Afondando
Locales autogestionados: Aquí hay espacio para todo
Suelen ser pequeños, pero en los espacios autogestionados hay sitio para todo y para todos. En lucha contra una cierta estigmatización social, cada vez proliferan más, incluso en zonas rurales, y demuestran que, sin subvenciones ni ayudas oficiales, se pueden ofertar todo tipo de iniciativas culturales, sociales, políticas, ecológicas e incluso de autoempleo. En Asturias, La Semiente en L´Entregu, La Ponte en Santo Adriano y La Casa Azul en Navia son algunos ejemplos.
Elena Plaza / Periodista.
En los últimos años han proliferado por la geografía asturiana (con una mayor concentración en el área central) este tipo de locales, aunque algunos ya existen desde los años noventa, como L’Arcu la Vieya, o principios del presente siglo en el caso de Cambalache, ambos en Oviedo. Más cercano en el tiempo es el Centro Social Ocupado y Autogestionado La Madreña, ubicado en el ya desaparecido edificio de la antigua Consejería de Sanidad, en la capital asturiana, sin lugar a dudas el que más repercusión mediática ha alcanzado. En este caso sí hubo una ocupación que consiguió dar valor a un espacio (y un barrio) en torno al que se articularon diferentes movimientos y asociaciones de lo más variopinto. Y tuvo una larga duración en el tiempo (teniendo en cuenta su situación) hasta su desalojo el pasado verano de 2014.
¿Por qué esa mala prensa? Por una suma de varios factores, entre los que pesa la imagen ofrecida por los medios de comunicación o la inexistencia de una cultura libre en Asturias frente a la cultura institucionalizada, la subvencionada por las Administraciones Públicas. Dice Delfín Valdés, ‘Delfo’, de La Semiente, que “el umbral de la puerta pesa”, y son conscientes que son muchos los que no dan el paso para ver lo que hay dentro porque “a saber éstos…”, apuntilla Pablo Casado, de La Casa Azul.
Lo que caracteriza a todos los impulsores y usuarios de estos espacios es su activismo, pero también su diversidad ideológica, filosófica, cultural, con posiciones más o menos ecologistas y avanzadas socialmente. Aquí hay cabida para todo el mundo, no solo para los asociados.
Por esta razón los perfiles de los diferentes centros sociales autogestionados (que jurídicamente tienen la personalidad de asociación) son variados, aunque con puntos en común, como el pago de un alquiler por el local. En el caso de La Semiente, destaca el enfoque de compromiso social con el Valle del Nalón. La Ponte es un proyecto de autoempleo que apuesta por la revalorización de un entorno privilegiado y con unos recursos que van más allá de lo turístico, una puesta en valor del medio rural y de la cultura popular. La Casa Azul se articula en torno al medio rural, la producción ecológica de la zona y el futuro del Occidente asturiano.
Gratis y sin subvenciones
Uno de esos puntos en común es la no concurrencia a ningún tipo de subvención, ya que el proyecto debe mantenerse por sí mismo, con independencia, sin servilismos a cuenta de un ingreso. ¿Y de dónde sale la financiación? De las cuotas que se pagan, de la nevera-bar, de diferentes actividades que se puedan organizar (aunque muchas, como algunos talleres, son gratuitas), de la tienda de productos ecológicos en el caso de La Casa Azul. Y en todos tiene cierto peso el grupo de consumo. Las actividades de la mayoría de estos centros sociales se articulan en torno a lo lúdico, lo cultural y lo político, cada uno a su manera. Entre ellas se encuentra la organización de talleres de baile, música, timbas poéticas, charlas, presentaciones… y la gratuidad suele ser otra característica común.
Asimismo característicos de estos locales son los grupos de consumo (de productos alimentarios, jabones, bebida…), que funcionan de manera autónoma dentro de la organización. Buscan favorecer la economía local con proyectos de autoempleo y explotaciones familiares, evitando intermediarios. Algunos se coordinan con otros grupos para hacer pedidos grandes de productos que vienen de fuera, como el aceite o el arroz. “Organizamos también algunas cosas como mercadillos a modo de difusión”, explica Bego García, de La Semiente, una práctica que también llevan a cabo en Santo Adriano.
