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Nacionalizados en el fútbol

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Nacionalizados en el fútbol

Nace en Milán, la ciudad del xenófobo ministro del Interior Matteo Salvini, el primer club formado por refugiados que competirá en una liga italiana

Foto: Francisco Álvarez

Francisco Álvarez | Periodista, escritor y traductor

El calor aprieta pero no ahoga en esta tarde de verano en Milán. No se alcanza la temperatura que gratinó la capital de Lombardía unos días antes, aunque aun así los jugadores del Sant’Ambroeus se habrían reunido alrededor del balón. Para muchos de ellos, de origen africano, el calor no pasa de ser una anécdota; esa es una de las peculiaridades del equipo. Otra es que aunque en estas fechas los clubes italianos están de vacaciones, ellos no pueden abandonar Milán por motivos de trabajo o porque residen en centros de acogida, así que dedican el verano al deporte con el que están familiarizados.

El equipo va a disputar su primer partido amistoso, con la vista puesta en la próxima temporada, que será la primera para ellos. Desde septiembre siguen los pasos del Liberi Nantes, un conjunto romano integrado por inmigrantes, convirtiéndose en la primera escuadra federada, presidida y formada por refugiados que dispute una competición oficial en Italia. La cita de hoy es en el campo de la Unione Sportiva Orione, un club de la periferia milanesa. También el Sant’Ambroeus Football Club está empadronado en Milán, uno de los bastiones de la xenófoba Liga Norte y la ciudad de Matteo Salvini, dirigente de la Liga, ministro del Interior y uno de los hombres fuerte del Gobierno italiano de coalición con el Movimiento Cinco Estrellas que se caracteriza por sus políticas contra la inmigración. La contestación social a esas políticas no se ha hecho esperar, con nombres tan significados como el del escritor Roberto Saviano, quien ha lanzado un llamamiento público para que nadie guarde silencio ante lo que está ocurriendo.

Los promotores de este proyecto de fútbol antirracista no han elegido el nombre al azar. Sant’Ambroeus es, en dialecto milanés, el patrón de la ciudad, San Ambrosio. «Nos llamamos así porque nuestros jugadores proceden de todo el mundo pero viven, trabajan o estudian en Milán, así que son milaneses», informa Gian Marco Duina, uno de los jóvenes lombardos que, para ayudar a eliminar barreras administrativas, formarán parte de la junta directiva, si bien el presidente del club será Kaillou Koteh, un gambiano de 24 años que trabaja como lavaplatos en un restaurante.

Foto: Francisco Álvarez

El Sant’Ambroeus no nace por generación espontánea. En sus cimientos hay cinco equipos surgidos en los centros de acogida de refugiados del extrarradio de Milán: Black Panthers, Corelli Boys, Corelli Lions, Blue Boys y Thomas Sankara. Los cinco aportan una cantera inicial de casi sesenta jugadores, entre los cuales se llevará a cabo una selección para configurar la plantilla.

Comienza el partido. En la tribuna Carlo Cuomo del campo del Orione ya se dejan ver y oír una veintena de jóvenes antifascistas que, tras una pancarta con la leyenda Armata Pirata 161, corean frases como «¡Racista el que no bote!» o «¡Salvini, muérete!» a los sones del Bella ciao, la histórica canción partisana que sigue formando parte de la banda sonora de las luchas sociales en Italia. Se trata de la primera peña de apoyo al equipo que está debutando en esos momentos. Sus integrantes comentan que «el fútbol es sólo un medio, estamos aquí para mostrar nuestro espíritu de acogida frente a un gobierno manifiestamente racista». Y aseguran que la próxima temporada acompañarán al equipo en todos los partidos que dispute en la categoría más humilde del fútbol regional, desde la que partirá el Sant’Ambroeus.

