Connect with us

Atlántica XXII

El mal negocio de las esculturas en Oviedo

Cultures

El mal negocio de las esculturas en Oviedo

Woody Allen, inmovilizado en escultura de bronce. Foto / María Arce.

Woody Allen, inmovilizado en escultura de bronce. Foto / María Arce.

Un centenar de esculturas colocadas en veinte años tuvieron que ser algo más que una obsesión. Desde su toma de poder como alcalde de Oviedo en 1991, y hasta su nombramiento como delegado del Gobierno en 2012, una de las prioridades de Gabino de Lorenzo fue dedicar un porcentaje de las inversiones anuales a la adquisición de esculturas con las que ocupar los espacios públicos urbanos, a imitación de otras capitales españolas y europeas. Lo hizo personalmente, sin encomendarse a nadie, y el resultado fue una inversión millonaria en un patrimonio que apenas tiene valor artístico y cultural pero que dejó en la ciudad toneladas de bronce fundido que solo beneficiaron a unos pocos. Lo analizó un artículo publicado en el número 15 de ATLÁNTICA XXII que no ha perdido su vigencia.

Luis Feás Costilla / Crítico de arte.

Con algún precedente, se podría decir que el arranque de todo fue una escultura del pintor asturiano Eduardo Úrculo, instalada en la plaza de Porlier en 1993 y similar a la colocada un año antes en la estación de Atocha de Madrid. El regreso de William B. Arrensberg, popularmente conocida como El viajero, supuso en inicio de una carrera de obstáculos que ocho años después, en 2001, ya tenía (mal) distribuidas por todo Oviedo cuarenta y cuatro esculturas de artistas, artesanos y aficionados, en una mezcla heterogénea y desequilibrada.

La mayoría de ellos repitió: Eduardo Úrculo consiguió colocar tres esculturas; el abulense Santiago de Santiago, cuatro; Amado González Hevia, “Favila”, tres; Rafael Urrusti, al menos siete; el peluquero Emilio García, “Escotet”, una en la calle y un buen montón (todas horribles) en el Auditorio; la madrileña Esperanza d’Ors, dos; José Antonio García Prieto, “Llonguera”, otras dos; Mauro Álvarez, tres; Félix Alonso Arena, al menos cuatro; el catalán Víctor Ochoa, dos; el malagueño Miguel Berrocal, dos; el barcelonés Luis Sanguino, tres; Vicente Menéndez Prendes, “Santarúa”, al menos otras tres… Todas ellas dentro de la corriente figurativa, de esas que se pueden palpar y ver, supuestamente, sin necesidad de darle muchas vueltas a la cabeza.

Parafraseando la famosa ironía sobre el ready-made de Salvador Dalí, del que también se colocó una escultura en Oviedo, fue como si toda la ciudad se hubiera convertido en estatua y ya no se pudiera mover nada. El repertorio es inagotable: sirenas, lecheras, guisanderas, toreras, vendedoras, pescaderos, violinistas, condes, personajes de novela, actores de mala comedia, cantantes de tonada, ciclistas, robles de bronce… Si te descuidabas y decías unas palabras bonitas sobre Oviedo te convertían en estatua, como le pasó al Premio Príncipe de Asturias de las Artes 2003, el cineasta Woody Allen, que dijo cuatro frases irónicas sobre la ciudad y el heredero de la corona, el entonces alcalde se las tomó en serio y el peripatético personaje acabó inmortalizado (e inmovilizado) en la calle Milicias Nacionales.

Tendencias discriminadas

La historia tendría su gracia si no fuera porque, al mismo tiempo, se desatendió el patrimonio escultórico heredado y se denigraron otras tendencias artísticas, más abstractas y menos dadas a lo anecdótico. Oviedo heredó por ejemplo el trabajo de uno de sus hijos más ilustres, el escultor Víctor Hevia (Oviedo, 1885-1957), autor de los monumentos dedicados a Clarín y a José Tartiere en el Campo de San Francisco, y solo muy recientemente la nieta del artista pudo restaurar en condiciones varias de sus obras más conocidas. Sin embargo, aún quedan como emblema del abandono las dos cabezas, Amor y Dolor, que reprodujo en 1925 en homenaje al escultor Julio Antonio y se encuentran en el Paseo de los Álamos en un estado de deterioro evidente.