La Semiente, ‘semando pa mañana’
La mayoría de los integrantes de La Semiente cuentan con una tradición dentro del activismo político o asociativo en el concejo de San Martín del Rey Aurelio. El origen de La Semiente lo resume así Delfo: “Pensamos en hacer algo más allá que lo cultural, dotándolo de un espacio, creando una conciencia crítica entre los vecinos no solo de L’Entregu o San Martín, sino también del Valle, haciendo cosas de otra forma, autogestionados”.
El proceso fue largo, debatiendo si ocupar o alquilar, aunque finalmente se optó por el alquiler. “Aunque ocupando tratábamos de dar vida a un local, si te desalojan con un proyecto aún no estable se podían frustrar muchas ilusiones”, explica Delfo. Las primeras reuniones eran en un chigre. El actual local, una antigua imprenta, se ha quedado pequeño y se mudarán a otro mucho más amplio, que permite la realización de más actividades simultáneas, en el antiguo mesón sidrería Funcasta.
“La autogestión es un hándicap, crea un poco de recelo, pero hay ejemplos como la recogida de libros escolares, en los que todo el mundo viene a dar. Lo interesante es hacer cosas fuera para darnos a conocer”, explica Delfo. La actividad asociativa del concejo fue muriendo con los años y como ejemplo ponen la Casa de la Juventud de Sotrondio. “No interesa que se cree una conciencia crítica, que la peña despierte a otras inquietudes y se conviertan en un grano en el culo para la Administración, cuando es ella la que te está poniendo el local. Locales para pensionistas sí hay, pero los jóvenes no están avezados a usar esos espacios porque tampoco les dejan”, señala.
El colectivo está integrado por unas 20 personas con una amplia horquilla de edad, cifra que muta por la migración, aunque en un principio había más jóvenes ahora abocados a marchar, algo que influye mucho en la continuidad de los proyectos que se llevan a cabo. “Y esto ocurre no solo aquí, yo lo veo en la música; en trece años que lleva el grupo habrán pasado unos veintipico músicos, y en general ves mogollón de bandas, pero todos caen por lo mismo”, explica Delfo, cantante del grupo La Tarrancha. “Somos herederos del desmantelamiento. La reconversión de Asturias no se puso en manos de gente competente”.
Ecomuséu La Ponte
El nombre de La Ponte define muy bien su filosofía: es el puente medieval que caracteriza a Villanueva de Santo Adriano y como concepto que conecta orillas. Uno de sus fundadores, el arqueólogo local Jesús Fernández, explica la tensión que siempre vivió, navegando entre dos mundos: por un lado el rural al proceder de una familia ganadera y campesina, y por otro el urbano cuando fue a estudiar primero a Oviedo, después a Londres… El paralelismo también se refiere a la orilla de la ciencia, como investigador profesional y científico, y la orilla del saber popular; o la del activismo y la de lo universitario, porque “parece que el activismo tiene que provenir de fuera de la Universidad”… Combinando todas estas orillas, y tras comentarlo con un grupo de personas de Villanueva, surge esta idea de La Ponte como espacio de conexión.
“Pero es también un proyecto de autoempleo donde tiene cabida el activismo, la ciencia… desde un enfoque patrimonial. Hacer esto en Asturias, donde no existe la cultura libre, es muy difícil”, explica Fernández, director del Ecomuséu. “La idea es sobrevivir por nosotros mismos, sin ayudas económicas provenientes de subvenciones, lo que da lugar a un debate abierto”, añade Cristina López, trabajadora social y técnico de actividades físico-deportivas en el medio natural.
“De un montón de preguntas que nos hacemos surge La Ponte. Tenemos un montón de recursos abandonados, sin una función cultural ni social. Santo Adriano es un concejo pequeño en territorio y población pero con una gran concentración patrimonial, con arte paleolítico, prerrománico, románico… Solo en el entorno de Tuñón hay cinco Bienes de Interés Cultural, probablemente la mayor concentración de BIC en la zona rural de Asturias, y para ellos no existe un aprovechamiento en sentido amplio que active social y económicamente la zona, no solo turísticamente. La idea es activar unos recursos desaprovechados, convirtiendo al patrimonio en la gasolina del proyecto”, señala el arqueólogo. Ese es el punto de partida, una especie de leit motiv para devolverle un protagonismo perdido. Se convierte así en “un proyecto de desarrollo comunitario. No solo se enseña a los visitantes, sino que se hacen actividades donde los vecinos participan, más allá de un mero recurso turístico”, matiza López.
