Cultures
Los discos (en formato físico) no han muerto

La electrónica underground ha revalorizado el cedé como objeto, más allá de la función de simple contenedor.
Rafa Balbuena / Periodista.
En contra de lo que muchos agoreros llevan décadas diciendo, ni el vinilo ni el cedé ni la casete han muerto. Y aunque nadie puede negar que la venta de discos ha sufrido un retroceso que tiene escasísimas posibilidades de remontar, el mercado sigue vivo –y bien– a ciertos niveles que no por su pequeño tamaño merecen ser relegados al olvido o a la inexistencia. O quizás sí, porque la propia razón de ser de esa semioculta e hiperactiva escena, la de los microsellos discográficos alternativos, hace honor a la condición subterránea de su entorno. Al más consecuente underground.
En España, discográficas como Truco Espárrago, Afeite al Perro, Mattoid Records, At War with False Noise, R.O.N.F. Records, Luscinia Discos o Marbe Negre, entre una miríada de entidades que se multiplican como setas, son nombres que poco dirán al aficionado medio de este país. Sin embargo, enarbolan un modo de hacer discos que ha consolidado a etiquetas como Discos Humeantes o Birra y Perdiz –los nombres curiosos son una constante en el mundillo– que, al igual que las antes citadas, empezaron produciendo discos en formato cedé grabable (CDR).
Un detalle importante: estos dos sellos referenciales, que finalizaron recientemente sus andaduras ofreciendo productos normalizados en el mercado independiente, han echado el cierre al considerar que sus objetivos primeros habían sido cumplidos con creces. Es decir, que habían alcanzado el tope de crecimiento, una frontera tras la cual no había más futuro que el de convertirse en un sello indie al estilo clásico, aceptando los condicionamientos del mercado y las vías de promoción comunes. Una extraña muerte de éxito que ejemplifica muy a las claras que la escena de los microsellos es cualquier cosa menos acomodaticia. No será multitudinaria ni aspirará a copar las escuálidas listas de éxitos actuales, pero quienes la integran son plenamente conscientes de lo que hacen y de cómo quieren hacerlo. Lo dicho, underground hasta las últimas consecuencias.
Un poco de historia
La raíz de los microsellos discográficos tiene un claro precedente en la Cassette Network nacida en el entorno anglosajón a final de los años setenta. Se trataba de una red internacional de músicos que, volcados mayormente en la electrónica y los sintetizadores, grababan en casete su música y la distribuían por correo postal, en un proceso que tenía mucho de artesanal en sus modos de producción y venta: remesas mensuales de cintas domésticas “de vanguardia” cruzaban el mundo durante la década de los ochenta, canjeadas por la vía del trueque con otros músicos desde Nueva York a Roma, pasando por Tokio, Copenhague, Lagos, Toronto, Lisboa, San Francisco, Bombay, Madrid… y donde se terciase.
Fueron los componentes del grupo inglés Throbbing Gristle, abanderados de la llamada “música industrial”, quienes abrieron una vía popular –muy a su manera– a la difusión de esta forma de transmisión de producciones sonoras. Poco a poco, a lo largo de los ochenta se fue desarrollando y diversificando esta red de compraventa de casetes, que, si en principio se ceñía exclusivamente a los sonidos electrónicos “difíciles”, acabó seduciendo a fanáticos emprendedores del pop e incluso a nombres relevantes en la música culta contemporánea, que no dudaron en adoptar la cinta duplicada en serie y el paquete postal como medio de difusión de sus respectivas músicas.
La fiebre prendió con Industrial Tapes (el sello de casetes de Throbbing Gristle) o ROIR (referente neoyorquino esencial para conocer cualquier música de la Gran Manzana) y se extendió por los cinco continentes bajo toda clase de presupuestos sonoros, estéticos, ideológicos y económicos. España no fue ajena en absoluto a esta explosión underground, hasta el punto de que etiquetas como Auxilio de Cientos, UMYU, Proceso Uvegraf, Ortega y Cassette, Linea Alternativa o EGK son hoy nombres de referencia en el ámbito de la autoproducción musical en cinta de ferrocromo. En Asturias brilló con luz propia Fusión d.e. Producciones, sello nacido en Mieres en 1984 que aunque terminó derivando en plataforma discográfica independiente “normal”, llegó a publicar más de 150 casetes de música electrónica y experimental que hoy cotizan alto tanto entre la afición como en los precios del mercado de segunda mano.

