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Atlántica XXII

Los misterios sin desvelar del robo a la Cámara Santa

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Los misterios sin desvelar del robo a la Cámara Santa

El robo confirmó la falta de seguridad de la Cámara Santa.

El robo confirmó la falta de seguridad de la Cámara Santa.

Transcurridos 38 años del robo por el gallego José Domínguez Saavedra, autor único confeso de las tres joyas altomedievales de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo (Cruz de los Ángeles, Cruz de la Victoria y Caja de las Ágatas), valoradas en unos 20.000 millones de pesetas de 1977 (120.202.421 euros), y restauradas hace 29 años tras aparecer el 90% de este histórico tesoro absolutamente desguazado, aún se mezclan las luces y las sombras del latrocinio, sobre todo por no saberse claramente si hubo uno o varios ladrones.

Aladino Fernández Pachón / Periodista.

“Doy por seguro que participó más de una persona en el robo; lo vengo diciendo desde hace 38 años”, afirma hoy uno de los letrados que en 1977 defendieron en la causa a Domínguez Saavedra tras ser detenido éste el 13 de septiembre de ese año por la policía portuguesa cuando intentaba robar en la Iglesia de las Ánimas de Oporto. Antes, en la madrugada del 9 al 10 de agosto, el gallego (natural de Pozo, municipio casi pegado a Pontevedra), de 19 años entonces y con amplios antecedentes penales, habría robado en la Catedral de Oviedo.

Según la versión oficial de los hechos, a última hora del día 9 el delincuente se habría quedado oculto en el interior de la Catedral a su cierre al público. Ya a solas robó unas 5.000 pesetas de la venta de postales, folletos y recuerdos, y tras descubrir la verja de la Cámara Santa, con una palanqueta de las denominadas pie de cabra que estaba en las obras que la Diputación Provincial realizaba en la torre románica o Torre de San Miguel (en la misma Cámara Santa y con andamios que daban acceso al exterior desde el tejado que se estaba reparando), forzó la verja y descubrió el tesoro custodiado desde hace siglos.

De este tesoro milenario lo materialmente más valioso para un ladrón eran la Cruz de Los Ángeles (la más antigua de las joyas, donada por Alfonso II el Casto en el año 808, según consta en su reverso), Cruz de la Victoria (donada en el 908 por Alfonso III junto con su esposa Jimena a la Basílica del Salvador, hecha en el castillo de Gauzón) y Caja de Las Ágatas (donada la basílica del Salvador de Oviedo por Fruela II, hijo de Alfonso III, y su esposa Nunilo Jimena, en 910). Es decir, más de 1.200 años de historia con un valor de más de 20.000 millones de las antiguas pesetas, 120.202.421 euros, aproximadamente.

Hasta bien entrada la madrugada del día 10 pudo el asaltante destruir las vitrinas, coger las joyas, arrancarles brutalmente las láminas de oro y la pedrería (aunque hay fuentes policiales que dicen que eso lo hizo posteriormente en Gijón, donde ocultó la mercancía robada), meter el botín en una bolsa, robar un jersey que halló en el lugar e, incluso, comerse unos mejillones en lata que portaba a modo de grotesca chulería y salir de la Cámara Santa a la Catedral, pasar por el claustro, forzar la Puerta de la Limosna y dar con el exterior en la Corrada del Obispo sin dificultades. Acto seguido tomó un taxi y se trasladó a Gijón a fin de esconder parte del saqueo en Maderas Lantero, en la zona de la Fábrica Moreda. “Sus movimientos fueron muchos y muy complejos” para una sola persona, escribió posteriormente en un amplio y contundente informe Carlos Cid Priego, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Oviedo, que formó parte de la Comisión para la Restauración de las Joyas Históricas de la Cámara Santa de la Catedral de Oviedo creada por el arzobispo Gabino Díaz Merchán el 10 de noviembre siguiente. “No todos sus movimientos se han reconstruido con seguridad”, añadió el catedrático.

