Connect with us

Atlántica XXII

Marcelino Iglesias: “Hay que hacer del lector un cómplice”

Cultures

Marcelino Iglesias: “Hay que hacer del lector un cómplice”

Marcelino Iglesias acaba de publicar 'Quien sombra dice'. Foto / Iván Martínez.

Marcelino Iglesias acaba de publicar ‘Quien sombra dice’. Foto / Iván Martínez.

La inquietante figura de un desaparecido (uno de los niños asturianos enviados a la URSS en 1937) es el impulso que animó a Marcelino Iglesias (San Martín del Rey Aurelio, 1951) a escribir Quien sombra dice (KRK, 2015), última entrega de un proyecto narrativo en marcha: teselas de un mosaico en ejecución. Este título sigue la estela de obras anteriores (La sombra de Larra, KRK, 1996; La sombra del tren, KRK, 1998; Destellos en la sombra, KRK, 2006, y Ligeros de equipaje, II Premio Noega de Novela, Septem Ediciones, 2010).

Texto: Benigno Delmiro

¿Se considera un hijo genuino de la cuenca minera del Nalón?

No se elige venir al mundo ni dónde, pero luego cada uno es responsable de su vida. Nací en La Cerezal, en San Martín del Rey Aurelio. A unos 700 metros de mi casa, estaba el Pozu del Socavón. Para bajar a Sotrondio era necesario cruzar las vías por donde circulaba el trole con carbón camino del lavadero. Recuerdo sobre todo aquel trajín constante, los topetazos de los vagones, el ruido de la jaula subiendo o bajando, el inconfundible olor a grasa y aceite de la sala de máquinas… Imágenes, sonidos, olores que perduran en la memoria. Mis güelos y casi todos mis tíos fueron mineros; también mi padre trabajó en la mina cuatro años.

¿Su forma de entender el mundo está de alguna manera marcada por ese hecho, digamos fortuito?

Un anclaje perdurable. Somos en el tiempo y por eso estamos hechos de pasado, territorio de la memoria, en este trayecto entre sombra y sombra; después, la página en blanco del olvido. Pero pervivimos mientras alguien nos recuerde. En este sentido me identifico, salvadas todas las distancias, con lo que sostiene la escritora francesa Annie Ernaux: “El lugar –geográfico, social– en el que se nace y en el que se vive ofrece acerca de lo que se escribe no solo una explicación, sino también el trasfondo de la realidad en la que, en mayor o menor medida, se encuentran anclados”.

Sin embargo, sitúa usted sus novelas en un lugar de ficción: Tierra de Besar.

Cuyas coordenadas –geográficas, históricas y sociales– son las del espacio en que me crié. A los cuatro años bajamos a vivir a Blimea, donde le traspasaron a mi padre una vinatería, que pronto recibiría su nombre, “El bodegón de Fael”. Al poco, la grave enfermedad de mi madre me hizo volver a la aldea con mi bisabuela materna. Una vez muerta mi madre, a los siete años regresé con mi padre. Y comenzará entonces mi aprendizaje para la vida. Por el día iba como todos a la escuela y por la tarde y la noche recibía enseñanza no reglada de los clientes de mi padre, en su mayoría mineros. Tuve allí un observatorio privilegiado de sus luchas y problemas, de penas y alcohol que las mitiga o las disfraza, y en la mayoría la conciencia de un enemigo común: quién los explotaba y el régimen político que los oprimía. En fin, una formación de clase (obrera, claro). Y ahí viviré la huelga del 62, y aquel ambiente de lucha y represión, de presencia continua e intimidante de las sirenas de la Policía Armada, de la Guardia Civil; las restricciones y deportaciones… Ese ambiente es el que se respira en varios capítulos de La sombra del tren, visto desde la perspectiva de un niño de diez años.

Tierra de Besar

Muchos personajes abandonan ese espacio, pero en la distancia mantienen la nostalgia por el lugar de origen.