Las tiradas oscilan entre 50 y 100 discos y el precio entre 3 y 5 euros.
Decadencia y relevo
La Cassette Network perdió fuelle al irrumpir la música dance en masa a principios de los noventa, quedando obsoleta ante la arrolladora presencia mediática y comercial de una “cultura de clubs” que a través del baile abanderaba la música electrónica de un modo mucho más popular y asequible que su precedente. Establecida y asimilada la música dance en todas sus variedades, era lógico que más temprano que tarde se diera un relevo de pequeños productores tecnológicos dispuestos a “rebelarse” contra las corrientes en boga. Curiosamente, la nueva escena no solo iba a acoger a los “desclasados” del tecno, también atrajo con fuerza a talentos procedentes del rock, el punk, el metal… y, por supuesto, a resistentes de la era dorada de la red caseteril.
De este modo, siguiendo o coincidiendo con propuestas similares en el resto del mundo occidental, 1998 es el nuevo año cero de los microsellos en España, esta vez con el CDR como bandera. El inicio lo marcan por un lado Hazard Records, vinculados al grupo experimental Superelvis, y por otro Autoreverse Discos, desde Madrid y con el grupo Sukiyaki. Los primeros, encabezados por el músico y teórico Anki Toner, levantaron un inclasificable catálogo de discos que incluye obras de Música Veneno, Alfredo Costa Monteiro, los propios Superelvis, Mark Cunnigham o Jazznoize. Tras enarbolar como principios éticos y estéticos la lucha contra la industria al uso y la supresión de los derechos de autor, Hazard dejó de publicar CDR’s en formato físico y se volcó en la difusión por Internet, ampliando su catálogo hasta transformarse definitivamente en sello virtual, colgando todas sus producciones en la web archive.org, afín a sus postulados. Con Superelvis definitivamente aparcados, Anki Toner continúa hoy en activo como músico referencial en el mundo del apropiacionismo, corriente basada en la creación de nuevos sonidos y piezas musicales a partir de la mezcla, manejo y manipulación en directo de CD’s ajenos. Una carrera coherente la de este barcelonés hiperactivo, que comenzó su andadura a mitad de los ochenta precisamente con su propio sello de casetes, Doppler Effect Music.
Autoreverse partió desde otro concepto. Tras publicar una serie de casetes de claro signo indie pop, lanzaron un recopilatorio que tiene, por derecho propio, el honor de ser el primer disco indie en CDR de la historia del pop español. Pese a ser hoy una auténtica rareza –se hizo una tirada cortísima de duplicados–, Un capricho autoreverse atesora joyas como “Leblón”, la única pieza conocida del dúo Franxipan, último proyecto en común del fallecido Carlos Berlanga y Nacho Canut, junto a grupos bien conocidos hoy como Hidrogenesee, Chico y Chica o Thysurfineyes, proyecto de Miguel López, de los singulares Los Fresones Rebeldes.
Al igual que Hazard, aunque por distintos motivos, Autoreverse se recicló en netlabel y hoy prosigue su andadura con un concepto de edición sensiblemente diferente al de su pasado. Pero a pesar de las evidentes conexiones existentes, el mundo del pop y el de las músicas experimentales rara vez convergen en intenciones. La querencia por sonidos difíciles de las segundas choca con los postulados del pop, que, como su nombre indica, aspira a ser popular, por lo que muchos de los músicos que lo practican –aunque no todos– buscan en los sellos indies una plataforma con la que ir saltando hacia mayores nichos de difusión o, lo que es lo mismo, de mercado. Esto implica un permanente riesgo de inversión y un ansia de crecimiento que suele –o solía– terminar en el fichaje de los grupos por multinacionales. Sin embargo, la actual crisis discográfica les ha llevado hacia otro lugar, antes casi proscrito y ahora bien considerado, que no es otro que la autoedición. Una postura que han adoptado desde centenares de grupos debutantes hasta superventas como Amaral o Vetusta Morla.
Escena alternativa
Podría parecer que el círculo se cierra y que las posiciones se aproximan, pero no es así. Los grupos de pop y rock, sean al uso o indies, siguen aspirando a vender mucho y hacerse famosos. La música de los microsellos también suele ser autoedición, pero sin embargo usa cauces y políticas distintas, acordes a su filosofía. Las tiradas son cortas, de 50 o 100 ejemplares de cada disco y a un precio de venta que suele oscilar entre 3 y 5 euros. Las portadas, generalmente muy cuidadas, suelen ser serigrafías o fotocopias en color sobre papel de gran gramaje. La grabación casera es la norma y se hace a base de sintetizadores, grabaciones de campo y ordenadores, y entre los formatos de destino empleados sigue imperando el CDR, barato de duplicar y con excelentes prestaciones de sonido, manejo y asequibilidad.
Y si esto no fuese bastante epatante para mentalidades de mercado, aún hay más: en la era de archivos digitales de alta fidelidad como FLAC y servicios online como Bandcamp o Spotify, las ediciones en vinilo son constantes y se llegan a recuperar formatos obsoletos como el minidisc. Incluso la casete ha regresado con fuerza, tanto por su estética como por el ruido de fondo, complemento ideal para los géneros estrella de estas editoras: ‘drone’, ‘crust’, neofolk, ‘doom metal’ o el hardcore punk más rápido y violento, otro estilo renacido gracias a esta escena protagonizada por creadores entusiastas y destajistas.
Se acaba el espacio y de hecho apenas hemos mencionado a los protagonistas, es decir, a los músicos. En parte es intencionado: este underground es poco amigo de protagonismos por la cara. Por ello, invitamos al lector a tomar parte activa del mismo espíritu y que indague en las redes sobre la labor de gentes como Atomizador, Fee Reega, Desguace Beni, Noizu, Borealis, Picadillo Genital, Extinción de los Insectos, Fasenuova o Ignotoner, por ejemplo. Musicalmente apenas tienen que ver entre ellos, puesto que van desde las guitarras acústicas al ruido sintético o de la canción pura a la pieza ondulante de veinte minutos. Pero son la perfecta puerta de entrada a este mundo fascinante, polifacético y retador que, en definitiva, supone la auténtica escena alternativa de hoy.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 42, ENERO DE 2016.

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