Pero quizá el caso más flagrante sea el de la escultura de Fernando Alba, instalada en 1988 en el barrio de Ventanielles, una pieza de grandes proporciones hecha de planchas de hierro en un lenguaje geométrico puramente abstracto. En 1995, el nuevo consistorio, por vez primera con mayoría absoluta del PP, decidió desmontarla por supuesta peligrosidad sin ofrecer soluciones para una ubicación alternativa. Nueve años más tarde, en 2004, el propio autor se la encontró arrinconada y sepultada bajo unos contenedores de basura en un solar de Pontón de Vaqueros. El escándalo fue mayúsculo, y numerosos artistas y expertos del mundo de la cultura calificaron la situación como una “degradación” y un “desprecio” hacia el escultor del que a día de hoy todavía no ha sido resarcido. Como bien señala Carlos Sierra, pintor realista, parece que “en función del estilo algunas esculturas están discriminadas en Oviedo”.

Pero no son estos los únicos atentados contra el patrimonio escultórico. Las nuevas piezas tampoco reciben las atenciones necesarias y, por desconocimiento, despreocupación o desidia, no hay nadie que se ocupe de la conservación de las pátinas, la capa delgada de corrosión que se aplica artificialmente a las esculturas de bronce para preservarlas y darles color. No es infrecuente encontrarse con operarios municipales subidos a la maternidad de Botero en la plaza de la Escandalera, pero no para repararla o trabajarla con elementos químicos que le restituyan su estado original, sino ¡para pintarla a brocha gorda!, con componentes plásticos inadecuados, y que así quede niquelada, bien igualada y reluciente.

Pero es que además las obras están colocadas de cualquier manera. Como de lo que se trataba era de que en Oviedo hubiera más esculturas que en ningún otro sitio, sin reparar en otras consideraciones, se acababan distribuyendo un poco al tuntún y sin pensar demasiado. Se cuenta por ejemplo que el emplazamiento del Culis Monumentalibus de Eduardo Úrculo, colocado en 2003 a un lado del Teatro Campoamor, rompiendo la perspectiva de las calles Pelayo y Palacio Valdés, fue decidido por el propio autor y el alcalde de Oviedo después de una juerga descomunal. Probablemente la anécdota sea apócrifa, pero sirve para ilustrar el hecho de que es tal la acumulación de esculturas en el centro de Oviedo, donde resulta difícil no tropezarse con alguna, que ya hace tiempo se empezaron a colonizar otros barrios, como La Florida.

Esculturas de pintores

Si a eso se le añade la manía de colocar peanas a todas las piezas, incluso a las que no la necesitan, el resultado artístico y estético no podría ser más desastroso. Por supuesto que es verdad que algunas esculturas están bien colocadas, como El viajero del propio Úrculo, mirando a la catedral, o La Gorda de Botero, o la Cabeza de Manifestación de Esperanza d’Ors, en un lugar elegido por ella misma. O que hay incluso algunas piezas buenas, como Esperanza caminando de Julio López Hernández o la misma de Esperanza d’Ors, pero el balance es netamente negativo, como no podría ser de otra manera si se tiene en cuenta que buena parte de las piezas instaladas en Oviedo no proviene de la mano de escultores sino… ¡de pintores! (Botero, Favila, Linares, el mismo Úrculo, cuyos monumentos urbanos funcionan en cuanto vaciados de maletas, sombreros o paraguas, pero que al cambiar de escala pierden todo sentido de la proporción, al estar diseñados sobre el papel).

Desde el Ayuntamiento se dice que es lo que le gusta a los turistas y a los vecinos, pero eso tampoco es del todo cierto. Habría que recordar, por ejemplo, que, cuando el aficionado Emilio García “Escotet” colocó un monumento a la paz en la plazoleta en la que tenía su peluquería, todo el vecindario protestó hasta que fue trasladado al barrio de La Carisa, donde fue montado de una manera más discreta. Y lo mismo pasó con el monumento dedicado al actor Arturo Fernández, amigo personal del alcalde y comparsa de sus actos electorales, que debido a la rechifla generalizada tuvo que ser reubicado en la apartada localidad de Priañes. Para colmo, los vecinos probablemente no saben (aunque sí los turistas) que muchas de las esculturas adquiridas por el Ayuntamiento de Oviedo no son piezas únicas sino copias y reproducciones, como la de Hombre sobre delfín de Salvador Dalí, por ejemplo, que fue sacada de una pequeña joya diseñada por el pintor surrealista en los años setenta y hay otra casi igual en Marbella.

