Cultures
¿Londres, 1976? No, el punk nació mucho antes en Nueva York

Punks se cruzan en Oviedo con un gaitero. Foto / Mario Rojas.
Steven Forti / Historiador e investigador del Instituto de Historia Contemporánea de la Universidade Nova de Lisboa.
Londres, 26 de noviembre de 1976. Los Sex Pistols graban su primer sencillo, Anarchy in the U.K. En esas mismas semanas emprenden una gira por Inglaterra, que acabará con una escapada en Holanda a principios de enero. El fracaso es absoluto: peleas, alguna noche en los calabozos de su Majestad y muchos bolos anulados. Los conciertos de los de Johnny Rotten, que no cuentan aún con la presencia del autodestructivo Sid Vicious, los abren otras dos bandas que están dando sus primeros pasos en aquellos tiempos: The Clash, liderados por el comprometido Joe Strummer, y The Heartbreakers, con el ínclito Johnny Thunders al frente.
El fracaso de la gira no marca el fin de nada, al contrario. Al cabo de unos meses sale a la venta el segundo sencillo de los Pistols, la rompedora God save the Queen, que, gracias a una idea de Malcolm McLaren, la banda tocará en un barco en el Támesis durante el Silver Jubilee, las celebraciones por los 25 años de reinado de Isabel II. El escándalo fue enorme, así como la visibilidad de la banda. En octubre de ese mismo 1977 se publicará su primer LP, Never mind the bollocks. Here’s the Sex Pistols, que los convertirá en un símbolo. El punk hizo así su ingreso por la puerta grande de la historia. O, al menos, esta es la versión oficial que ha vuelto a estar de moda ahora que se cumplen los 40 años de aquellos acontecimientos y en más de una ciudad se dedican exposiciones al movimiento punk. El punk en un museo es una contradicción. O, más exactamente, es la última victoria de Malcolm McLaren, el hombre que convirtió el punk en una moda y en una máquina para ganar pasta.
Nueva York, unos años antes
McLaren es el personaje clave de toda esta historia. Creó de la nada los Pistols, importando de Nueva York un estilo que había mamado en los años anteriores. Tras haber coqueteado con el surrealismo parisino en sus años mozos, en 1971, junto a su compañera, la diseñadora Vivienne Westwood, McLaren montó una tienda de ropa en Londres. Entre 1973 y 1974 se asentó en la Gran Manzana donde trabajó también como manager de una banda aún desconocida, los New York Dolls de David Johansen y Johnny Thunders. El estilo excesivo de la ropa que los Dolls llevarán en su última etapa, más allá de sus caras pintadas que olían al Bowie de la época Ziggy Stardust, se deben a McLaren y WestWood. No es casualidad que Thunders estuviese teloneando a los Pistols a finales de 1976 entre Londres y Glasgow junto a The Heartbreakers. Fue McLaren que lo quiso en el Reino Unido para el lanzamiento a lo grande de su operación comercial: Thunders era para McLaren el ejemplo vivo de lo que el punk era al otro lado del charco y de lo que el punk debía ser, modificado y convertido luego en marca, en el Viejo Continente.
Los New York Dolls duraron la flor de un día. En 1975 se habían ya separado, pero habían dejado para siempre dos álbumes que cambiaron por completo la historia del rock y que pusieron los cimientos de lo que se conocería más tarde como punk. En aquellos mismos meses entre el Village y el Lower East Side de la metrópolis norteamericana una nueva generación de músicos había empezado a tocar, mucho antes de grabar sus primeros sencillos. Estos vendrían, como los discos, más tarde, en algunos casos cuando las bandas estaban a punto de saltar por los aires, entre egos desmesurados, poco éxito, malos rollos y unas dosis importantes de alcohol y drogas. Se movían por la Bowery o Allen Street, entrando y saliendo, para tocar o escuchar a otras bandas, en el Max’s Kansas City, el Bottom Line o el CBGB, que se convertirían más tarde en las mecas de la música underground. Sobre todo el último de estos tres.
El CBGB había abierto sus puertas en diciembre de 1973 con un concierto de los Television. Ahí mismo debutarían unos meses más tarde los Ramones y tocarían Blondie, The Heartbreakers, Patti Smith y Talking Heads, entre otros. Todos se conocían entre ellos y algunos acabaron formando parte de más de una banda, como el ya citado Johnny Thunders que, abandonados los New York Dolls, acabó formando The Heartbreakers, o como Richard Hell, que de los Television, tras romper con Tom Verlaine, pasó a colaborar con Thunders y finalmente montó su proyecto, The Voidoids. Nos lo relata Blank generation, un documento estremecedor por su sencillez, obra de un checoslovaco casi treintañero, Ivan Král, que se encontraba exiliado en Estados Unidos después de que los tanques soviéticos reprimieran la Primavera de Praga. Con su incómoda cámara, Král, que era también músico y tocó junto a Patti Smith en más de una ocasión, nos dejó en película fragmentos de esas noches, entre actuaciones destartaladas y poco épicas celebraciones de fin de año. En 1976, cuando McLaren estaba empezando a mover en Londres su invención, los Pistols, Blank generation se había ya montado, con un cut-up influenciado por el cine de Godard.

