
Vista panoramica desde La Pasera, Noreña. A la izquierda, Langreo. Foto / Rafa Balbuena.
Rafa Balbuena / Periodista.
De tanto repetirlo, la idea de que Noreña es un enclave solitario rodeado en círculo por el concejo de Siero ha devenido en un falso dogma, otro de tantos que en Internet tienen terreno abonado, la típica pregunta simplista en cuestionarios del tipo “¿Sabías que en Asturias…?” o “El test definitivo de asturianía”. La inercia (es decir, Facebook) suele hacer el resto, y lo normal es que si a uno le pregunten por Noreña… pues eso: «Ah, ya, el concejo pequeño, el del matadero, el de la renta per cápita más alta de Asturias, ese que es como una isla en medio de Siero». Y ya.
Sin embargo, Noreña (y su suelo) es más que la villa condal. Eso sí, en talla pequeña: cinco núcleos separados conforman el concejo, con el señorío de la villa como eje y la suma de varias cesiones de la mitra ovetense y el cabildo de la Catedral durante la Edad Media. Resumiendo mucho, en el siglo XIV ya está definida la identidad fragmentaria del concejo, que con muy leves cambios ha permanecido hasta hoy. Así, además de la villa, los enclaves de La Felguera de Noreña, Serrapicón, Otero y La Pasera suman entre todos los escasos 6 kilómetros cuadrados de superficie total del concejo. Todos rodeados por Siero, sí… salvo La Pasera, que también limita con Langreo y se arrima -aunque sin tocar la divisoria- al sureste de Oviedo. Otra leyenda tumbada.
Noreña, renta per cápita alta, pero dimensiones modestas: quitando La Villa y La Felguera, de respectivamente 3,67 y 1,65 km² cada uno de ellos, puede decirse que los otros tres enclaves no sobrepasan el concepto de finca. La Pasera, con ocho habitantes y dos caserías, es la más «grande»: 36 hectáreas. Otero, con 3,26 hectáreas, tiene cuatro vecinos según el último padrón. Y en Serrapicón, con su hectaérea y media, no reside nadie, al menos de modo oficial.
Pese a la peculiaridad geográfica y la belleza del entorno, estos cuatro núcleos no cuentan precisamente con una promoción turística (ni de cualquier otra índole, que se sepa) que, aunque fuera solo por lo anecdótico, llame al visitante a conocerlos. Y en cuanto a su simple acceso, La Felguera de Noreña quizá lo tenga más fácil que el resto de enclaves. El tamaño aquí no importa (omitan el chiste), pero esa facilidad relativa suena más a azar que a otra cosa: si uno coge la Autovía Minera desde Gijón, hay un desvío después del Alto de La Madera para entrar en Siero, por Arniella, concretamente. Allí, un cruce se bifurca en dos direcciones: una da a El Berrón (la vieja carretera carbonera de toda la vida), y otra hacia Muñó/La Collá. Si se toma esta última, con recorrer poco más de cincuenta metros se alcanza -por sorpresa, por error, o por las dos cosas- una de las estribaciones semidesconocidas de Noreña. El cartel lo pone «La Felguera de Noreña». No deja de ser curioso (y definitorio) que sus habitantes, igual que los de Otero o La Pasera, tengan muy a gala su condición de noreñenses, mostrándolo a todo el mundo -es un decir- con esta suerte de tarjeta de bienvenida.
Para llegar a Otero, la cosa se complica. Si retomamos la autovía en dirección Mieres, cogemos la salida Ferrera/Pola de Siero, en sentido a la Pola. Una rotonda contigua, mínima, conduce a una carretera estrecha que poco a poco sube la ladera en paralelo a la autovía. Seguimos todo recto y, con suerte, veremos alguna indicación que nos avise que vamos bien. Al llegar, el nombre se ajusta al sitio: un Otero desde el que se ve Noreña (la villa) y el Berrón. Y en cuanto a Serrapicón, podemos llegar si seguimos el camino hacia Orviz, y si nuestro instinto (o un GPS) nos echa un cable. Seis kilómetros y medio de carretera terciaria y camino vecinal nos llevan hasta dos caserías y un dispositivo hidroeléctrico… si nos damos cuenta, claro, porque no hay señales que indiquen nada.
Pero la última etapa del concejo fragmentario por antonomasia tiene premio. Tanto por las dificultades del trayecto como por lo que uno va a encontrar al final, si la niebla da tregua. Y es que para llegar a La Pasera existen varias vías, todas cuesta arriba, aunque quizá la más agradecida sea la que parte de Riaño (Langreo). Saliendo de las piscinas del polígono, frente a la iglesia parroquial de San Martín, la ruta (en coche o andando) nos lleva por la cuesta del cementerio hasta L’Azorera, rebasando por encima los túneles de Villa. Estamos otra vez en el concejo de Siero, y seguimos subiendo en dirección a Bobia. Ya hemos dejado atrás un par de fuentes decoradas y, casi sin darnos cuenta, nos vemos en medio de una espesura de pinos y castañales mientras perdemos la cuenta de curvas, baches, estrechamientos constantes y argayinos de guijarros que llevamos esquivados desde que partimos de Langreo. Tras cruzar el pueblo de Bobia, el camino se hace llano y es casi todo piedra y prao, con unos pocos carbayos aquí y allá. Estamos en lo alto de la peña de Villa (también llamada La Peña Alba, porque su cima de roca pelada y blanca se distingue bien de lejos), y en lo que queda de carretera, que acaba abruptamente doscientos metros más allá, se lee “La Pasera, concejo de Noreña”. No podía ser menos.

Los noreñenses están orgullosos de su concejo. Foto / Rafa Balbuena.
En cuanto al premio, entra por los ojos: si uno gira la cabeza, a la izquierda se abre el valle del Nalón: Riaño, Lada, La Felguera (de Langreo, se entiende), Sama, Ciaño y El Entrego. Por la otra vertiente se contempla Siero por La Paranza, Solaz y El Berrón. Y un poco más allá, el concejo de Oviedo por la vía que abre el Nalón: Entrepeñas, Veguín, Santianes. Para los amantes del senderismo hay otra ruta interesante, la que baja hasta la carretera vieja de Oviedo a Sama. Nada más poner el pie en ella (tras un descenso pronunciado en el que, por pura seguridad, vale más no ir con prisa), lo primero que se ve junto al asfalto es la vieja gasolinera abandonada de Entrepeñes y una marquesina de la línea de autobús urbano. Se puede coger allí uno, y tras veinte minutos de viaje concluir en la capital esta peculiar visita a Noreña. Aunque a modo de reflexión, y por aquello de señalar otra de esas cosas que pasan mucho en Asturias, cabe observar que en esto de vivir en zona rural siempre hay clases: se tarda más en bajar a pie los 600 metros que nos separan de La Pasera que coger un bus y bajarse en el Campillín o la Calle Uría.
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