Cultures
Nanni Balestrini: “Los jóvenes deben inventar algo nuevo”
Con Umberto Eco, Edoardo Sanguineti y Alberto Arbasino, entre otros, Nanni Balestrini (Milán, 1935) formó parte de la neo-vanguardia y fue uno de los fundadores del Grupo 63, el movimiento literario formado por jóvenes escritores, poetas y críticos italianos del que se acaban de cumplir cincuenta años y que a principios de los sesenta decidió romper con los modelos literarios tradicionales. Balestrini fue un poeta prolífico y atento a los nuevos lenguajes y se convirtió en el primero en utilizar un ordenador para componer un poema. Algunas de sus novelas, como Vogliamo tutto (1971) y Gli invisibili (1987), y el ensayo L’orda d’oro, 1968-1977 (1988), escrito con Primo Moroni, todos publicados en castellano por Traficantes de Sueños, demuestran su fuerte compromiso político y dan voz a una generación que lo quiso todo y que pagó las consecuencias de sus sueños. Como Toni Negri y muchos otros, el mismo Balestrini tuvo que huir a Francia después de las detenciones del 7 de abril de 1979. Además de poeta y escritor, Balestrini es también un artista visual.
Steven Forti / Historiador (Roma).
En 1967 el Grupo 63 se reunió por última vez en Barcelona.
Fue emocionante. El encuentro de tres días lo organizó Beatriz de Moura. Tuvimos que hacerlo en semiclandestinidad en la Escuela de Diseño (EINA), en los pies del Tibidabo. Participaron muchos escritores, artistas y arquitectos españoles. Recuerdo a Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Juan Marsé, Gabriel Celaya, Antoni Tàpies, Oriol Bohigas, Carlos Saura y muchos más. Personas extraordinarias con las cuales se estableció una relación importante que nos permitió entender cómo y cuánto las cosas estaban cambiando en todo el mundo, no solo en Italia. Algo estaba cambiando en aquellos años, se podía percibir. Existía un gran deseo de algo nuevo. Esa época estaba proyectada hacia el futuro. Ahora ya no es así.
¿Qué significó para usted la experiencia del Grupo 63?
El Grupo 63 no fue un grupo histórico tradicional, por así decirlo, que reunía a escritores y artistas en torno a unas ideas precisas o a un manifiesto. Fue un fenómeno generacional. La mía fue una generación que vivió la gran transformación de Italia de finales de los años cincuenta y de principios de los sesenta. De un país agrícola Italia se convirtió en un país industrial, su composición social cambió por completo, hubo las grandes migraciones del sur al norte, el desarrollo de las metrópolis, el nacimiento del idioma italiano… Nos encontrábamos en una situación nueva. La generación anterior de literatos y artistas pertenecía a otro mundo, no nos interesaba, no nos era útil. Fue necesaria una ruptura. Era necesario inventarse una nueva visión del mundo. Éramos conscientes de que estaba naciendo un mundo nuevo. De todos modos, un grupo verdadero jamás existió. Existieron solo algunas reuniones donde algunos literatos de aquella generación se confrontaban y ponían negro sobre blanco sus ideas y sus escrituras para intentar hacer algo que diera la idea de lo que estaba aconteciendo de nuevo y de diferente.
Ganancia y calidad
¿Cuáles eran sus influencias en Italia y en el extranjero?
Tuvimos la influencia de las grandes vanguardias y los grandes referentes como Joyce, Kafka, Musil, pero lo que más estaba presente y que más nos estimulaba eran la música y las artes visuales. No fue casualidad que la primera reunión del Grupo 63 se celebrase en Nápoles en 1963 en un festival de música en el cual participaron todos los grandes de aquella década: Nono, Berio, Stockhausen, Boulez… Esto fue lo que más influyó sobre nosotros. Estas relaciones e intercambios entre literatura, arte visual y música.
¿En su caso la música influyó también en la manera y el ritmo de la escritura, como en el caso de la beat generation y el bebop?
Algo similar lo vivimos seguramente, porque había algo en el aire. Venía de la música, pero también del cine. La narración cinematográfica-visual impuso unas medidas, unas condiciones que transformaron bastante la novela tradicional. Lo interesante es que todas estas cosas se complementaban entre ellas y daban vida a productos nuevos. Ya no existía una separación.
El compromiso político y social fue central en sus novelas.
Fue de veras el tránsito de una idea de renovación cultural a una renovación social y política. Este tránsito se realizó en el 68, que de hecho empezó con la idea de reformar los programas de instrucción, de transformar la transmisión del conocimiento y esto se injertó en una historia donde la aplicación de la teoría política se convierte en militancia. Fui un atento observador de las cosas que acontecían. Me interesaban, me entusiasmaban, me gustaban. Por eso escribí libros sobre estas cosas. Pero no soy ni un teórico político, ni un militante y tampoco me ocupo de la organización política. Estaba fascinado por todo lo que acontecía e intenté representarlo. Al contrario, te das cuenta de que entre todos los extraordinarios compañeros que en los años setenta crearon lo que fue el movimiento italiano muchos se convirtieron en escritores, pero en aquel entonces lo urgente era hacer política y se ocuparon de aquello. La gente se queja de que no hubo escritores. ¡Había que hacer otras cosas!
¿Algo cambió en aquellos años?
Existe una continuidad entre los años sesenta y los setenta. En los sesenta se intentó revolucionar la literatura, el arte y la música, mientras que en los setenta se quiso reformar la sociedad y la política en Italia y en todo el mundo. Fue una gran explosión de energía donde dos generaciones dijeron “se tiene que construir algo nuevo, se tiene que cambiar el mundo”, pero siendo conscientes de que no se puede cambiar todo de un día para otro. También lo que planteó de nuevo la Revolución francesa tardó cincuenta, cien años en realizarse. Pero cambió el modo de vivir, las relaciones familiares, las relaciones de pareja, las relaciones en el trabajo… Esto ha cambiado ya. Lamentablemente tenemos prisa para ver los cambios. Una prisa que depende de la brevedad de nuestras vidas.