En realidad, solo La sombra del tren se desarrolla casi íntegramente en Tierra de Besar (salvo tres momentos distintos, uno de ellos la marcha del grupo de mineros a quienes acompaña Zaca para acudir a la toma de Oviedo durante las trepidantes horas de la Revolución del 34). Sor Juana [protagonista de Destellos en la sombra], tras ser seducida de adolescente por un cura protervo, decide ingresar en un convento de Astorga y, tras el noviciado, en un acto de rebeldía se larga e inicia un camino que la llevará a un largo aprendizaje en otros “conventos” (en el sentido que emplea el término el príncipe Hamlet, cuando invita a la vilipendiada Ofelia a que se meta en uno); una huida que la llevará a diversas ciudades (Barcelona, París, regreso a casa a ejecutar su venganza, y por fin Lisboa, “un lugar tan bello y triste para morir”). Una vida de disipación, alcohol y abandono, acompañada al final por su fiel enamorado el bello Sebastián, el Jorobadín. Pero Tierra de Besar pervive en la memoria, como tabla de ensoñación para estos náufragos de la existencia… Además de los señalados, a pesar de que los espacios recorridos sean exteriores y lejanos algunos (Leningrado, Moscú, Saratov, La Habana, Oviedo, Gijón), Tierra de Besar está omnipresente en la memoria y ensoñación de los personajes de Quien sombra dice: en Fabián, el niño desaparecido desde 1942, en Fidelia Salgado, la maestra guapa… Ese espacio imaginario aparece ya en La sombra de Larra.

Esa sombra es la del suicidio, una constante en sus narraciones.

Responde a una pulsión personal por el tema, que siempre estuvo ahí, tirando de mí. Oír a los siete años a media voz el crudo relato del suicidio de una vecina dejó en mí una huella indeleble. Leí años después El mito de Sísifo de Camus: juzgar si la vida vale o no vale la pena ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía. Y desde entonces me interesó el tema, leí sobre él… El impulso para escribir esta novela –en un momento de tensión personal y cambios en mi vida– lo constituyó el suicidio de un amigo, profesor y poeta. El momento previo a llevar a cabo su decisión largamente meditada, se narra en paralelo (como en un espejo múltiple) con los instantes finales previos al suicidio de Larra y de Hemingway, justo antes de dispararse esas “flores de plomo”. Además, es mi novela más “metaliteraria”.

La sombra del tren, Ligeros de equipaje o Quien sombra dice podrían considerarse como novelas “históricas”: ¿juzga importante la fiabilidad de los hechos y de ambientación de cada novela?

Hay que leer y documentarse por honestidad intelectual, por rigor en el tratamiento de los hechos históricos. ¿Quién cuenta o refleja el pasado? Por un lado está la Historia, cuyo material son los sucesos públicos, los hechos comprobados, pero está también la vida de la inmensa mayoría, cuyos dramas interiores, desvelos y afanes (la “intrahistoria” de Unamuno) son materia de la literatura. Entonces, mis narraciones, más que históricas, son novelas en momentos de la historia.

El escritor en Oviedo durante la entrevista. Foto / Iván Martínez.

El escritor en Oviedo durante la entrevista. Foto / Iván Martínez.

¿Uno de los objetivos de sus novelas es despertar conciencias, rescatar algunos episodios de la lucha obrera?

A tanto no llega mi presunción. No entiendo la literatura como compromiso político, un objetivo previo. Pero otra cosa es la asepsia: cómo no mancharse las manos, cómo obviar tus raíces, tu formación, lo que te rodea… Sería como dejar de respirar, de caminar: lo que soy y cómo veo el mundo es parte constitutiva de mi existencia. La literatura no debe estar “al servicio de”, pero eso no quiere decir que tenga que ser puro entretenimiento, ni adormecedora; al contrario, ha de conmover y remover la conciencia del lector, hacer pensar. Con Roland Barthes, a mí me gustaría que mis libros fueran de esos que él apreciaba: que hagan al lector “levantar la cabeza”. Y claro que rescato en algunas de mis novelas episodios de esa lucha, pero no como objetivo premeditado, sino porque forma parte inseparable de mis vivencias e información sobre los protagonistas de esa lucha de la clase obrera, de la que provengo. Tal vez lo que escribo sea mi minúscula contribución contra el olvido y la mentira. Contra quienes se empecinan en echar tierra sobre el pasado. No, no hay que tapar nada, no hay que olvidar nada. Muy al contrario, hay que desenterrar a tantos muertos anónimos, cuyos huesos reclaman reconocimiento y memoria. Como escribió Walter Benjamin, “frente al enemigo, si este gana, ni los muertos están a salvo”.

