Cultures
Los poetas nunca mueren

Marcos Ana en Gijón en 2009. Foto / Javier Bauluz.
Como los poetas nunca mueren, Marcos Ana ya es historia, no solo de la literatura española. Su biografía y su producción poética en la cárcel, condenado por delito político durante el franquismo, dieron a su figura en vida una auténtica aura legendaria, que no desaparecerá con su muerte la pasada semana a los 96 años. ATLÁNTICA XXII hizo un reportaje sobre su figura con motivo de un viaje a Gijón en el número 3, en julio de 2009.
Decidme cómo es lo de Marcos Ana
Mi vida
Os la puedo contar en dos palabras:
Un patio
Y un trocito de cielo donde a veces pasan
Una nube perdida y algún pájaro
Huyendo de sus alas.
(“Mi Corazón es Patio” de Marcos Ana)
España acaba de descubrir a Marcos Ana, cuando este militante comunista, que resistió 23 años ininterrumpidos en prisiones franquistas escribiendo poemas que salían clandestinamente de la cárcel, está a punto de ser nonagenario. Su libro autobiográfico “Decidme cómo es un árbol”le ha dado en su país la fama y el reconocimiento que ya tuvo en el extranjero cuando fue liberado en 1961, a los 41 años. Admirado y agasajado por Pablo Neruda, Rafael Alberti, Salvador Allende y Otto Frank, ahora lo es por Pedro Almodóvar, que basará en su vida su próxima película. Su humanidad también impresionó al periodista Jaime Rodríguez, que compartió con Marcos Ana varios días en Gijón, donde el poeta participó en el Salón del Libro Iberoamericano.
Jaime Rodríguez
Manuel García (Otones) espera, nervioso y emocionado, el tren de Madrid que trae a Gijón a un compañero de cárcel. El tren llega a la estación, para, se abren las puertas y Fernando Macarro Castillo (Marcos Ana) apea su más de metro ochenta. El saludo se inicia con palabras: “Hola compañero, tenía ganas de venir a Asturias!”. “Buenos días, Marcos! Yo también tenía ganas de verte por aquí!”. Las palabras son pobres entre quienes compartieron la venganza de las celdas franquistas de postguerra. En cambio, el abrazo en que se funden, habla y no calla.
Marcos cumplirá pronto 90 años. En teoría, tiene edad de geriátrico y bastón, de farmacia, de viajes del INSERSO; edad para batallitas de Abuelo Cebolleta, parque y palomas, dolores resignados y un resto de vida para asimilar la muerte. Pero la teoría en Marcos no funciona, nunca funcionó. No funcionó cuando con 19 años escogió el silencio a cambio de ser un guiñapo descoyuntado por la tortura. Tampoco cuando le salieron dos penas de muerte, una tras otra. Y no funciono la teoría del doblegamiento, ferozmente calculada para quebrarlo moral y físicamente, para animalizarlo a base de celdas de castigo y aislamiento enloquecedor. La edad, entonces, no lo afecta. Anda tieso, muy tieso y maneja su larguísima estatura sin encogimientos, sin inclinaciones de cabeza. No parece orgullo de quien mira desde arriba.
Los ojos, muy claros, tienen serenidad, ternura. Son dulces, son firmes; no saben empalagar y sí singularizar a quien le habla. No ha encendido un cigarrillo en ningún momento. Simplemente no fuma. Luego, demostrará que tampoco bebe, aunque ante una mesa con mantel, plato, conversación y buena compañía, acepte de buena gana una copa de vino.
Viene en tren desde Madrid, donde vive con Marcos, su único hijo. Está enamorado de los trenes porque le permiten ver el paisaje, aunque siempre escoge asiento de pasillo, es una obsesión que le quedó a raíz de la angustia que le producen los espacios sin salida. Se encuentra especialmente contento porque hace unos meses el casero de su edificio en Madrid le ofreció la posibilidad de ocupar un primer piso con luz y vistas a la calle, anteriormente vivía en un tercer piso del mismo edificio, pero interior, húmedo y con muy poca luz natural. Ahora sus mejores horas del día se las pasa como un gato, en frente de su majestuosa ventana, observando la calle.
Las tardes y las noches son para trabajar. Sobre todo le encanta ir a colegios, institutos y universidades a dar charlas porque parte de su teoría radica en que esta parte de las historia se tendría que dar en los colegios para que nunca más volviera a suceder y siempre introduce sus charlas recordando que él es uno más de una generación de hombres y mujeres que luchaban por la libertad y hace hincapié en esos hombres y mujeres oscuros sin rostro que lucharon y se quedaron por el camino defendiendo la libertad y los derechos humanos.
