(Casa de campo. PABLO contempla con cierta sorpresa cómo su amigo DIEGO prende fuego a un montón de papeles de prensa)
P.- ¿Sin periódicos?
D.- Exacto.
P.- ¿Por completo?
D.- Que sí, coño.
P.- No te creo.
(DIEGO atiza el fuego sonriente)
D.- Solo tienes que mirarme.
P.- (Flipando) ¿Estás bien?
D.- Feliz, tío, absolutamente feliz. (Larga pausa) Ahora solo me queda convencerte.
P.- ¿A mí? ¿De qué?
D.- La acumulación de noticias informativas que nos llegan perjudica la salud… (A PABLO le da un ataque de risa) Hacen que nos volvamos más temerosos, agresivos…
P.- (En pleno desternille) ¡Ja,ja,ja! ¿Y qué más?
D.- Y disminuyen la creatividad y la capacidad de reflexión.
P.- (Empapizándose) ¡Para, para, tío, que me descojono! (Pausa) O sea, que esta es tu sesuda conclusión después de un denso verano de meditación. ¡Ja,ja,ja!
(DIEGO mira a PABLO como perdonándole la vida, como quien mira a alguien que sabe que, por mucho que le diga, nunca llegará a entenderle)
D.- No podía más, tío. Un día tras otro llenando mi cerebro de hechos, datos y malos rollos que carecen de utilidad práctica.
P.- ¿Carecen de utilidad, para quién?
D.- ¡Para mi vida, joder! Cien mil impactos al día, tío, que se escapan de mi ámbito de acción, ¿sabes? y que no me conciernen en absoluto.
P.- ¿Cómo que no te conciernen?
D.- El abuso de noticias, tío, es realmente tóxico para nuestro cerebro.
P.- Ah. Ya. ¿Y quién te ha mandado abusar? (Ríe, condescendiente) Qué jodío, Diego. Eres excesivo para todo.
D.- ¿Yo?
P.- Sí, siempre te ha encantado eso: pasar de un extremo a otro.
(DIEGO continúa apilando montañas de periódicos junto al fuego)
D.- Mira, ¿ves? Papeles para parar un tren. ¡Veneno, veneno en papel!
P.- (Partiéndose) Qué crack, chaval.
D.- Nos hacemos ilusiones al pensar que por acumular mogollón de noticias en nuestro cerebro o en nuestro cajón llegaremos a entender el mundo mejor.
P.- De eso se trata, ¿no?
D.- Al contrario, Pablo. ¡Al contrario! Todo lo importante que debemos saber sobre la vida, tío, no está en las noticias, sino que surge lentamente de nuestras propias reflexiones.
P.- ¿Y qué pasa, que las noticias no te ayudan a reflexionar?
D.- Ayudan, más que nada, a consolidar nuestros prejuicios. (Pausa) Para reflexionar necesitamos concentración, tío, que no nos interrumpan. Y las noticias están especialmente diseñadas para interrumpirnos.
P.- (Sardónico) No jodas.
D.- Clic, enlaces, pantallas, clic, clic, páginas, recuadros, clic, clic… Te pierdes, te desvías del tema, vas, vuelves, necesitas saber más, quién es más hijoputa, quién ha robado más, quién es ese otro que te hundirá…
P.- ¿Y tú prefieres no saberlo?
D.- Las noticias envenenan el cuerpo, tío. Son capaces de someter a un tipo con una vida relativamente tranquila a una situación de estrés crónico.
P.- Ah. Ya. (Cínico) Y por eso tú ahora prefieres vivir aquí.
D.- ¿En el campo?
P.- No, coño, ¡en la inopia! Sin papeles ni pantallas, sin asomarte a Internet y quemando en tu jardín las montañas que has ido acumulando de periódicos de papel. (Aplaude, burlón) ¡Genial! Y yo que me había tomado a broma lo de tu retiro espiritual…
(Larga pausa. DIEGO, ensimismado, mira el fuego con una sonrisa triste en los labios)
D.- ¿Sabes cuánto tiempo hacía que no leía un libro?
P.- ¿Qué?
D.- Dediqué tanto tiempo a consumir información que he perdido la capacidad de leer artículos extensos y libros.
P.- ¿Qué dices, tío?
D.- Y tú sabes, Pablo, que soy un ávido lector.
P.- ¿Pero qué…?
D.- Leía cuatro o cinco páginas y me cansaba, me aburría, me desconcentraba…
P.- (Pícaro) La edad…
D.- No, déjate de coñas. Te estoy hablando en serio, joder. Era un yonqui de la información, tío. Vivía ahogado entre sucesos respecto a los cuales no podía, ni puedo, hacer nada.
P.- Hombre, puedes saber por dónde andas, a qué atenerte… A mí eso me estimula, ¿sabes?
D.- No digas chorradas.
P.- En serio, coño. La mala hostia me da energía. (Estalla en una risotada)
(El fuego se ha avivado. PABLO enciende un cigarrillo y le ofrece otro a DIEGO. Pausa. Los dos fuman en silencio, con la mirada perdida)
D.- Al contrario, Pablo. ¡Al contrario!
P.- ¿Qué?
D.- Al escuchar historias sobre toda esta mierda…
P.- ¿Mierda?
D.- La vida, tío, no sé, las catástrofes que asolan todos los rincones del mundo. Al escuchar todo eso, tío, minuto a minuto, nos volvemos pasivos y nos vemos sumergidos en un estado de ánimo negativo, pesimista, fatalista…
P.- Vale, anda. ¿Entramos a echar un trago?
D.- No sirve de nada. Solo para perder la capacidad emotiva, tío, o de compasión hacia los demás…
P.- Bueno, vale ya.
D.- Incluso la ilusión por el futuro.
P.- Joder, ya veo que te ha dado fuerte, muy fuerte. ¿Vas a invitarme a un trago o pretendes tirarme a la hoguera?
(DIEGO arroja otro puñado de papeles al fuego. PABLO le mira un poco harto)
D.- No pienso dejar radicalmente de estar informado…
P.- (Burlón) Menos mal.
D.-… Ni de vivir de espaldas a lo que pasa en el mundo. Quiero dejar de ser adicto, tío.
(Por primera vez entre ambos surge una mirada cómplice, una sonrisa compartida)
P.- Pues nada. ¡Un gin tonic por el pirómano!
D.- ¿Sabes lo peor?
P.- ¿Hay más?
D.- Devorando noticias he dejado de escribir.
P.- (Con seriedad repentina) Diego…
D.- Es, no sé, como si se hubiera esfumado la creatividad…
P.- Gin tonic, tío. (Frente al dulce crepitar de las llamas, Diego hace ademán de continuar) Ginebra, tónica…
D.- Y…
P.- Chisst… No me cuentes más.
(Los dos amigos abandonan cabizbajos el jardín. TELÓN)
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 28, SEPTIEMBRE DE 2013.
You must be logged in to post a comment Login