Balestrini fue uno de los fundadores del movimiento literario italiano Grupo 63, del que se acaban de cumplir cincuenta años.
En los años ochenta se perdieron muchas de las conquistas de las décadas anteriores.
Hubo dos cosas negativas. La primera en el plano social y político: el capitalismo se inventó el neoliberalismo, el capitalismo financiero. El capitalismo es genial en un cierto sentido y posee una inventiva extraordinaria, pero tengo la impresión de que ha llegado a un callejón sin salida porque no se pueden oprimir las poblaciones de esta manera como se está haciendo ahora. La segunda en el plano cultural: la cultura de masas. Las posiciones culturales en la literatura, la música y el arte fueron suplantadas por cosas mediocres hechas solo por su comercialidad. Es decir, una producción hecha únicamente para la ganancia. También antes existía la ganancia, pero esta era secundaria en relación a la calidad de las cosas. Ahora en cambio la calidad se ha eliminado.
La pasión política fue central en los años sesenta y setenta. Con los ochenta lo que brilló fue más bien la apatía política. ¿Cree que 2011 marcó un cambio?
Son situaciones completamente distintas. Son mundos separados en todos los sentidos. Lo que ha pasado es una reacción todavía provisional y limitada. Tardaremos años en darnos cuenta de lo que han significado. El problema es que existe una gran capa cultural que en Italia empezó con los años ochenta. Con una increíble propaganda de masas se impuso la idea del individualismo competitivo, del consumismo, que cada uno debe realizarse económicamente en contra de los demás. Todo esto ha funcionado entre las masas, aunque nos daremos cuenta de que no funciona para nada. Italia fue quizás el ejemplo más evidente: desapareció por completo algo que existía en los años setenta y fue suplantado por el berlusconismo, que provocó un terrible descenso del nivel cultural.
Una generación aniquilada
¿Cómo vivió este cambio repentino entre el Milán de las manifestaciones y el Milán de Craxi y Berlusconi? ¿Qué percepción tuvo en aquel momento?
Para mí fue algo todavía más fuerte porque en la primera mitad de los años ochenta vivía en Francia, por lo tanto esta transformación italiana no la viví día tras día. Si vives una cosa día tras día, poco a poco te acostumbras y te conformas. Cuando volví a Italia en 1985, después de cinco años en el extranjero, tuve un shock enorme porque me encontré en un Milán completamente diferente. Fue una operación que empezó con la gran represión del movimiento de finales de los años setenta. Se destruyó una generación. La propaganda pintó aquellos años como los años de plomo donde se asesinaba a la gente, mientras que eran años de felicidad y alegría para los que los vivieron. La generación del 68 y la del 77 fueron aniquiladas. Con la del 77 hubo de verdad una cosa espantosa: se trataba de unos jóvenes que querrían vivir en un mundo diferente y hacían cosas llenas de alegría, libertad y comunicación y luego todo esto fue brutalmente interrumpido con las detenciones y las persecuciones, con un número enorme de personas encarceladas, con los suicidios, con la heroína. Fue el genocidio de una generación. Los que sobrevivieron lo hicieron con dificultad, sufriendo, frustrados.
Dentro de poco se cumplirá el 35 aniversario de las detenciones de 1979. ¿Cómo ve ahora aquel acontecimiento?
Fue una operación un poco previsible. Se había llegado a una situación en que existía un gran poder que había decidido acabar con todo aquello. En mi opinión la lucha armada ayudó en esta operación. Pienso que todos los compañeros que han elegido la lucha armada fueron unos compañeros maravillosos, pero ese era un camino que no tenía salida. Y todo esto fue utilizado para golpear todo lo que no era clandestino. El asesinato de Moro fue el momento final en que el poder consiguió el completo apoyo de la opinión pública. Tengo este recuerdo. Me encontraba en Milán y en un cierto momento llegué a un bar donde toda la gente brindaba diciendo: “¡Han secuestrado a Moro!” Fue una cosa que había suscitado una gran emoción. De verdad. Luego el asesinato de Moro fue claramente un hecho que desacreditó completamente todo el movimiento.
¿Cuánto peso cree que tuvo la heroína en la destrucción del movimiento?
Muchísimo, lamentablemente. Grupos de compañeros fueron completamente eliminados. Fue algo masivo, claramente inducido, pero también aceptado por la desesperación por no poder alcanzar la felicidad que se buscaba. Se intentaba encontrarla en estos momentos de exaltación que podía dar la droga. Fue un fenómeno masivo espantoso.
¿Es optimista ante el futuro?
Alguien una vez dijo una frase que comparto: “Soy optimista sin esperanzas”.
¿Qué les aconsejaría a los jóvenes?
Deben inventar algo nuevo. No se debe volver a hacer algo que ya hicimos. Aquellas eran cosas que tenían un sentido y un valor en aquellos tiempos y cada tiempo necesita de nuevas ideas y de nuevas energías. Sé muy bien que ahora no es fácil. En mis tiempos todo era más sencillo, por esto también estoy en contra de todas esas críticas que se hacen a los jóvenes diciendo que no quieren hacer nada. Creo que se encuentran en una situación muy difícil, pero se debe intentar superar todo esto. Es una apuesta dificilísima. De todos modos, pienso que se puede hacer. Se debe hacerlo.
PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 30, ENERO DE 2014

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