Sueños, muchos sueños y muy presentes en su vida: “sólo en sueños volvía a la libertad y a los recuerdos perdidos, tenía esa facilidad, era como un profesor de sueños, pero cuando llevaba veintiuno o veintidós años en la cárcel, observé con desaliento que esos recuerdos se iban desdibujando y poco a poco desapareciendo de mis sueños, hasta que la cárcel fue mi único protagonista. Aquí pensé que se acabaría todo. Estaba perdiendo el recuerdo de las cosas más elementales”. Durante este periodo, escribió el poema “La Vida” que es el que da título a sus memorias, de las cuales ya lleva vendidos más de 50.000 ejemplares en España. En una cena que mantuvo en casa de Pablo Neruda y Matilde Urrutia en Isla Negra (Chile) y a altas horas de la madrugada. Neruda le dijo: “Mira que somos insensatos; si hubiésemos tenido un magnetófono ya teníamos tú libro de memorias. Marcos, contestó: “Para qué si esto es mi vida, me la se de memoria”. Y Neruda, replica: “Sí, estoy seguro que lo escribirás. Pero estoy más seguro que no tendrán el temblor de esta noche, porque hasta las cosas más humanas terminan mecanizándose”.
“Lo duro de la cárcel fue la libertad”
Una comida con él acompañada, excepcionalmente, por una copa de vino tinto. Yo preguntaba, Marcos contestaba a todo: “Sí, mereció la pena tanto sacrificio… La bondad de las ideas está por encima de los hombres y sus equivocaciones… Yo, al igual que toda mi generación luchamos por un mundo sin hambre ni guerras, donde no existan desigualdades sociales, donde los medios de producción estén en manos de los que trabajan y el sol alumbre para todos. ¿Tú puedes ofrecerme algo mejor? Si es así, lo pensaré”.
“La cárcel me seguía como mi sombra. Por mi cabeza desfilaban los rostros entrañables de los camaradas que dejaba en el Penal, hermanos ejemplares, con los que había compartido tanta luchas y esperanzas. Cuando salía a espacios abiertos me mareaba y llegaba incluso al vómito, porque mis ojos estaban acostumbrados a los espacios cerrados y verticales. Lo duro de la cárcel fue la libertad”.
“La ley de la memoria histórica está vacía de contenidos y se podría hacer más por su aplicación. Entre todos la estamos dejando como a un niño abandonado. Quien tiene que reivindicar la historia es la ciudadanía… El mejor legado que podemos dejar a nuestros hijos es contar lo que pasó en este país como vacuna para proteger la libertad y el futuro de las nuevas generaciones. Y lo que no se puede es arrancar la página de la historia para que se la lleve el viento del olvido, sino que hay que escribirla con el alfabeto del horror. Así lo que hemos sufrido no caerá en el olvido. Y no es por remover las cenizas del pasado, es para que lo vivido por nosotros jamás vuelva a vivirse en España”.
Otro tema, otra duda histórica, surgió en la conversación: Amnistía general en la Transición para incorporar a la democracia a todos los vencidos y a todos los vencedores. “Si, pero mientras las fuerzas políticas y los representantes del régimen franquista estaban firmando ese acuerdo, los militares estaban con las manos en la empuñadura de sus espadas”.
Denuncia las atrocidades del régimen franquista por todo el mundo. Y a pesar de repetirlo hasta la saciedad, nunca se sentirá cansado de la misma historia. Esa historia es religión para él. Y es la religión de la bondad, de creencias incuestionables: solidaridad, reivindicación, lucha, igualdad de oportunidades, libertad, cuestionamiento de sistemas opresivos, asentados sobre el consumo material indiscriminado, sobre lo global antes que sobre el individuo.
Un luchador impenitente, un hombre bueno. Si naciera mil veces, mil veces volvería a ser quién fue y quien es. A gritar a voces el orgullo de su vida y el ideario que la ha sustentado siempre.
Nos despedimos por fin y me hace un regalo, sabio y generoso: “Vivir para los demás es la mejor manera de vivir para uno mismo”.
Decidme como se llama lo de Marcos Ana. Ni las palabras amorosas de su poesía pueden explicarlo.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 3, JULIO DE 2009

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