El letrado ex defensor del ratero (a quien éste nunca reveló si tuvo cómplices o no, al ser una práctica suya no delatar a los colaboradores en sus robos), que desde hace 38 años piensa que Domínguez Saavedra no protagonizó solo el expolio, asegura que en el sumario del caso no solo se indica que pudieron participar varias personas, sino que también figura que tras el robo “un taxista lleva desde Oviedo a Gijón a tres personas, una de ellas una mujer”, a fin de ocultar parte del botín sustraído. Ésta es la primera sombra del que la prensa de la época denominó “robo del siglo”.

José Domínguez Saavedra fue el único detenido por el robo a la Cámara Santa.

José Domínguez Saavedra fue el único detenido por el robo a la Cámara Santa.

¿Unos andamios cómplices?

La segunda sombra o incógnita sin aclarar o despejar, y que nunca se despejará, es la manera en la que entró en la Catedral el autor único confeso y si tuvo supuestos cómplices siquiera en el exterior esperándole.

De que se quedara oculto en el interior de la Catedral tras su cierre (encalomo en términos policiales) la investigación de la época no tiene duda, según una fuente policial solvente. Sin embargo hay otras fuentes que las siguen albergando. La existencia de andamiaje en la mayoría de los edificios traseros de la Catedral debido a las obras de reparación de techumbres que estaba realizando la Diputación Provincial facilitaban potencialmente el acceso por las partes altas (tejado y ventanas ojivales) al interior del conjunto arquitectónico, sobre todo desde el Tránsito de Santa Bárbara a la torre románica de San Miguel, y de ahí al interior, o desde la calle San Vicente por el cementerio de los peregrinos al interior catedralicio.

Aún no se entiende que si estas obras y estos andamios ofrecían peligro no se hubieran trasladado provisionalmente las joyas para su custodia al Museo Arqueológico o al propio Obispado, donde estarían más seguras. Esto fue, por ejemplo, lo que se hizo el año pasado para remodelar la Cámara Santa. Antes se sacó su contenido, se guardó a buen recaudo y luego se hicieron las obras.

El 10 de enero de 1977, siete meses justos antes del robo, el periodista Luis José Ávila y el fotoperiodista José Vélez, tras un robo en la Catedral de Murcia, publicaron en la Hoja del Lunes de Oviedo el reportaje titulado “Los tesoros de la Cámara Santa ¿están bien guardados?”. Ávila escribía que “el valor de los tesoros de la Cámara Santa es incalculable. Hace muchos, muchos años, solo a cambio de la Cruz de la Victoria los americanos se comprometieron a construir la torre que falta a la Catedral”. Prueba comparativa del valor económico. Y añadía que “sabemos que el Cabildo Catedralicio está preocupado por este tema”. Y que “nadie apetece el cargo de cuidador de la Cámara Santa por la responsabilidad y riesgo que entraña, en el sentido de que un día ocurre un robo y desaparece parcial o totalmente el tesoro. Ciertamente, ha habido intentos de robo en la Cámara Santa. Parece ser que el último intento ocurrió apenas hace tres años. Pero por lo que hemos podido averiguar se trató de aficionados o raterillos. Que apenas llegaron a forzar una reja”.

Más adelante explicaba: “El planteamiento de la seguridad del principal tesoro de Asturias es el siguiente: de noche, no hay ninguna vigilancia. Cualquiera puede quedarse escondido en un rincón de la Catedral y luego, con toda la noche por delante, intentar el asalto a la Cámara Santa. Para llegar a ella hay, ciertamente, cuatro verjas con fuerte candado, pero para unos ladrones bien equipados, profesionales, se me antoja que no les sería muy difícil forzarlas, o romper la verja, llegando hasta la Cámara Santa y desvalijándola con toda tranquilidad. Creo que también se puede intentar por alguna de las ventanas, máxime ahora que está en obras el tejado”. Como una premonición, este aviso periodístico fue claro y preciso. Siete meses después y también un día 10 se produjo el robo. En ese tiempo no se adoptó medida alguna de seguridad.