Se adelanta en el marcador el Orione. Junto al banquillo visitante, de pie, observa el partido Esse Allagbe, centrocampista. Es de Togo, tiene 31 años y desde hace uno reside en Italia. Hoy está lesionado y no ha podido vestirse de corto. Está casado con una italiana y ha obtenido el permiso de residencia, aunque aún no ha encontrado trabajo. Este club, dice, «se ha convertido en mi familia». Respecto al ambiente que se respira con la llegada al poder de la Liga Norte, aclara que en el país transalpino «hay racistas, pero no todos los italianos lo son». Antes de llegar a Italia pasó un breve periodo en Francia y «aquí no tengo miedo a ser parado en la calle por la policía, allí sí lo tenía».
Desde la banda también siguen el partido los rumanos Angel Seif y Mario Pelebare, que con quince años son los futbolistas más jóvenes. El segundo de ellos, delantero formado en el Dăneasa de Rumanía y residente en Milán desde hace un par de años, destaca de la nueva escuadra «el buen ambiente que hay» a pesar de las dificultades de comunicación. Muchos jugadores aún no hablan italiano con soltura, un problema que trata de paliar el técnico, Luis Patiño, residente en Italia desde hace ocho años. Este peruano, que militó como guardameta en el San Vicente y en el Saetas de Oro, entre otros clubes de su país, se hace entender con demostraciones con el balón cuando sus jugadores no comprenden sus instrucciones, si bien opina que «el fútbol no tiene idiomas».

Patiño cuenta con título oficial de entrenador y se incorpora al nuevo proyecto desde el Corelli Boys, un equipo formado en el centro de acogida de via Corelli. Quiere que sus jugadores «se diviertan jugando, aunque es preciso tener unas normas». Por eso «todos deben ir a clases de italiano, el que se las salta no juega ese fin de semana». No se le escapa el hecho de que, para trabajar y obtener el permiso de residencia, sus futbolistas deberán demostrar conocimientos de italiano. También peruano es Antonio Rivera, de 35 años. «Me gusta la pelota, así que bienvenido sea este proyecto. Me acomodo a cualquier posición. He jugado de carrilero, volante, defensor…», reconoce.

A falta de instalaciones propias, el equipo se entrena en un parque público al que algunos jugadores acuden en bicicleta desde el centro de acogida en el que esperan que la comisión territorial les reconozca el derecho a asilo o la protección subsidiaria o humanitaria, aunque ello no impedirá que la Federación Italiana de Fútbol les conceda el carné de federados. Para afrontar los gastos de equipación y los desplazamientos, el club ha recurrido a un crowdfunding. Otras cuestiones perentorias, como el color de la camiseta, ya están resueltas; la elástica será rojiblanca, integrando los dos colores de la bandera de Milán.

Foto: Francisco Álvarez

Cae la tarde, continúa el partido. Un disparo del Sant’Ambroeus atraviesa la frontera de los tres palos y un jugador del Orione aplaude para reconocer la belleza del gol del rival. La Armada Pirata vocifera el objetivo: «¡Este partido lo vamos a ganar!». Esa hinchada, reducida y crecida al mismo tiempo, es una más de las muestras de apoyo que siguieron a la noticia de la creación del club. Hubo también reacciones de rechazo a través de las redes sociales. Los directivos reconocen que los insultos más dolorosos fueron los que hacían referencia a la tragedia de los inmigrantes que mueren en el Mediterráneo. Comentarios como «Mejor hacíais un equipo de waterpolo» o «Ni siquiera valéis para socorristas». La respuesta del club fue ocurrente y conciliadora: «Lamentamos vuestra frustración y fijación con los inmigrantes. Practicar deporte ayuda a generar endorfinas y a tener una vida más dichosa, así que si os apetece nuestro equipo está abierto a todo el mundo».

Termina el encuentro. El resultado, como el calor, no pasa de ser una anécdota. Los jugadores del Sant’Ambroeus se acercan a la grada para saludar a sus tifosi (hinchas, en italiano). A la salida del terreno de juego, en la puerta que conduce a los vestuarios, un directivo del Orione despide a los futbolistas con palabras de afecto: «Gracias por vuestra visita, chicos». Un gesto de cordialidad y acogida de esa otra Italia que nada tiene que ver con su Gobierno.

 

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