
Una de las funciones de la temporada de ópera de Oviedo. Foto / Mario Rojas.
Igor Paskual / Músico de rock y escritor.
La música, en principio, es sonido. Y el sonido no tiene ideología. Pero nunca escuchamos nada en el vacío, sin un discurso que lo acompañe. Debido a diversas construcciones mentales que se han fraguado a lo largo del tiempo, asociamos cada estilo musical no solo a un espacio o lugar, sino a un público, a una clase social, a una forma de concebir el mundo. Así, llegamos a establecer conexiones como, por ejemplo, los binomios blues-proletariado y ópera-burguesía, que han pasado a formar parte de nuestro imaginario sin que sean cuestionados, o se indague de dónde proceden.
Sin embargo, a menudo se trata de asociaciones que responden a los intereses de una élite, de la industria y, muchas veces también, del propio consumidor. Que la ópera sea asociada a la burguesía deriva de una serie de coyunturas sociales que tuvieron lugar a lo largo del siglo XIX y que sería muy largo enumerar aquí. Pero no podemos olvidar, por ejemplo, que el hecho de pagar una entrada, cara o barata, es una conquista que consigue sacar la música “culta” hacia el espacio público, ya que antes estaba reservada al salón privado de la nobleza. Por otro lado, la ópera, para sufragar el carísimo espectáculo que suponía, necesitaba gustar a un público amplio, sembrando, de ese modo, la semilla de la cultura de masas.
Ópera y rock
Es curioso que el rock, cuando en los años sesenta quiso adquirir la categoría de arte y ser algo más que una forma de entretenimiento, lo hizo adquiriendo los códigos propios de la música clásica y en algunos casos de la ópera. De ese concepto proceden la ópera rock Tommy de The Who, Sargent Peppers de los Beatles o Dark side of the moon de Pink Floyd. Es la época de las letras complejas, los largos desarrollos solistas, la incorporación de instrumentos de orquesta, incluso directamente se alían con una orquesta sinfónica como ya hiciera Metallica. Así que, bien sea porque muchos aficionados consumen el rock con la seriedad que se le supone a la música sinfónica, o bien por los conocimientos enciclopédicos de los distintos estilos, el caso es que el rock también establece jerarquías entre sus aficionados, como describe de manera genial Nick Hornby en su libro Alta Fidelidad.
Para que el binomio “ópera-burgués” / “rock-clase media baja” siga funcionando y en vigencia, los medios de comunicación de masas deben transmitir y reforzar estas asociaciones preconcebidas. Y lo hacen, pero basta con pararse a pensar para comprobar que una entrada para un concierto de los Rolling Stones puede ser tan cara como una para el Liceo de Barcelona o incluso más. El rock masivo está hecho por multimillonarios como Keith Richards que han cultivado una imagen de “piratas al margen de la sociedad” que resulta muy estimulante para sus seguidores pero que es parte de la industria del entretenimiento. Y si la ópera ha servido para “ascender” de clase, en no pocas ocasiones la música rock ha servido como medio de desclasamiento de aquellos que, siendo de clases pudientes, prefieren, por diversas razones, mostrarse ante los demás como procedentes de una extracción más baja.
No es, por tanto, una cuestión de dinero lo que, hoy en día, convierte en burguesa a la ópera y en proletario al rock. Un abono para la ópera es caro, pero también lo es seguir a un equipo de fútbol o a una banda de rock. Y, si nos fijamos en el contenido, ¿no son las letras del rock en ocasiones altamente conservadoras e incluso retrógradas? En la actualidad, el rock y la ópera no están en mundos opuestos y el disfrute de cualquiera de los dos no le está vetado al aficionado del otro estilo. Debemos descubrir cuál es la razón de que asociemos unos sonidos con unas formas de vida y valores determinados y así desarmar una visión absurda que no hace más que añadir prejuicios a gente que, de otra forma, estaría predispuesta a escuchar un género distinto al que está habituado, sea la ópera o el rock. Se trata de liberar a los sonidos de yugos ideológicos para enriquecer de un modo notable nuestro acerbo musical.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 30, ENERO DE 2014
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