Al día siguiente del robo, el 11 de agosto de 1977, el periodista Javier Ramos ofrecía en el diario El País el testimonio de Julia Artiviello, diecisiete años como empleada de la limpieza en la Catedral: “Llegué, como de costumbre, a las siete y media de la mañana. Vi una cuerda colgando del pequeño balcón desde el que en Semana Santa se muestra el Santo Sudario y la puerta que conduce a la Cámara Santa descerrajada. Subí y me encontré con un desbarajuste: las cruces y el arca estaban rotas y esparcidas por el suelo, y las reliquias pisoteadas”. La existencia de una cuerda indica que se pudo entrar desde el exterior. Para más abundancia, en la misma fecha el diario ABC señala incluso “el posible empleo de una grúa-pluma adosada a la Catedral para acceder a la torre románica y luego deslizarse a la Cámara Santa”, añadiendo que “la policía estudia también la posibilidad de que los ladrones hubieran utilizado para entrar en el sagrado recinto una pequeña ventana ojival que existe en las inmediaciones de la mencionada cámara…”. Aclara ABC que “a favor de esta teoría está el hecho de que la puerta principal de la Cámara Santa está forzada desde dentro utilizando la enorme ganzúa que a tales efectos recogieron de las obras”. También en esas fechas, el religioso José Luis González Novalín, canónigo archivero de la Catedral, vino a admitir que las obras para reparar la techumbre de la Catedral pudieron haber facilitado el acceso.

Hoy, V., licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Oviedo, que lleva cuatro años investigando el asunto, sostiene que el robo pudo haber sido obra no solo de Domínguez Saavedra, sino también de algunos ovetenses marginales de la época (entre ellos una mujer jubilada y alcohólica, muy popular entonces), politoxicómanos y traficantes de droga del Oviedo antiguo que pudieron ser los “guías” o alentadores de la acción expoliadora del gallego, con quien, por diferentes circunstancias, tenían relación.

Hay que consignar que Domínguez Saavedra penó diez años de reclusión mayor por el delito. Tras cumplir la condena salió en libertad y con 29 años mató a dos peristas portugueses en Pontevedra, a los que al parecer culpaba de haberle engañado tras el robo en Oviedo, lo que le valió un nuevo ingreso en prisión hasta 2024. Su figura también está envuelta en el misterio. Se llegó a publicar que había muerto, de lo también da constancia el blog “Tokata” (boletín de difusión, debate y lucha social de presos), donde, en una nota titulada “La cárcel de A Lama ostenta la triste marca-record de muertes en prisión”, se anota el 10 de mayo de 2012 “murió Domínguez Saavedra, que trabajaba en el economato, por causas que aún se desconocen”.

Franco porta la Cruz de la Victoria en 1942. La precipitada restauración de entonces se hizo de forma chapucera.

Franco porta la Cruz de la Victoria en 1942. La precipitada restauración de entonces se hizo de forma chapucera.

La restauración

Tras diversos avatares se recuperó el 90% de los restos de las joyas de la Cámara Santa, a excepción del camafeo romano de la Cruz de los Ángeles, valorado en unos 500 millones de las antiguas pesetas, aún en paradero desconocido. Presentaban un aspecto “como para llorar”, señaló entonces catedrático Cid Priego. Lo que se recuperó eran “láminas de oro destrozadas y arrugadas como grullos de papel, las piedras sueltas, todo ennegrecido por haber sufrido la acción del fuego”, añadió.

La Comisión acordó restaurar las joyas en Oviedo (con un coste de 25 millones de las antiguas pesetas, 150.253 euros) y no sacarlas de Asturias, evitando llevarlas a Alemania (Maguncia) por temor de que los alemanes le dieran su toque como hicieron con una restauración de estatuas españolas de mujeres mediterráneas a las que pusieron rostro de walkirias del Rhin. La restauración se hizo en Joyerías Pedro Álvarez de Oviedo, donde el orfebre Carlos Álvarez de Benito, desde 1979 a 1986, consiguió darle forma espléndida, por ejemplo y casi mejor que la original, a una “Cruz de la Victoria que quedó como una lata de cerveza cuando la aplasta un coche”, según dijo.