Importante es aquí la recuperación de espacios tanto naturales como arqueológicos o inmuebles. El Ecomuséu La Ponte está ideado como un museo vivo, sin exposición museográfica como tal. De hecho Jesús Fernández es crítico con el concepto de los museos etnográficos, “son como la muerte de una cultura. Aunque con alguna excepción, como el Museo de Grandas, que es ejemplo de cultura libre con el trabajo llevado a cabo por Pepe ‘el Ferreiro’”.
Para dar a luz este proyecto hay años de trabajo detrás. La primera lucha comienza con la Administración, a la que le cuesta entender en qué consiste una empresa social. “Esta es normal en los países de tradición anglosajona, pero aquí nadie sabe nada”, lamenta Fernández. La segunda es el aprovechamiento del patrimonio de Administraciones e Iglesia, además de particulares. “Partimos de la idea de la recuperación del patrimonio común (de la idea del procomún), algo arraigado en los pueblos. Es la diferencia entre aprovechamiento (el mantenimiento de recursos limitados que benefician a todos, que nos habla de la cultura del esfuerzo para que eso no se agote, como ocurre con los montes comunales, que con la expropiación o están desaprovechados o sobreexplotados) y la explotación (cuando ese recurso, limitado o ilimitado, lo sobrecargas)”. Se trata de la creación de una gestión cooperativa frente a la idea aparejada a la gestión cultural administrativa o religiosa del cercamiento, la prohibición…
Y así toma forma este proyecto conformado fundamentalmente por unos 20 habitantes de este pequeño concejo, que cuenta con un Consejo Científico Asesor y que ha establecido diferentes convenios de colaboración con las universidades de Oviedo y León, Recrea (la empresa del Principado que gestiona determinados espacios culturales como el Parque de la Prehistoria), la Consejería de Cultura o la parroquia y que organiza unas Jornadas sobre Patrimonio Cultural en las que colabora la Fundación Valdés Salas, de la Universidad asturiana.
La Casa Azul
Los orígenes de La Casa Azul se articulan en torno al movimiento surgido en contra del trasvase del río Arbón y el grupo de consumo creado para dar salida a la producción ecológica del Centro Especial de Empleo El Cabillón, de la Fundación Edes, en Tapia de Casariego. Oficialmente toma forma en 2006, pero venía ya con una trayectoria de activismo en la zona tan variada como sus integrantes, algunos ligados al colectivo ‘Occidente preocupado’: político, social, ecológico, cultural… Y así se crea un espacio donde reunirse y compartir que al contar con un local puede darle una actividad más continuada.
La Casa Azul es la primera iniciativa de este tipo en el Occidente. Toma el nombre de un antiguo bar que había en Valdepares. Allí pensaban instalarse con ese modelo de negocio. Finalmente se ubicaron en Navia y cambiaron el bar por tienda. Con más de veinte miembros y un grupo de influencia de unas 40 personas distribuidas fundamentalmente por la zona costera, poco a poco va asentándose. Y eso lo notan en las actividades que organizan y en el centro social-tienda que tienen en Navia, al que empiezan a acercarse no solo asociados. Aunque reconocen que existe “una barrera, la gente si no viene es por ideas preconcebidas del tipo son hippies o éstos a saber…”, comenta Pablo Casado. “Aquí nos conocemos todos, no tenemos pretensiones políticas ni sociales, trabajamos por crear un mundo mejor con los presupuestos de una economía local, sostenible, ecológica… El concepto de autogestión no es muy bien entendido, en parte porque tiene muy mala prensa”.
Una de sus premisas es poner en valor el medio rural, “la barrera con los paisanos es muy fuerte. La gente deja el campo ¿y entonces qué hace con las fincas? Plantan ocalitos para ENCE”. Y también ven con tristeza cómo se estigmatiza desde la escuela el concepto de lo rural: “La formación que se les da es urbana, cuando su entorno, sus familias, no lo son. Hay que cambiar esa idea porque lo rural es bueno, aquí se puede vivir muy bien, puedes llevar a cabo una economía de subsistencia, un término también denostado”. El problema es que “no hay alternativas, ni existen facilidades a esas alternativas”; y esto lo afirman dos trasplantados de Madrid al concejo naviego, Pablo Casado y Carmen Dotor.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 38, MAYO DE 2015

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