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Atlántica XXII

Nika Turbina, el genio de la muñeca rota

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Nika Turbina, el genio de la muñeca rota

La poeta Nika Turbina.

La poeta Nika Turbina.

EXCÉNTRICOS, RARAS Y OLVIDADOS. Natalia Fernández Díaz-Cabal / Lingüista y traductora.

Tengo una fijación enfermiza con las toponimias. Y confieso que un lugar como Yalta está ligado a mi infancia, en concreto a los dudosos y asépticos libros de historia que nos obligaban a consumir, y a venerar, en la escuela. Pero nunca estuve allá.

En Yalta vio la luz por vez primera Nika Turbina, el 17 de diciembre de 1974. La Yalta de los tratados, en la Crimea imperial y soviética. En la biografía de esta poeta maldita, que los críticos siempre dispuestos al etiquetaje fácil han bautizado como “la poeta-niña”, hay tanto de memoria como de leyenda, de modo que vamos a privilegiar la leyenda para poder honrar la memoria y contar cómo esta criatura bella, de pelo azafranado y rostro frágil, empezó a intimar con la poesía.

Tenía Nika cuatro años y estaba enferma de asma. Y le dictaba a su madre poemas de una fuerza desgarradora, con esa madurez desconcertante de quien todo lo ha vivido o, al menos, presentido. Su madre empezó un largo peregrinaje por editoriales que, desconfiando de la autoría, rechazaban sistemáticamente la publicación. Así que comenzaron a ver la luz, tímidamente y con avaricia dosificada, algunos de los poemas en revistas y periódicos. A partir de ahí, el fenómeno Nika Turbina se extendió imparable por todo el país.

La desconfianza inicial se volvió certeza: Nika era una buena inversión. Dos poetas consagrados, Eugeny Evtushenko y Andrey Voznesensky, se fijaron en ella. De hecho Evtushenko la conoce en un recital que la niña de ocho años daba en la Casa de Boris Pasternak. Y gracias al buen oficio del vate veterano se pudo publicar una primera entrega, en forma de volumen, de la poesía abrasiva de ese ser legendario, mítico, marcado de antemano como las cartas fuleras, nacida para morir muy joven. Corría el año 1984.

Un año más tarde, sin haber cumplido aún los once, una Nika tímida pero decidida recogía el premio “León de oro” en Venecia, un privilegio que hasta entonces, entre los poetas rusos, había estado destinado únicamente a Anna Ajmátova (¿coincidencia o ironía de los dados del destino? Nika Turbina, de niña, había estudiado en la misma escuela que la gran poeta…).  El propio Evtushenko la lleva de gira por Estados Unidos. Nika va sembrando perplejidades y recogiendo zozobras que se van a ir sedimentando hasta bloquearla. Un juguete en manos de adultos. Pero un juguete con alma:

PÁJARO TEMPRANO

Apiádate, déjame ir.

No ates mis alas heridas,

No vuelo más.

Mi voz se ha roto de dolor.

Mi voz se ha convertido en una herida.

No lloro más.

Ayúdame. Espera.

Otoño.

Los pájaros vuelan al sur.

Solo mi corazón está torturado por el miedo,

Soledad –amiga de la muerte–.

A la par que el mundo la empezaba a mirar con ojos atónitos, su vida íntima se veía arrastrada a oscuridades que ya no la abandonaron: su madre se casa en segundas nupcias (el padre, de quien Nika no tiene recuerdos, las abandonó cuando ella era un bebé), y poco después nace su hermana, de quien ella sentiría unos celos que suponen unas crisis irreconciliables con su madre, a la que acusa de haberla desatendido. Esas crisis empiezan a hacer muescas en su probado talento. La poesía, ese raro y manso animal de lealtad incombustible, hace las maletas y se va. Nika se queda sola –o eso cree–.

Suiza y Moscú

A los 16 años, tal vez para conjurar la soledad, se casa con un anciano suizo millonario, de 76.  Viven juntos en una mansión de Lausana, de donde él, por razones de trabajo, suele ausentarse. Nika sigue incubando más soledad y más semillas oscuras, sobre todo porque su marido no le permite mucha vida social y menos aún que tenga una ocupación profesional. Del rechazo a la soledad y de la locura de los días que se repiten a sí mismos surge la afición a la bebida. Un camino esquivo de la esperanza. Poco después abandona al cónyuge ausente, que ella siente más fantasma que cómplice, y regresa a Moscú.

Gracias a la providente intervención de su madre consigue entrar en la Universidad de la Cultura de Moscú. Allí fue su profesora Alina Galich, hija del notable poeta Alexander Galich. En realidad fue más que su profesora: fue su ayuda permanente cuando la figura de Nika se perdió definitivamente en las tinieblas.  Solo consigue terminar el primer curso sin dificultades. El alcohol la cortejaba como un amante en celo, ofreciéndole brazos mucho más sólidos que los lazos que la ataban a la vida. En mayo de 1997 viene el primer intento de suicidio, arrojándose desde una ventana de un quinto piso. Pero la muerte, como la poesía, estaba lejos y ajena. De resultas de la brutal caída tuvo que ser sometida a 12 operaciones quirúrgicas en muy poco tiempo y que en gran medida se pudieron costear gracias a los donativos organizados por su gente de Yalta.

Regresa a su ciudad natal, pero su cerebro navegaba otros mares fuera de la realidad, de manera que la recluyeron en un psiquiátrico. De nuevo allí estaba la mano de Alina Galich para devolverla al mundo y a la dignidad. Pero entre la mano franca de Galich y los musculosos brazos de la muerte, Nika elige estos últimos, en forma de abandono progresivo.

En una visita que hizo a una pariente suya que vivía en su misma calle, se asomó a la ventana –también un fatídico quinto piso–. Le gustaba la altura y no se sabe a ciencia cierta si solo flirteaba con los límites o si dejó que la vida se deslizara en caída libre hasta la calle. Lo cierto es que un vecino que pasaba con su perro la vio agitándose, tratando de no caer, e incluso algún espontáneo bienintencionado intentó amortiguar el golpe, que se adivinaba brutal y definitivo. No hubo suerte. La de los brazos musculosos, la muerte, ganó, y Nika fallecía camino del hospital.  Era el 11 de mayo de 2002. Había dejado escrito un pensamiento inquietante: “Una persona debe entender que su vida no basta. Si en algo valora la vida, la suya será larga, y si lo merece será eterna, incluso después de la muerte”. El diario Isvetzia publicaba una necrológica brevísima el día 24 del mismo mes. Sobre su tumba se recoge, a puñados, el silencio.

PUBLICADO EN ATLÁNTICA XXII Nº 37, MARZO DE 2015

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