La mayoría de las esculturas nacionales e internacionales son fruto de la intermediación de marchantes como el colombiano Humberto Gómez Osorio, amigo de Botero, y el asturiano Juan Quirós, sin que, hasta donde se sabe, su trabajo haya supuesto grandes incrementos de los precios finales. El resto provienen de los contactos del propio Gabino de Lorenzo y sus gustos y relaciones personales. Son encargos directos a los que normalmente se les aplica el IVA, cuando deberían estar exentos, pues la ley al fin y al cabo exime del impuesto a los servicios profesionales prestados por artistas plásticos incluidos aquellos cuya contraprestación consista en derechos de autor, con el consiguiente ahorro que esto hubiera supuesto.

Las “donaciones” de Santiago de Santiago

'La Bailarina', cuarta obra de Santiago de Santiago en Oviedo. Foto / María Arce.

‘La Bailarina’, cuarta obra de Santiago de Santiago en Oviedo. Foto / María Arce.

Santiago de Santiago (Navaescurial, 1925) es el autor de una de las últimas esculturas colocadas en Oviedo, una bailarina en bronce pulido dorado situada en una esquina del Teatro Campoamor, casi enfrentada a la de Julio López Hernández y El Culo de Úrculo. A esta pieza puntiaguda y llena de aristas le precedieron otras tres, que hacen del escultor abulense uno de los más prodigados en la ciudad.

Se da la circunstancia de que algunas de estas obras han sido supuestamente donadas por su autor, según consta en las placas que las acompañan. Sin embargo, las adjudicaciones para la ejecución de sus trabajos de fundición en bronce se hacen a precios sospechosamente altos, por procedimiento negociado sin publicidad. Así por ejemplo, la contratación para La Bailarina se concedió a Bronces Artísticos SL por 30.000 euros con el IVA del 18% excluido, el precio más bajo de los ofertados pero que duplica lo que hubiera sido normal en el mercado.

Preguntadas las razones, se ha averiguado que es habitual que Santiago de Santiago incremente los precios de las fundiciones con las que trabaja para cobrarse los derechos de reproducción que sobre el papel constan cedidos a favor del municipio que los ha adquirido. Que la adjudicación estaba negociada se comprueba en que el hecho de que la contratación por parte de la Junta de Gobierno Local, en sesión celebrada el 7 de abril de 2011, concedía un plazo de entrega de solo una semana a Bronces Artísticos SL, algo que la empresa cumplió sin problemas, pudiendo ser colocada la escultura en su lugar el 4 de mayo, en plena campaña electoral.

Una falta de respeto

Una 'Maternidad' de seis metros de altura. Foto / María Arce.

Una ‘Maternidad’ de seis metros de altura. Foto / María Arce.

Sebastián Miranda (Oviedo, 1885-Madrid, 1974) nunca fue un escultor monumental. Solo en una ocasión, en 1911, hizo un monumento en Poo de Llanes dedicado a Egidio Gavito, el que fuera alcalde del concejo. No quedó muy contento, hasta el punto de que llegó a reconocer años después que “Dios no me ha llamado por ese camino”. Trabajó el mármol, la madera, el alabastro o el bronce, pero en esculturas que no miden más de 70 centímetros, siguiendo la moda de comienzos del siglo XX, que promovía una escultura de pequeño formato, dirigida a los museos y a los coleccionistas y sus casas burguesas. En ese formato desarrolló toda su delicada obra, caracterizada por un expresionismo suave de rica anécdota, con estilizadas figuras llenas de gracia y elegancia.

Por eso no se entiende que la heredera del artista, Virginia Rebollar, esté vendiendo los derechos de las obras de su tío abuelo para reproducirlas a mayor tamaño, incluso colosal, con la consiguiente distorsión de unas piezas que en su concepción fueron creadas a escala íntima. Así, el Ayuntamiento de Oviedo le adquirió, en 2005, los derechos de reproducción, no en exclusiva, de seis (o diez) de las esculturas de Sebastián Miranda a un precio de 60.000 euros. Tres de ellas ya han sido sacadas por puntos y fundidas a escala humana, el triple del original, para ser diseminadas por distintos rincones de la ciudad. Pero el caso más doloroso es el de La maternidad instalada en la plaza de Carlos Osoro en La Florida, que reproduce ampliada la escultura situada en un extremo del Paseo de los Álamos, copia sobre copia, solo que esta vez en un tamaño cercano a los seis metros de altura.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 15, JULIO DE 2011

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Cultures

Último número

To Top