Camarada lector

Se aprecia, en el conjunto de su obra, empatía por los perdedores.

Esto es así desde el personaje y narrador (tambaleante y desnortado, fruto de la pérdida de tantas ilusiones, del fracaso vital y emocional) de La sombra de Larra. Esta evidencia se confirma y adquiere dimensión de clase, de lucha de clases si se quiere, en La sombra del tren. Y qué decir del peregrinaje en busca de un amor que le dé salvación, que la redima de tanta pena, que emprende Carola de Andrés (sor Juana), el foco de la narración en Destellos en la sombra. El protagonismo de los perdedores de la Guerra Civil (una generación de familias con el silencio ahogando sus gargantas) adquiere carta de naturaleza en mi última novela, Quien sombra dice. Queda perfectamente resumido en las palabras del Desplazado, el que fue en su día uno de los niños enviados a la URSS para alejarlos de los peligros de la guerra: “¿Sabe qué me animó a concederle esta entrevista? Su intención de dar protagonismo a los perdedores. A los perdedores de una guerra, primero; y después, perdedores de tantas ilusiones. En fin, a la postre perdedores a secas: tal vez la única forma digna de pasar por el mundo que le queda a un ser humano.”

¿Qué aspectos formales le preocupan en el momento de escribir? ¿Dedica mucho tiempo a la corrección?

Una vez se pone en marcha la escritura, hay que resolver primero quién cuenta y desde qué perspectiva, cómo articular lo que va ocurriendo y las voces que intervienen. Pero nunca es de modo rígido, el propio proceso de escritura te va llevando por el derrotero que mejor encaja en el conjunto. El mío me ha ido llevando, de forma natural, por sentirme cómodo ahí, a la elaboración de la novela en breves fragmentos que van yuxtaponiéndose. Tal tendencia al fragmento culmina en Quien sombra dice. De este modo, todo el ciclo narrativo con Tierra de Besar como referencia estaría constituido por teselas de un mosaico en ejecución. Y cómo no corregir: en el proceso de escritura, la obra se va cristalizando hasta adquirir la forma definitiva. Una vez se tiene el borrador primero comienza el trabajo de depuración, de condensar, de matizar: una ardua labor en que se va uno deshaciendo de lastre, de cambios en el entramado de los fragmentos y su orden. En fin, una penosa pero necesaria tarea de artesanía literaria.

Pero esa disposición de fragmentos que van encajando necesita un esfuerzo por parte del lector.

Claro. Se requiere su colaboración activa para ir encajando las piezas, para dotar de sentido y referencia al conjunto. Según Cortázar, no hay novela sin lector-creador. La literatura es vida compartida y, por boca de Morelli en Rayuela, el verdadero y único personaje que le interesa es el lector, en la medida en que algo de lo que escribe pueda servir para cambiarlo, extrañarlo, conmoverlo; para ello, hay que hacer del lector un cómplice, un camarada de camino del autor.

La belleza es en el arte el ajuste exacto entre una idea y la palabra correspondiente, una concatenación perfecta que emocione. ¿En algún momento se siente tentado a hacer concesiones a la floritura barroca?

No forma parte de mis intenciones esa deriva esteticista. Lo que sí es cierto es la entrada a la pregunta. Al menos como objetivo, para el escritor en prosa (como para el poeta en verso) ha de ser el logro de la expresión verbal, que pasa por una paciente búsqueda de la palabra exacta; según Italo Calvino, a cuyas palabras me acojo, escribir prosa no debería ser diferente de escribir poesía. Y, entonces, la prosa habrá de estar movida como la poesía por “la tensión del lenguaje hacia la exactitud”, como dijo Paul Valéry. El problema es cómo conseguir acercarse a esa meta, tan difícil, ¿verdad? Tal vez en la próxima sombra.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 42, ENERO DE 2016

Continue Reading
Click to comment

You must be logged in to post a comment Login

Leave a Reply

Más en la categoría Cultures

Último número

To Top