectores de la Fundación Francisco Giner de los Ríos de Madrid se esté intentando insinuar que el Opus Dei se interesó por la figura de don Francisco. “Para nada, si a alguien odiaba la Iglesia era a Giner de los Ríos, porque había promovido una institución laica y enseñar a pensar ni a las dictaduras ni a las religiones les ha gustado nunca”. Según Laura Alfonseca, desde la Fundación “usan el nombre de Giner de los Ríos como una marca, hacen caravana con sombrero ajeno y estoy totalmente convencida de que lo están mediatizando. ¿Cómo es posible que una institución que representa a un educador laico se haya quedado calladita cuando el ministro Wert quita horas de filosofía para ponerlas de religión? Lo que quieren es un rebaño de borregos que puedan manejar”.

Al igual que a otras descendientes de institucionistas ilustres como Altamira o Calandre, a la de Giner de los Ríos, que pasa largas temporadas en casa de una hermana en la capital de España, le horroriza lo que se ha hecho con el edificio histórico de la Institución Libre de Enseñanza, en la calle Martínez Campos: “El lugar en sí era emblemático. Lo tiraron y han construido una cosa espantosa”, que en su opinión no preserva en absoluto el espíritu y la intención de sus fundadores. También considera “una pena” lo que están haciendo con la Residencia de Estudiantes: “Da vergüenza ajena. Yo ya no he vuelto a poner un pie ahí desde que vi que las presentaciones que se hacían eran bastante mediocres, empezando por las exposiciones. No tienen idea de nada. Llevan años manipulando la Residencia y la Fundación”.

Incluso habla de “corrupción”, aunque no pueda demostrarlo, y reconoce que se ha planteado quitarle legalmente el nombre a la Fundación, presidida por el médico Julián de Zulueta, sobrino de Julián Besteiro, con José García-Velasco de secretario e Isabel Azcárate, Elías Díaz, Laura García-Lorca, Salvador Giner, Emilio Lledó, José Carlos Mainer y Nicolás Sánchez-Albornoz entre sus vocales: “Somos muchos los descendientes de Giner de los Ríos que estamos en contra. Según algunos abogados, sí que sería posible hacerlo, porque nos han traicionado, pero no tenemos dinero para estar pleiteando. Solo lo haríamos si tuviéramos todas las de ganar”.

En espera de tiempos mejores, y no sin cierta nostalgia y afán didáctico, concluye subrayando los valores en los que fue educada: “La mayor lección que a mí me dieron fue enseñarme a pensar, a tener esa libertad y ese respeto desde niña por parte de mis mayores. En mi familia hacíamos referendos todos los días. Yo viví la democracia en casa, no puede ser tan difícil”.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 38, MAYO DE 2015

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