Hoy lucen su fuerza casi original (con piezas nuevas bien identificadas para evitar confusiones), en una Cámara Santa que después de siglos, y habiendo sido parte del palacio real de Alfonso II El Casto, fue restaurada también. Las obras se hicieron el pasado año en cuatro meses a cargo del Gobierno del Principado, con un coste en su segunda fase de 234.036 euros. La Cámara Santa dispone ahora de excelentes medidas de seguridad. Tuvo que ocurrir el robo para que por fin se acometieran. No hay mal que por bien no venga, como dice el sabio refranero español.

Para restaurar las tres joyas prerrománicas hubo que apoyarse en extensa documentación histórica, como el Libro Becerro del Archivo Capitular, fotografías del Arxíu Mas de Barcelona de 1931, del Padre Patac de Gijón, del Instituto de Estudios Asturianos o las grandes litografías en colores de Ciriaco Miguel Vigil para los Monumentos Arquitectónicos de España que testimonian el estado de las joyas en 1877, por citar solo algunas; además de informes y asesoramientos de instituciones y personas de especial relevancia en la materia.

Robar lo robado

Con tan abundante información se supo, por ejemplo, que de la Cruz de la Victoria en el primer tercio del siglo XX faltaban 104 piedras de las 173 originales y de las 90 perlas restaban 44, es decir, de un total de 263 piezas solo se salvaron 113, que fue las que le tocó robar a Domínguez Saavedra (y sus supuestos cómplices), quien en realidad robó sobre lo robado, pues a lo largo de los siglos, además de desafortunadas intervenciones de restauración, muchas gemas acababan en las manos de los que desde dentro de la propia Catedral se apropiaban de ellas. Esta grandísima anomalía se subsanó con la restauración de 1979-1986, reponiendo la pedrería inexistente.

En la revolución de octubre de 1934 se voló con dinamita la cripta de Santa Leocadia de la Cámara Santa. Las joyas saltaron por los aires y quedaron entre los cascotes del edificio con la mayor parte de su pedrería desparramada por doquier. En 1942, pasada la Guerra Civil, hubo que restaurarlas urgentemente “con medios económicos muy precarios, sin el tiempo suficiente y sin la documentación gráfica y los estudios previos imprescindibles. Lo que exigía meses o años de trabajo y millones se hizo de memoria y precipitadamente para obedecer la orden drástica de su presentación durante una próxima visita a Oviedo de Francisco Franco”, según señaló el catedrático Cid Priego, que en su informe explica que en la Cruz de los Ángeles “como no había bastantes piedras se sustituyeron las que faltaban con fragmentos de puño de paraguas de varios colores”.

En el caso de la Cruz de la Victoria, Cid Priego informa de que “con el paso de los siglos habían desaparecido numerosos cristalitos verdes de relleno de los trifolios de los brazos del anverso. Como no había dinero ni tiempo para fabricarlos se recurrió a algo ingenioso, cuidadoso e inverosímil. Se rompieron botellas de sidra natural, que son verdosas, los fragmentos se tallaron uno a uno y se ajustaron a la forma y tamaño exacto de cada alveolo. Chapuza colosal y genial, primero por la ocurrencia, luego por el trabajo tan minucioso y preciso con un material tan ingrato. Cuando se paseó triunfalmente la Cruz para celebrar la victoria de la Guerra Civil, que costó un  millón de muertos y la destrucción del país, se hizo con el símbolo de la Pasión de Cristo, quizás con la madera de Pelayo en Covadonga, la joya de Alfonso III, pero también con piedras modernas de adorno femenino y vidrios de botellas de sidra”.

Eso fue lo que robó el gallego Saavedra en 1977 después de que otro gallego en 1942 paseara en la plaza de la catedral orgulloso por su victoria una Cruz de la Victoria adulterada. Tras ambos hechos, que ya pasaron tristemente a la historia, las joyas de la Cámara Santa han sido convenientemente restauradas y actualmente, con las lógicas diferencias técnicas en el tiempo, lucen un esplendor muy semejante al que tuvieron en su origen en los siglos IX y X.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 39, JULIO DE 2015

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