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Atlántica XXII

Marcela de Juan, una pionera olvidada

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Marcela de Juan, una pionera olvidada

La traductora Marcela de Juan.

La traductora Marcela de Juan.

EXCÉNTRICOS, RARAS Y OLVIDADOS. Natalia Fernández Díaz-Cabal / Lingüista y traductora.

Ni se llamaba Marcela, ni se apellidaba de Juan. Su nombre de origen era Hwang Ma Ce, había nacido en La Habana el primero de enero de 1905 y era hija de un embajador chino y una mujer belga de raíces españolas. Su padre pertenecía a esos mandarinatos antiguos, a ese exiguo grupo de exquisitos que se codeaban con la emperatriz que, en deferencia a él y sus servicios, le suministraba una almohadilla para que pudiera arrodillarse ante ella con comodidad.

Apenas recién nacida Marcela, la familia se traslada a Madrid. Los Huang mantenían una magnífica relación con la intelectualidad local y hubo quien evocaba los largos paseos del embajador con Pío Baroja a lo largo y ancho del Retiro. A partir de esos prolongados encuentros, Baroja echa a volar su imaginación y escribe algunos relatos -”Yan-Si-Pao o la esvástica de oro”, “Pilotos de altura” o “La estrella del capitán Chimista”-, que sonaban fantasiosos y aventureros en la pluma de hombre tan sedentario como él.

Marcela tuvo una hermana, Nadine (Na Ting). En 1913 la familia Hwang regresa a Pekín, donde siguen frecuentando lo más granado de los artistas e intelectuales que transitaban por las tierras de Oriente. Marcela recordó siempre su amistad con Saint-John Perse, Nobel de Literatura, en aquel entonces embajador en Shanghai. Su hermana se hizo aviadora y llegó a comandante; en el diario La Estampa del 12 de noviembre de 1926 un audaz redactor titulaba su crónica “La historia de una señorita madrileña, que es coronel del ejército chino”. Efectivamente, Nadine había nacido en Madrid… Marcela conoció a otros próceres del mandarinato (desde niña la prometieron a un príncipe a la altura de su rango, algo que el azar, que se maneja con sus propios extravíos, no permitió consumar). Alguno de ellos hasta le propuso formar parte de su cohorte de concubinas, a lo que ella rehusó, para volver a Madrid. De vuelta a España contrajo matrimonio con un diplomático granadino, Fernando López Rodríguez-Acosta, que falleció poco tiempo después. Ya viuda y sola (aunque su madre y su hermana también se establecieron en Madrid tras la muerte del padre) se ve obligada a ejercer alguna profesión.

Traductora e intérprete

Y así es como empieza, primero, su labor como conferenciante. Empezó a dar a conocer China en España, y más tarde, aprovechando su privilegiada condición de políglota y mujer de mundo, en otras ciudades europeas. Luego vendría la labor de traducción, tanto de cuentos tradicionales chinos como de poesía. El primer libro que traduce aparece a finales de los cuarenta, cuando China quedaba tan lejos y era apenas un nombre mítico con muy poca entidad real para el conjunto de los españoles de esa época. En una introducción a una de sus últimas antologías de poemas, de 1973 –Poesía china: del siglo XXII a. C. a las canciones de la Revolución Cultural-, dice: “ (…) el pueblo chino es especialmente dado a la poesía, porque es un pueblo más cerca de la naturaleza que de la ciudad y al mismo tiempo lo suficientemente evolucionado para ser el dueño de su expresión”…

Dirigió el primer programa de intercambio de estudiantes con la posibilidad de convivir con una familia de acogida. Una audacia nunca vista a comienzos de los años cincuenta. En 1955 funda la primera asociación de traductores e intérpretes junto a otro personaje mítico del ámbito de la traducción literaria, la cántabra Consuelo Berges. En junio de ese mismo año presentaba el proyecto en la Biblioteca Nacional, “ante un distinguido auditorio”, según fuentes de ese tiempo, con una conferencia titulada “Dignificación del arte de traducir”. Se consolidaba no solo su despegue sino su conocimiento y su empuje. Gracias a ella llega la Ópera de Pekín a Barcelona, al Palau de la Música. Era 1957. O quizás deberíamos precisar que gracias a ella los espectadores supieron lo que estaban viendo, pues ella explicó, escenificó e ilustró cada escena con tanta viveza e inteligencia que el público catalán y la prensa entera se rindió a sus pies. No en vano era una potente oradora sobre temas relacionados con el teatro chino. No solo era una oradora: solía actuar ella misma reproduciendo escenas y recreando personajes, y se animaba a cantar cuando la ocasión lo requería. En definitiva, no había celebración cultural en la década de los cincuenta -tanto si tenía que ver con China como si no- en las que Marcela de Juan no fuera una invitada de honor e ilustre -la prensa, a principios de esos años, aludía a ella como “exquisita princesa china”-.

Cuando empezó como intérprete de chino y otras lenguas (hablaba siete) para el Ministerio de Asuntos Exteriores español, a finales de 1954, ya había sido una de las protagonistas principales con la visita del ministro de Negocios Extranjeros chino insular que venía a estimular las adormecidas relaciones hispano-taiwanesas.

Samuel Bronston la llama en 1962 para que sea la asesora técnica del rodaje de la película 55 días en Pekín, con la idea de poder reproducir con fidelidad ambientes, escenas y escenarios de la China de principios del XX (recordemos que la filmación tuvo lugar en Majadahonda). Ese año Marcela triunfaba en varios ámbitos: la Revista de Occidente le publicaba la segunda antología de poesía china.

Memorias inencontrables

A comienzos de los años setenta, cuando se reanudan oficialmente las relaciones entre la China continental y España, Marcela puede volver a su país. Lo hace en tres ocasiones. De resultas de aquellos viajes salen unas memorias suyas, aparecidas en 1977 –La China que ayer viví y que hoy entreví-, hoy inencontrables incluso en las estanterías de los libreros viejos. En 1976 se la convocó a un homenaje a Mao Tse Tung, en Madrid, con motivo de su muerte.

Quienes conocen su obra como traductora apuntan a su escasa vocación por hacer notas al pie que expliquen conceptos tan complejos que a veces son intraducibles. Ella prefería modificar la traducción, de forma que ya en el sentido mismo de lo traducido quedaran claros los matices, los trasfondos culturales, las inevitables diferencias. A fin de cuentas, nunca dejó de reconocer que traducir no era más que un ejercicio utópico.

Marcela de Juan falleció en agosto de 1981. No estaba bien de salud. Las necrológicas y sus cronistas no se ponen de acuerdo en el lugar de fallecimiento. Hay quien lo sitúa en Madrid, su ciudad adoptiva, la ciudad de casi toda su vida. Y hay quien dice que se fue a Ginebra, ya enferma, con la idea de no importunar a sus amigos más cercanos. Discreta siempre. Como la princesa exquisita que era.

Decía uno de sus poetas traducidos -Tao Ch’ien, que vivió entre 365 y 427-:

“…Al atardecer, el aire es delicioso.

Vuelan los pájaros uno en pos de otro.

En todo esto hay un hondo sentido,

pero cuando lo quiero explicar me faltan las palabras…”.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 38, MAYO DE 2015

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