Patti Smith en un concierto en Gijón. Foto / Paco Paredes.
Los verdaderos orígenes: Lou, John & Iggy
Pero aún antes de todo esto están los verdaderos orígenes del punk. O, quizás, el verdadero punk. Un objeto no identificado, al menos hasta su codificación y simplificación hecha de chupas negras, camisetas y vaqueros con huecos, cadenas y piercings. Una obra, por cierto, esta de la codificación, cuyos autores fueron el inefable empresario McLaren y la perspicaz diseñadora Westwood.
Mucho antes, muy lejos de Picadilly Circus, unos jóvenes desconocidos iban hasta Harlem para comprar heroína y tocaban en un piso sin calefacción del Lower East Side de Manhattan. Se trataba de Lou Reed y John Cale. El primero estaba influenciado por el rock y el blues de los años cincuenta, además de las creaciones literarias de su profesor, Delmore Schwartz. El segundo, nacido en Gales, había estudiado música de vanguardia y, tras haber pisado los ambientes de Fluxus, recién aterrizado en Nueva York, se había acercado a La Monte Young. Luego vendría el encuentro con Andy Warhol y la Factory, cuyas veladas contaban con la presencia de todo ese submundo warholiano, hecho de actores, artistas, trans y otros objetos no identificados. Estamos en 1965, el mismo año en que sale a la venta Help! de los Beatles.
¿Hay algo más punk que el muro de sonido de Sister Ray, que las distorsiones copadas de feed-back de European son o que una letra como la de Heroin? El primer disco de los Velvet Underground, el de la carátula con la famosa banana warholiana, se graba en abril de 1967, justo una década antes de que McLaren organizara la performance de los Pistols en las plácidas aguas del Támesis. No es casualidad que a finales de 1975, tras la ruptura con Reed y el fin de los Velvet Underground, Cale produjera el primer disco de Patti Smith, Horses. Un pasaje de testimonio en toda regla. Tampoco es casualidad que, aquel mismo año, un Reed en su momento más autodestructivo, tras haber empezado su carrera de solista con dos perlas, Transformer y Berlin, grabase un disco como Metal Machine Music. ¿Hay algo más punk que 64 minutos de ruidos experimentales que causaron, por cierto, su ruptura definitiva con la RCA?
A Lou y John, que se reencontrarán a finales de los ochenta para dedicarle un disco a su amado-odiado mentor, Andy Warhol, tras la muerte de éste, cabe añadir una pieza: Iggy Pop. El incombustible Iggy, que se había criado en una caravana en el medio de Michigan, representa el punk en carne y huesos. El Do It Yourself!, es decir el “Hazlo Tú Mismo”, está en las entrañas de los Stooges desde el primer minuto. A partir de la manera en que Scott Asheton, que tanta influencia tuvo en las bandas de punk de la década siguiente, tocaba la batería. ¿Hay algo más punk que una canción como I wanna be your dog y sus inolvidables puestas en escena con un Iggy Pop sudado y medio desnudo, moviéndose como si estuviese poseído y lanzándose desde el escenario encima del público que le insultaba? Nos lo relata Jim Jarmush en su reciente Gimme danger, el documental dedicato a los Stooges y a este superviviente de la vida y del mundo que es Iggy Pop.
¿Punk is not dead?
Luego, solamente luego, vendrían los Pistols y todos lo demás. También The Clash y su primer himno, White riot. Estamos en 1977. Otra época, otro mundo. El neoliberismo está a punto de tomar las riendas de los países anglosajones, antes de expandirse a sus anchas por todo el globo. Vuélvase a ver Rude boy, un filme de 1980 que es otro documento excepcional: el relato de las giras de la banda de Strummer desde la perspectiva de un joven fan, Ray Grange, adicto al alcohol y a las peleas, justo cuando Margaret Thatcher se estaba convirtiendo en la Lady de Hierro. Ahí el lema No Future empezaba a tener todo su sentido.
Es en ese contexto que aparecerían también los Dead Kennedys con el más lúcido frontman de una banda de punk, Jello Biafra, con piezas aceleradas y extremadamente políticas, como Kill the poor o Holidays in Cambodia. Pero, también en este caso, no estamos en Londres, sino al otro lado del charco, en la East Bay Area de San Francisco, cuna del punk más político que levantaría su voz contra los desmanes de la época reaganiana. En esos mismos tiempos, un poco más al norte, en Vancouver, empezarían a tocar los D.O.A. y, un poco más al sur, en Los Ángeles, los Black Flag. Pero esa, la del punk de los ochenta, con sus tintes hardcore, es otra historia.
Si tenemos que celebrar un aniversario de un movimiento que jamás lo hubiese querido celebrar, como es el punk, hagámoslo para los cincuenta años de la publicación de The Velvet Underground & Nico en marzo de 2017 o del primer LP de los Stooges en agosto de 2019. No lo hagamos para recordar el primer sencillo o la primera performance de los Sex Pistols, un producto del peor consumismo inventado por uno que a su manera fue un genio, Malcolm McLaren. Sería otra derrota para quien hizo realmente el punk.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 48, ENERO DE 2017

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